Capítulo V: De una Perversa Realidad, a Prematuras Conclusiones:
«–Mas que cualquier otro, aseguró que la esperanza conlleva a traicionar nuestro espíritu, vendiéndolo como un objeto de valor incalculable, a lo más oscuro de nosotros; pues he comprendido que la esperanza, más que alejar nuestros miedos, nos lleva a enfrentarlos con algo aún peor: nuestra oscuridad. Hasta hace pocos días me había creído incapaz de manipular, de mentir con tanta constancia, de amenazar, de torturar, de asesinar... Pero lo hice, y sin arrepentimientos. Mi mirada ya no muestra arrepentimientos, y mis visitas al espejo me lo han demostrado mejor de lo que lo haría el más perfecto ojo humano. He tenido tiempo de reflexionar en mi estado emocional, pues he notado que depende de el más leve soplido para quebrarse. No obstante, he dejado de preocuparme por ello; pero si alguien me preguntará, ¿Que veo en mi? Respondería que nada, pues es la pura realidad; pero si alguien me preguntará, ¿Que debería ver? Diría que tristeza: alguien que ha hecho las cosas que yo y que ha visto las cosas que yo, debería sentir al menos la más diminuta, pero devastadora, tristeza en su ser; y yo no la siento; no desde hace mucho, cuando la sentía a causa de ella, quién ya no estaba conmigo, pero que ahora, cada vez, la siento más y más cerca. Lo afirmó esta vez, y no me miento como lo hecho todo este tiempo para calmar mis ansias por encontrarla; esta vez, estoy cerca de encontrarla, e increiblemente, a pesar de mis esfuerzos por dar con una repuesta exacta, no sé qué pasó con ella; aún ahora, después de haber llegado hasta aquí y después de sufrir un sin fin de tropiezos, siento la extraordinaria necesidad de saber que sucedió exactamente con ella.–»
El lápiz estaba terriblemente desgastado y ya no podría resistir más. Había encontrado pocos y ya los había usado todos. Arrugó la hoja donde estaba escribiendo y arrojo lo que quedaba del lápiz al suelo. Se hundió en la tierra a medida que Joáo lo pisaba al ir y venir, caminando de un lado a otro, en círculos, deteniéndose ocasionalmente para pensar y luego comenzar otra vez. Estaba notablemente ansioso y no podía aguardar ni un minuto más. Susurraba para sus propios oídos y mantenía conversaciones consigo mismo en un intento de calmarse, pero solo empeoraba más. Su calma se había deteriorado con sus corrosivas ansias y ahora solo quedaba un hombre harto de esperar.
Y, mientras Joáo se veía agobiado por su desesperación, Hans recobraba lentamente la consciencia, abriendo los ojos e intentando comprender donde estaba.
El escenario era el mismo: la humedad, el calor, la oscuridad y el entorno selvático no hacía más que restregarle por el suelo sus esperanzas de haber despertado en otro lugar. La jungla nuevamente lo había puesto bajo su descuidado regazo, pero, esta vez, ni su instinto de huir lo ayudaría; sus brazos estaban atados por fuertes ramas, al igual que sus manos y sus piernas. Tales ramas no le permitían moverse con facilidad, a excepción de su torso, el cual movia de un lado a otro con intenciones de zafarse, pero sin resultarle en lo absoluto. Joáo noto esto enseguida, pero no pareció alternarse ni sorprenderse, solo abandono su estado reflexivo e impaciente y lo observó hasta que Hans levantó inocentemente su mirada hacia el.
–¿Joáo?— Preguntó Hans, en un tono somnoliento y confuso.— ¿Por qué estoy amarrado?
–Deberias agradecer que lo estás. De no haber sido por la escasez de recursos e instrumentos médicos, te hubiera amputado ambas manos y ambas piernas.
Aquellas palabras dejaron impactado a Hans, como una bofetada que jamás había visto venir. Su rostro no decidia que expresión utilizar y sus ojos se llenaron, tanto de una gran incredulidad, como de un pavor silencioso que empezaba a invadir sus nervios.
–No comprendo de que hablas.— Sacudió la cabeza en negación así mismo y a la situación en general.— No comprendo ni siquiera que sucede.
