Emma Valdemar
«¡Grossman!», gritó Einstein al llegar a la casa de su amigo en Zúrich, «debes ayudarme o me volveré loco».
Agujero negro. Marcia Bartusiak.
Tardé mucho tiempo en mantener una conversación con Emma Valdemar. Resulta que nuestros turnos no coincidían y nunca encontrábamos la oportunidad adecuada para hacerlo. A la vez, César me hablaba tan bien de ella que despertaba en mí las ganas de conocerla, pero el problema era que no nos veíamos nunca.
Cierto día, llegó la ocasión, pues acompañó a César en nuestro habitual y diario neurocafé en la Zona de Descanso. Se presentó allí, y es que al parecer ella también quería conocerme, pues tenía un problema al que no sabía cómo enfrentarse.
La física teórica era muy morena, de mediana edad, y había nacido en La Ciudad de la Luna. Se había formado en numerosas universidades a lo largo de todo el sistema solar, en las que investigaba e impartía clases. Y es que esa chica amable y sensible era un verdadero genio de las matemáticas y la física teórica.
A la inteligencia artificial Gerardo no le caía bien porque, a veces, ella hacía más rápidamente los cálculos y eso dañaba su sensible orgullo. Otro de los detalles que le irritaban de Emma es que, cuando se quedaba al frente de los recicladores, rara vez realizaba consultas, no preguntaba, y eso a Gerardo le hacía sentirse «prescindible».
Ingeniera Valdemar, tengo que indicarle que la humedad relativa del aire que usted ha calculado no es 73,53 %, sino del 73,532 %. Si usted me consultara más a menudo no se cometerían estos errores, a todas luces imperdonables.
Medite sobre lo que le he comentado, por favor.
Pero, al margen de las excentricidades de Gerardo, la sensación que tenías con ella era la de estar hablando con alguien muy dulce y agradable, demasiado sensible quizás; pero que contaba cosas que te dejaban atónito, como si fuera uno, dos o doscientos pasos por delante de ti:
—No está lejos el día en el que podrán construirse agujeros negros en un laboratorio —nos contó durante el diálogo.
—¡Madre mía!, ¿es eso posible? —pregunté yo.
—¿Y no es peligroso? —preguntó César—. ¿Y si la Tierra cayera dentro de ellos?
—No hay peligro de crearlos en la Tierra. Serán agujeros muy pequeños, con un tamaño más diminuto que un átomo, incapaces de engullir ni un grano de arroz. Además, serían extremadamente inestables. Su periodo de vida sería muy inferior al segundo.
—No te fíes, Emma, no te fíes, que un agujero negro siempre es un agujero negro... —dijo César.
—No serán peligrosos —seguía afirmando Emma con una sonrisa.
—¿Se necesita mucha energía para construir un agujero negro? —pregunté tras un sorbo de neurocafé caliente.
—Según la relatividad general, muchísima, pero esa teoría solo es una burda aproximación. En las teorías más sofisticadas de la Gravedad Cuántica todo depende del tamaño de las dimensiones ocultas adicionales a las del espacio-tiempo clásico. Si no resultan ser demasiado pequeñas, quizá se pueda sintetizar un agujero negro en un acelerador de partículas.
—¡No lo entiendo! — exclamamos Cėsar y yo al unísono.
—El espacio-tiempo convencional, que es el de la relatividad general, se compone de tres dimensiones geométricas (largo, ancho y alto) más una cuarta temporal. En otras teorías más avanzadas, hay dimensiones adicionales tanto geométricas como temporales que permanecen ocultas al estar compactificadas y que solo se manifiestan en las distancias más diminutas. Es en estas distancias pequeñísimas que alcanzan los aceleradores de partículas, donde afectan a la intensidad de la gravedad y deciden cómo de fácil es crear un agujero negro.
—¡Entonces, si hay suerte, descubriremos una fuente de energía ilimitada! —dije fascinada.
—Puede ser, pero eso habría que estudiarlo, no es tan sencillo —dijo Emma, reduciendo mi entusiasmo—. El tamaño de un agujero negro lo determina su masa, cuanta más materia y energía hay acumulada, más grande es. En estos agujeros de laboratorio el tamaño sería pequeñísimo.
—Estás hablando del tamaño del horizonte de sucesos —dije—, la frontera de no retorno donde lo que cae ya no puede escapar.
—El tamaño de las fauces de la bestia... —apuntó César con un gesto dramático.
—Eso es. En los modelos más sencillos, el horizonte de sucesos es una esfera cuyo radio (el denominado radio de Schwarzschild) depende de la masa. Así, si toda la masa del Sol colapsara en un agujero negro, su radio tendría tres kilómetros.
—No está mal —comenté.
—De la misma manera, el agujero negro del centro de la Vía Láctea es cuatro millones de veces más masivo que el Sol y, por tanto, su radio de Schwarzschild es mucho mayor, de doce millones de kilómetros.
—Y si toda la masa de la Tierra se transformara en uno de esos abismos, ¿qué tamaño tendría? —pregunté.
—Nada más fácil. La Tierra es 300.000 veces menos masiva que el Sol y, por tanto, su radio será 300.000 veces menor que el del Sol, que dijimos que era tres kilómetros. O sea, un centímetro.
—¿Y el de todo el Universo?
