4. Un lobo y un cadáver
Si bien no se sabía cuándo era de día y cuándo era de noche, Dahlia tenía un curioso método para contar las horas que consistía en palitos, unos seguidos de otros. Y según ella, trascurrieron cinco días antes de que comenzasen a caminar hacia la única salida que había del Helheim, exceptuando el portal de Hela tenía en su enorme ciudadela. En esos ocho días Eyra no paró. No hubo momento alguno en el que no estuviese moviéndose de un lado a otro, escuchando las historietas de Balder y los consejos de Dahlia mientras estos llevaban a cargo sus respectivos turnos por la zona.
Sobrevivir en el Helheim no era fácil y ellos lo habían conseguido durante siglos. No habían sido devorados por Garm o alguna otra criatura, tampoco habían perecido en la playa de los cadáveres y mucho menos Hela se había encargado de acabar con ellos para siempre en un destino peor que aquel infierno repleto de hielo.
Eyra no creyó que su seguridad fuese lo que les impulsaba a seguirla. Sabía que estaban hartos de ese martirio, del Helheim y su hielo eterno. Y ella había sido la mejor excusa para ponerle fin.
―¿Preparados?
Dahlia se veía emocionada el primer día que dejaron atrás la casa en la que habían convivido los tres en los últimos días. Al contrario que Balder, por supuesto. El dios estaba de mal humor, un estado habitual en él.
―Entrar al Helheim es fácil, salir no. Mentalizaos.
El río Gjöll estaba a ocho días de camino desde la modesta morada de Balder y Dahlia. Y al parecer, la ruta era de lo más tranquila. Era tan imposible salir del Helheim que Hela no necesitaba poner obstáculos en el camino, pues sabía que nadie se atrevería a probar suerte y ser perforado por las espadas del río para toda la eternidad.
Se notaba que la diosa no conocía a Eyra y su determinación a la hora de cumplir con lo prometido.
Dahlia tenía razón. El camino fue tranquilo, demasiado para el gusto de Balder que estaba esperando a que les saliese Garm de algún lado. Sin embargo, todo transcurrió con una paz alarmante. Nadie se interpuso en su marcha, ni los propios difuntos que aún merodeaban por ahí.
Caminaron y caminaron... y con hielo se encontraron.
Por más que se alejasen, el hielo seguía cubriendo todo lo que alcanzaba a la vista. Absolutamente todo. Eyra había esperado que algo en el clima o en la vegetación cambiase tarde o temprano, pero no fue así. Todo seguía igual a cada día que pasaba, salvo una cosa que vio al octavo y último día de la larga caminata.
Se trataba de una rosa que emergía en medio de un pequeño claro, rodeada de árboles y hierba helada. Estaba intacta, viva, no muerta o congelada como todo Helheim. De su interior resplandecía una luz que se veía desde lejos. Y tal era su brillo, que la atrajo como una polilla, separándola del grupo.
Hermosa, pensó. Es preciosa.
Cualquiera habría visto el peligro en esa escena tan maravillosa, pero Eyra carecía de la experiencia que vivir en Helheim les había otorgado a Balder y a Dahlia. Por eso fue que no vio lo que se movía tras ella hasta que sus yemas tocaron la flor y comprobaron que solo era una ilusión, una imagen creada por su mente o por alguien más.
Un aliento chocó con su melena.
Un gruñido sonó sobre ella.
Y un lobo hambriento abrió la boca para devorarla, al mismo tiempo que Eyra levantaba la mirada del suelo para encontrarse de cerca dos filas de dientes manchadas de un líquido que parecía sangre.
Garm.
No se lo pensó dos veces. Corrió.
Si Garm está aquí, Balder y Dahlia...
Hela les había descubierto.
Eyra intentó esquivar a Garm con los árboles, pero este los derribaba al pasar dado su tamaño y la fuerza que poseía.
Tengo que volver. Tengo que...
¡No quiero morir de nuevo!
En varias ocasiones antes de salir del bosque, Garm estuvo a punto de aplastarla con una de sus patas. Por suerte giró hacia el lado correcto cuando la pata se cernía sobre ella con intención de convertirla en puré. ¿Cuánto llegaría a pesar Garm? ¡Era una montaña peluda y con extremidades! Si permitía que la cogiese, moriría. Y ya se podría ir olvidando de cumplir la promesa de Hada y el trato con la lágrima.
Corrió con todas sus fuerzas y de vuelta a la llanura de hielo Eyra vio a lo lejos dos figuras.
¡Balder! ¡Dahlia!
No podía gritar. ¡No podía avisarles!
Tampoco tuvo la necesidad entendió minutos después. Balder ya la había reconocido a lo lejos, pues se interpuso entre la bestia y ella cuando consiguió llegar hasta ellos.
Y para sorpresa de Eyra, Garm solo gruñó y no atacó al hombre.
―Eyra, ¿cuándo te separaste de nosotros? ―la preguntó Dahlia al colocarse a su lado.
