Nuevo Chile
Caminando solitario sobre el césped,
entre la hierba recién cortada
un agujero hallé [...]
Poemas, Robert Louis Stevenson.
Decididamente, Ernesto Sandoval era un buen tipo. Tras la reunión no volví a la pútrida celda número 34 de la prisión de Nuevo Chile, sino a una habitación confortable y muy bien equipada ubicada en el área de ingenieros. Tenía de todo. ¡Si hasta me di un baño de espuma y todo antes de acostarme!
A la mañana siguiente, no me enfundé el raído mono naranja de preso con el número 34 en la espalda que tanto odiaba, sino uno gris de ingeniero nuevo. Siguiendo indicaciones de Sandoval, fui a la enfermería donde me reimplantaron el intercomunicador en una de las sienes. Volví, por tanto, a tener acceso a la red. Me comentaron que los pulmones estaban fastidiados, algo que yo ya sabía, pero me aseguraron también que comenzarían a mejorar en cuanto utilizase la mascarilla, a la cual ahora tenía derecho.. Este pequeño artilugio que te colocabas tapando la boca y nariz significaba la diferencia entre la vida o la muerte en Nuevo Chile, pues impedía que el polvo de tolina entrase en tus vías respiratorias. Por supuesto, no había que llevarlo siempre puesto, cuando comías o hablabas con alguien era mejor quitártelo brevemente.
Luego, volví a reunirme con Sandoval en la misma sala y a la misma hora que el día anterior. Fue allí donde me explicó que me habían concedido la libertad condicional. ¡Guau! Y solo a cambio de las cuatro vaguedades que yo le había contado el día anterior sobre la fallecida pirata Huesos.
Ni corto ni perezoso, el ingeniero se había plantado en el despacho del mismísimo director de Nuevo Chile para que me la concedieran. Y eso que todavía no le había contado nada relevante. Lo importante tendría un precio más alto, mucho más alto.
Él estaba muy interesado con el tema del agujero negro porque al parecer era la primera vez que se detectaba uno de esos en el sistema solar. El entusiasta ingeniero siguió intentando obtener más información:
—¿Y usted sabe dónde podríamos hallar ahora ese agujero negro?
—Por supuesto que lo sé — dije con mi mejor sonrisa.
—¿Quiere decir que usted podría encontrarlo? Eso es una magnífica noticia. ¿Dónde? —Sus ojos muy abiertos reflejaron su exaltado optimismo.
—Deme usted una nave y le llevaré hasta allí.
Sandoval pareció desconcertado ante mi respuesta, y se quedó parado, como indeciso, pero se repuso y enseguida respondió:
—Tendrá su nave. Se lo prometo.
—Una nave y la libertad, claro. Quiero ser indultada de mi delito de amotinamiento.
Estaba pidiendo mucho, pero yo no iba a desaprovechar mi oportunidad. Pedir es gratis, después de todo. Es verdad que me arriesgaba un poco poniendo a prueba la paciencia de Sandoval, pero él era un buen tipo. No decepcionó.
—Si yo tengo el agujero negro, usted tendrá una nave y la libertad. Las tendrá. Tiene mi palabra. Siempre y cuando me conduzca hasta «La tumba del muerto», como usted llama a ese abismo en el Cosmos, Rebeca.
—No son mis palabras, sino las de Sara Huesos. Ella llamaba así al agujero negro.
Este hombre era un hallazgo. Así que todo pintaba bien. Nos pusimos de acuerdo y organizamos el proyecto. Desde entonces, el ingeniero se dedicaría a preparar la nave para la expedición —que estaba ya en órbita baja sobre Titán— y yo me preocuparía de ir buscando nautas para reunir una buena tripulación.
Saliendo de la reunión pensé que el tema de la tripulación iba a ser difícil porque los nautas son muy escasos en la zona de Saturno, especialmente en Titán. Esto no era como Bengaluru, donde basta con entrar en un garito de nautas para contactar con decenas de ellos. Al contrario, en Nuevo Chile ni siquiera había tabernas.
Lo más parecido a una taberna era el único comedor de la base científica. Me dirigí al establecimiento y me pedí un neurocafé bien cargado para organizar mi mente.
Me sentía optimista. El mal sueño del presidio parecía terminar y la esperanza resurgía en mi vida. Entonces comprendí que, si me hubiera suicidado en la hedionda celda número 34, no habría tenido la oportunidad de aprovechar este golpe de buena suerte. Lo entendí. El suicidio tiene siempre algo de erróneo por su naturaleza irreversible. La vida es larga y a veces las cosas van mal. Cuando eso ocurre no hay que ponerla fin, sino aguantar para que, cuando lleguen los buenos tiempos, estar en condiciones de aprovecharlos. Es así de sencillo.