–Hablo de hechos, Hans; tratamos con hechos, y todo este tiempo hemos estado lidiando con hechos, y tan solo eso nos ha mantenido ocupados. Inclusive, juraría haberme olvidado de que ustedes no eran las personas que aparentaban. Yo los veo a través de sus finas palabras y de sus elegantes antecedentes que los hacen ver intachables e inocentes; ¡Libres de cualquier culpa, de cualquier relación con la desgracia; pero veo más allá de eso, y aún no encuentro razones para no sentir asco por personas como ustedes.
–Sigo sin entender.- Reiteró.— Por favor, ayúdame a entender.— Insistió en saber.
–Aborrezco su ignorancia.— Susurro Joáo, mirando hacia otro lado, con una expresión de disgusto.— Pero comprendo que no son capaces de aceptar las cosas que suceden a su alrededor. Supongo que la empatía no predomina en todos.— Se dio la vuelta y volvió a mirar a Hans con su continua expresión de disgustó, como si el tan solo verlo le causará una gran repulsión.— Y no es mi deber inculcarla. Mi deber aquí sigue en pie y mis necesidades se basan en cumplirlo.— Giro nuevamente y se adentro entre la cortina de ramas y hojas que estaba a su lado, por donde aún se alcanzaba ver la orilla.— No habrán más complicaciones, no habrán más inconvenientes, no habrán más cabos sueltos.
Y, terminando de susurrar esto, se perdió completamente en la oscuridad.
Para cuando su figura desapareció en la negrura de la noche, Hans intento desesperadamente desatarse, moviéndose de un lado a otro y tirando de las fuertes ramas que lo aprisionaban.
Se meció bruscamente hasta que un crujir lo detuvo. No supo distinguir en sí provenía de los pasos de Joáo que regresaban o si era el fin de la resistencia de la rama alrededor de sus brazos.
Su miedo impulsó sus esperanzas como si no le importará sacar ventaja de esta situación y esto, a su vez, motivó a Hans a insistir nuevamente con mucha más fuerza. El crujir se hacía cada vez más repetitivo, su forcejeó más constante, y su energía, sin embargo, bajaba drásticamente. Inconscientemente sus brazos se rendían y su cabeza caía lentamente en la tierra hasta quedar en una posición fetal. Estaba exhausto, sin energías y sin opciones, con un corazón latente y asustado, prometiéndole vida cuando la muerte le susurraba que todo aquello era mentira.
Las ramas empezaron a mecerse otra vez y la tierra recibía unos pasos que se acercaban rápidamente hacia el. Sus ojos vieron a Joáo pasar de las sombras a la luz y pasar a su lado, sintiendo su presencia asentarse a sus espaldas. Sintió su mirada en su nuca e inmediatamente giró.
–Joáo, por favor...
–No servirá de nada que hables. Mis oídos ya hace mucho dejaron de escuchar a personas como tú.
–¡No comprendo nada de lo que dices!
–¡Y es por eso que no planeo explicártelo! Eres igual al resto: tan arrogante, tan engreído y tan ignorante; nuestros patéticos intentos por hacerlos aprender de sus errores son tan patéticos como el que ustedes nos escuchen, solo por una vez... Pero, de nada sirve, todo es inútil con ustedes, quienes se pavonean tan libremente cuando personas como yo luchamos por conseguir lo que queremos. Tu jefe, su maldita y corrupta compañía, y tu, son iguales. Son ignorantes peligrosos, por qué su comportamiento causa que todos perdamos la cabeza. ¿O es que acaso no tienes idea de cuántas veces pedí que me escucharán? Grité una y otra vez, pero las puertas de sus oficinas eran las únicas que me observaban ir y venir, eran las únicas que me escuchaban; ¡Ustedes nunca escuchan! Podría seguir gritando, y nunca me escucharían.— Suspiró para calmarse, y lo consiguió al tomarse unos segundos en silencio, deteniéndose brevemente.— He perdido horas de mi tiempo por ustedes.Y no los culpo. Fue mi culpa por haberme ablandado y por haberlos ayudado. Pero, no cometere los mismos errores. No está vez.
En sus manos brillaba una pieza metálica, con puntas filosas en ambos extremos; y, a pesar de ser esto lo que llamo la atención de Hans, también había cierto brillo en la pupila de Joáo que extrañamente hacía ver a la oscuridad como algo completamente común. Aquella luz, aquel brillo en su mirada, inquietaba a Hans de una manera aterradora, llenándolo de miedo e intriga. En aquel momento se preguntó si el brillo de su mirada desquiciada acabaría con su sufrimiento, antes que el brillo del metal filoso que portaba en sus manos. Pero, el fulgor de su locura se apaciguó rápidamente y sus ojos le dieron la espalda a Hans, el cual aún no podía creer nada de lo que sucedía, manteniéndose en su posición fetal, débil y temblorosa, esperando que sus últimas fuerzas le permitieran, al menos, seguir con vida.
