Israel Hands


—Treinta años llevo navegando los mares. Y he visto de todo, bueno y malo, he sufrido las peores tempestades y sé lo que es que las provisiones se acaben y tener que defenderlas a cuchillo, y todo lo que haya que ver. Pero te voy a decir algo: nunca he visto nada bueno que venga de eso que llamáis bondad. Hay que golpear primero; los muertos no muerden. Esa es mi opinión, amén.

La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson.

Israel Hands, el jefe de máquinas de la nave, era un norteño rubio, de rostro pálido y modales rudos. Tenía pocas carnes y muchos huesos. Era bajito y sus compañeros lo tenían por demasiado temperamental, de ese tipo de personas con el que no te conviene llevarte mal, pues tenía malas pulgas.

Israel hablaba muy bien el hispano, quiero decir, para ser norteño. En comparación con él, Ben Conrad —ese amigo mío norteño a quien tan bien conocía— solo chapurreaba nuestro idioma. Debía ser por el hecho de que Ismael Hands era un norteño europeo, originario de una isla al noroeste de Europa, un sitio salvaje y poco civilizado, pero en el que se tenían costumbres algo distintas de las de los norteños americanos, grupo al que pertenecía el bueno de Ben. Hands decía ser de Brístol. Aunque yo no sabía exactamente dónde caía eso, es seguro que al norte de Europa.

Como era el mejor amigo de Argento, sentí enseguida un interés especial por él. Durante mis guardias en el puente, a veces su holograma aparecía para comentar cuestiones técnicas y terminábamos charlando un poco entre nosotros. Tengo que reconocer que era un poco nervioso. Cuando hablaba, aunque fuera para un tema sin importancia, solía gesticular mucho con las manos. Este hombre no se estaba quieto.

—Te lo aseguro, Rebeca. He presenciado a Argento enfrentarse a tres oponentes a la vez y dejarlos en el suelo. No te confundas. No te dejes engañar por su carácter tranquilo y sensato. Sí, le falta una pierna, es verdad, pero en la lucha él es similar a un tigre hambriento. Es imparable.

—No lo dudo —dije sonriendo—. Oye, Israel, ¿cómo perdió la pierna?

—Una carronada. Fue una carronada la que a él le arrasó la pierna y a mí el brazo izquierdo —dijo remangándose y mostrando orgulloso su brazo robótico de fibra de carbono.

—Un combate naval.

—Identificarás a los nautas que llevan mucho tiempo en Saturno porque nunca están de una sola pieza. No es la anilla de la oreja —dijo, señalando mi pendiente de hierro espacial—. Los veteranos en Saturno los conocerás porque todos tienen alguna prótesis, siempre les falta algún trozo de su cuerpo, algún pedazo que se fue con la metralla.

—Yo sigo entera, por el momento... —dije riendo.

—Pues atenta que te voy a decir una cosa: Argento es el mejor navegante que haya visto el sistema solar. Él tiene un instinto especial para orientarse. Es como si llevará un giróscopo en la cabeza...

—Sí, ya sé que es bueno —interrumpí.

—Pues escucha, que te cuento. En cierta ocasión nos quedamos sin sistemas de navegación, nos fallaron todos los cacharros esos en mitad de ninguna parte y no sabíamos dónde estábamos. Pues él tomó unos prismáticos, miró las estrellas concienzudamente y nos llevó hasta Nuevo Brasil sin pestañear. Sin dudas, sin titubeos, sin correcciones en el rumbo de última hora.

—Ya he tenido oportunidad de verle trabajar. Sandoval está muy impresionado con él.

Israel Hands no pudo reprimir una pequeña sonrisa que no supe interpretar.

—¿En qué nave viajábais, Israel? —le pregunté.

—¡Qué sé yo! Hemos viajado tanto que ni lo recuerdo. Siempre de aquí para allá, normalmente por Saturno, buscando la forma de hacer fortuna... hum, de hacer negocios, quiero decir... pero espera, que te voy a contar una cosa.

—Dime.

—Sé que es algo sorprendente. Te revelaré un dato que desconoces y que a la gente le llama mucho la atención. Seguro que no te lo esperas, pues no le pega nada: Argento es un tipo muy familiar, muy apegado a sus raíces. Él siempre se acuerda de los suyos. Siempre los tiene en la mente. Cada cinco años o así, vuelve al cinturón de asteroides, y allí abraza a su padre y, en cuanto lo hace, se vuelve enseguida a Saturno.

—Sabía que era muy familiar, pero no tanto. ¿Hace eso de verdad?

—Sí, claro. Él es así.

—Es admirable.

—Su familia es originaria de una ciudad de la Tierra llamada Cartagena, y no hablo de la Cartagena de Colombia, hablo de la Cartagena de España. Su padre se llama Ginés Argento. Al parecer, antes de hacerse nauta en el Espacio, su padre fue marino en el mar y navegaba en un pequeño barquito de madera.

—¿De madera?

—Sí, la madera es lo que se obtiene del tronco de los árboles.

—No consigo acostumbrarme a las tradiciones ancestrales de la Tierra. Mira que matar un árbol para eso. Qué barbaridad. En Bengaluru irías a la cárcel por algo así.

—Cada mañana, Ginés Argento se levantaba muy temprano, al alba, para navegar en el mar de agua de la Tierra con un barco construido con los cadáveres de los árboles muertos...

—Suena aterrador.

—... y se adentraba en las aguas más profundas para largar sus redes y cazar peces salvajes.

—¿Has dicho salvajes?

—Sí, no son cultivados en piscifactorías. Allí, en la Tierra, la naturaleza es exuberante y crece sin ayuda del ser humano.

—Qué historia tan fascinante, Israel. Los de la Tierra no son conscientes de lo valioso que es el tesoro natural que disfrutan y, en su inconsciencia, lo maltratan más allá de todo lo razonable.

—A menudo, el padre de Juan Argento, perdía la vista del horizonte y, cuando la noche le alcanzaba en mar abierto, se orientaba mirando las estrellas.

—¡Ah! Conectaba con un satélite artificial de posicionamiento...

—No, no. Mirando la posición de las estrellas. Dicen que hay una, la llamada estrella polar, que marca el polo norte geográfico en la Tierra. En el Espacio no es muy útil, pero en la Tierra parece esencial.

—Quieres decir que la familia Argento conoce las estrellas...

—Cuando ya vivían en Ceres, fue su padre quien le enseñó a mirar las estrellas, siendo él apenas un niño. Juan Argento conoce el firmamento como la palma de su mano, y por eso se orienta y sabe navegar tan bien en el Espacio. Sorprendente, ¿verdad?

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