Sieben

Luciano limpia su mejilla después del desayuno increíble que ha sido amablemente pagado por el alemán.

—¿Y ahora qué? —inquiere el rubio, admirando la plaza comercial a la que le ha traído—. ¿Ir de compras? —preguta porque es lo más probable, pero lo que menos desea.

—Ropa tengo mucha, celulares tengo pocos.

Los ojos del alemán se abren.

—No me obligarás a comprarte un teléfono móvil.

—Bien, no te obligo —declara, pero aún con ello avanza hacia una tienda de electrónica—. Ve el lado bueno, tendrás mi número, nene.

Una vez que una buena cantidad de euros es gastada, ambos caminan, casi sin hablarse, por los anchos pasillos de la plaza comercial, cuando el alemán se detiene frente a una tienda de arte. Luciano le mira.

—¿Qué? ¿También eres artista? —inquiere, sarcástico.

—No hay muchas tiendas así en mi ciudad —ofrece como respuesta.

—Yo no entiendo para nada el arte —voltea los ojos—. Pero anda, me gustan los hombres que saben en que quieren gastar su dinero —miente.

Lutz sonríe entrando a la tienda.

Saliendo de ahí con lienzos, óleos, carboncillo, todo para hacer una obra magistral con el talento adecuado.

—¿Tampoco te gusta comprar por internet eh? —asegura el italiano.

—Confio mucho en los métodos tradicionales —confiesa el alemán.

Luciano le mira con algo más de atractivo, pues alguien tradicional... Sí, es su tipo.

—¿Y ahora qué? —inquiere el alemán.

—Quiero comer, en un buen sitio por supuesto —sonríe, casi parece que cada vez que lo hace es con malicia.

—¡Pero sí acabamos de desayunar!

—Hace horas, cielos... ¿Acaso desde lo de Hitler se acostumbraron a comer solo una patata al día?

—¡Ja! —finge reír —. Si Hitler siguiese vivo tal vez podríamos comer dos patatas al día.

Luciano se ríe, negando con la cabeza.

—Eres un mentiroso.

—Un creyente.

—Oh sí y pudiendo creer en un omnipotente genocida prefieres creer en un mortal genocida — refiriéndose a Dios como deidad y a Hitler respectivamente.

—Puedes burlarte todo lo que quieras, pero mientras más tonto me hagas ver, más tonto será el tipo del que te enamoraste.

Luciano abre la boca con asombro.

—¿Disculpa? —indignado—. No estoy enamorado de ti.

—Aún.

—No. A mí jamás me enamoraría la estupidez de un rubio menemista —comienza a caminar y por supuesto, el menor le sigue.

—Bueno, estaremos juntos un largo tiempo, por lo menos hasta que el mocoso se vaya a la universidad.

—No me lo recuerdes —hace expresión de estar tremendamente triste por ello —. Te invité para que, cuando me harte de ti, me haga un aborto yo solo para romper todo lazo que me une contigo.

—Sería una tragedia, ese niño sería de un linaje exquisito, además que la posibilidad de que nazca alfa es alta.

—¿Eso es todo lo que te importa? —para su camino, muy enfadado con el comentario anterior.

—Es algo importante...

—¿Qué tal si es Omega? ¿No lo vas a querer?

El alemán no responde, procesando la pregunta.

—No nacerá Omega —asegura—. Ninguno de mis antepasados ha engendrado jamás a un Omega, tenemos genes alfa dominantes.

—Eres un racista asqueroso —desaprueba—. Y me siento tan mal porque me agradas.

Sigue, entrando al restaurante y buscando un asiento.

—Ah, te agrado —sonrie victorioso.

—Le hablaba a tus grandes senos, no a ti —se burla, ya con una mesa para dos.

—Musculos —corrige —en todo caso... Mientras sea mi sangre, no dejaré que nadie le falte al respeto, mucho menos yo.

Luciano sonríe con eso, un poco más aliviado.

Pero no dejará ninguna ofensa sin castigo.

En cuanto llega el camarero se asegura de pedir lo más caro del menú, en cantidades descomunales. Extraña, eso sí, ordenar un vino de la mejor calidad, se deprime internamente de pensar que serán nueve meses sin vino.

Sin ningún tipo de alcohol.

Sin ningún tipo de hierva que pueda fumar, ni tabaco.

Y sin trabajos para la mafia.

Tienta un poco su vientre, aún plano, tal vez por ahora esté bien trabajar, pero en máximo cuatro meses será imposible realizar su trabajo de sicario.

Ni tener sexo.

¿O sí? Había escuchado que se podía tener sexo durante todo el embarazo, inclusive que el semen del padre es bueno para el feto, que duele mucho hacerlo una vez en cinta, demasiadas cosas.

Mira al alemán, con algo de curiosidad.

—Te quedas en mi casa ¿no? Por lo menos hasta mañana —exclama, tratando de no verse muy interesado.

—Podría quedarme toda la semana —afirma.

—¿Qué no tienes trabajo?