Ahora lo que importaba era encontrar una buena tripulación de nautas en un sitio donde no los había. Mientras me dedicaba a meditar sobre mis cosas, oteaba el garito de manera minuciosa: el mostrador con los barman robóticos, los clientes que iban de aquí para allá con bandejas con comida y se sentaban en las mesitas del local... El sitio no podía ser más decepcionante. En el comedor de Nuevo Chile solo se veían científicos sabiondos con su bata blanca e ingenieros enfundados en su mono de trabajo gris, pero ni un solo nauta.
Sandoval conocía a una experta en agujeros negros, una física teórica que podría ser útil. La doctora Valdemar, según él me había contado, podía hacer de ingeniera de hábitat. Seguro que no tendría dificultades en hacerse con las tareas propias de ese puesto.
Pensé que para asignar un jefe de máquinas podíamos buscar algún ingeniero nuclear en esta base. Alguno encontraríamos. Era cuestión de buscar un poco. Luego, de marineros quizá encontrase alguien con ganas de viajar; no era necesario que estuvieran muy cualificados.
Pero el verdadero problema era encontrar un segundo oficial, un buen navegante, alguien que supiera gobernar una nave como es debido, que conociera bien los rumbos del Espacio: tenía que ser un nauta curtido y experimentado, alguien cualificado en quien pudiéramos confiar.
En Titán no había nada de eso. Aquí siempre faltaba de todo, pues su colonización nunca había sido fácil. Las colonias solían ser construidas como las de Europa, Ganímedes o Encélado: enterradas bajo los hielos, en alguna zona en la que se adivinaba que la corteza era más delgada y frágil. El trabajo siguiente consistía en la construcción de túneles y orificios para atravesar el casquete, a menudo aprovechando las simas y grietas que se presentaban de forma natural, para acceder al mar de agua interior. Entonces bastaba con liberar los dichosos supercefalópodos y todo estaba hecho.
Con ese esquema en la mente, cuando se llegó a Titán, la ubicación elegida fue Sotra Patera, una depresión del terreno próxima al ecuador formada por la presencia de un criovolcán en la que se pensaba que la corteza podía ser más estrecha. El lugar recordaba algo a Ahuna Mons en Ceres, otro volcán de hielo con el que se había tenido un éxito notable. Parecía fácil. Se pensaba que no podía ser demasiado difícil traspasar la corteza para acceder a la caldera volcánica que, en vez de lava, debería contener agua líquida; pero no fue así. En la enorme luna Titán no se encontró forma alguna de acceder al mar interno con la tecnología del momento. La corteza parecía ser demasiado gruesa, superando varios cientos de kilómetros de espesor.
Los problemas para los colonos de Titán fueron continuos. Aquella maldita atmósfera era un quebradero de cabeza. Hubo que replantearse las lanzaderas para aterrizar en un planeta con una atmósfera tan densa. Además, durante la entrada en la atmósfera las lanzaderas quemaban parte de su envoltura externa y tenían que ser continuamente revisadas. No se pudo instalar un lanzador de masas electromagnético, porque las cargas que disparaban estos dispositivos a gran velocidad se habrían quemado en la densa atmósfera. Todo eran problemas de ingeniería. Por si fuera poco, la compleja química orgánica llenaba todo de tolina, ese terrible polvo criogénico que terminaba afectando a todos los sistemas.
Aunque en Titán no hubo cefalópodos porque no se pudo acceder al mar interior, la base (Nuevo Chile, fundada en el año 2713) no fue abandonada. Lo que sí se hizo fue trasladarla desde el ecuador al norte, a la zona de los lagos de hidrocarburos. La idea era que la luna Titán parecía demasiado interesante y se podía establecer una base científica, no una colonia.
Se acordó estudiar los lagos de hidrocarburos de la superficie. El asunto no era sencillo. Una cosa es modificar el genoma de un cefalópodo que vive en los mares de agua de la Tierra para adaptarlo a los mares internos de agua de Europa y, otra muy distinta, es diseñar un ser vivo capaz de medrar en los lagos de hidrocarburos criogénicos de Titán. Se partía de cero, e implicaba repensar toda la bioquímica de los seres vivos.
Así que, en la ribera norte del mar del Kraken se instaló un puesto de investigación avanzado orientado a estudiar la extraordinaria química orgánica del lugar, así como las profundidades de sus lagos de hidrocarburos líquidos.
Por si esto fuera poco, en el salvaje Saturno se cometían muchísimos delitos, fruto de la desesperación de la población que intentaba sobrevivir en un entorno tan hostil y la reducida civilización, con unos sistemas de seguridad que no estaban todavía plenamente consolidados.
Así que, con el tiempo, se dieron cuenta de que, como esta estación científica de Nuevo Chile era lo más parecido al infierno que se conocía en todo el sistema solar, podían construirse unas instalaciones adicionales con la barata fibra de carbono de producción local para improvisar un presidio. Enseguida se llenó y hubo que ampliarlo en dos ocasiones. Siempre estaba atestado, con los presos hacinados en sus celdas. Pero las condiciones no solían ser buenas para los reclusos y su esperanza de vida nunca era prolongada. Solo así se podían incorporar nuevos presidiarios: ocupando los huecos que dejaban los que fallecían de manera regular.
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