Quattro
Han pasado ya unos meses desde el fortuito encuentro de un italiano y un alemán en las oscuras calles de Berlín.
Eso es un asunto secundario.
Luciano últimamente ha tenido más problemas que pensar en un chico guapo, parece que ha enfermado y no de una gripa leve, es más como una contagiosa enfermedad mortal.
Al menos eso es lo que opina Flavio.
Hace no mucho no dejaba de vomitar todo lo que comía.
Flavio creyó que era bulimia. Se paraba en el linde de la puerta del baño para recordarle a su hermano que la bulimia es muy del 87, por lo que no está de moda en absoluto.
Porsupuesto a Luciano esto no le hacía la más mínima gracia.
Eso fue un problema menor comparado a los dolores musculares que no tardaron en llegar después de eso.
Incluso sus manos, pies y cara se hincharon de una manera... ¡Moustrosa! Eso dijo Flavio.
Desde ese momento Luciano dejó de ponerle sal a la pasta y a todas sus comidas, porque él estaba convencido de que era eso el porque su cuerpo retenía agua de esa manera para estar hinchado de ese modo.
Es realmente una tortura.
Está hablando por teléfono con su abuelo, a quien realmente le preocupa el estado de salud de su querido nieto.
Luciano grita al teléfono que se joda antes de colgar con odio.
Su abuelo acaba de decirle que son los típicos síntomas del embarazo.
Evidentemente, Luciano no estaba embarazado, uno, porque no quería y dos porque el último hombre con el que se había acostado antes de esta enfermedad de mierda fue... Es...
Un imbécil alemán.
Suspira antes de patear la mesita en donde está el teléfono de la casa y clavarle un cuchillo al mismo con toda su rabia.
No.
Era imposible, no podía ser y de ser así iba a golpear su estómago con tanta fuerza que cualquier embrión ahí terminaría muriendo. Sí. Esa era la única opción de acción en caso de estar esperando un bebé.
Deja su desastre ahí.
Se adentra a su habitación y patea su cama, la cual se mueve en la dirección de la patada, es un hombre bastante fuerte a pesar de su delgado aspecto. Pasa su mano por el cabello oscuro que posee.
Algo le dice que es hora de llamar al imbécil alemán, sin embargo su orgullo es más fuerte, toma sus guantes de cuero negro y grueso, hechos a medida, se los pone encaminado a una clínica donde no piensa pagar un centavo. A base de amenazas y una que otra cortada poco profunda logra que le realicen un examen de sangre.
Ha decidido salir de la clínica para que nadie le vea hasta la hora, que se ha acordado, debía recojer sus resultados.
Enciende un cigarro una vez que se aburre de vagar por ahí. Es malo fumar... Para alguien en espera de un niño. Claro que era ¡Obvio! Que no podía estar embarazado.
En caso de estarlo abortaría. Da más o menos lo mismo si se fumaba la cajetilla completa o si se bebía una piscina de licor barato, ese feto ya era feto muerto.
Toma el cigarro entre sus dedos, oliendo desde ya el tan característico aroma de decadencia que expide el tabaco.
Lo lleva a sus labios mientras avanza por las calles de Roma, solo lo acaricia con los labios, como un beso a una madre, no tiene valor aún para meterlo por completo a su boca y aspirar.
Se frustra inmediatamente, tirando el cigarro solo para pisarlo con furia.
—¡Bestia bastarda! ¿Ya estás feliz? — Exclama al aire. Mira hacia todas direcciones notando lo obvio; no hay nadie.
Se lleva la mano a la cara en un gesto de decepción.
—Ni siquiera sé si existes y ya estoy cuidándote —esta vez lo susurra, se golpea a sí mismo para seguir su camino decidiendo ir a cortar un par de dedos para que le den esos resultados ya.
Por fortuna no es necesario, apenas debe esperar veinte minutos de absoluta ansiedad para cuando terminan de imprimir su hoja de resultados.
Luciano la toma, rompiendo el sobre con violencia. Se salta todos los criterios médicos y sus ojos magenta buscan una sola palabra: "Negativo".
