Otto
Cuando Flavio conoció a Lutz lo primero que hizo fue reírse de su hermano, lo siguiente fue insinuársele.
Gracias a eso Luciano entendió que sí que le gustaba el alemán, lo comprendió al momento que amenazó con rebanar los testículos de su hermano si se metía con él y por supuesto degollar las tetas del alemán si le llegaba a hacer caso al rubio teñido.
Podrían haber sido las hormonas, pudieron ser los ideales peligrosamente parecidos sobre las ideas fascistas y política, pudo incluso ser el brillo del plástico de las tarjetas que poseía el alemán, quizá fue poreue cuando su abuelo lo conoció inmediatamente lo puso en su lista negra.
Quién sabe.
Pero lo que sabe Luciano es que se comenzó a enamorar de Lutz.
Al principio se veían dos o tres veces al mes, durante los fines de semana que el político podía viajar a Italia. Mientras no se veían se mandaban mensajes de texto. A veces fotos calientes, a veces Luciano aparecía en Berlín bajo la escusa de querer comprar algo con las tarjetas de Lutz.
A medida que avanzaba el embarazo las visitas del alemán se hacían más frecuentes, hasta el punto que se quedaba por semanas en Italia.
Flavio no paraba de burlarse de la situación de su hermano, comenzó a burlarse de las náuseas diciendo que quizá había contraído salmonella por comer salchicha alemana en mal estado.
Lo siguiente fue burlarse de sus pies hinchados y de como al seguir de los meses su pecho se hinchó un poco.
Era super divertido para el italiano del sur dejar sostenes en el cuarto de su hermano, quien no dudaba en lanzarle navajas y cuchillos.
No fue hasta el séptimo mes de embarazo que Flavio le dijo "gordo" con tono burlón que Luciano explotó.
Esa noche, el norteño entró a la habitación de su hermano, cortó mechones al azar de su cabello, dejando la melena rubia como una maraña maltrecha de paja, dejó un nota en el escritorio de su consanguíneo:
“Me largo a Berlín
Con amor Luciano :) ".
Lutz ya le había propuesto varias veces que vivieran juntos, casi se lo suplicaba. Pero Luciano siempre se negaba, no quería que su niño naciera en Alemania, quería un hermoso bebé veneciano, mas, tanto su hermano y su abuelo insistían que debía nacer en Roma. Poco a poco y con algunas amenazas de por medio desistieron de ello, se contentaban de que el pequeño o pequeña viera la luz en Italia. Por lo que, después de meditarlo bastante, Luciano llegó a la conclusión de que, la mejor manera de crisparle los pelos a su abuelo sería haciendo que el pequeñín fuera de nacionalidad alemana.
Lutz leía manifiestos comunistas en su sofá de cuero, con el ruido de la radio en el sonoro de una cantante alemana de los años cuarenta.
No acostumbra recibir visitas sin previa cita. Así que el haber escuchado su timbre sonar fue una sorpresa, no muchos conocían su dirección, sólo sus hermanos y padre.
Era sospechoso recibir una visita a las tres de la tarde, así que sigilosamente tomó su pistola de nueve milímetros, con ella en la espalda abrió la puerta.
Parado en la puerta de su casa se encontró con un sicario.
Pero no venía a matarlo, o bueno, no rápidamente.
—Tardaste años en abrir la puerta ¿ni eso sabes hacer? —protestó Luciano, entrando en casa ajena sin pedir permiso —. Dejé mis maletas en la entrada, llévalas a mi habitación ¿quieres?
El rubio, tan impactado, si quiera pudo parpadear al ver a su hombre entrar como si nada.
—¿cómo? ¿Qué...? ¿Cómo estás aquí? —inquiete el alemán con la mandíbula en el suelo.
—Averiguar tu dirección fue la parte fácil, el digerir la comida del aeropuerto fue la parte difícil, vas a tener que ir por algo comestible ya, aunque dudo mucho que haya algo así en este país, pero, confío en ti —sonríe de una manera pasivo agresiva.