Joáo se detuvo al estar debajo del cuerpo de Raymond, el cual yacia a tan solo centímetros de Hans.
Ambas miradas volvieron a toparse y el ambiente se tornó melancólico en un breve instante, donde ambos ojos se volvieron transparentes hacia sus sentimientos y se mostraron incapaces de decir aquello que ocultaban; se negaban rotundamente a parar, incluso si uno de ellos no tenía energías, e incluso si el otro se veía obligado a acabar con las energías del otro; en ambos ojos, a través de la melancolía cristalina en sus miradas, sólo existía la creciente y tenaz necesidad de sobrevivir.
Joáo levantó el filo metálico del objeto que empuñaba, llevándolo a donde el resplandor de la luna le brindaba un haz de luz tan hermoso, como momentáneo; en un abrir y cerrar de ojos la luz se extinguió al sumergirse en la sombra de los altos árboles, para caer como un rayo malévolo sobre el pecho de Raymond. Enseguida, la sangre brotó de la herida como una fuente interminable, manchando su rostro, sus manos y su pecho tras el impacto. Raymond ni siquiera reaccionó y su cuerpo ni siquiera se estremeció. La vida le fue arrebatada y ni siquiera pareció importarle.
Joáo saco el objeto en forma de estaca brillante del pecho de Raymond y le devolvió la mirada a Hans, quién, por encima de su hombro, alcanzó a ver cómo la sangre pintaba a un asesino frente a sus ojos.
Nuevamente Joáo apuñaló el cuerpo de Raymond, esta vez por encima de la anterior apertura que había hecho, entre las clavículas y el cuello, expulsando un chorro de sangre que lo obligó a cerrar los ojos. La calidez que le causaba era aterradoramente satisfactoria para el, mientras que, para Hans, el verlo apuñalarlo otra vez, lo llenaba de tanta impotencia, como de horror.
Sin embargo, esta vez, no saco el objeto del Interior de la herida, si no que, contrario a sus anteriores intenciones, lo introdujo de modo que pudiera sostenerlo sin problemas y, con una de sus manos en el filo superior del objeto, y otra apoyada en el hombro de Raymond, tiro hacia abajo. Su movimiento era recto y quirúrgico: la puntiaguda cuchilla había perforado la tráquea, y en un instante el color morado que cubría la piel de Raymond pasó a ser cubierto por el opaco color rojo de su sangre.
La cuchilla serpenteó torpemente al bajar de la primera perforación, donde la sangre empezaba a correr y empezó a deslizarse desde sus clavículas hasta su abdomen, pasando muy cerca del pulmón, siguiendo el mismo camino que el metálico objeto que le permitió salir. El calor que emanaba del Interior era similar a un vapor de nauseabundo hedor que no inmutaba el rostro de Joáo; continuó con la perforación de una manera precisa, evitando a toda costa su corazón, en un intento de no derramar más sangre de la que ya corría por sus manos, cortando inevitablemente el estómago, para luego pasar entre el hígado y el páncreas. Y, después de que la sangre cubriera completamente la cuchilla, se detuvo abruptamente al llegar a la vejiga, destrozando el uréter, lo que ocasionó un sonido similar a una constricción carnosa que se retraía por debajo de sus fluidos.
La sangre se abría paso como si una corriente feroz de agua atravesará una montaña, y caía plácidamente en la tierra, tornándose de un color rojo oscuro, formándose pequeños cúmulos de barro donde el cuerpo de Raymond reposaba, como una tumba originada por el mismísimo fin de su vida.
El cuerpo de Raymond se había convertido en una masa de carne abierta, sangrante y palpitante, donde sus órganos, a pesar de mezclarse con la sangre, se veían notablemente y se distinguíam de sus músculos expuestos y desgarrados. La apertura que había hecho Joáo era enorme, incluso siendo el cuerpo de Raymond descomunalnente grande en comparación con Joáo, quién no era ni siquiera una pequeña parte de la altura de Raymond.