—Esto es raro. Si calculamos el radio de Schwarzschild del Universo observable resulta ser más grande que el propio Universo observable.
—Eso quiere decir... —dije.
—Sí, eso quiere decir... —repitió César, mirando fijamente a Emma.
— ... que todo el universo que conocemos podría entenderse como el «interior de un agujero negro». Ojo, que esto es solo una teoría sin confirmar.
—Pero, si eso es así, Emma, si estamos dentro de un agujero negro, ¿dónde está la singularidad que todo lo devora? —preguntó César.
—La singularidad es un concepto de la relatividad general, pero debemos comprender que esa zona de densidad y gravedad infinitas no tiene sentido físico, no es algo real, sino más bien un defecto de las teorías de Einstein. En estas teorías más avanzadas de las que os hablo, se va más allá y carecen de ella. Sí hay, al inicio del tiempo, en el momento del Gran Estallido algo similar a una singularidad, pero es un objeto regido por las leyes de la Gravedad Cuántica, parecido aunque distinto a una singularidad.
—No tiene sentido que el universo conocido sea un agujero negro —dije—. El interior de estos abismos se contrae y se colapsa, en cambio, nuestro universo se expande...
—Los estudiosos que entienden el Universo como un agujero negro argumentan que hubo una fase contractiva, anterior al Gran Estallido, en la que todo lo que conocemos colapsó hasta crear algo parecido pero distinto de una singularidad. Sin embargo, la densidad alcanzada en este objeto cuántico (sin ser infinita) fue tan inmensa y su torsión fue tal que se produjo un Gran Rebote que dio lugar al estallido y el universo en expansión acelerada que hoy conocemos.
Seré sincera. Yo, personalmente, llegó un momento en el que no entendía nada de lo que Emma nos explicaba y, cuando miré de reojo a César, su mirada bóvida me indujo a pensar que a él le ocurría lo mismo. Así que cambié de tema de conversación.
—Y «La tumba del muerto», el agujero negro al que viajamos, ¿qué tamaño tendrá? —pregunté.
—Diminuto, inferior al tamaño de una bacteria, inferior incluso a un átomo. Pasará por el espacio vacío de la materia, entre el núcleo atómico y las nubes de electrones que lo rodean sin engullir nada.
—Yo pensaba que era un abismo que devoraba mundos... —comentó César.
—No, ese no será el problema; pero no te preocupes, pues, aun así, si no somos cautos, ese abismo cósmico encontrará numerosas maneras de acabar con nuestras vidas...
Sin embargo, este no era el tema que hacía que Emma quisiera hablar conmigo. El problema es que esta inteligentísima mujer era muy sensible y algo tímida cuando llegaba el momento de comentar determinados asuntos.
—Emma, nos tienes que hablar de tu problema —dijo César—. Tienes que contarlo. Has venido a hablar de ello con Rebeca.
La sensible Emma se ruborizó y fue incapaz de continuar hablando. Tuvo que ser César quien me lo explicara. Al parecer, ella vivía esa situación con extema inquietud.
El problema era que el asqueroso Perro Negro se había encaprichado con ella. De vez en cuando, le hacía insinuaciones y gestos obscenos. Esto era algo inaudito, nunca visto en una nave espacial.
En las naves del Espacio hombres y mujeres convivían durante meses en un hábitat de dimensiones muy reducidas. Por ello, las situaciones con connotaciones sexuales estaban muy mal consideradas, siendo castigadas con extrema dureza. Las penas dependían de la decisión del capitán, pero podían ir de los meros apercibimientos hasta medidas tan drásticas como la castración química o, incluso, la pena de muerte.
Me afectó muchísimo ver a una persona tan agradable y sensible, tan valiosa y, sobre todo, tan inteligente, soportando con extrema turbación tener que convivir con un ser tan repugnante como Perro Negro.
César también estaba muy sensible con el tema:
—Rebeca, el perro ése debe parar. No pienso tolerarlo por más tiempo. Te lo digo: o Sandoval toma cartas en el asunto o me tomaré la justicia por mi mano...
César me miraba profundamente indignado. En sus ojos se veía a un hombre capaz de cualquier barbaridad. Sería un error, porque Sandoval cancelaría su condicional y él volvería al sucio presidio de Nuevo Chile. Pensé que tenía que hacer algo.
Pero el problema es que Perro Negro sabía siempre colocarse en determinados puntos estratégicos en los que las holocámaras no lo grababan nunca.
—Sandoval es tu amigo, Emma, ¿no podrías hablar directamente con él? —pregunté—. Es seguro que él te atendería, ya sabes que es una persona muy comprensiva.
Pero la respuesta de Emma fue no responder. Turbada por la situación, se dedicó a mirar el suelo y no pronunció ni una palabra.
—Yo hablaré con el capitán, y me va a escuchar. Ya verás —dijo César, visiblemente afectado.
—No, César. Si hicieras eso, no harías sino empeorar la situación. Incluso si fuera yo quien hablase, él sospecharía, pues conoce nuestra animadversión hacia Perro Negro.
No teníamos pruebas, solo la palabra de Emma. Para mí era suficiente; para Sandoval quizás no. Teníamos que investigar el asunto, recoger evidencias, pero esta situación era insostenible y no tardaría mucho en estallar.
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