Del susto Eyra se había derrumbado, cayendo al hielo de culo.
―Hela no debe de estar lejos ―señaló Balder―. ¡Debemos irnos! ¡Ya!
―El río... ―dijo Dahlia, mirando de reojo el borde.
Eyra no asimiló donde estaban hasta ese momento.
A pocos pasos de ellos había un precipicio que conducía al emblemático mar de espadas del que tanto la habían hablado y del que provenían todo tipo de gritos. Al asomarse, comprobó que los alaridos venían de gente que estaba bañándose en el metal, en los filos. Sintió ganas de vomitar al ver el cruel espectáculo. Unos habían sido atravesados en el abdomen, otros por la cabeza o por el cuello, y unos pocos presentaban perforaciones por todas sus extremidades. Varios permanecían quietos aunque seguían gritando, tan solo un pequeño porcentaje continuó moviéndose pese a todo en un intento por salir de ahí.
No hay escapatoria, pensó. No hay salida.
Unas risas se escucharon desde atrás. Alguien se estaba riendo, y no era Balder ni Dahlia. Ambos seguían pendientes de Garm. Nada más. Entonces, ¿quién era el dueño de tan espeluznantes carcajadas?
Hela.
Eyra se volteó y contempló a la diosa que se había materializado al lado de Garm y que ahora acariciaba su ensangrentado lomo.
―No pensé que me traicionarías de este modo ―dijo Hela, mirando al hijo de Odín que había caído en el Helheim tras dejarse matar por Loki―. Has tenido infinidad de oportunidades, ¿por qué ahora?
Balder no contestó. Se mantuvo en silencio, observándola.
Hela no se mostraba con su verdadero cuerpo. Era una sombra con forma de mujer lo que ahora veían. Una artimaña de la diosa para no dejarse ver... La dueña del Helheim fijó sus ojos en Eyra y la joven juraría haberla visto sonreír.
―¿Por qué será que intuyo la causa de tu cambio de ideas?
―¿Por qué la quieres?
Hela se acercó a Balder sin dejar de acariciar a Garm.
―Tú lo sabes mejor que yo, Balder, hijo de Odín.
―Necesitas la lágrima.
―Vas bien encaminado, pero aún estás lejos de la realidad.
Dahlia sujetó a Eyra para que esta no se desplomase otra vez al oír lo que iba a decir. Necesitaba quitarse de dudas y la mejor manera era dirigirse directamente a la diosa a pesar del miedo que la infundía. Balder había sido un dios en vida, su historia le precedía y Hela lo trataba con respeto por eso. Por el contrario, ella solo era un alma más de su jardín helado, un espíritu atrapado en el hielo.
―Tú mataste a Eyra ―dijo―. La querías aquí, en el Helheim.
Hela rio.
―Dahlia, Dahlia, Dahlia... Para ser de las pocas que ha sobrevivido tanto tiempo aquí sigues fallando en la misma cosa. ―Garm miró a Dahlia―. Garm se excita con el miedo, y lo está oliendo en ti.
―¡Déjalas en paz! ―gritó Balder, interponiéndose por segunda vez―. ¡No permitiré que toques a ninguna de las dos!
―Ya maté a una ―confesó Hela―. La ahogué en un lago después de acabar con todo lo que amaba. Deberías haber visto cómo se revolvía en el agua mientras intentaba aferrarse a la vida.
Eyra miró a la sombra. Si había sido Hela todo cobraba sentido: los ojos de hielo de los asaltantes, el aura que los poseía... Nunca habrían tenido oportunidad de escapar. De no triunfar en su primer intento, Hela se habría hecho con la gente del castillo obligándola a esta que acabase con ella.
Einar podría haberla matado de acabar preso de Hela.
―¿Qué harás con nosotros? ―preguntó Balder.
―¿Quién sabe? ―Hela miró de reojo a Eyra―. Tengo muchos planes para vosotros.
―¿Puedo saber cuáles?
―Ya los iréis descubriendo con el tiempo.
Nadie esperó que Eyra empezara a correr hacia Balder y le cogiese de la muñeca, alejándolo de Garm, y seguidamente, agarrase a Dahlia del brazo. Conduciendo a los tres a una tortura eterna al llevarlos al borde del precipicio, arrojándolos al vacío. Lo que nadie sabía en ese momento es que la joven estaba siguiendo las indicaciones de una voz, la cual se la había presentado como la única salida viable de una eternidad entre juegos de Hela. Por lo que se arriesgó y confió en la voz, saltando hacia las espadas.
―No hace falta cruzarlo, solo saber dónde mirar ―le dijo aquella misteriosa voz, la misma que recordaba haber escuchado en el fondo del lago.
Y tenía razón.
No todas las espadas eran reales, algunas eran meras ilusiones y bajo ellas había un brillo deslumbrante que les cegó por completo una vez que llegaron él. Mientras, las palabras de Hela se escucharon de fondo y Eyra sintió su toque a pesar de la distancia.
―Preparaos, mis juguetes. El juego solo ha comenzado.
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