–Los cadáveres siempre fueron la clave, Hans.— Dijo Joáo, con una voz fúnebre y tosca, limpiándose la sangre de su rostro, permitiendo que sus ojos pudieran abrirse sin complicaciones para así observar a Hans, quién lo escuchaba y lo miraba, completamente horrorizado.— Lo comprendí en el momento en que la azafata narró su historia y acerté al ver el cadáver de tu amigo ser arrastrado hasta las profundidades de esta jungla. Lo comprendí, pero de cierto modo deseé ue no fuera. Pero no importa, ambos sabemos que no me he equivocado; la certeza de mis palabras me han traído hasta aquí, y aún tengo cosas que hacer.— Y, culminando de decir esto, Joáo saco minuciosamente cada bulto de carne, cada órgano y cada tejido grueso que se encontraba dentro del cuerpo de Raymond, cortándolos, o arrancadolos bruscamente de ser necesario, para luego arrojarlos lejos, dejando el interior vacío, como una caja viscosa.— Procura no convertirte en un cadáver también; hay suficientes en esta isla.
Su humor correspondió, de una manera escalofriantemente, a la manera tan siniestra en la que sonreía. Sus manos abrieron el espacio suficiente antes de que se acostará adentró, acomodando su cabeza entre los hombros y lo que ahora era una destrozada tráquea, enrollando sus piernas y colocándolas donde antes estaba el estómago. Su pequeña estatura le permitía estar adentro de Raymond sin problemas ahora que no había nada en su interior que llenara cualquier espacio innecesario. Y, al encontrarse en una buena posición, tomo la piel sobrante de sus cortes y se cubrió con ella, permitiéndole ocultarse debajo de la capa de lo que alguna vez fue considerado una epidermis. Su cuerpo desapareció debajo de la piel, y su figura a penas sobresalía como una protuberancia que se retorcía bajo los músculos de Raymond.
El sonido era tan insoportable como el hedor, y Hans empezaba a ceder ante sus ganas de vomitar, naturalmente, como una reacción que ni siquiera alcanzaba a demostrar la repulsión y el asco que sentía en aquel momento.
Pero, de un momento a otro, los sonidos cesaron y pasaron a ser reemplazados por los crujidos con los que escalofriantemente se había familiarizado Hans. Los matorrales se mecían enfrente de él y de el cuerpo de Raymond y, antes de que su mirada intentará hurgar entre las hojas y ver más allá, un rostro alargado, delgado, pero pequeño, en comparación con sus hombros y su cuerpo, se asomó sin previo aviso y lo observó por lo que le pareció ser la eternidad misma consumida como una colilla de cigarro en la boca de un hombre que se tomaba su tiempo para morir. Entre ambas miradas no hubo más que una tensión imaginaria; el miedo que Hans sentía aumentaba, y el silencio parecía incentivar a su mente a crear futuros escenarios que podrían representar el siguiente movimiento de la criatura, sin embargo, todos rechazados por el inescrutable destino, quién no dudo en tomar las riendas de aquel momento.
La criatura, en una zancada veloz y precisa, abrazo el desfigurado cuerpo de Raymond entre sus largos brazos y huyó con él, perdiéndose detrás de los arbustos donde anteriormente se había mostrado. Hans suspiró horrorizado, inclinando sus esperanzas a la fortuna de no haber sido quién se perdiera en los brazos de la criatura. No obstante, también lamentándose de no haber hecho nada al respecto, convirtiendo sus pocas energías en devoradores remordimientos que, como fragmentos de una cuchilla, destrozaban su interior. La frustración lo había llevado finalmente a rendirse, determinando que sus fútiles intentos por zafarse no hacían más que acercarlo más y más a donde ya había llegado: al agotamiento de sus energías.
Y aunque su mente despedía sus ideas que encabezaban el escape, sus oídos dejaron entrar, como si su reconocimiento bastará, el mismo sonido que antes había inquietado sus nervios: el mismo crujir en la maleza y el mismo movimiento lento y sigiloso entre los matorrales.
