Albert Einstein y el espacio-tiempo curvo
Gracias a los descubrimientos realizados, lo alcanzado en esta teoría parece casi evidente y todo estudiante con inteligencia comprendió la teoría sin dificultad. Pero los largos años de búsqueda en la oscuridad, con sus fases de inseguridad y de cansancio, hasta llegar finalmente a descubrir la verdad, solo los conoce aquel que los ha vivido.
Mi visión del mundo. Albert Einstein.
La audacia de Einstein es impresionante. Habiendo descartado sin apenas justificación experimental el espacio absoluto y el tiempo absoluto de Newton, ahora estaba inclinado a descartar la ley de la gravedad de Newton...
Agujeros negros y tiempo curvo. Kip S. Thorne.
Tenía reunión con Sandoval. Su despacho era espartano, con una decoración mínima. En las estanterías descansaban piezas de dispositivos y artefactos extraños que desconocía en su mayoría. Nada había llamativo, salvo porque encima de su asiento, colgando de la pared, podía admirarse una holografía majestuosa, apenas desgastada —yo diría que recién comprada— mostrando un agujero negro con su disco de acreción, rotando lentamente mientras expulsaba por sus polos unos amenazadores chorros de partículas a velocidades relativistas...
Solucionados los problemas con la búsqueda de una buena tripulación, nada nos impedía iniciar la expedición. Sandoval estaba eufórico. Se había preparado para recibirme en esta ocasión estrenando una gorra blanca de capitán totalmente nueva.
—¿Qué tal me sienta? —preguntó con una sonrisa.
Parecía un niño pequeño al que le hubieran regalado un juguete nuevo. La gorra combinaba regular con su mono gris de ingeniero, y a él eso parecía inquietarle. La verdad es que a mí no me importaba en absoluto.
—Está usted muy elegante, señor capitán —mentí, y es que a los jefes no siempre hay que decirles la verdad.
Sandoval no podía disimular su optimismo:
—Entonces, ya está. Tenemos una tripulación y tenemos una nave. Zarparemos en solo una semana más. No puedo sentir más entusiasmo ante el inicio de una expedición de esta magnitud.
—Es emocionante, sí.
—Llega entonces el momento de plantear un asunto un poco delicado. Debo confesarle que es un tema que me inquieta. Quería realizarle una pregunta, Rebeca.
—De acuerdo, señor capitán.
—Rebeca, sé que ése es el saludo reglamentario, pero basta con que me llame Sandoval.
—Dispare su cuestión, Sandoval.
—¿Será usted capaz de encontrar el agujero negro con las indicaciones que le dio Sara Huesos?
—No veo por qué no. —Ya podía confiar un poco más en él —. La pirata dijo que me dirigiera a Miranda, el satélite de Urano.
—Bien. Iremos a Miranda y luego, ¿qué haremos allí?
—Esperar y buscar, supongo.
—¿Supone?
—Iremos a la caza de un agujero negro, Sandoval. Confíe en mí. Seremos capaces de encontrarlo.
Sandoval se puso circunspecto:
—En esta aventura nos dirigiremos hacia nuestro particular vellocino de oro: un agujero negro. No hay objeto más peligroso en todo el Espacio. Hablo de la bestia cósmica más escalofriante, enigmática y misteriosa del Universo conocido. Tal es su violencia que no hay nada comparable, a excepción del Gran Estallido en el que todo nació. Es impredecible, es extremadamente denso, es imparable y devora todo lo que se le pone por delante...
—Suena emocionante.
—No exagero. No se puede luchar contra él, la clave está en que no te encuentre en su camino. Si te acercas demasiado estás perdido. Kaput, ¿entiende?
—Sí, perfectamente.
Desde el otro lado de la mesa de su despacho, Sandoval se inclinó hacia mí, como si quisiera conocer algún secreto muy íntimo. Algo le preocupaba. Súbitamente, frunció el ceño y su rostro se crispó:
—¿Rebeca, está usted realmente preparada para lo que vamos a encontrar?
