Semihombre.
Expulsado del monte despreciado por las divinidades, condenado a las calamidades, de una tierra en decadencia, obligado a tener consciencia de sus lujos despojado, desnudo en un campo en un lugar aislado, a fabricar una vida está dedicado.
Se rodeó de flores y animales, de sentimientos mortales se bañó, una doncella lo enamoró y vivieron en manantiales.
Los hijos no demoraron cada uno con su poder, los restos de su antiguo ser en ellos se heredaron, y ambos los educaron para que hicieran el bien, para salvar su aldea de los centauros, combatir a los minotauros que a menudo los asediaban, ángeles caídos los atacaban sin razón ni circunstancia, pero los herederos siempre vencían, los hombres de la estancia los respetaban y admiraban el poder que poseían.
Un día llegó en forma de rayo, fulminó toda la comarca, en la tierra dejó su marca, dejó como ofrenda un caballo, uno blanco, uno alado como los que recordaba el ahora mortal, reconoció el rostro imponente de su padre el rey, lo miró con sus ojos impotentes que reclamaban por su exilio, por se sacado del camino y no disfrutar de su principado, pero ya luego calmado le dijo que prefería su vida tranquila, la que sus hijos protegían en épicas batallas, sin protección de mágicas mayas ni espadas luminosas, sin armaduras ominosas que les cubrieran las espaldas.
¡No he venido a parlamentar! Exclamó con voz mandante, he venido amarte como un hijo más, injusto fui al desterrarte y no lo haré jamás, al lado doy un paso y te regalo esta tierra, yo soy el que da y el que destierra y te regalo este pegazo, de mis rayos te dejo un pedazo para que la luz no te falte, a tus hijos les doy esta espada para defenderte de quien el puño te levante, sin mas me retiro, y mi mente sin olvido te dejo este cofre, en el está el secreto de tu poder, ese que siempre haz de merecer, el rayo se dejó de ver se fue a gobernar el monte, y el padre dejó de ser un semidiós para ser un semihombre.
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