Due
—Te corriste... dentro —cae en cuenta.
—No importa demasiado —aprieta los ojos magenta.
—Es de mala educación —miente temblando, tratando de esfumar la idea de cualquier embarazo o infección de su cabeza, queriendo arrancarle la cabeza al hombre a su lado.
—¿Estás bien? —le mira con cierta angustia, pues se ve muy frágil—. Llamaré a la farmacia... ¿necesitas algo? —Pregunta tomando el teléfono.
El italiano se levanta acelerado, asustando al alemán. Mira el teléfono como el último trago de agua en el desierto.
—Yo les llamo —casi le arrebata el teléfono de las manos—. Seguro a ti te duele hablar, es mejor que lo haga yo ¿Qué quieres? ¿vendas?
—Alcohol y gasa, sí —le mira extrañado, pero cree que tiene una razón muy sensata—. ¿Crees que necesite puntos? —y es que le sigue sangrando un poco. El moreno se muerde el labio pensando que sí que los necesita, pero ir al médico eso no es una opción.
—Yo te los hago —asegura— consígueme una aguja curva y unas pinzas pequeñas... mientras yo llamo a la farmacia —sentencia, tratando de abotonarse la camisa, sin éxito por la falta de botones.
El alemán asiente, con algo de preocupación, pero le deja en la habitación, yendo a buscar lo que pidió.
Luciano se apresura a buscar el número en la guía, marcando con sus manos temblando, cada pitido se le hace más largo y tedioso, hasta que una señorita contesta, pide lo que le encargó el alemán y aparte unos supresores de celo para no tener que acostarse con ese hombre los dos o tres días que le dure el celo.
—Si en su tarjeta de presentación dice "servicio las veinticuatro horas" ¡debería dejar de quejarse si alguien les llama a las dos de la mañana! ¡Más le vale que su repartidor llegue en menos de treinta porque si no juro por la virgen que lo descuartizo y luego a usted, buenas noches! —Cuelga el teléfono con bastante enfado, Lutz entra a la habitación en ese momento.
—Con ese acento que tienes tan horriblemente italiano es natural que no te entiendan, no te enojes con ellos.
—Ya lo he notado —se cruza de piernas—. Tú eres el vivo ejemplo, te digo tráeme nueces y me tres peras, ¿Hablo tan mal el alemán?
—Mejor que un suizo, peor que un austriaco —evalúa.
—Con eso me basta —comienza a buscar su ropa.
—No me dirás que te pondrás ropa —protesta.
—Disculpa. Se me había olvidado el macho alfa que está dispuesto a follarme sin descanso toda la noche y que por eso no puedo ponerme los putos pantalones —sarcasmo puro y duro—. ¿Tienes una papa por cerebro? Usa ese puré de papa par razonar entonces, no puedo salir desnudo por tus vendas.
—No, pero me gusta tu culo —asegura con sinceridad bestial.
—Oh... —el italiano entonces se levanta para darse la vuelta mostrando al alemán su culo de manera descarada, indecente como pocas cosas, con un leve movimiento de cadera, el rubio por supuesto se queda con la boca abierta, admirando sin pudor la humedad que reluce en el área, es entonces cuando Lucano sube enteramente su pantalón—. Pues despídete de él, niño bonito.
El alemán frunce el ceño cruzándose de brazos.
—italiano de mierda.
—Alemán pretencioso —bufa—. No pensarás que esto es algo más allá que el rollo de una noche ¿O sí?
—No lo pienso, eso es lo que quiero.
—O sea que mi culo está lo suficientemente bien formado como para que quieras tenerlo en una relación estable? —inquiere con una ceja levantada.
—Mmm... Ja —afirma.
Luciano se ríe con estruendos e incontrolable carcajada.
—Tú... — continua con la risa— ¿Crees que yo...? —la carcajada se hace más notoria de tal modo que debe sostenerse el estómago—. Perdón guapo, yo jamás saldría contigo, ni con nadie, no es lo mío, no te ofendas, pero me das pena.
—Una cita.
—La acabas de tener
—Te quedas todo el fin de semana y el domingo te llevo personalmente hasta tu pueblito en Italia —ofrece.
—No, te hago los puntos y me largo a mi "pueblito en Italia", ¿acaso me crees un imbécil que llora por todo y no sabe amarrase las agujetas? Sé cuidarme solo, no necesito una escolta.
