Mi alma encadenada

Mirábamos correr el agua del arroyo entre nuestras manos,

alejándose de nosotros, suave y tranquila en su camino hacia el mar,

un mar más allá del horizonte.

Bebía en tu mirada, respiraba de tus labios, te amaba sin sentir,

éramos el uno para el otro, día tras día.

Día tras día jugando juntos, tal como niños, 

jugando a vivir.

Pero el destino, insolente, cruzó un día nuestro camino

y nos separó, arrancando tu vida de la mía.

Tus labios pálidos, tu quieta mirada, 

tu cuerpo sin vida, al enterrarte cerca de la colina,

desde la que puede verse el mar sereno. 

Solo y perdido buscaba tu mirada,

sin encontrarla.

Triste y herido ansiaba tu compañía,

sin hallarla.

Era demasiado joven para sufrir así.

Demasiado joven sin lograr el descanso, 

mi corazón sangrando tomó una decisión.

Si tú no venías a mi lado,

 yo acudiría junto a ti.

El filo del acero, frió y cortante, 

laceró mi vida, como la espina desgarró el pecho de aquel ruiseñor.

Mi alma, perdida,

escapó de mi cuerpo, dispuesta a encontrarte.  

Vagué sin consuelo entre la niebla, tenebrosa y turbia.

Caminé junto a precipicios, cañadas y hondonadas.

Caminé tras tu sombra, sin lograr alcanzarte.

La muerte es una distancia muy grande,

pero no imposible para un corazón amante.

Al fin te hallé. 

Te hallé y tu sonrisa me cautivó de nuevo.

De nuevo tus lágrimas de dorados reflejos, se unieron a las mías.

Tus labios me recibieron, menudos y ardientes.

Mi alma encadenada a la tuya, esta vez por siempre.

Y por siempre el destino no volverá a herirnos, 

ni la muerte a separarnos.

Ahora miramos correr el agua de otro arroyo entre nuestras manos.

Un arroyo que no tiene final,

como tampoco tu vida y la mía.

Las risas de unos niños quedaron atrás,

en las soleadas tardes de un verano,

un verano de  juegos junto al mar sereno.

Ahora tú y yo caminamos de la mano,

por una senda que no tiene fin.

Por fin juntos por siempre, 

tú y yo, 

yo y tú.





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