2. Una promesa de muerte

Llegaron al salón de los cuadros en pocos minutos tras descender varios pisos por las escaleras de caracol del ala oeste del castillo. Por el camino, sin embargo, se encontraron con algún que otro enemigo al que Einar consiguió vencer antes de que los papeles se tornasen y una espada, o algo mucho peor, pusiese fin a sus vidas.

Al llegar allí, y mientras Einar y Hada abrían la pesada puerta que conducía a las catacumbas al retirar una estantería, Eyra paseó por la sala. Observó cada cuadro y reliquia, despidiéndose de todo ese arte heredado de sus antepasados. Muchos de los retratos mostraban a un McRae diferente de su árbol familiar, después de todo gran parte de los rostros que veía pertenecían a sus antepasados.

A un lado de la sala, cerca de la chimenea, su padre posaba en todo su esplendor con la edad de dieciséis años. Edad en la que fue comprometido con la mujer que tiempo después llegó a amar y quien le daría la hija que tanto había deseado.

Si bien la corona necesitaba un heredero varón, el difunto McRae nunca fue un fiel seguidor de las viejas reglas.

―Mi princesa prometida ―le había escuchado decir hasta la saciedad.

Al lado de esa pintura había un espacio libre en el que supuestamente debía ir su retrato. Pero dada las circunstancias, siendo sincera, dudaba de que ese día llegase. Todos aquellos momentos bloqueados en el tiempo iban a ser destrozados, quemados y destruidos, por el mal que recorría ya el castillo en busca de los últimos McRae.

De repente, un ruido rompió el silencio del salón.

Las puertas cayeron ante sus ojos cuando se volteó hacia la salida.

Ya estaban ahí. Les habían encontrado.

―¡Eyra! ―gritaron Einar y Hada.

Todo se resumió a gritos y fuego.

Las antorchas de los asaltantes fueron arrojadas hacia las paredes, las cuales se prendieron con facilidad debido a sus frágiles materiales. Mientras tanto, una ola de hombres bañados en sangre, sudor y marcas negras que adornaban sus cuerpos se cernió hacia Eyra cuando se quedó petrificada en el sitio ante el miedo de morir ahí. No quería, no quería, no quería... Suplicó a Dios, pero ningún milagro la ayudó. Iba a morir allí. Sí, no había escapatoria.

Aunque no hubo milagro, Einar se encargó de sacarla de aquel lugar al tomarla en brazos y conducirla hasta la entrada de las catacumbas.

Eyra recobró el sentido una vez que se alejó del fuego y los hombres del pueblo. Y aunque llegó a ver de nuevo el blanco en sus ojos, en varios de ellos, sintió que una oleada tras otra de fuertes escalofríos golpeaba y recorría su cuerpo con intensidad. Lo que la dejó temblando en brazos de su primo.

Estaban poseídos. ¡No eran ellos! El infierno...

Sus pensamientos se silenciaron al ser testigo de cuán difícil le estaba resultando a Einar cerrar la puerta con ella de carga. Varias manos se lo impedían.

Eyra no pudo quedarse mirando sin hacer nada. Se levantó y le ayudó.

―¡Eyra, no! ―gritó Hada―. ¡Te cortarás!

Hizo caso omiso a la advertencia de Hada, y haciendo uso de su poca valentía, cogió uno de los cuchillos que Einar llevaba atados a las bodas y lo usó contra las extremidades que sobresalían por la franja de la puerta. Apenas tenía fuerza para usarlo correctamente, pero consiguió blandirlo sin hacerse ni una herida en sus delicadas manos. Hasta el punto de que varios de sus perseguidores se retiraron al ser heridos por la hoja afilada.

Sin embargo, cuando una sonrisa ya estaba formándose en su rostro y la adrenalina bailaba alegre a su alrededor, un hombre consiguió agarrarla de la muñeca al momento en el que se disponía a alejarse saboreando la victoria en sus labios.

Intentó solarse mediante tirones, no lo consiguió. Su fuerza no era comparable a la del hombre.

