Suerte
Dicen que en el universo nada ocurre sin un motivo, que la casualidad no existe, que todo está relacionado y ligado a través de redes invisibles tejidas por manos que no conocemos. Esto se refleja de muchas maneras, y es descubierto por quienes están iluminados por algún tipo de gracia y vislumbran más allá de lo que nuestros ojos materiales ven. Hay muchas teorías o explicaciones diferentes sobre las relaciones del universo: la carta natal, que relaciona las posiciones de los planetas, astros y constelaciones con nuestra futura vida; el tarot, que asume que el descubrimiento de ciertas cartas en cierto momento está relacionado con acontecimientos pasados, presentes o futuros; el biorritmo, que dice que según nuestra fecha de nacimiento tenemos unos ciertos ritmos vitales (salud, amor, trabajo, etc.), cada uno de los cuales late con una frecuencia diferente, y cuyas cúspides (o desniveles) muchas veces se dan juntas o por separado, siendo los mejores momentos de nuestra vida cuando todas están arriba, y los peores cuando todos los ritmos están bajos. Horóscopos zodiacales, chinos, etc. son otros de los ejemplos sobre las supuestas relaciones escondidas en el universo, así como el karma, la energía acumulada por nuestras acciones en esta vida, o en existencias anteriores. Además, hay gente que hizo fama y fortuna tan sólo por estar en el lugar indicado en el momento adecuado, y eso se explica únicamente porque existe alguna relación escondida entre él y la fama, o sino ¿cómo podría darse una casualidad semejante?
Algunas teorías indican que cada una de nuestras acciones causan todo tipo de reacciones indirectas en el mundo, por ejemplo, al estar yo aquí escribiendo, tecleando de forma desordenada frente a una computadora sin pensar en sutiles consecuencias, tal vez esté causando una catástrofe de enormes dimensiones en otra parte del mundo, o en otro planeta, o en una constelación lejana, puesto que los hilos que nos unen son demasiado extensos y dispersos como para notar lo que una palabra nuestra podría causar en el universo.
Pero esto es un cuento, una historia basada en hechos dudosos, que tiene algo (poco o nada) que ver con lo dicho anteriormente. Más bien se trata de la suerte, la palabra ignorante que sirve para mencionar temas tan elevados entre el pueblo inculto. Todo lo que le ocurre a la plebe, bueno o malo, se resume en buena o mala suerte, nunca somos nosotros mismos los culpables o responsables de lo que sucede, sino esos hilos invisibles que nadie comprende. Y cuando nos despedimos de alguien, le decimos "¡Suerte, que te vaya bien!", como si fuéramos hojas arrancadas por un viento otoñal y llevadas sin resistencia por caminos desconocidos, deseando caer en un buen lugar, el cual no depende de nosotros. Otros pueblos, otras culturas más avanzadas, al despedirse se dan fuerzas o ánimos, pero no suerte...
Bueno, pero volvamos a la historia que nos reúne, a mí en la palabra y a ti en la lectura. Todo lo que describiré a continuación le ocurrió a Pedro, por dar un nombre al individuo tocado por los hilos del destino, y que vivió los hechos a relatarse, un muchacho de unos veintisiete años, licenciado en administración, felizmente casado, con un trabajo seguro, y que había logrado salir de la pobreza debido a su tenacidad y esfuerzo, viviendo ahora en una apacible y agradable clase media, por clasificarlo de alguna manera.
Ese día (el que nos atañe), Pedro salió temprano de su casa hacia la oficina, como siempre, puesto que tenía que tomar dos ómnibus para llegar a destino, aunque esperaba pronto poder retirar el automóvil que estaba comprando a cuotas, y terminar con esa pesadilla, tal vez en unos pocos meses más. El muchacho no era supersticioso pero, como a todos nosotros nos ocurre a veces, prestaba atención a algunos detalles simples, como no cruzar por debajo de una escalera, esquivar gatos negros, o mirar los números del boleto del colectivo esperando que salga un número capicúa, lo cual indicaba suerte. En esta oportunidad miró el número que le tocó (en el sorteo del primer colectivo), el cual era el 324421, ¡Casi capicúa! Pedro sonrió y guardó el boleto en el bolsillo, contento. Faltaron dos números nada más... Se bajó en una amplia esquina, donde tenía que realizar el cambio de línea. Allí, se tomó un tiempo para jugar a la quiniela, costumbre arraigada desde hacía varios años, ya que el puestito estaba estratégicamente ubicado junto a la parada en esa importante arteria. Y, ¡oh diosa fortuna, había ganado un pequeño monto por la apuesta del día anterior! No era una cantidad importante, pero le serviría para jugar un mes más "gratis", lo cual era estimulante.