Rápidamente abandonó su estado de rendición y se mantuvo atento a lo que parecía ser el desenlace de cada escena terrorífica que había vivido; comprendió, por más difícil que fuera, que esto aún no terminaba, y que no terminaría hasta que pudiera ver el cadáver de la criatura, lo que significaría el final de sus matanzas, o, por el contrario, que la voracidad de la misma lo llevará a ver el suyo, como un cero más en la suma de los cadáveres que tomaba como suyos. Pero, no obstante, la fragilidad de su voluntad aún no reflejaba la derrota, y estaba dispuesto a venderle su cuerpo lo más caro posible a quien quisiera tomarlo, por lo que estaba decidido a morir peleando antes que morir en vano en manos de lo que se ocultara en los arbustos.
Finalmente observó, para la calma en sus miedos, como de las ramas un rostro tan conocido salía de los matorrales: era Gissom, quién acompañado de la azafata corría hacia él, desatandolo de sus amarres y ayudándolo a levantarse.
Entre lágrimas y sollozos, le pidió incontables veces perdón por haber huido tan patéticamente como lo habían hecho. Hans estaba demasiado cansado como para tan siquiera balbucear palabras que los tranqulizaran, pero, contrario a sus intenciones, las palabras que escuchó entre los balbuceos de sus amigos lo impactaron brevemente, para luego llenarlo de una inconmensurable alegría.
«–¡Siempre lo supe!–»
Murmuró Hans cerca de sus oídos al abrazarlos.
«–Siempre lo supe, y sólo ustedes parecían creerme, solo ustedes.–»
Tras decir aquello, dos hombres de uniforme negro, armados y de autoritaria presencia aparecieron frente a ellos.
–Se les pidió que nos guiarán hacia su compañero. No se vuelvan a exaltar demasiado. No queremos más perdidas.— Dijo uno de ellos, apuntando directamente con una linterna el rostro de Hans, a lo que él, observando la luz, sonrió, cerrando sus ojos con la seguridad de que ahora todo estaría bien.
Los dos hombres les pidieron que lo siguieran de vuelta a la orilla y, una vez allá, lo que observo Hans lo hizo comprender la exaltación de sus compañeros que los hombres le habían reclamado, para así imitarla con más intensidad. Dos helicópteros estaban en la orilla, junto a una fila de hombres que vestían el mismo informe que los dos que los acompañaban. Sin embargo, su corazón lleno de júbilo paso a detenerse repentinamente al no ver a ninguno de los integrantes del grupo de observación, a excepción de la azafata y Gissom.
–Los demás...— Murmuro con dificultad Hans.— ¿Donde están los demás?
Y, aunque Gissom y la azafata lo habían escuchado, no tuvo respuesta de ninguno, por más que la esperará. Se contuvo al entender que no habría repuesta por parte de ninguno y no tuvo necesidad de preguntarles de nuevo, ni siquiera por Joáo o la criatura, de los cuales, aunque su intriga susurraba sus nombres, no quería saber absolutamente nada. Gissom, después de ver que empezaba recuperar sus energías, le explico lo que había sucedido después de haber huido de Joáo: al llegar a la orilla, se encontraron con luces brillantes que deslumbraban el cielo y con el metálico y estruendoso girar de las hélices que hicieron volar por los aires montones de arena. Cuando la arena no les molestaba sus ojos, asimilarlo el impactante encuentro, y vieron cómo los hombres bajaban de los helicópteros uno en uno y se presentaban formalmente como su salvación.
A Hans le resultaba difícil de creer aquella historia, y algunos detalles, siendo de tan repentino encaje en la narración, le causaban una notoria necesidad de repasar nuevamente los hechos. Pero su mente aún se veía muy abrumada, así que solo asintió, para luego ser llevado al interior del helicóptero.
Esperaron a que el día se alzará y la luz les facilitará la entrada a la jungla para buscar al resto del equipo. La idea de encontrar a Joáo o dar con la criatura surcaba ocasionalmente la mente de Hans y estaba seguro que, bajo la tranquilidad que azafata y Gissom mantenían, ellos también le temian a aquella posibilidad. Pero, aún con el miedo intrincando su respiración, hicieron caso omiso a sus ideas, considerándolas improbables, y se lanzaron acompañados de un grupo de hombres uniformados en la búsqueda del resto de su equipo.
Sin embargo, tras haber buscado por los rincones que recordaban de la isla, no dieron con nada.