Einar cortó la mano que la sujetaba con su espada y, mientras se escuchaban los alaridos de dolor del sujeto al otro lado de la puerta, aprovechó para cerrarla. En todo ese tiempo, Eyra se mantuvo bloqueada en el sitio, con el rostro lleno de una sangre que no le pertenecía, reviviendo una y otra vez lo sucedido. Las imágenes se reproducían en su mente; y cuando finalizaban, se reiniciaban en un eterno bucle.

Todavía tenía la mano amputada agarrando su muñeca cuando escuchó a Einar susurrar a su lado:

―Deja que te quite eso. ―Y liberó su brazo del toque de la muerte.

Tras ello, siguieron con la marcha.

Las escaleras del pasadizo debían de tener varios cientos de años, y ya qué decir de la cueva a la que conducían. Esta presentaba miles de signos antiquísimos que ninguno de los tres supo interpretar. El padre de Eyra siempre había dicho que pertenecían a una civilización anterior, una que vivía en esas tierras hará un milenio. O eso se había ido diciendo de generación en generación hasta la suya.

Eyra reconoció varios signos. Los había visto en un libro de la colección privada de su padre, pero no consiguió recordar el título. Los símbolos se repitieron por todo el camino hasta que llegaron a un enorme arco que rompía con todo lo visto hasta ahora.

―El cementerio ―murmuró Hada detrás de ella.

A partir de ese punto, las tumbas de esa misteriosa civilización aparecieron de la nada formando en su conjunto un pasillo de varias millas.

―¿Dónde estamos, Hada? ―preguntó Einar al advertir de las cerámicas que había en cada tumba, en cuyo interior distinguieron las cenizas de los difuntos a los que estaban consagradas todas aquellas estelas repartidas por la cueva―. No fueron enterrados...

―Estamos en el antiguo cementerio. Se abandonó con el paso a la cristiandad ―explicó la mujer―. Antes se quemaban los cuerpos, no se enterraban. Con el cambio de religión, hace muchos años, este lugar perdió utilidad y se dejó a un lado. Pasó a ser una vía de escape en situaciones como esta.

Einar y Hada empezaron a hablar sobre las antiguas tradiciones de su pueblo sin percatarse de las antorchas que iluminaban el final de la cueva y la oscuridad que las acompañaban. Algo que sí notó Eyra al mirar hacia atrás, recordando el camino por el que habían venido.

De poder hablar, como tanto deseaba, habría chillado para advertirles del peligro. Pero en su estado actual solo pudo tirar de las ropas de Hada haciendo que se girara hacia ella. Y así, señalando la dirección por la que provenía el enemigo, hacerles saber a ambos que aún estaban en peligro.

―¡Hay que llevar a Eyra lo más lejos que se pueda! ―gritó Einar.

―Conozco la salida ―dijo Hada.

―Manteneos vivas, por favor.

No, no, no, no, no... No lo hagas, Einar.

Eyra se giró hacia su primo. Las lágrimas se desbordaron ante su inevitable marcha. Le abrazó sin querer poner fin a ese momento. No quería que se fuera. No podía dejarla sola. ¡De no haber ataque se habrían casado en cuanto cumpliese la mayoría de edad! ¡Solo un año más! Le quería demasiado como para dejar que se matase por una causa perdida.

Correr era la única salida, no luchar.

Einar, no te vayas. ¡No me dejes!

―Es un suicidio, Einar.

―Por favor, Hada ―suplicó el joven de diecinueve años que se iba a enfrentar solo, sin ningún tipo de ayuda, ante la oscuridad que había asolado el castillo, llevándolo a la ruina y a la gente que habitaba en él―. No perdáis más tiempo, ¡corred!

Siguiendo las indicaciones del McRae, y a pesar de su negativa ante tan absurda muestra de honor, Hada tiró de Eyra para salir de esa encerrona. Ambas se alejaron de Einar a tiempo de no ser arrastradas por la masacre que se iba a producir.

Y así fue...

Eyra lo presenció en detalle, pues no apartaba la mirada de su primo.