Su segundo colectivo llegó al rato. Pedro pagó distraídamente el pasaje y se sentó. Milagrosamente había lugares libres a esa hora de la mañana, y pudo sentarse cómodamente sin pedir permiso a alguien o aguantar el viaje parado; además, el chofer estaba escuchando buena música, y no las bazofias a las que había tenido que acostumbrarse por la fuerza. Miró el nuevo boleto: 54144, ¡Qué cerca!
Pensó pararse y comprar el siguiente pasaje, pero luego le pareció ridículo, falto de ética, y algo que podría anular su suerte. Además, muchas veces le pareció que tenía mejor estrella cuando sacaba un "casi-capicúa" que cuando efectivamente le salía un boleto capicúa verdadero.
Llegó al trabajo, y, entusiasmado con su racha de buena fortuna, encaró a su patrón, reclamándole el aumento que hacía seis meses había solicitado. Se sorprendió de sí mismo al enterarse no sólo de que le aumentarían el sueldo, sino que además lo ascenderían, para reemplazar al viejo Ortega, que se jubilaba a fin de mes. Feliz como nunca antes, Pedro vio discurrir la jornada a una rapidez inusual, y, como en esa fecha se festejaba el día de la amistad en su trabajo con una fiesta, pudo escapar varias horas antes de lo normal. Pasó por el supermercado, compró una buena botella de vino y rumbeó directo para su casa, para sorprender a su mujer con tan buenas nuevas, y, obviamente, pasar una velada apasionada revolcándose por la alfombra, cama, living y la mesa de la cocina, de ser posible.
Para regresar no tenía necesidad de tomar dos colectivos, puesto que había una línea que en su viaje de regreso lo dejaba a unas cuadras de su casa, aunque solía tardar mucho en llegar, a veces hasta una hora. Pero esta vez, Pedro no esperó más de tres minutos, y ya estaba retornando a su hogar, con un panorama anormal, puesto que aún era de día. Además, las calles estaban muy vacías (todavía no era el horario de salida en las oficinas), e hizo su viaje en menos de la mitad del tiempo que normalmente le tomaba. Ya bajándose del colectivo miró su boleto, cuando casi lo había tirado al suelo: 389983 ¡Capicúa! ¡Ese sí que era su día de suerte! Guardó cuidadosamente el pasaje en su billetera, como un trofeo, y caminó a grandes trancos hacia su hogar.
Entró a la casa rebosante de emoción, dejando la puerta abierta y gritando el nombre de la esposa, que por motivos que se evidenciarán en escasos renglones, prefiero obviar, hasta llegar al comedor. Allí, la rauda sombra de uno de sus mejores amigos corrió a trompicones hacia la ventana, semidesnudo y levantándose los pantalones, mientras que su mujer miraba atónita al marido (completamente desnuda y recostada sobre la alfombra) con ojos de espanto. La botella voló por los aires rompiéndose contra una arista de la ventana, manchando y empapando todo, al tiempo que su "amigo" la traspasaba volando por los aires. Un sonoro sopapo retumbó en toda la cuadra (motivo por el cual hasta ahora las amigas de la doña odian a Pedro, puesto que le dejó un ojo morado por cerca de un mes) y luego un portazo que hizo temblar las copas y caer un cuadro que se hallaba sobre la inútil chimenea.
Desorientado, sin pensarlo mucho, el individuo sobre el cual se basa este relato tomó un nuevo colectivo rumbo a la casa de su hermano, donde esperaba poder descargar sus penas. Con desgano miró el boleto: 777778 ¡Por uno!... Pero... ¿Esto significaba suerte o anti-suerte?
Tiró el boleto por la ventanilla del colectivo, negándose a pensar en ello por un instante más...
Comentario final del autor: personalmente, y analizando la cuestión, creo que Pedro tuvo suerte, puesto que es mejor vivir una triste vida verdadera que una falsa alegría con un cuchillo clavado en la espalda (o mejor dicho, con los cuernos atornillados a la cabeza), pero parece que mi amigo, quien sufrió esta desgracia, cree que tuvo mala suerte, y que fue el peor día de su vida. Ahora, ni él ni yo conocemos los hilos que se tejieron, las relaciones entre constelaciones, los boletos capicúa y su mujer, como para atrevernos a aseverar otra cosa... Lo único que podemos hacer es culpar a la suerte.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top