Germinación
Sentada en la primera fila del homenaje a mi padre, me preguntaba si alguno de esos desconocidos era su amigo, si había alguien de ellos que lo conocía realmente y lo amaba por quien era y no por lo que representaba para el mundo. Algunos me resultaban familiares, pues salían en comerciales, pósters y redes sociales utilizados por la campaña de publicidad de la compañía de mi padre.
Papá mantenía la vida laboral separada de la vida personal. No le gustaba que conociera a sus compañeros de trabajo y mucho menos que ellos nos visitaran. Nunca entendí la razón, pero a veces sospechaba que estaba relacionada con el incidente de aquella noche en la que mi madre fue asesinada. Ahora me protegía en exceso.
Aún podía recordarlo en su oficina, siempre trabajando en ese proyecto que no pudo completar. Cuando me acercaba, me decía suavemente y con la mirada cansada: "Pronto recuperaremos la verdadera vida, aquella que deliberadamente destruimos". Poco entendía, pero adoraba cómo brillaban sus ojos cuando pensaba en ese proyecto. Saber que no pudo terminar lo que tanto amaba destruía mi corazón. No podía dejar de sentir inconformidad con su partida.
Mi padre había sido por más de treinta años el mejor científico de las 110 ciudades aún existentes en el mundo. Había ideado una compañía que se dedicaba a crear fábricas; estas trabajaban para mantener las ciudades en buen funcionamiento. Aunque el mundo le estaba agradecido, él se sentía responsable por haber traído a nuestras vidas semejantes bestias metálicas de la contaminación, que evitaban la extinción de la humanidad, pero también enviaban gases contaminantes a la atmósfera, por lo que solo prolongaban lo inevitable.
Las fábricas eran su más grande invento, así las describían las personas en las redes, tanto los noticieros y medios de información como los influencers. Según el gobierno principal de las ciento diez ciudades, era considerado el verdadero padre de la nueva tecnología y del nuevo siglo.
Estas abastecían a las ciudades de suficiente energía eléctrica, equipos, máquinas, trajes especiales, en fin, un sinnúmero de artículos utilizados por la población. También creaban recursos necesarios para la supervivencia.
Los productos más conocidos eran las píldoras alimenticias, que sustituían a la comida, y las cámaras de oxígeno, que eran necesarias para tratar la nueva enfermedad del siglo XXXI, relacionada con problemas pulmonares y para las embarazadas, debido a que los niños generalmente fallecían en el cuarto mes de gestación por la falta de aire a la que se veían sometidas las madres. Todos estos problemas aparecieron luego de "la muerte del planeta", así lo llamaban los científicos.
La tercera guerra mundial llevada a cabo por las grandes potencias destruyó gran parte del planeta; pero no fue la principal causa de la muerte del mismo. La contaminación de las aguas, el aire y los suelos a causa de los desechos tóxicos liberados por algunas fábricas hizo que resultara imposible sembrar alimentos. Por lo tanto, tampoco se pudo mantener la cría de animales, y poco a poco estos fueron muriendo. Cuarenta años atrás nuestra situación alimenticia era crítica. Por esta razón se inventaron las píldoras alimentarias. Nadie sabía de qué estaban hechas, pero contenían una alta concentración de proteínas y otros nutrientes necesarios para subsistir. Ningún ser humano nacido dentro de las paredes de las ciento diez ciudades desde hacía cuarenta años había probado la comida real. Cuando mi padre hablaba de la comida, a mí me parecía fascinante.
El homenaje era interminable. Los agentes de las tropas especiales hacían presencia en el acto de despedida. Ellos traían los trajes especiales que la compañía de papá había diseñado y que ahora eran creados en una de las fábricas. Entre los compañeros de su trabajo había una mujer que parecía tener unos cuarenta años. Tenía unas enormes bolsas negras debajo de los ojos, era de mediana estatura, ojos azules, pelo rubio largo y algo descuidado, pecas en las mejillas, nariz larga y fina con orificios enormes, labios gruesos y espejuelos de hierro cuadrados. Había captado mi atención porque era la única mujer que no usaba la aplicación make-up para lucir más joven y arreglada, algo extraño por estos días.
-Hola, Carolina -se me acercó una vez que el acto concluyó-. Mi nombre es Amalia. Solo quería decirte que conocía a tu padre y todo lo que dicen acerca de su trabajo es cierto; pero también era un excelente amigo. Realmente siento tu pérdida. Se ha ido un verdadero héroe.
Puso su mano en mi hombro y noté cierta incomodidad en su mirada. Luego se alejó de allí y no volvió a mirar hacia atrás. Se acercó a un hombre que reconocía muy bien, Thiago, el mejor soldado que he visto en mi vida, un hombre implacable y despiadado que se había ganado el título de "el terror de los salvajes" porque cuando se convertían en un problema mayor del que ya representaban, los eliminaba en un abrir y cerrar de ojos.
Estuvo un rato hablando con él y luego ambos miraron hacia donde estaba, como si estuvieran hablando de mí... "No, es solo mi imaginación o mi paranoia". Ese hombre me daba escalofríos, su mirada fría y calculadora me ponía los pelos de punta.
En la tarde volví a casa sabiendo que ahora la mansión Duartes se sentiría más solitaria que de costumbre. Incluso parecía ser solo un lugar vacío y tenue, como si toda la felicidad del mundo hubiese perecido también.
Cuando mi madre falleció, mi padre cayó en una horrible depresión. Sintió que su vida había culminado, pero fue gracias a mí que recuperó esa felicidad. Según él, yo era la alegría de esa casa, pero mis ganas de vivir se marchitaron con su fallecimiento.
