La Cosa Invisible
En la tarde a la que me referiré en este relato me encontraba en una productora de televisión, junto a ella, la que más amo, y varios amigos y conocidos, realizando tareas que poco importan, cuando de pronto empezó a llenarse de humo el ambiente, sin que nadie descubriera su origen. Investigando un poco, descubrí el objeto que era el foco de la humareda: un viejo aparato de fax instalado en un rincón, que no recordaba haber visto antes. Llamé a los demás, esperando que pudieran solucionar el problema. Mis amigos se acercaron preocupados, y, en ese instante, entre la intensa y tóxica niebla, hizo su aparición la entidad invisible que, valga la redundancia, apodé "La Cosa Invisible". Apenas podíamos distinguirla moviéndose entre el humo, como un viento misterioso que gruñía monstruosamente. Cuál era su origen, o quién la envió a través de un mensaje analógico vía fax, iba más allá de nuestro entendimiento, pero evidentemente no era buena ni quería entablar amistad con nosotros.
Al no poder determinar dónde se encontraba, desesperamos y entramos en una histeria colectiva. Salí corriendo de la habitación, escuchando gritos desesperados a mis espaldas, y luego alguien detrás mío fue expulsado volando por los aires y empapado en sangre. Sin pensarlo escapé de la casa llevando de la mano a la que más quiero. A nuestro alrededor todo era campo, con un único camino de tierra que llegaba hasta la entrada del alejado lugar. Indecisos, nos miramos a los ojos...
Mientras tanto, La Cosa seguía aniquilando a la gente que se hallaba a nuestro alrededor o corría en cualquier dirección asustada. Era desesperante... Por un momento reinaba la calma, de pronto se escuchaba un grito desgarrador y alguien que se encontraba a nuestro lado saltaba por los aires convertido en un proyectil sangriento. Impotentes ante lo sobrenatural de una entidad invisible, silenciosa y depredadora, lo único que atinamos fue a escapar de ese infierno, preguntándonos qué era, de dónde provino, y por qué nos perseguía. Corrimos hasta el garaje donde se encontraba nuestro jeep y emprendimos una rauda huída hacia la ciudad. En pocos minutos estuvimos en el centro, cerca de la vieja iglesia.
Por un momento sentí que continuábamos en peligro, que su objetivo éramos nosotros, que nos seguiría y atormentaría hasta el final de los tiempos. Preocupado, me trepé a una columna de alumbrado público para vigilar los alrededores, con la esperanza de que "eso" no nos hubiera seguido. Había mucha gente en la calle y en la plaza frente a la iglesia, ignorante del potencial peligro ante el cual se encontraba.
Repentinamente, escuché un gruñido atronador, varios gritos, desesperación, y sangre por doquier.
—¡Oh Dios! —exclamé para mis adentros—. ¡Ya está aquí! ¡Toda persona está en peligro!
Entre la multitud observé cuerpos saltar por los aires, horriblemente mutilados, mientras los despistados transeúntes intentaban guarecerse del peligro que no veían. Preocupado, temiendo por la que más quiero, desafié a La Cosa para que dejara de lado a quien me importaba y me buscara sólo a mí. Ya ni recuerdo las palabras que pronuncié, ni por qué me creí el centro del universo en ese instante, pero superé todo temor interior y lo hice desde lo alto del poste que me sostenía.
Al momento escuché un extraño sonido muy cerca mío y a mi misma altura... ¿Era posible que la entidad volara? ¿Por qué no?... Asustado salté del poste y corrí directamente hacia la iglesia, sintiendo cómo La Cosa me seguía, acariciándome la espalda y la nuca con su brisa sobrenatural. Ingresé al recinto sagrado. Había varias personas dentro, incluyendo al sacerdote, quien observó sorprendido mi intempestiva llegada. Corrí hasta él, le dije agitado que me perseguía un demonio, que debía realizarse un exorcismo urgente antes de que todos pereciéramos. El padre, un tanto asombrado, no atinaba a hacer nada, aún dudando de mis palabras, mientras yo sentía que la entidad estaba al lado mío, quieta, esperando burlona, sin atacarme. Repentinamente, se movió tan rápido como una ventisca de tormenta, y destripó a varios fieles que allí se encontraban. Yo pensé que el lugar sacrosanto, lleno de símbolos sagrados, cambiaría su actitud o la detendría, pero evidentemente no se veía afectada por el influjo del Señor.