Los asaltantes rodearon a Einar hasta que sus cuerpos consiguieron tapar el suyo. Su mente, aun con esperanzas, intentó idear una salida por la que pudiese salir vivo de ahí. Pero Eyra no encontró un hueco que usar, no había escapatoria. Solo una mirada fue lo que consiguió de Einar antes de que comenzara la batalla. Esa luz que siempre había permanecido en sus ojos ya no estaba, lo notó con el cruce de sus miradas. Había perdido toda esperanza.

Y sin luz que iluminase su camino, se había condenado a una muerte segura.

―¡Vuelve en ti, Eyra! ¡Reacciona! ¡Es hora de irnos!

Salieron de la cueva en escasos minutos.

Ya fuera, se internaron en el frondoso bosque con la intención de llegar hasta el pueblo y, de esa forma, conseguir un par de caballos con los que huir. Si seguían a pie, tarde o temprano Hada no podría continuar. Tenía muchos años a la espalda y su cuerpo no aguantaría muchas caminatas más.

En el bosque pasaban desapercibidas, pero sus vestidos obstaculizaban el andar en gran medida. Por lo que, viendo el percal tan poco favorecedor para ellas, Eyra prefirió dejar las ropas atrás y caminar con el camisón blanco y el corsé como únicas prendas. En cambio, Hada prefirió mantenerse tal cual estaba a pesar de lo que conllevaba. Pero por el bien de ambas escondió el vestido de Eyra entre un arbusto.

No podían dejar señales del camino que habían trazado en su huida, no tenían ese lujo en su poder. Si lo hacían, las encontrarían mucho más rápido.

Pronto, siendo víctimas del cansancio, en especial Hada, las dos mujeres pararon en un pequeño claro que se interpuso en su huida. Minutos después, cuando ambas ya habían descansado un poco, Eyra se levantó para seguir con la marcha cuando Hada la retuvo.

―Eyra, ven un momento.

Cuando la joven se acercó a ella, Hada retomó el habla. Aunque una parte de su ser deseaba que Eyra tuviese a mano una pluma y un papel para poder entablar una conversación con ella, pero esos materiales se habían quedado en el castillo. Así que Eyra solo podía mirarla y comunicarse con las manos.

―Hace unas cuantas horas, cuando la primera ola vino, no dudé en ir a los antiguos aposentos de tu padre. Sé que rompí varias normas al hacerlo, pero sabía que esa gente iba a conseguir pasar las puertas tarde o temprano. Por eso, cogí a escondidas esto... ―Hada rebuscó en los bolsillos de su vestido hasta que encontró el anillo que había tomado de la habitación principal de McRae. Eyra lo reconoció nada más verlo. Se trataba de la reliquia que había pasado de generación en generación, de rey a rey―. Sospeché que, de pasar algo, no dudaría en coger el brazalete de tu madre. Así que te guardé esto para que tuvieras algo de tu padre. Ahora tienes una parte de ellos contigo.

Se lo extendió y Eyra no dudó en aceptarlo.

Las voces de sus perseguidores se escucharon cerca de ellas. Habían entrado en el bosque. Poco transcurriría antes de que las encontrasen. No les quedaba tiempo.

―Eyra, escúchame ―pidió Hada, abrazando a la joven―. Yo les despistaré. Y no trates de hacer que cambie de idea.

Eyra tiró de Hada. Una vez, dos veces...

No podía quedarse ahí.

Tenía que levantarse y correr con ella.

Tenía que vivir.

Einar ya había sucumbido a la muerte y no quería que Hada siguiese ese mismo camino. No podría aguantar con otra muerte más en su nombre... ¡Por Dios, no!

―Debes huir, Eyra. Y cuando las aguas se apacigüen retomar tu lugar ―dijo Hada―. En un mundo de hombres, tu camino estará lleno de obstáculos que harán de tu vida un infierno. Pero tengo la esperanza de que algún día tomes el lugar que te corresponde.

Eyra empezó a llorar al presenciar cómo Hada la alejaba de ella y la pedía que corriese con todas sus fuerzas. Incapaz de hablar, siguió las indicaciones de la mujer que había tomado el papel de su madre durante su infancia. Se alejó después de contemplar a Hada una última vez y ver en ella su propio reflejo.