Mi tutora se quedaría conmigo. Desde pequeña me había cuidado muy bien y me había enseñado todo lo que sabía. Además de ser mi educadora, era mi amiga, conocía todos mis secretos y la amaba como a una madre.
-¿Quieres comer algo? -preguntó acariciando mi cabeza suavemente como solía hacer cuando yo estaba triste, pero su voz estaba distinta, quebrada quizás.
-No, gracias, Mima -le respondí con la misma suavidad e intentando mantener mis sentimientos a raya. No quería preocuparla más-. Voy a tratar de dormir un poco, ha sido un día... agotador.
-Si necesitas algo, me llamas. Voy a estar en el cuarto de... -Aclaró su garganta intentando sonar fuerte, pero supe que estaba a punto de quebrarse-. De tu padre recogiendo sus pertenencias, las voy a donar. -No sé qué me daba más tristeza, deshacerme de sus pertenencias o la mirada de Mima y sus enormes ganas de estar bien, para mí...
Pasé horas en su oficina viendo aquellos documentales que tanto amaba y temprano en la mañana, el abogado de la familia nos visitó. Mi padre me había dejado un testamento escrito hacía dos años atrás.
Óscar James Duartes, mi padre, un señor de unos setenta años que se había demorado para tener hijos porque había pasado la mayor parte de su vida dedicándose a la salvación de la humanidad. Ideó las fábricas cuando tenía trece años y un año más tarde el proyecto fue aprobado, pero no fue hasta después de siete años que la construcción de las mismas culminó. Nunca lo había escuchado hablar sobre el tema, pero era lo que decían en las redes sociales. De hecho, mi padre odiaba hablar del pasado, quizás porque le recordaba a mi madre.
En el testamento, mi padre dejaba la casa principal donde crecí a mi posesión. Además, me legaba todas las acciones que tenía en las fábricas y en la compañía, las cuales ocupaban más del cincuenta por ciento; pero solo podría acceder a ellas cuando cumpliera dieciocho, dentro de un mes. Aunque el abogado me explicaba todo meticulosamente, mi cabeza no estaba lista para oír todas aquellas cosas, pues aún no había aceptado por completo su muerte.
Los días pasaron y yo seguía atrapada en sus recuerdos. Todo hijo sabe que un día debe despedirse de sus padres, pero nunca está realmente preparado. Mi tutora hacía lo imposible para hacerme sentir mejor, pero era inútil; a medida que pasaba el tiempo, mi corazón se amargaba más.
Mis días en la gran mansión eran muy tranquilos a pesar de la reciente tragedia. Apenas salía a caminar y mi tutora se alegraba de que no intentara salir de casa; mi vida corría peligro por el simple hecho de ser la hija de Óscar Duartes.
Existía un alto número de personas que luchaban por la destrucción de las fábricas. Incluso algunos habían irrumpido en los condominios de trabajadores de la compañía y habían destruido objetos valiosos, causando grandes estragos. Se hacían llamar "Corazón Verde" y su prioridad era acabar con la contaminación que eventualmente afectaría al único lugar verde del planeta Tierra. A pesar de que podían ser violentos a veces, sentía celos y envidia hacia ellos porque luchaban por un mejor futuro y sabían su propósito en esta vida. En cambio, yo solo existía, sin un destino o una tarea encomendada. A veces me sentía vacía, dispensable e incluso marginada, aun perteneciendo a una clase social alta.
Los días pasaban y nada interesante, peligroso, alegre o triste ocurría en la enorme mansión, hasta que llegó mi cumpleaños. Recuerdo que mi tutora creó el holograma perfecto de un pastel de cumpleaños y, junto a la IA de la casa, me cantaron "feliz cumpleaños" en varios idiomas. Con el programa "feliz día" hicieron aparecer a mis "amigos virtuales". Por primera vez vi a Mima sonreír genuinamente desde la muerte de papá.
Mima era gorda, de piel bronceada, pelo rizado y ojos color café. A pesar de no ser muy joven, se le veía muy bella y con aire juvenil. Había estado junto a nosotros desde que tengo memoria y ahora se había convertido en mi único familiar.
A las nueve de la mañana tocaron a la puerta. Era un chico vestido de traje y corbata, de pelo rubio, ojos azules, piel extrañamente pálida y un distinguido lunar del tamaño de una mosca en la parte izquierda del cuello. Recuerdo haber pensado que era uno de esos chicos que usaban la aplicación make-up para verse sexys todo el tiempo, algo que surgió después de la creciente ola de chicos coreanos que invadió las redes sociales.
Justo a su lado estaba el abogado de papá, con un traje que le quedaba grande debido a su extrema delgadez. Al parecer, él era una de las pocas personas que compraba su ropa de manera física y no virtual. Sus ojeras y larga cara me recordaban a la Parca; incluso su manera de hablar era espeluznante, solía arrastrar las "r" y las "s" al final de las palabras.
-¿Señor abogado? -dije mirándolo con extrañeza.
-¡Benito! -dijo extendiendo la mano para saludarme. Su sonrisa intentaba ser dulce, pero su cara huesuda daba miedo-. Nosss conocimoss hace un messs...
-Sí, lo recuerdo -le interrumpí esquivando la mirada-. Está aquí por el testamento y las acciones que mi padre me dejó. Por favor, pase.
Seguimos hasta la sala y, detrás de él, el chico de los ojos azules que parecía un Ken perfecto nos siguió. Sus ojos estaban posados en mí y su mirada irradiaba un brillo extraño.