—Por supuesto que sí —respondí intentando mostrar confianza en mí misma—. Yo conozco lo que se estudia para obtener el cargo de oficial. Conozco la Teoría de la Relatividad General.
—¿Solo Teoría de la Relatividad General? —La decepción ensombreció el rostro de Sandoval—. ¡Hum! No es mucho, la verdad. Vamos a ver, ¿qué sabe usted sobre los agujeros negros?
Me preparé para soltar lo que había aprendido durante mis estudios. Lo acababa de repasar tan solo hacía un par de días, pues esta situación era muy previsible. Lo tenía fresco en la memoria. Estaba preparada:
—Durante el periodo Arcaico, a principios del siglo XX, un sabio llamado Albert Einstein descubrió el conjunto de ecuaciones que describen cómo el tapiz del espacio-tiempo se curva en presencia de masas. La materia distorsiona el tejido del espacio y del tiempo, dando lugar a consecuencias que aparentemente son paradójicas, como que los relojes se ralentizan y el tiempo transcurre más lentamente; o que las rectas dejan de serlo porque la geometría se curva y deja de ser plana, afectando a las trayectorias de todos los cuerpos que caen en su proximidad, incluso a las de la luz.
—Bien.
—Solo unos pocos años después del hallazgo de Einstein, sus ecuaciones de la relatividad general fueron aplicadas por un físico llamado Karl Schwarzschild al caso concreto de describir el campo gravitatorio de un objeto masivo y esférico. Planteó así un sistema de ecuaciones que pudo resolver, describiendo el problema.
—Correcto.
—Sin embargo, esto no eran considerados más que desarrollos teóricos sin aplicación real hasta que Robert Oppenheimer y otros físicos teóricos comenzaron a intuir que al final de la vida de las estrellas muy masivas se producía un colapso imparable de la masa, tal como de forma simplificada describía la solución de Schwarzschild, hasta formar un agujero negro.
—Eso es. Tenía, por tanto, que haber millones de esos objetos en la galaxia. No era ya una idea abstracta y teórica, sino un objeto que debía estar presente en la naturaleza, algo real.
—Los agujeros negros existían.
—Muy bien, pero qué es un agujero negro.
—Es una región del espacio en la que hay tanta materia, y tan densamente dispuesta, que el propio espacio-tiempo está curvado hasta el punto de que nada puede escapar. En esta región hay una frontera de no retorno más allá de la cual nuestras intuiciones sobre el espacio y el tiempo dejan de tener sentido.
—Fascinante, ¿verdad?
—Esta frontera de no retorno, de la cual no se puede salir de ninguna manera, se denomina horizonte de sucesos. Tal como permitieron mostrar las ecuaciones de David Finkelstein, es fácil entrar, pero imposible salir. Quiero decir que todo lo que cruce el horizonte está perdido, porque no podrá escapar nunca. Nada puede fugarse de allí, nada, ni siquiera la propia luz.
—¿Nada puede escapar del agujero negro?
—Todo lo que cae en las fauces de la bestia cósmica es devorado sin piedad. Nada que haya traspasado el horizonte puede escapar a la poderosísima gravedad del agujero negro. Por eso es negro, porque no emite luz, porque no puede verse. Según la Teoría de la Relatividad General nada puede escapar...
—¿Un agujero negro no puede emitir luz? ¿De verdad, Rebeca?
—No, no puede. Nada —afirmé con rotundidad.
—¡Ay! Bueno, vale, no está tan mal —dijo Sandoval intentando disimular su frustración—. Usted es una oficial de naves mercantes, no una física teórica, después de todo. Pero me lo temía. —Suspiró, intentando relajarse—. Es un poco deprimente, porque usted ni siquiera conoce lo más rudimentario. Hay vida después de Einstein, ¿sabe?
—¿La hay?
—Cuando estemos a la vista del agujero cósmico, lo verá usted brillar intensamente.
—¿Brillar?
—Rebeca, para poder encontrar el agujero cósmico necesita usted completar su formación. Yo me encargaré de explicarle lo más básico durante la travesía.
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