Llegó sin darse cuenta al lago Wevil. Este estaba a varios kilómetros del pueblo y del castillo, por lo que dedujo que se había desviado de su destino original. Tampoco se recriminó por ello. Necesitaba descansar. Le dolían las piernas y las lágrimas no la permitían ver bien. Todo se tornaba borroso.

Se sentó a la orilla del lago y hundió las manos en el agua. Sin embargo, de manera inconsciente, fue inclinándose hacia el borde. Ella no sabía nadar, y el lago Wevil era conocido por ser una trampa natural. Muchos habían muerto en sus profundidades.

Si seguía por esa ruta, bastante peligrosa para alguien como ella, acabaría como Einar y Hada. Y sus vidas habrían sido sacrificadas en vano.

Si seguía acercándose al agua de esa manera, su cuerpo se precipitaría hacia la muerte. Necesitaba aferrarse a la poca esperanza que quedaba por el bien de todos.

Dispuesta a vivir, Eyra se lavó el rostro con el agua y se levantó. Pero antes de que pudiera reaccionar a tiempo, apareció un hombre frente a ella. Lo reconoció de inmediato, se trataba del mismo hombre que había visto golpear el cuerpo de su padre, al que había distinguido entre la multitud que rodeó a Einar en la cueva. ¿Cómo había llegado hasta ella tan rápido? Debería haber...

Quiso correr, huir...

No tuvo ni tiempo para coger aire antes de que fuese empujada al lago. Y al caer, vio de reojo la sombra de su asesino reflejada en el agua y también sus ojos. No eran blancos como había creído en un principio.

Sus ojos estaban congelados, eran dos esferas de hielo.

El agua inundó su boca y sus pulmones en escasos segundos. Aunque intentó nadar para salir, no sirvió de nada. Más bien, se hundía más con sus penosos intentos. Y viendo que eso no la llevaría a ningún lado más que al fondo del lago, pensó en quitarse el corsé que la aprisionaba, pero no tenía tanto tiempo del que requería.

Eyra cerró los ojos, asustada de ver la verdad tras su destino.

―Corazón puro, hazme un favor ―dijo una voz en su oído cuando creía estar cerca de morir. No se atrevió a mirar, ni tampoco a moverse. Pero la voz volvió a dirigirse a ella, obligándola a abrir los ojos―. Sé que estás viva, todavía late tu corazón.

Estaba tan débil que creyó ver una luz azulada en frente suyo, iluminando su alrededor, el fondo del lago.

―¿Quieres vivir? ―preguntó la luz.

Sí. Pensó Eyra, esperanzada de que el misterioso ser pudiese leer sus pensamientos.

―¿Esa es tu respuesta? ¿Qué harías por tu vida?

Lo que fuera.

La luz se acercó mucho más a ella.

―Quiero que me hagas un favor. Si lo cumples no solo podrás vivir, también te otorgaré poder.

¿Qué quieres?

Eyra tenía miedo de saber la respuesta a su pregunta. Estaba hablando con Dios sabe qué ser, que bien podría acabar con ella mucho más rápido que el agua.

―Sé mi instrumento.

No te entiendo. ¿Tan codiciosos son tus deseos que prefieres esconderlos en simples metáforas?

―Pícara es tu osadía, pero tu codicia es más ambiciosa que la mía. ―Unos ojos se materializaron en medio de la luz―. Llévame junto a mi dueña y esta te dará la vida.

¿Tu dueña? ¿Dónde?

―Adivina, adivinanza, ¿qué se esconde tras la codicia?

El miedo y la desdicha.

―Sé mi fuerza y yo seré tu poder.

¿Qué poder será el que obtenga al ayudarte? ¿Será tan poderoso como para vengarme?

―Tan temido por los vivos y los muertos que incluso los dioses prefieren doblegarlo. Sin embargo, corazón puro, para poder vengarte deberás cumplir nuestro trato. ¿Aceptas?

¿Cómo podré fiarme de ti?

―Tienes la palabra de una ondina. ¿Aceptas el destino que te impongo?

Sí, acepto.

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