Constantemente rechazaban la idea de separarse por un miedo que los hombres uniformados no compartían. Pero, al sugerir que podían buscar por los comienzos del otro lado de la jungla, rodeando la isla, y sin tener que atravesarla, Gissom, la azafata y Hans aceptaron y rodearon la isla hasta llegar a un punto donde un olor penetrante invadió sus sentidos, y donde una enorme figura gris en el cielo llamo su atención: salía humo de un lugar, dentro de la jungla, y no dudaron en examinar. Se dirigieron con paso precavido hasta allá, y lo que encontraron los dejo intrigados, siendo solo restos apaciguados de lo que pareció ser un incendio dentro de una rocosa estructura, saliendo de una gran griega que formaba una cavernosa entrada, similar a la cueva donde antes se refugiaban. El humo salía aún de entre las grietas, como el pulmón de un fumador, agujereado por sus propias ganas de dejar de respirar, por lo que llegaron a la conclusión de que el fuego debió de haberse extinguido, o que quedó aprisionado en las profundidades de las cavernas, habiéndose ya consumido por la humedad o la falta de oxígeno.
Siendo la estrada tan estrecha, solo Hans, regido por su sentido de guía que lo caracterizaba, la azafata, quién podía entrar fácilmente, y un hombre uniformado, que insistió en acompañarlos, entraron.
Gissom se quedó afuera, viéndolos introducirse con lentitud y desaparecer en la negrura que predominaba en la entrada a la caverna.
Y una vez adentro, observaron, sin necesitar la linterna, como la luz que entraba desde la grieta de la caverna formaba una figura luminosa en la pared más cercana a ellos, la cual se dividía por una rústica curva que tomaban las piedras y que dejaba el último haz de luz alejado de la pared, para así llegar a la siguiente, donde, a pesar de ser el lugar menos observable, a causa de su corta iluminación, se distinguía un bulto que no seguía la naturaleza de las paredes rocosas: estaba sobresaliente a la pared y carecía de aquel color gris y opaco que tenían las rocas; era de un rojo oscuro, demasiado oscuro, pero que aún así, de una manera extraña, alcanzaba a diferenciarse.
A medida que se acercaban, el rojo se veía obstruido por una oscura superficie, destacándose más como una tonalidad rojiza, como una piedra volcánica. Sin embargo, la intriga del hombre uniformado lo hizo sacar su linterna, y, en el instante en que lo hizo, los frutos de intriga fueron atravesados por el miedo que les causó ver qué la rocosa estructura, en lugar de ser algún tipo deformación rara vez vista, tomaba la forma de dos cuerpos unidos, uno de contextura pequeña, y el otro de contextura inhumanamente mayor. El horror de verlos traspaso, inclusive, la rigidez del hombre uniformado que los acompañaba, estando tan impactado como Hans y la azafata. Y, aunque su atención estaba dirigida hacia este escalofriante descubrimiento, Hans observó cómo a un lado del cuerpo más pequeño estaba una acumulación de rocas pequeñas y de mediano grosor. Su deducción, a pesar de ser apresurada, lo llevo a pensar que las rocas no podían haberse colocado de tal manera. A menos, reflexionó, que se le atribuyá a una mano capaz de formar esta improvisada acumulación de rocas. Se acercó hacia a ellas, aún viendo los dos cuerpos petrificados, y removió dos rocas, ubicadas debajo, que eran fundamentales para que se sostuviera la estructura, la cual, al quitar ambas rocas, se vino abajo, haciendo eco en las profundidades cavernosas del lugar. Y para su sorpresa, oculto en un hoyo en el suelo, estaba una pila pequeña de papeles. No dudo en recogerlos, remover la tierra que los cubría, ordenarlos en sus manos y salir inmediatamente hacia la claridad del día, seguido por la azafata, dejando a el hombre uniformado atrás. Al salir, el resto del grupo de los hombres uniformados se confundió al no ver a su compañero y, al preguntar por el y tener por respuesta que seguía aún adentro, pero que no corría ningún riesgo, su preocupación disminuyó. Sin embargo, dos de ellos entraron como apoyo, mientras que otra parte se quedaba afuera con Hans y la azafata, quienes leían las primeras palabras de las hojas que encontraron.