Estuvimos largo rato viendo todo lo relacionado con las fábricas. Mi padre había sido muy precavido en cuanto a mis derechos y los bienes que me había dejado. Justo antes de terminar, el abogado miró al chico de los ojos azules que no se había movido y ni siquiera se había sentado. Lo presentó como si no hubiese estado allí desde un principio:
-Carolina, este esss Manuel. Tu padre, antesss de morirrr, me especificó que quería que tuvierasss protección. Decía que era posible que losss manifestantesss la tomaran contigo y también dijo algo acerca de que algunosss problemasss podrían irrr apareciendo.
-¿Qué estás diciendo? -le pregunté algo enigmática-. ¿A qué se refiere?
-Tu padre tenía enemigosss dentro y fuera de la compañía y me dijo que me ocupara de tu seguridad -frunció el entrecejo-. Me dijo que en cuanto cumplierasss dieciocho muchasss cosasss saldrían a la luz e ibasss a necesitarrr protección.
-¿Qué cosas iban a salir a la luz? -encogí de hombros.
-Porrr desgracia no lo sé -claramente mentía, papá seguro le explicó todo-, pero le debía mucho a mi viejo amigo y le hice la promesa de buscarte un guardaespaldasss. Por suerte, el chico se ofreció. No te preocupesss porrr susss gastosss, que yo me ocupo de todo eso.
El abogado seguía hablando mientras yo seguía dándole vueltas en mi cabeza con la esperanza de averiguar qué había estado aconteciendo en la vida de mi padre últimamente. Parecía que guardaba algún secreto o quizás solo temía que pudiera ser objetivo del movimiento Corazón Verde. "No, papá seguro sabía algo y si su muerte no fue... ¡Basta, Carolina! No te inventes historias."
-¡Ah! Casi lo olvido, tiene susss propiasss píldorasss también -continuó hablando como si él fuera mudo o como si no estuviera-. Así que no tienesss que alimentarlo, cualquierrr inconveniente me notificas.
El abogado se quedó varias horas hablando con Mima. Al parecer se conocían, por lo que la charla, según pude ver, era bastante amistosa, como si hubiera una complicidad entre los dos, algo que solo ellos conocían.
Por mi parte, envié a Gurthy, la IA de la casa, a que le enseñara el cuarto de huéspedes al guardaespaldas. El chico daba bastante miedo pues, aunque era muy atractivo, posiblemente debido a la aplicación make-up, tenía una mirada severa.
Las IA eran unos robots creados con el objetivo de hacer las tareas de la casa. Aunque algunos tenían piel sintética y parecían humanos, otros eran simples robots. Las inteligencias artificiales no eran creación de la compañía de mi padre, sino de la compañía "Alegra", que se encargaba también de crear casas con tecnologías avanzadas.
Mi casa o mansión tenía la última generación de seguridad y con ella venía la IA, una de las mejores; hacía todo tipo de trabajo y solo se tomaba unos pocos minutos para recargar su sistema.
Desde la muerte de mi madre, papá decidió que no pondría mi vida en riesgo otra vez, por lo que contrató los servicios de "Alegra" y con ella vino Gurthy, que, aunque era una IA, se consideraba parte de la familia.
En la mañana decidí salir de compras al este de la ciudad, donde existía una increíble tienda de artículos antiguos. Algunos hombres habían sido capaces de recopilar objetos del antiguo mundo y los vendían allí, en tiendas físicas.
A mí me fascinaba todo lo relacionado con el pasado. En casa tenía varias películas antiguas que me proporcionaban información sobre lo que necesitaba. Tenía toda una colección de cosas interesantes, entre ellas estaban los celulares, también llamados móviles. Había distintos tipos y con disímiles formas, desde los más rústicos hasta los más sencillos y efectivos. Me parecía impresionante cómo la humanidad había creado poco a poco la tecnología. Los celulares eran artículos obsoletos; ya nadie usaba semejantes objetos para comunicarse, pues en cuanto nacíamos nos implantaban un dispositivo en el cerebro que hacía más fácil, rápida y eficaz la comunicación.
En la tienda también existían otros artículos aún más viejos como eran las grabadoras, los DVD, las memorias USB, los televisores; sin embargo, no solo vendían artículos relacionados con la tecnología también había cosméticos, algo que tampoco se utilizaba en la actualidad debido a la Red Cosmética, un solo clic en la sien podía cambiar tu aspecto, ya sea pintura de ojos, color de los mismos, lápiz labial, color o tipo de pelo. Existían muchas aplicaciones como make-up, que podían incluso hacerte parecer a algún artista famoso sin necesidad de cirugías o maquillaje real; ya no tenían que pasar horas intentando hacerte la cejas o delinear tus ojos. A mí me gustaba ser natural sin cambiar mi piel negra, mis cabellos crespos, mis ojos color café; todo eso me hacía única.
Trataba de prepárame para ir a la tienda, llevaba tenis, short y una camiseta de dormir muy cómoda, pero no era apropiada para salir; todo promocionado por la aplicación: "You are on fashion", instalada en mi antebrazo hace más o menos dos meses atrás, que, acompañada de un traje inteligente, era capaz de generar la ropa que quisieras. Muchos la adoraban, a mí me parecía otra manera de sacarles dinero a los usuarios, pero la última actualización de V And B, la aplicación de ropas gratis no había salido, por lo que me vi forzada a comprar esta. El dinero era lo de menos, el problema radicaba en los mecanismos que utilizaban para engañar descaradamente a los usuarios.