—Creí que un auto no te podría hacer daño.
—Necesitas más que un auto de esos para hacerme quedar, si tu verga no pudo... —se sonroja un poco porque, le gustó lo que acaba de pasar, eso suele ser difícil.
El rubio suspira, niega con la cabeza buscando entre sus cosas.
Saca una tarjeta pintada de dorado que brilla al verla. Luciano abre los ojos y queda hipnotizado por el brillo.
—Mientras estés conmigo, te pertenece —hombre de negocios.
Luciano hace como que se lo piensa.
—Estas sobornándome.
—O comprándote, como quieras verlo —se encoge de hombros y sonríe de lado confiado de sí mismo el pobre ingenuo.
—No me sirve de nada si no vamos a un lugar donde gastarla.
—Iremos, en una cita.
—Ugh te escuchas tan niña cuando le llamas de esa manera tan cursi —rueda los ojos, termina por asentir suavemente—. Pero una vez que me dejes en Italia no me vuelves a ver en la vida, o juro que te rebanaré lo que te queda e cara y sabes bien que soy absolutamente capaz de hacerlo ¿Entendido o te lo repito en idioma de imbéciles? —le señala duramente con su índice.
—Un trato —sonríe con absoluta malicia de hombre de negocios, aunque tiempla un poco porque no es como si fuera la persona más rica de toda Alemania, así que procurará distraerlo para que no tenga mucho tiempo e comprar cosas.
En ese momento tocan el timbre y Luciano sale disparado, pues ya siente arder su rostro y temblar sus piernas de nuevo, necesita las pastillas urgentemente, se las arrebata al pobre repartidor con un enfadado gruñido, le estampa el dinero en el pecho sin importarle que sobre o que falten euros y le cierra de un portazo.
—¡Ve a la sala y lleva todo lo que te pedí! —grita queriendo correr al baño. Pero no lo encuentra, así que tan rápido como puede; corre al cuarto del dueño de la casa, que sabe que tiene baño, pero cruzando la puerta encuentra el rubio aún sentado en la cama—. ¡Cazzo! ¿Qué tampoco entiendes alemán?
—Creí que tenía tiempo —se defiende.
—¿Sí? ¡Ya viste que no! Anda, largo, shu, shu —hace ademán de echarlo.
—Nah, ya que estás aquí hazme los puntos de una vez.
—Pero... ¡No! Espera, voy al baño y...
—Seguro tardas los años ahí dentro, así que no, ven aquí —le hace espacio. El italiano muerde su labio con odio y lo hace a regañadientes, pensando que le tiemblan demasiado las manos para hacerlo bien, igual mete el hilo en la aguja y comienza de mala gana.
El alemán se queja y el veneciano le calla con una cachetada antes de una fuerte amenaza, Lutz deja de protestar ante tal anestesia italiana.
Luciano hace los puntos con la mayor rapidez que puede, pensando en lo lindo que es el rostro alemán, no es grasoso, es terso, sonríe levemente de pensar que alguien tan fornido y que parece temerario pueda tener la piel tan suave, sobre las mejillas morenas se dibuja un tenue sonrojo, tal vez de la pura vergüenza por admitir en pensamiento que Lutz es guapo, quizá porque realmente está subiendo su temperatura corporal.
Termina los puntos, se levanta terminando por mirar a los pálidos iris de su acompañante, quedando admirándoles unos instantes que son tan breves, pero a la vez tan eternos.
Sacude la cabeza.
Se riñe a si mismo por querer se seducido por ese imbécil ario.
Quien no se contiene ni un poquito es el alemán, que le toma desprevenido besándole de lleno, el moreno trata de resistirse con fuerza y por poco lo consigue, sin embargo, el alemán es más fuerte y logra someterle, haciendo que la bolsa con pastillas supresoras de aquello que le está llevando de nuevo al éxtasis caigan al suelo, dejando en la dura loza cualquier esperanza de regresar a Italia antes de lo planeado, pero sobretodo de evitar un aborto por lo potente de las hormonas cautivas del fármaco.
~oOo~
Mientras más larga la espera más satisfacción al termino de la misma.
Aún así me disculpo por la tardanza.
¿Que por qué Lutz no resultó embarazado si es la pasiva perfecta? Aceptemos la cruda realidad, Luciano JAMÁS habría respondido por la criatura, wiiii.
¡Mil gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top