Lutz mira las maletas en la puerta, seguido de al italiano juzgando todo en su refrigerador. Un escalofrío le recorre la columna al pensar en cómo es que pudo conseguir su dirección pero decide restarle importancia.
En cuanto va a recoger las maletas se da cuenta de que están muy pesadas, a pesar de que sólo son dos maletas grandes y una mediana, pesan lo equivalente a cuatro de tamaño jumbo.
—¿piensas quedarte? —decide preguntar dado el peso de las maletas.
—¿No es lo que querías? "quiero que mi niño nazca en tierra germana bua bua, quiero criar un mini nazi, bla bla bla" — Imita al alemán con un tono nasal e infantil.
—Me habías hecho olvidarme de esa idea en el segundo trimestre... —Y es cierto.
A base de amenazas y uno que otro corte por aquí y por allá, habían logrado que el alemán desistiera de hacer propia la nacionalidad de su primogénito, total, italiano o no, su retoño sería ario y germano hasta la médula, tanto que sería irreconocible su sangre latina.
—¿En serio nuestro bebé nacerá aquí? —inquire el alemán con más emoción de la que se le debe mostrar a un manipulador.
Luciano suspira, su rostro irritado es dirigido a todo el mundo por igual.
—Si me lo mencionas otra vez te juro que cambio de opinión y hago al niño nacer en Israel.
Lutz levanta las manos en señal de rendición, cual buen estratega militar, se conforma con haber ganado la batalla sin bajas.
~
Luciano se cuestiona si realmente está más cómodo en Berlín que en Roma, pues en Berlín tiene a su striper personal que le hace los mandados, lo que el italiano pida, el alemán cumple.
Pero algo en su ser le hace extrañar la buena comida del mediterráneo y el clima cálido de su península, incluso llega a suspirar pensado en lo mucho que extraña su amada Venecia.
Las hormonas hacen de las suyas, poniendo nostálgico y triste al italiano, quien, ahora solo en la casa de su pareja, extraña la música animada, suave, que rebosa en su querida Italia.
Pero el es el jodido Luciano Vargas, no va a dejar que unas putas hormonas le hagan llorar.
Va a la cocina y con ira se prepara una buena pizza italiana tradicional, purista y fascista.
Cuando el dueño de la casa finalmente llega de su trabajo es recibido con un cuchillo que apenas le roza sus rubios cabellos y un "Maldito bastado, disgraziato, por tu culpa y el feto que pusiste en mí estoy sintiendo cosas, y odio sentir hijo de puta", seguido de diversas más muestras de violencia.
Por fortuna, desde aquella terrible cicatriz en el rostro de Lutz, el italiano realmente no ha lastimado de gravedad al alemán, de hecho, este último ha notado que mientras avanzan los días, la fuerza de los golpes o la profundidad de los navajazos es cada vez menor. A tal grado que realmente ya no es un golpe, tampoco es una caricia, pero para el sobremusculado rubio, apenas y se siente, inclusive las cortadas de cuchillos y navajas ni siquiera son profundas como para dejar cicatriz, más bien es un sensual recorrido por la musculatura alemana.
Sorprendentemente, más para Luciano, está feliz.
Realmente jamás se había planteado la posibilidad de quedar en cita. Se asumía demasiado indigno de traer vida al mundo y, realmente estaba preocupado por su cría, pues esta tendría que vivir en el horrible ambiente de la mafia, tal como él y su hermano, no quería eso. No quería que su bebé. No quería que su bebé tuviese noches enteras en vela pensando si sus padres volverán con vida, no quería que su tesoro fuese secuestrado y mancillado para ser usado como rehén, no quería que su mayor amor no tuviese ningún amigo debido a las múltiples mudanzas para escapar de policías y pandillas, no deseaba ver a su sol con tanto miedo y odio en su corazón como él lo tuvo.