El alemán se encoge de hombros con una sonrisa, quitándole importancia al asunto.

—Igual, no creo que te soporte tanto, cuando me harte te echaré a patadas.

—¿Y qué si yo me harto de ti antes?

—¿De mí? Soy adorable ¿Cómo podrías hartarte de mí? —inquiere con sarcasmo.

El alemán ahoga una carcajada, mirándole con desdén.

La charla continúa, Luciano nota que tiene más en común con Lutz de lo que se hubiera esperado, siendo que se divierte con él.

Siente un retortijón en el estómago, no le gusta dicha sensación, Luciano jamás se ha considerado amigo de nadie, ni siquiera de su familia, a pesar de continuar a su lado, lo hace más como un acto de lealtad que como uno de empatía. Ahora, con el cachorro creciendo en su vientre, tal vez sería bueno darse la oportunidad de confiar en alguien más que sí mismo.

Suspira con ese pensamiento dando vueltas en su cabeza, asqueándole por ser demasiado cursi, mira a su acompañante.

—Si no me hubiese involucrado con la mafia, si hubiese podido elegir, me hubiese gustado ser actor —confiesa sin más—. Aunque, probablemente sí hubiese podido elegir hubiese terminado en la mafia también —se ríe.

—¿Ah sí? Te queda, actúas bastante bien —con un dejo de sarcasmo.

—Naturalmente, sería súper famoso.

—A mí me hubiese gustado ser pintor.

Luciano casi escupe su bebida de la risa.

—¿Pintor? —se mofa—. Vamos, te visualizo como actor porno, fisicoculturista, militar, incluso stripper ¿Pero pintor?

—Pinto muy bien, en realidad —presume.

—Claro, claro —asegura, en un tono que deja claro que no le cree ni una sola palabra.

—Puedo demostrarlo, si eso es lo que quieres.

Luciano sonríe ante dicha propuesta, por supuesto, acepta de manera inmediata.

Para dicha, deben volver a la privacidad que brinda el hogar del italiano.

La suerte de ambos es reluciente, dado que el hermano mayor del italiano se ha ido a sus actividades recreativas de los fines de semana

—Bien, muéstrame —pide Luciano quitándose el abrigo.

Lutz pone sus dedos en la barbilla en tono pensativo, mirando de arriba a abajo al Italiano.

—Si estás tratando de seducirme, créeme, no está funcionando, sé lo que dirás ahora y no creas que te dejaré pintarme como una de tus putas francesas.

—De hecho... —señala el perchero—, quiero que te pongas eso.

—¿Mi sombrero del servicio militar? —Lutz asiente.

El italiano se lo pone con duda. Trae un banco para sentarse y posar mientras el invitado acomoda su espacio de trabajo.

Las pinceladas comienzan.

A pesar de lo insensible del italiano, puede sentir los ojos del alemán penetrándole, jamás había hecho nada como esto con nadie, no era alguien de muchos amigos y, casi podía sentir el aroma de la colonia ajena sobre sí.

Cada trazo del pincel era como una caricia y Luciano sentía cada "caricia" intensamente. Suspira, mueve solo los ojos para no perder la pose, encontrando la mirada de concentración alemana.

Mientras más le mira más guapo es, demonios, maldito ario, es justo su tipo.

Luciano piensa que; quizá, su acompañante no es un cabeza hueca adicto a los esteroides solamente, después de todo, se le nota decidido, sensible y dispuesto a conseguir lo que quiere, imponente, inteligente.

Casi se siente como una colegiala enamorada y eso le asquea.

No, en serio le asquea, siente su estómago dar vueltas y su cabeza pesada, el carísimo desayuno está por salir por donde entró.

Luciano rompe la pose, corre al baño a devolver.

Lutz deja sus pinturas corriendo detrás del mayor. Trata de ayudarle pero Luciano se lo impide con un manotazo antes de regresar a vomitar.

El alemán se rinde, regresando a la sala para completar su obra.

El dueño de la casa maldice mientras a su desayuno se lo lleva el desagüe. Sabe exactamente que le provocó náuseas.

—Si me vuelves a hacer algo como esto te prometo que te abortaré —amenaza apuntando a su vientre.

Camina con pesadez hasta donde el alemán encontrando su retrato casi listo, solo faltó de detalles.

No es un retrato híper-realista en un sentido purista, si Luciano supiese algo de arte podría notar una fuerte influencia del impresionismo en los colores, mientras que la composición se esfuerza en imitar el tono solemne de la ilustración.

Luciano lo mira de arriba a abajo sin poder apreciar en su totalidad lo magnífico del trabajo.

—Ciertamente pintas bien —admite el italiano, logrando que el alemán de hinche en orgullo.

Lutz hace una rebuscada explicación del porqué, el cómo y técnica utilizada en cada pincelada, pero Luciano escucha poco, está más concentrado pensando en qué es esa sensación tan cálida que siente en el pecho ¿qué es? Es un sentimiento altamente extraño. En ningún momento se le pasó por la cabeza que aquel sentimiento fuese la calidez del amor.

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