Volví a mirar en la aplicación, busqué otro atuendo de mi agrado, casi todo estaba lleno de colores, combinado con pelucas enormes, algunos venían con accesorios como bolsos extraños, collares con piedras, tan grandes como las pelotas de baloncesto, nada era de mi estilo por lo que seguí indagando hasta que lo encontré; el vestido estación primavera, lleno de dibujos de flores amarillas, largo y sin más accesorio que un bello collar muy sencillo, era perfecto.
La flor se movía hacia la luz del sol, la había visto en los documentales, había incluso escuchado su nombre científico, pero era demasiado difícil para aprendérmelo, en cambio me grabé el nombre común: girasol. Según decían los documentales, su nombre se daba a que era una flor que seguía la luz del sol, pues siempre se inclinaba hacia el mismo, era fascinante.
Compré el vestido en la aplicación, increíblemente solo costaba unos pocos bitcoins, era el más barato. Decía que su diseñador era un señor llamado César Virtudes, un artista poco reconocido por sus diseños y se rumoraba que era mitad Quibicú, pues sus diseños siempre tenían como temática a la naturaleza. Nadie lo conocía en realidad, se decía en las redes que era una IA, sin embargo, había quienes creían que vivía a las afueras de la ciudad en uno de los asentamientos, negándose a ser parte tanto de la sociedad como de la selva amazónica de donde venía.
Apreté el botón colocar prenda y en unos pocos segundos tenía el bello vestido, el cual era largo, con un cinturón y ancho, la tela era satín blanco con varios girasoles en lugares estratégicos que se movían en busca de la luz. El contraste entre el amarillo de las flores, el verde de las hojas y el fondo blanco del mismo era perfecto. Tomé una de mis carteras color blanco junto a unos zapatos de tacón, color amarillo y ya estaba lista para partir al este de la ciudad.
Pasé por frente de la habitación del guardián que me habían asignado y entonces lo ví. Mis ojos se desubicaron por unos segundos, pero sacudí mi cabeza y desapareció. Había visto a Manuel administrando agua a una pequeña planta. "Imposible, todas han muerto..., bueno casi todas..., en el amazonas aún existen; pero los Quibicús no dejaban a nadie acercarse al lugar. Seguro fue una aplicación, como la demás mascotas."
Salí de allí algo confundida, Manuel ni siquiera me vio cuando lo hice o eso creía. Ya en el garaje, antes de poder siquiera entrar al auto, una sombra me tocó el hombro y me hizo saltar del miedo; frente a mí estaba él, para mi sorpresa me habló por primera vez.
- ¿Va a algún lado señorita? - Su voz era más grave de lo que me había imaginado, de hecho parecía muy varonil.
- ¡Dios! - Salté y me llevé una mano al pecho - No vuelvas a asustarme de esa manera, antes de llegar a mí has algún ruido, aclárate la garganta, no sé, has algo para saber que estás ahí.
-Lo siento -Se disculpó a secas, como si fuera una respuesta mecánica. - ;pero mi compromiso y mi deber es cuidarla, si va a salir la acompaño.
-Mi padre nunca me había asignado un guardaespaldas, ni en los momentos más difíciles y eso que era un tanto sobreprotector. - Apunté una mano hacia él. - No necesito uno ahora mismo.
-Comprendo, pero no puedo dejar que vaya sola, todo cuidado es poco. - No estaba discutiendo conmigo, simplemente iría con o sin mi permiso.
-Está bien, pero te advierto te vas a aburrir porque voy de compras. - Le dije con fastidio.
- ¿De compras? - Su mirada apuntó a mi antebrazo. - Pensé que tenía todas las aplicaciones de compras necesarias.
-Es una compra distinta y no hay aplicaciones que me puedan ayudar. - Mi paciencia se agotaba. - Además, es un día especial y quiero salir de casa, siento que encerrada aquí me voy a volver loca. Ya no puedo más.
En el carro podía ver y sentir la mirada de Manuel por el retrovisor, parecía querer preguntarme algo, su curiosidad apenas lo dejaba concentrarse en la vía. Y a mí me hacía sentir incómoda.
- ¡Has la pregunta! -le ordené de inmediato.
-Disculpe señorita, pero no quisiera ser irrespetuoso o demasiado... - Intentó decir con voz suave, pero en su lugar se escuchó grave y tosca.
-Has la pregunta y yo decidiré si está fuera de lugar. - Le dije impaciente.
-Su vestido, es muy simple, ¿por qué no usar uno más apropiado a estos tiempos? Sería más común, normal y más bella, si me permite decir.
-¿Bella? ¿En serio? Esas cosas parecen salidas de otra galaxia. No entiendo como llegamos a esto en la sociedad. - Suspiré decepcionada. - Quizás soy un alma vieja. Además Manuel no busco parecerme a los demás, quiero ser..., yo. Ahí está la verdadera belleza, fue algo que mi padre me enseñó. También este vestido me recuerda que alguna vez nuestro planeta fue bello. - Miré sus ojos reflejados en el retrovisor. - Responde eso a tu pregunta.
-Sí. - Sonrió de medio lado y me sentí extraña. - Definitivamente lo hace, su padre la describió a la perfección.
- ¿Conociste a mi padre? ¿Eras su amigo o algo por el estilo? Creí que te habías ofrecido sin razón alguna. - Me acerqué a él.
-Y así fue, - Su mirada cambió, ahora parecía nervioso. - Al principio solo buscaba trabajo, pero conocí a su padre hace unos años atrás, me ayudó con un proyecto que quería llevar a cabo, así que cuando supe que su hija necesitaba ayuda me ofrecí.