No sabe lo que siente.
Si odio.
Si enojo.
Si felicidad.
Quizá tristeza.
Tal vez impotencia.
Pero no encuentra la palabra que quería, en dónde debía estar "Negativo" hay un enorme y claro "positivo", escrito con letras verdes en Helvética.
Luciano enseguida hace añicos aquel papel.
Se va hacia el cajero, donde suministran los resultados de análisis. Aparta a la gente que estaba formada con un brusco empujón.
—¿Quién mierda hace los exámenes aquí? —reclama saber con gritos.
La mujer que estaba atendiendo se queda pálida al ver a Luciano, con su apariencia tan... Inusual, terrorífica.
—Los... Los clínicos, en el... ¿Busca a alguien en especial? —pregunta, tartamudeando, odiando su trabajo y creyendo que este será su último día de vida.
—¡Mi análisis de sangre dice que estoy embarazado! ¡No quiero estar embarazado! ¡Quiero otro examen más confiable en este preciso instante! —exige.
—El análisis de sangre es la prueba de embarazo más confiable que ofrece nuestro laboratorio —masculla con voz quebrada.
Luciano gruñe antes de gritar absolutamente histérico.
Sale de la clínica marcando el teléfono de su hermano. Este contesta casi inmediatamente.
—Ajá, el fabuloso Flavio te atiende ¿Qué pasa, darling? —contesta sin pensar, se está arreglando las uñas.
—Ese hijo de puta alemán... ¡Puso un puto bebé en mi puto vientre! —grita al móvil.
Flavio deja todo lo que está haciendo para intentar procesar.
Un silencio se hace en la llamada.
—¿Es en serio? —es todo lo que puede decir el rubio desde el otro lado del teléfono, ahora cree que es una broma.
—¿Qué voy a hacer? —responde con otra interrogante, todo nervioso, dando vueltas a un cuchillo en su mano con el objetivo de calmarse con ello—. Quiero apuñalarme hasta matar a esa criatura —afirma.
—Si haces eso morirás también tú —señala, pues cree a su hermano capaz de eso y más.
—¡Pues también quiero estar muerto! —suelta tan bestia.
Flavio se quita los lentes de sol para masajear el puente de su nariz mientras la histeria consume a su hermanito.
—El marido de Ronald es médico, le llamaré y programaremos un aborto y asunto resuelto —trata de razonar y mantener a su hermano en temple.
Luciano gruñe antes de colgar con frustración.
Se pasa la mano enguantada por su cabellera pensando. Era un marica. No había tenido el valor para fumarse un mísero cigarro ¿Cómo demonios iba a tener los cojones para matar a la criatura?
Y es que es algo absurdo, hace menos de setenta y dos horas había torturado y asesinado a un pobre hombre que no le había pagado a tiempo a su mafía. ¿Pero no podía matar a un estúpido feto?
Avanza por las calles a una velocidad angustiante.
Al llegar a su casa azota la puerta antes de dejarse caer sobre ella.
Flavio no tarda en hacerse presente después de tanto escándalo, con el teléfono en la mano.
—Esta es la parte donde me dices que es una mala broma y yo te mato por asustarme —intenta bromear el de cabello oxigenado.
Los ojos casi rojos de Luciano de clavan en su hermano.
Este retrocede un poco alzando las manos.
—No lo abortaré —concluye.
—¿Y entonces? —inquiere en un tono tal vez demasiado compasivo para lo que se está habituado.
—Voy a criarlo, lo haré un niño feliz y capaz de matar —confiesa.
—Lo primero estuvo bien, lo último fue muy tú, no lo hagas.
Luciano se encoge de hombros dispuesto a irse.
Camina hasta su cuarto y es entonces cuando se deja entrar en pánico.
Debate en su cabeza si seguir lo que ya había planeado, patea su buró para desahogo.
—Me voy a arrepentir —predice muy seguro de ello antes de sacar su celular y marcar el número de un imbécil alemán.
∆•∆•∆
Siento que esto es muy oc pero los 2p son ocs
Gracias por leer
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