Mas, con Lutz a su lado, realmente sentía más seguridad de la que nunca había sentido, ahora no sólo era un protegido y alto rango en las esferas de la mafia italiana, si no que también del gobierno alemán, ambos lados de la justicia estaban de su lado está vez y honestamente, se lo quiere restregar en la cara a su abuelo.
~
Han pasado ocho meses desde que los gametos de unos terribles fascistas se unieron.
La cesárea está programada para dentro de tres semanas en un sábado, cuando Lutz no trabaja. Luciano no tuvo ningún problema con ello; “un cuchillo más, un cuchillo menos, qué más da", dijo.
¡Santo señor, que ya llevan ocho meses juntos! Piensa Flavio.
No han sido fáciles, el italiano es demasiado irritable y el alemán no es ninguna perita en dulce.
Supongo que el sexo ayuda a sobrellevarlo. Insiste Flavio.
Ugh, eso no pasa, estoy en cinta ¡maldita sea! Protesta Luciano.
Ahh, así que realmente estás con el nazi porque le quieres, si no se trata de algo sexual... Flavio sigue y sigue.
¡UGH!
Luciano, muy enfadado decide responder a los molestos mensajes de su hermano con uno contundente:
“Sí, sí, SÍ, me lo tiro cada que se me da la gana, y aunque no lo hiciera, viviría con él, porque es super guapo y super MILLONARIO, mejor que cualquier mentecato que te podrías encontrar, llora perra :) "
Y envía el mensaje, seguro que nadie lo ve pues, aunque aparenta estar con Lutz por puro y vago interés monetario, lo cierto es que su corazón tiembla, sonrojado sus mejillas sólo de pensar que, en realidad, sí que le tiene afecto al alemán. Bufa sólo de pensarlo.
Últimamente, Luciano estaba siendo insoportable con la comida. No sólo tenía antojos, ¡tenía antojos de comida alemana!
Eh, que dicha, después de todo, está en Alemania. Pues no. No quiere cualquier comida alemana, quiere la que Lutz cocina.
Sorprendentemete para todo el que lo conoce, el alemán se puso a cocinar todos los días para el italiano.
Así que ahí lo ves, sacando un topper del refrigerador, apenas lo abría para calentarlo cuando una fuerte contracción le sorprendió a tal punto de tirarlo.
—Cazzo! —sisea con enfado.
Ya había sentido muchas contracciones, pero ninguna con tanta potencia, demás que la última había sido hace muy poco...
—¿qué tienes mocoso? —inquiere, en un tono... ¿Cariñoso? A la mitad de la mafia se le hiela la sangre de tan solo imaginar a su jefe siendo cariñoso.
Suspira, frustrado, buscando algo para limpiar cuando otra contracción se hace presente.
Frunce el seño ¿qué mierda? Las contracciones no solían ser tan seguidas, ni de chiste iba a entrar en trabajo de parto hoy, aún faltaba un mes para que el mocosito saliera del horno. Además, tenía que organizar una movida en un vecindario italiano para pedir piso. No, hoy no daría a luz.
—Si te atreves a salir hoy te voy a castigar desde el primer día de tu vida hasta que cumplas quince —le amenaza.
~
Una que otra contracción había surgido a lo largo del día, pero Luciano estaba decidido a que sólo era su retoño molestando.
Ha optado por aprovechar la enorme bañera de Lutz y tomar un baño. En busca de que eso le permita frenar las contracciones.
El dolor ciertamente se detiene momentáneamente, los músculos se le relajan.
Pero este no es una tarde para descansar, no para su cría, al menos.
Su cerebro no deja de liberar oxitocina lo que le induce fuertes y dolorosas contracciones. Se encoge de dolor mojando el piso de la bañera cuando se estremece.
—¡No! ¡Quédate dónde estás, mocoso! —le grita, demasiado fuerte tal vez por el dolor.
Pero es bastante inútil.
El bebé saldrá y saldrá ahora.
~
¡Hoy es martes!
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