- ¿Eras científico o algo por el estilo? - Continué mi interrogatorio.
-No, era un proyecto comunitario para mejor seguridad en las calles, solo eso. - Me dijo incómodo y algo cortante.
-Entiendo, eso tiene más lógica. - Desistí de seguir preguntándole, claramente no quería seguir hablando.
Manuel ocultaba algo relacionado con mi padre, algo de lo que nunca tuve conocimiento cuando estaba vivo.
De camino a la tienda pude ver que las calles estaban más agitadas que de costumbre, los soldados y la policía arremetían contra los jóvenes del movimiento Corazón Verde sin piedad. Un chico entre ellos, que solo intentaba sacar de aquel lugar a su hermana, terminó siendo abatido por los agentes. Tragué saliva y sentí el pecho apretado. "Quizás son demasiados severos con ellos, al fin de cuentas solo quieren la salvación del planeta."
En la tienda de artículos antiguos encontré miles de cosas increíbles; sin embargo, algo me llamó la atención. En una esquina, alejado del público, había un árbol muy pequeño, al principio creí que era sintético como todos los que la gente tenía en su casa; pero el dueño de la tienda, un anciano muy cariñoso, se me acercó y me dijo:
-Es un bonsái. ¿Te gusta? - Me dedicó una sonrisa amable.
-Es precioso -le respondí impresionada-. ¿Es real?
-Tan real como tú y yo, alguien lo trajo hace algún tiempo ya, ¿sabes qué?, me dijo que tenía que entregártelo. - Mi sonrisa se borró y en su lugar abrí la boca a modo de asombro. Él siguió hablando del asunto como si fuese algo normal. -He estado cuidándolo, mi bisabuelo fue un gran cuidador de bonsáis y dejó en nuestra familia el conocimiento sobre cómo mantenerlos bellos y frondosos, aunque ya los árboles no abundan, algunos poseemos el conocimiento para cuidarlos. Además de que la tribu de Quibicús le encomendó la tarea a mi abuelo de llevar su conocimiento a futuras generaciones.
- ¡Espera! Dijiste que alguien te pidió que lo cuidaras hasta que llegara yo. ¿Quién fue y por qué? - Toqué su mano.
Afuera había algún ruido extraño que no lograba distinguir. Manuel que estaba a mi lado salió a verificar.
-Me temo que no puedo decirte, aunque quisiera, el señor no dejó nombre ni dirección o código para buscarlo en la red, nada. Lo único que dejó fue esta carta. - Me dijo el anciano poniendo en mi mano un pedazo de papel sintético.
Tomé la carta y me disponía a leerla cuando mi guardaespaldas regresó nervioso.
- Tenemos que irnos ya. - Tomó mi brazo con fuerza.
-Manuel, no hay problema, vengo aquí desde que era pequeña, nunca me ha pasado nada, tranquilo aquí no hay peligro. - Intenté quitar su mano.
-Me temo -comenzó a decir el tendero que había borrado su sonrisa. -, que el señor tiene razón, deben irse lo antes posible.
-Espera. ¿Qué está pasando? -le pregunté a ambos.
" ¿Se conocen estos dos?"
De pronto, a las afueras de la tienda se escuchó un estruendo y varios disparos. Eran los soldados de la nación junto a la policía nacional, que al parecer estaban capturando a todo aquel que fuera parte del movimiento anti fábricas. Se escuchaba cómo disparaban a todo el que se resistiera, lo extraño era que los jóvenes con esos ideales generalmente hacían manifestaciones pacíficas y por lo general no se reunían al este de la ciudad.
- ¡Tienen que irse ya! -nos gritó el tendero.
- ¡Mao San! -Le dije llamándolo por su nombre-. Tú no tienes nada que esconder.
-No entiendes, hay personas que no quieren que este mensaje llegue hasta ti, - Abrió los ojos y la boca. - La aprensión de los manifestantes no es más que una excusa para apresar a todo aquel que tuviera una posible conexión contigo, toma el bonsái y busca a los Quibicús.
- ¡¿Los Quibicús?!
- ¡Vete! ¡Ahora!
Manuel me sacó de la tienda prácticamente a la fuerza mientras gritaba a toda voz, me introdujo en el carro y me indicó que me colocara el cinturón de seguridad. Condujo lo más rápido que pudo, sacándonos de aquel lugar donde los soldados y la policía, arremetían y atormentaban a los vendedores, arrestando o disparando a cuanta persona encontraban.
A la cabecera de las tropas estaba Thiago, con su mirada aterradora. En las 110 ciudades no existía un hombre tan eficiente en su trabajo como él, fuera cual fuera la misión, la cumplía sin problema alguno.
- ¿Qué está sucediendo? - Estaba gritando sin notarlo. El pánico amenazaba con apoderarse de mí.
-Las tropas especiales te buscan. - Me dijo concentrado en la carretera. ¿Cómo puede mantenerse así, tan tranquilo?
- ¿A mí? ¿Por qué?
-Por tu padre. No podemos ir a tu casa, ahí es donde primero buscarán.
-Pero yo no tengo nada que ver con las manifestaciones, de hecho, todo lo contrario, mi padre es el creador de las fábricas. - Paré un segundo e intenté respirar. - Espera, mi tutora, ella está en casa, debemos ir a por ella.
-No podemos confiar en ella, anoche coloqué micrófonos en toda la casa, la escuché hablando con la compañía de tu padre luego de que tu abogado se fue.