Shockeado, incapaz de hacer nada, me quedé quieto y en silencio, junto al sacerdote que tampoco sabía que hacer. En ese instante vino rodando hasta mí una cabeza descerebrada y, sin analizarlo mucho, la utilicé como balde cargándole agua bendita, para luego arrojársela al ser incorpóreo, como si se tratara de una bomba sagrada. Evidentemente fallé, puesto que sin verlo, y con lo rápido que se movía, no era una presa fácil. Al momento sentí un movimiento a mi izquierda y, en un acto de valor extremo, manotee y agarré a La Cosa. Era algo transparente y esponjoso, sin peso. Sin dudar un segundo, la zambullí en la fuente de agua bendita, momento en el que empezó a salir humo y fulgurantes luces de colores del pequeño estanque.
Yo creí que eso sería suficiente para acabarla, pero en cambio La Cosa se volvió visible, como una esponja gigante, y luego empezó a mutar, a transformarse en una figura humanoide. Finalmente, ante nuestro asombro, terminó convirtiéndose en un hombre desagradable, con la piel podrida, ajada y rugosa, un rostro de maldad pura, y unos ojos negros que me miraban fijamente.
—Gracias por volverme invencible —dijo, con una maléfica sonrisa.
Mi límite de desesperación fue superado con este nuevo revés, y ya no entendía que pasaba ¡El agua bendita en lugar de eliminarlo lo convirtió en algo más poderoso!... Grité al padre que huyera hacia el altar, mientras yo le tiraba cántaros de agua bendita al ser, quien no se inmutaba. Desesperado corrí también hacia el altar, mientras el ente se entretenía destripando algunas personas que se encontraban aún observando la escena.
Cuando llegué al altar tomé el cáliz con el vino consagrado y le pedí al padre que me diera una ostia también consagrada. La sumergí en el vino, y esperé... La criatura, una vez terminado su festín de espectadores (y dejando toda la iglesia bañada en sangre, inclusive las paredes, bancos, imágenes y reliquias), se volvió hacia mí, acercándose lentamente. Cuando vio lo que sostenía en la mano, titubeó, pero finalmente arremetió de todos modos.
Tomé la ostia empapada en vino, y se la apreté en la frente con toda mi fuerza... Cuando lo solté, pude observar que le quedó una profunda marca roja circular en la piel, pero nada más. Yo ya no entendía qué ocurría ¿Qué era? ¿Un demonio? ¿Un ser de otro plano? ¿Una bestia de lo profundo de la tierra? ¿Un extraterrestre? ¿Una suma de los cuatro?...
Él sonrió. Evidentemente nada en el mundo lo podía detener. Yo sólo atiné a pensar en la que amo, esperando que se hubiera puesto a salvo. Al ver que no tenía escapatoria, intenté dialogar con el ser, para hacer pasar el tiempo. A él le pareció divertido, y no le importó hacerlo, ya que sabía que no podía huir y que al final me mataría, tarde o temprano. Hablamos de diversos temas, le pregunté su origen, pero sólo me respondió con más enigmas, le hablé de mi vida, de quién era, de mis amores, de la esencia del ser humano, del clima, y hasta casi nos hicimos amigos, cuando de pronto se dio cuenta de mi plan, de que aún tenía un as en la manga que me permitiría escapar... Pero para ese entonces no pudo hacer más nada... Lo había entretenido el tiempo suficiente para enviar los mensajes a mi cerebro acerca esta situación imposible, absurda, que no podía ser real, por lo que debía despertar...
Todavía recuerdo su cara de indignación, odio e impotencia, borroneándose frente a mí, y sus acciones energúmenas para traerme de nuevo e impedir mi escape... Pero era tarde, puesto que ya me encontraba sentado en mi cama, alterado, pero agradeciéndole a Dios el don que me dio de poder, en ciertos casos, controlar mis sueños y escapar de ellos...
Sólo temo que esta noche el terrible ser esté aún aguardando por mí, deseoso de venganza...
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