1ra página: (cubierta de tierra)
«Desde que reconocí que mis cartas jamás serían leídas, empecé a escribir para mí mismo. Con el tiempo se volvió una forma de desahogo casi inevitable. Todas las noches escribía, e incluso al levantarme lo hacía, pero nunca había escrito tanto como ahora. Atribuyó esto a la emoción que me causa ya estar aquí, en la isla. Me fue mucho más difícil llegar al avión, o incluso al grupo de observación; mucho más difícil que simplemente conseguir que el avión cayera. Pues, antes de eso, confieso haber recolectado información de ambos pilotos y seleccionado a uno de ellos, quién tenía familia, como mi mejor opción. Además, confieso haberlo amenazado con llenar de aire las venas de su hija después de que sufriera un terrible accidente, del cual, por supuesto, lamento haber tenido que ver. Y tengo que agregar, además de ello, las distintas fotos que tenía de co-piloto junto a las mujeres con las que se acostaba en sus viajes por todo el mundo. Aseguró que su ingenio, al estar con mujeres de diferentes y muy lejanas partes del mundo, era más que admirable, ya que era poco probable que fuera descubierto, a menos que alguien hubiera estado tan decidido por atraparlo, como lo estaría su esposa si se hubiera enterado de ello, cosa que jamás sucedió, y que tal vez jamás suceda; solo yo tenía conocimiento de esto. Pero al revelarle aquello no reaccionó tan mal, a comparación con el estado de su hija. Creo firmemente que hizo todo esto por ella y su vida, más que por mantener oculto sus amoríos, por lo que estoy más que seguro ahora que los buenos hombres solo aparecen en las cercanías con la muerte, y que mueren al acostumbrarse a la vida, pues, ¿Quién actúa correctamente si sabe que, al siguiente día, sus fechorías no tendrán importancia? Y al contrario, ¿Quién no actuaría correctamente si sabe que, al siguiente día, sus fechorías tendrán importancia? La muerte, mi estimado lector, interesado o no lo que digo, es lo que irónicamente le da sentido a nuestras vidas. Con esto puedo concluir, hasta que dé con otra hoja».
2da página: (manchada con un líquido de gran similitud con el aceite, lo que hace imposible leer lo que sigue del texto)
«Me repugna estar cerca de estas personas, y no soporto seguir estandolo. Ni siquiera en compañía de sus putrefactos cadáveres, o con sus vividos cuerpos, me siento cómodo; su olor, ya sea en vida o en muerte, me parece igual de nauseabundo e insoportable. Pero, debo permanecer junto a ellos por mi beneficio. Pues, en momentos así, estoy seguro que buscarán apoyo en sí mismos, como humanos está en su instinto, y no hay duda de ello. Por ahora mi mejor alternativa es hacer prevalecer mi falso altruismo para no llamar la atención, aunque estoy seguro que no he levantado sospecha alguna... Aún».
3ra página: (igualmente manchada con el mismo líquido, pero con el texto visible)
«Me han usado todo este tiempo como su doctor gratuito, y estoy harto de ello. He podido ganar su confianza gracias a mi apoyo constante, en especial la de Hans, quién proclama ser el líder. Aún así he llegado a mi límite, y cuando llegue el momento podré emplear mi sagaz jugada. Podré tomar las riendas finalmente. Pero debo procurar cuidar de los detalles y no dejar cabos sueltos. Me rehusó a tolerar fallas».
4ta página: (rota en un extremo)
«He ejecutado mi plan a la perfección, y no he tenido errores, aunque si algunas complicaciones... Me he cohibido de matar a Hans. Lo amarre y no podrá soltarse, el resto escapó; había dicho claramente que no dejaría cabos sueltos, aunque dudo que ellos representen uno. Pero, no es momento de hablar de esto: he conseguido la seguridad que necesitaba. Estoy seguro, completamente seguro de que la criatura podría llevarme al lugar donde lleva a sus víctimas, y ella podría estar allí, ya sea como un cadáver o aún en vida. He descubierto la manera de llegar, sin tener que recorrer la isla en su totalidad. La mismísima criatura me llevará: he dado con la suposición, muy exacta, si me permite, de que la criatura no mata, o no es capaz de matar, pues solo hurta cadáveres y nada más. He conseguido la oportunidad de convertirme en uno, sin serlo, y se que parece hilarante, es completamente cierto, pero tengo por qué derramar mi sangre si puedo derramar la de otro, y no tengo por qué usar mi cuerpo, si puedo usar el de otro...»