- ¿Pusiste micrófonos? Estuviste espiando todo este tiempo - Me alejé de él y busqué la seguridad de la puerta. - ¿Quién eres?
-La compañía de tu padre está en busca de algo que él y yo hicimos... - Su tranquilidad me asustaba.
Mientras tomaba curvas y manipulaba a el volante noté algo, un falla en su antebrazo. En su aplicación, fue solo por unos segundos, pero logré ver algo en su oreja derecha.
" Estoy imaginando cosas, es la adrenalina, si, es eso". Me convencí.
-Te hice una pregunta ¿Quién eres? - Le grité.
-Eso no es importante ahora. - Arrugó el entrecejo.
- ¡Detén el carro!
-No puedo parar, ahora debemos encontrar un lugar seguro...
- ¡Para!
Paró demasiado rápido, casi nos estrellamos.
Me bajé enseguida, no iba a pasar otro segundo en el mismo lugar con ese lunático.
En cuanto pude, salí corriendo en busca de algún agente de la autoridad que me ayudara a llegar a casa.
Justo en la esquina había dos uniformados de la brigada especial. Los soldados se vestían de gris, con casco, chalecos negros con armas de láser modelo 2.01; en cambio, la policía solo usaba pantalones largos de color blanco y con camisa de mangas largas, un bastón y una pistola láser modelo 1.0. Por otro lado, las tropas especiales usaban casco, chaleco negro, armas de láser modelos 3.0. Mientras más avanzado el modelo, más potencia y más letal era el arma.
Me acerqué a los militares intentando explicarles mi situación, pero uno de ellos pareció reconocerme como si hubiera una recompensa por mí, por lo que alertó de mi llegada por la red especial a las tropas.
-Aquí 00276 Arcón, tenemos a la chica, cambio.
-Aquí Alfa 00001, dígame su posición por favor, nos dirigiremos hacia allá. Cambio.
- ¿Qué? -expresé en voz alta.
-No te muevas -me dijo uno de ellos-, estamos en la zona oeste del callejón Las Ostras, repito en la zona oeste del callejón Las Ostras. Cambio.
-Pronto estaremos allí, no pierda a la chica de vista, cambio y fuera.
-Pero yo... - Intenté decirles a los policías mientras intentaban usar la aplicación "Detención y Registro" usada solamente por las autoridades.
- ¡No te muevas! -me dijeron y no sabía qué hacer, era como si de pronto fuese una criminal. ¿Qué estaba sucediendo? El mundo se había vuelto loco.
Por suerte, Manuel me había seguido impulsado por su tarea de mantenerme a salvo, la pele a entre él y los policías no duró un minuto, los derribó rápidamente.
Apenas podía moverme, estaba congelada del miedo. Me llevó hasta el carro y sin decir palabra alguna, condujo a las afueras de la ciudad, pasando por la frontera con una aplicación pirata que nos permitió cambiar nuestra identidad. Fue realmente extraño, como si estuviera preparado para esto desde hacía tiempo. Las aplicaciones piratas eran muy difíciles de encontrar y costaban muchísimos bitcoins.
Al cruzar el arco de off net, toda aplicación se apagaba, con la excepción de algunas pirateadas. Claro que estas, muchas veces podrían ser descubiertas, pero ese no fue nuestro caso. A las afueras de la gran ciudad, solo quedaban los rastros de grandes ciudades consumidas por un desierto interminable. En la ciudad Oregón Siete no se podía ver la realidad que nos rodeaba, la fábrica de meteorología tenía que sustituir el cielo por un holograma y una capsula atmosférica, porque las nubes negras acaparaban gran parte del planeta y a veces causaban lluvias ácidas.
Gracias a la fábrica de meteorología, no solo se podía manipular el holograma del cielo, sino que se podía proteger de las lluvias ácidas, sobrecalentamiento y también de temperaturas demasiado bajas o altas.
- ¿Te sientes mejor? -me preguntó sabiendo que aún estaba en shock. Me miró un segundo. Sus ojos apuntaron a mis labios y luego se enfocó en la carretera nuevamente.
-Creo que estoy lista para escucharte. - Le dije analizando su rostro.
"La aplicación que tiene de make up, es pirata. Se que ese no es su verdadero rostro, a veces veo fallas y no estoy loca, su piel tiene otro color."
-Todo lo que necesitas saber está es esa carta... ábrela y léela.
Tomé la carta en la mano y me decidí abrirla, siempre con un rastro de miedo en mis ojos, pues, aunque no sabía lo que podía estar escrito en ella, tenía la idea de que mi mundo cambiaría de manera irreversible.
Querida Carol, mi pequeña semillita:
Si estás leyendo esta carta significa que estoy muerto y que a estas alturas estás siendo perseguida por las tropas especiales, dirigida por Amalia Santiago, mi sucesora en la compañía.
Sé que te hicieron creer que mi muerte fue natural, nadie podría haber sospechado lo contrario, ya tenía edad avanzada, pero la verdad es que no fue así. Si en estos momentos estás siendo perseguida es porque creé algo que ellos desean tener en su posesión para utilizarlo de la manera incorrecta.
