Lo que Podría Haber Sido

Fue una casualidad. Uno de esos encuentros que la vida marca en el momento menos pensado, cuando ya creíamos haber olvidado. En una esquina de una ciudad que hacía años no visitaba, que rememoraba mi juventud, mi vida libre, plena. Aquellos momentos desfilaban raudos por mi mente al caminar por sus calles, por la plaza y la catedral, deteniéndose y borroneándose con mi paso...

Fragmentos de mi ser estaban desperdigados por todas partes, en aquel banco, en el kiosco del barrio, en una vereda o en el bar donde nos encontramos por primera vez. Y ahora, en una esquina cualquiera, en un instante que jamás soñé o imaginé, estaba él, quieto, tan sorprendido como yo. Un encuentro inesperado, algo que nunca hubiéramos podido planear. Yo me había ido lejos, por demasiados años, y jamás pensé en regresar y encontrarlo, todavía aquí.

Nos saludamos con naturalidad, como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si fuéramos los jóvenes de hace veinte años, como si estuviéramos juntos todavía. Charlamos en nuestra mesa del viejo bar, igual que antes. Y sonreímos, con los rostros iluminados. Yo le conté sobre mi vida, sobre mi hijo, lo grande que estaba, en lo que se había convertido. Él evitó hablar de sí, de su vida, por un tiempo, pero finalmente cedió. Se expresó con las mismas intrigas de siempre, con su labia sin igual... Palabras que tal vez era mejor no oír, o no creer, ya había sufrido demasiado por ellas.

Yo tenía ese único día en la ciudad, luego volvería a mi lugar en la vida. Y él no quiso alejarse de mí ni siquiera un instante, un momento, hasta el final. Insistió mucho en mostrarme su casa, me pidió que lo acompañara, puesto tenía que alimentar a su perro, que no comía desde hacía tres días. Acepté, creo que más por curiosidad que por otra cosa. Nunca había conocido su lugar, su vida ¿Qué habría pasado en tantos años?

La casa, en el centro de la ciudad, era una construcción de los años treinta, con un zaguán amplio, largo y frío. Como toda construcción de esa época tenía un patio al costado que comunicaba todas las demás dependencias, las cuales también se conectaban por dentro entre sí. El patio era un lugar muerto, de baldosas sucias, con dos macetas de plantas secas y nada más. Ya estaba oscureciendo, pero el farol del patio no tenía foco, así que me tuve que contentar con ver todo en tonos grises.

El perro estaba encerrado en un cuarto al fondo, que daba al patio, pobre animal, en la oscuridad y famélico. Él le preparó la comida, y mientras tanto, me tomé el atrevimiento de recorrer el lugar. Su actual mujer estaba de viaje, y los hijos fueron a pasar el fin de semana a lo de unos amigos, según me había dicho. La casa estaba por demás sola. El living era un páramo, un sillón lleno de pelos y con olor a perro era lo único que había en todo el lugar, enfrentado a la televisión escondida en un rincón. Nada más. El comedor no era más que una mesa desgastada rodeada de sillas, con un gran mueble lleno de cosas desordenadas a un lado. Un pasillo, con varios estantes llenos de libros unía la cocina, el comedor y los dormitorios. Él siempre disfrutó de la lectura, recuerdo que muchas veces bromeé diciéndole que seguro se leía hasta los prospectos de los medicamentos con tal de hojear algo. Sé que ella disfrutaba también de la lectura... Probablemente sus hijos hayan heredado esos gustos, a diferencia del mío.

De los cuartos de los niños no recuerdo más que el desorden generalizado, la falta de amor y cuidado. Evitando llorar, conmocionada ante tan sobrecogedora situación, volví a la cocina, el único lugar confortable de toda la casa. Me gustó mucho, era cómoda, amplia, cálida, un lugar para quedarse. Tenía varias sillas rústicas con primorosos almohadones y una mesa de gruesos tablones de madera. Él me dijo que era el lugar de la casa donde siempre estaban todos, donde les gustaba pasar el tiempo. Todo el resto de la casa emanaba tristeza, soledad, abandono, frustración, vidas vacías, falta de preocupación por los otros, y carencia de cariño.

Los recuerdos se agolparon de nuevo arremolinados en mi cabeza, deseando escapar por los ojos. Yo no hubiera resistido una vida así, probablemente lo hubiera dejado, me hubiera divorciado... Le pedí que me llevara de nuevo a la terminal de ómnibus, no lo soportaría por mucho tiempo más. Sin oponerse me llevó tal como le pedí, no como antes, cuando no me dejaba escapar y me retenía a su lado entre las sábanas y sus fuertes brazos.

En el auto, regresando, pensando, me pregunté si nuestra vida juntos hubiera llevado a eso, si eligiéndome a mí hubiera llegado todo a ser así también. Sé que él no valía la pena, pero lo amaba, qué más podía hacer; sé que nunca me hubiera sido fiel, sé que lo hubiera esperado en las frías noches con el lecho vacío, llorando a escondidas, mientras él me descuidaba, parrandeando con sus amigos, u otras mujeres... La esencia del hombre es incorruptible, tal vez cambie la forma, pero no el fondo. A pesar de todo eso, yo necesitaba estar a su lado, escucharlo, que me hiciera reír. Y a pesar de mi amor incondicional e infinito, él prefirió a otra... Otra pobre mujer que lo amaba tal vez tanto como yo, y que sufrió tanto como yo hubiera sufrido. Él manejaba pensativo, silencioso, quién sabe si cavilando lo mismo que yo, puesto que nuestro enlace creo que jamás murió del todo.

Sin embargo, llegando a destino, en la terminal, un brillo se encendió en mis ojos. Por lo menos mi hijo no se había criado de esa manera, entre ese sufrimiento. Tal vez no haya tenido padre, pero yo hice todo para que él no sintiera su ausencia. Y él nunca reclamó, nunca quiso saber por qué estábamos solos los dos.

Y me di cuenta de que no todo está escrito, y queno todo se tuvo que dar así. Me di cuenta, en ese momento, que si el encuentrohubiera sido de él con ella, con los roles cambiados, conmigo siendo su mujer,cuando él le hubiera mostrado nuestra casa no hubiera encontrado lo que vi,sino un verdadero hogar.


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