5ta página: (arrugada, aunque en perfecto estado)
«¡Finalmente, finalmente! ¡Eureka, diría, de ser un infante todavía, pero ahora, siendo un adulto, puedo maldecir a todo pulmón! Pues, permítame expresarme de manera más sencilla: ¡LA HE ENCONTRADO! Todo lo que hice, en este momento, al fin tuvo sentido. Mi hija, mi querida hija... Tu muerte será la verdad para muchos, pero para mí, como siempre he creído, fue la más vulgar de las mentiras. Sin embargo, la más alejada de mis suposiciones fue cierta, por más que deseará que no: me habías confesado las cosas que hacían con tus compañeros, y me juraste que no terminarías así; lastimosamente, en nuestra última llamada, tus lágrimas me dieron a entender que te eligieron. No se qué habrá sucedido con tus compañeros, pero tú, sin embargo, estás aquí, en esencia y en alma, aunque tú cuerpo ahora haya sido deformado por la ciencia y por la curiosidad de sus perversos seguidores».
6ta página: (de débil color amarillento y de bordes abruptamente arrancados)
«He investigado, entre los diversos libros que encontré aquí, en esta caverna, y comprendí que mi hija había sido resultado de un experimento, al igual que sus compañeros. Ellos, sin embargo, tuvieron un desarrollo mucho más breve que el de ella: se mostraron agresivos e incontrolables. Los exterminaron como una plaga, con una simple bala en la cabeza, de allí comprendí, además, que a pesar de su agilidad, fuerza y tamaño, su piel es aún más débil que la nuestra y sus sentimientos, de alguna manera, también. Mi hija, a diferencia de sus compañeros, no se comporta de la manera agresiva descrita en los libros, al contrario, es paciente y siempre está en un estado pasivo y controlado. He notado, también, que el qué no matará y solo hurtara cadáveres no es para su sustento, pues caza animales con la ferocidad que, me atrevo a decir, no tiene ningún ser viviente; la he visto colocarlos como muñecos en fila, a lo largo de esta enormecaverna, y la he visto observarlos por horas, con una expresión que puedo describir como una tristeza inocente. No me he atrevido a interrumpir este ritual que ha desarrollado, pero me intriga el por qué de su fascinación hacia los cadáveres humanos».
6ta página: (parte trasera de la hoja; únicamente, solo en esta se escribió en ambas partes)
«He leído el último libro que encontré, el más corto que he encontrado, de tan solo 15 páginas en las que no paraban de rechazar el experimento. Habían descubierto por qué se volvían agresivos y era, increíblemente, a causa del tiempo que pasaban en el mundo. Sus mentes eran tan inocentes como las de un niño pequeño, y el mundo, con sus vulgaridades, y los humanos, con sus soberbios intentos por intentar encajarlos, los destrozaban rápidamente y con el tiempo colapsaban, los que dejaba a las criaturas en un estado de completo salvajismo, lo que explicaba su agresividad. Por lo que he podido entender, mi hija se ha mantenido así por su aislamiento con la sociedad, y su estancia aquí es vital para que no estalle su errático comportamiento, el cual, ya sea por mi paranoia creciente o por mis suposiciones, he visto muy latente en su mirada. Siento que aquel rostro inocente dejará de verme como un objeto inofensivo y se abalanzara sobre mí en cualquier momento; temo por mi vida y temo por lo que queda de mi hija. No puedo permitirme perderla de nuevo. Así que, cuando salga en busca de alimento, buscaré lo que quedé del combustible del avión, usaré un par de ramas secas como encendedor y quemaré todo lo que esté en esta caverna, incluyéndome e incluyéndola a ella. La investigación de los científicos desaparecerá junto a su creación, y yo moriré con la consciencia limpia y mi corazón sano después de haber encontrado a mi hija finalmente. Justo ahora, con mi cuerpo debilitándose lentamente, puedo decir que todo lo que hice no fue en vano».
Joáo Noel Tulio Bareija
Hans recobró el sentido después de haberse sumergido en la profundidad de la narración. El nombre de Joáo, al final del texto, lo hizo reflexionar en todo lo sucedido. Ahora lo entendía: su lejanía, su silencio, sus cortas palabras. Todo era por qué su interés no estaba en ellos, o en salir de la isla, si no en encontrar a su hija. Sus acciones ahora se cubrían de una noble, aunque perversa cortina que cambiaba completamente la historia que Hans había formulado por si mismo después de haber conocido la verdaderas intenciones de Joáo. Le pareció increíble lo decidido que estaba, y le sorprendió, además, lo capaz que puede llegar a ser una persona, como lo fue el, solo para encontrar a alguien más.
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