Te explico que sucedió para que entiendas bien toda la historia. ¿Recuerdas que hace años he estado trabajando en un proyecto que cambiaría nuestras vidas para siempre? Pues lo he logrado gracias a un chico llamado Manuel, que trabajaba en la compañía Alegra. Él me salvó la vida con su conocimiento, hace años encontré o, mejor dicho, me fue otorgada una semilla que traería de vuelta a la naturaleza, todo el equipo estaba de acuerdo con lo que podíamos llegar a alcanzar una vez que tuviéramos en nuestras manos la solución; sin embargo, una de mis colegas deseaba utilizar la semilla para curar enfermedades de los pulmones, debido a que, en los resultados de los exámenes hechos, la misma mostraba que tenía un compuesto muy poderoso, el cual ayudaría a la falta de oxígeno que estamos presentando hoy en día, junto a otras enfermedades pulmonares. Como sabrás, nosotros no estábamos de acuerdo, la semilla solo curaría los problemas por un corto plazo, mientras que nuestra solución es más eficiente. Una vez que los árboles vuelvan, nuestros problemas se reducirían a nada y sería una solución permanente puesto que ya no tendríamos que enfrentar los problemas ambientales que ahora tenemos. Será un largo recorrido, pero lo lograremos.
La doctora Amalia se ha tomado esta investigación demasiado personal, pues su hermano lucha en estos momentos por la vida debido a una enfermedad pulmonar, varias veces amenazó con tomar la dirección por la fuerza o con eliminarme, nunca tuve dudas de que cumpliera su amenaza.
La fábrica principal de la compañía, tiene una habitación escondida en su interior, la misma tiene dentro una máquina de mi invención que pondrá fin a la erosión de los suelos, las lluvias ácidas y hará crecer miles de árboles en el planeta entero, solo es necesario que utilices la semilla. El dispositivo necesario para hacerla funcionar está en posesión de Amalia, lo tomó por la fuerza hace un mes. Por eso escondí la máquina en una habitación clandestina de la fábrica, dentro de las paredes de mi oficina, sabiendo que ella la destruiría y por consiguiente escondí la semilla en un lugar seguro, donde solo tú podrás encontrarla. No confíes en nadie mi semillita.
P D: encontrarás refugio en la Amazonía con la tribu de los Quibicús, ellos te acogerán y te enseñarán todo lo relacionado con la naturaleza, Manuel, mi colega y mi más grande amigo, tiene instrucciones de llevarte hasta allá donde estarás a salvo.
Era mucho que asimilar, mi padre había sido probablemente asesinado por la misma mujer que había ordenado mi búsqueda, seguramente pensaba que yo sabía dónde mi padre había escondido la semilla, algo que realmente desconocía.
- ¿Hay algo más que debería saber? -Le pregunté a Manuel entre lágrimas. - Como por ejemplo ¿dónde encuentro la bendita semilla, por dónde empiezo?
-Tu padre dejó este diario digital, solo tú puedes abrirlo.- Manuel me pasó el libro sin quitar los ojos de la carretera. - Debe tener alguna pista de la semilla.
-Necesita código de acceso -le dije luego de realizar una inspección detallada del mismo.
Mi padre era cauteloso, por lo que parecía, el diario podría tener la localización de la semilla, pero abrirlo sin la clave era imposible. Podía encontrar un hacker que abriera el mismo; sin embargo era casi imposible encontrar uno que pusiera su vida en riesgo y aquellos que lo hicieran pedirían una suma incalculable de bitcoins y dado los acontecimientos recientes, sería demasiado difícil acceder a mi cuenta de banco sin ser localizada por las tropas especiales. La mejor opción era encontrar la clave.
-Tenemos que volver a la casa -le dije a Manuel.
- ¡Estás loca! - me dijo molesto. - No podemos. ¿Cuántas veces tengo que decirte lo mismo? Tu tutora legal te traicionó, en el momento en que pongas un pie en tu casa sabrán que estás ahí.
-Tengo que ir, es posible que la clave o el código esté allá. - Le discutí molesta. ¿Cómo se atrevía a hablar así de Mima? - Además, ¿Qué pruebas tienes de que ella me traicionó?
-Ya te dije. - se aclaró la garganta. - Escuché cómo hablaba por teléfono con la compañía. Es mejor seguir. Iremos con los Quibicús.
- ¿Me puedes explicar cómo vamos a llegar hasta allá? Porque según recuerdo, la última vez que un humano se acercó al muro murió instantáneamente envenenado por la hiedra venenosa, además de que posiblemente no llegaremos porque, o seremos comida para los salvajes, o el equipo especial me atrapará. Tienen a Thiago, carajo. Y él es el mejor.
Paré un momento para retomar la compostura y el oxígeno.
-Conozco a alguien que nos puede acercar sin problema a la selva amazónica, - apretó la boca, como si estuviera incómodo. - nos llevará por un pasaje tranquilo y fuera de peligro.
- ¡Perfecto! - Dije algo molesta, quería ir con Mima. Quería despertar de esta pesadilla, pero en su lugar me dirigía a la mismísima selva amazónica en una misión imposible. Perfecto. - ¿Es alguien de fiar?
Manuel hizo una mueca, exhaló y tragó en seco, y luego de unos segundos me contestó.
-No.
Nos dirigimos hacia el oeste, demoramos al menos dos horas antes de ver algo parecido a unas casas, eran los asentamientos, lugares donde algunos humanos aún vivían. Estos lugares eran peligrosos, las personas que habitaban allí eran conocidas como caníbales, depredadores, degolladores o salvajes, pues cazaban a otros humanos para alimentarse, debido a que era la única fuente de proteína que los mantenía con vida o por lo menos eso era lo que se decía en la ciudad.
- ¿Dónde nos metiste Manuel? - Le pregunté algo horrorizada y él me dedicó una mueca.
Mientras más nos acercábamos, más recordaba acerca de las historias que mi padre me hablaba cuando era pequeña, recuerdo que solía decir que nuestra especie había cruzado una línea que jamás se debió cruzar. Las historias de estos hombres eran terribles, algunos habían desarrollado el sentido del oído, otros de la vista o del olfato. Eran todos musculosos y tenían los dientes afilados. Verdaderos depredadores. "¿Y aún así le temen a Thiago?"
Papá había olvidado mencionar la putrefacción de sus caras, algunos apenas tenían ojos, otros estaban deformes. Sus manos eran huesudas.
Al llegar a la frontera del asentamiento, unos señores nos amenazaban con sus armas. El olor que salía de sus pieles era casi imposible de soportar. Estuvimos a punto de volvernos su cena si no fuera por una pequeña carta que Manuel sacó de su traje, era el rey de corazones. Este era el ticket de entrada a la ciudad, un código secreto que pocos conocían a no ser que fueran amigos o asentamientos cercanos en tregua.
Mis sospechas acerca de Manuel se hacían cada vez más grandes. Había muchos espacios en blanco en su historia. Mi padre había pedido que confiara en él, pero yo nunca había escuchado hablar de Manuel; aunque él siempre mantuvo el trabajo lejos de la vida personal, pero, ¿Qué pasaba si este hombre no era Manuel?
Se me hacía especialmente raro que tuviera el diario, pero no el código, al parecer mi padre no confiaba lo suficiente como para dejarle la semilla. Además estaba usando la aplicación pirata para esconder su rostro de mí.
Caminamos hacia una carpa donde al parecer estaba el líder de los depredadores, un señor alto maloliente, sin nada de pelo y con las orejas cortadas a la mitad. Su piel tenía un color extraño, pero era difícil decirse, dado a que todos en ese lugar tenían un aspecto extraño, estaba entre verde olivo y amarillo ocre, bien podría ser la suciedad.
- ¡Ah! -expresó el señor poniéndose en pie con una sonrisa algo aterradora. - ¡Cuánto tiempo querido amigo!
- ¡Rafael! -Le contestó Manuel muy serio. -. No has cambiado nada.
- ¿Qué puedo hacer por ti viejo amigo? - Aunque sus palabras eran suaves su tono parecía frío.
-Busco llegar a la selva amazónica. Necesito tu ayuda. - Le soltó con los ojos fijos en él.
- ¿La selva amazónica, con los Quibicús?
-Sí.
Soltó una carcajada estruendosa y burlesca antes de contestarle.
-Sabes que es súper difícil ¿verdad? Además, dado tu condición...
-Lo sé, - Le interrumpió - Por eso necesito tu ayuda, si es que aún recuerdas tu verdadera misión aquí, en la tierra de los malditos.
-¿Me preguntas si he olvidado quién soy?... mi respuesta es no. - Su tono se volvió siniestro de pronto. - Pero al menos de que me des un motivo convincente no te acercarás a ese bosque.
-Esta vez traigo a Carolina. - Lo miré asombrada.
- ¡Mientes! - Le dijo de manera amenazadora.
El señor me miró mientras yo no tenía ni la menor idea de lo que hablaban, era como si utilizaran códigos, pero de algo estaba segura: era importante para ellos.
- ¿Cuál es tu nombre? -preguntó mirándome fijamente con ojos que reflejaban años de locura acumulados.
-¿Yo? - Pregunté casi tartamudeando-. Mi nombre es Carolina Duartes.
- ¿Quién es tu padre? -volvió a preguntar.
-Óscar Duartes... disculpa, pero ¿Quién eres? - Lo miré con algo de desagrado y miedo.
-Soy un viejo amigo de tu padre. ¿Él te envía?
-Mi padre falleció. - Agaché la mirada para que no notaran la humedad en mis ojos.
-Siento mucho escuchar eso. - Me dijo. - Hace cuatro años atrás tu padre vino a mí, dijo que necesitarías mi ayuda para llegar a un lugar seguro. Le prometí que te ayudaría.
- No entiendo porqué mi padre tendría una relación contigo, con un... - Cerré los puños a los lados de mi vestido por la frustración que sentía. No conocía a mi padre, tenía tantos secretos.
Su mirada se pasaba por mi vestido de girasoles y mientras hablaba lo vi sonreír un poco; pero quizás había sido solo mi idea.
- Tampoco entiendo porqué él me brindó su amistad, pero me ayudó mucho cuando lo necesité así que voy a cumplir mi promesa. ¡Escucha! -Esta vez acercó sus labios a mis oídos y pude sentir su hedor en mi cuello-. No confíes en es tu guardián, no es quien dice ser.
Mis ojos buscaron los suyos, mi asombro y miedo hicieron que Manuel se pusiera en alerta, como si estuviera esperando que de un momento a otro yo saliera corriendo.
"Lo sabía, Manuel debe ser uno de ellos, un salvaje".
-Los llevaré hasta la selva amazónica - Terminó por decir Rafael-, si él les permite la entrada o no, ya eso es problema suyo.
-Él nos dejará entrar -afirmó Manuel-, estoy seguro.
"¿Él? ¿A quién se refieren?"
-Antes necesito saber de quién huimos, quién está al frente de la búsqueda de Carolina. - Se dió media vuelta y se sentó en un sofá viejo y polvoriento.
-Thiago Ortega -le respondí con algo de horror en mis ojos y pude ver miedo en los suyos también.
- ¡Mierda! - Expresó levantándose de súbito - Entonces no será fácil, no con el diablo siguiendo nuestros pasos.
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