El Tesoro

La batalla afuera duró alrededor de media hora. Se escuchaban estruendos, gritos, choques de espadas y lamentos. Al rato, los golpes en las puertas interiores del monasterio se oyeron con fuerza e insistencia. Ming Chu Chan, el sabio, el monje convertido en Bodhisattva, un anciano de larga cabellera y blanca barba se hallaba en posición de meditación sentado sobre el suelo, iluminado con la luz de miles de velas, pero los últimos estruendos y golpes rompieron su concentración. A pesar de ello se mantuvo en su posición, a la espera de los acontecimientos.

Sus hombres, los monjes, eran valerosos y poderosos guerreros, pero los atacantes eran mayores en número y rápidamente habían sojuzgado las defensas del templo. Finalmente, al cabo de unos golpes más, la puerta del santuario interno se resquebrajó y fue derribada. Ming Chu Chan se mantuvo inmóvil. El cofre que los enemigos tanto buscaban se hallaba en un pedestal tras de sí, sostenido por cuatro dragones dorados finamente tallados en metales y piedras preciosas.

Con arrogancia, un guerrero ataviado con armadura y con la espada desenfundada, caminó hacia el viejo, acompañado de una escolta temible. Cuando llegó hasta él, lo saludó con una reverencia y habló con firmeza. Ningún otro sonido se escuchó en la habitación salvo su estruendosa voz.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Minchanato —habló pausadamente el sacerdote, luego de devolverle el saludo con las manos juntas—, señor entre los señores ¿A qué debo su honorable visita?

—Estoy buscando "El Tesoro". Lo sabes muy bien, anciano.

—Lo que buscas está detrás de mí, y no seré un impedimento para que lo consigas —afirmó Ming Chu Chan. Los hombres de la escolta suspiraron aliviados. Sabían que si debían enfrentarse al discípulo de Bodhidharma en un combate, muchos morirían antes de acabar con él. A pesar de su frágil apariencia, el sumo sacerdote era un excelente luchador, dominaba todo tipo de artes marciales con o sin armamento, e inclusive hasta tenía nociones de magia—. Ahora, ¿Tú sabes lo que estás buscando? —le preguntó al poderoso general.

—El Tesoro —respondió este.

—El Tesoro, eso que buscas, no es algo material, a pesar de estar contenido en esa caja mágica visible y palpable por los sentidos —le explicó el anciano.

—Eso ya lo sé —le respondió el ahora señor de la comarca—. Desde niño me he preparado para buscar y obtener su contenido. Me han enseñado que es un cúmulo de conocimiento y entendimiento de todos los grandes sabios previos a la fundación del templo, recolectado durante miles de años, y que va más allá de lo humanamente concebible. Estoy consciente de ello. Una vez que obtenga ese conocimiento llegaré a comprender y a dominar al mundo de una manera jamás igualada, y eso me hará su rey y su señor. Seré invencible, inmortal, dominaré las mentes de los hombres y a la naturaleza, veré lo que ocurre en tierras lejanas, e identificaré al enemigo con sólo mirarlo...

—Así es —afirmó el anciano, apesadumbrado—. Pero la sabiduría requiere preparación, y entrenamiento. En este monasterio los monjes se han preparado por décadas para poder recibir el regalo que quieres robar. Y tú no has caminado la senda necesaria para ser capaz de aceptar su verdad.

—No importa —le respondió el señor con soberbia—. Yo estoy preparado para todo, estudié años y conquisté reinos enteros para poder llegar hasta aquí, y nadie me detendrá ahora.

—Ya te dije que no lo haré. El Tesoro es tuyo, pero has sido advertido.

El hombre rodeó al anciano y se acercó al cofre. Lo admiró por un momento, acarició sus recargados relieves, y a los dragones. Luego, seguro de sí mismo, abrió su tapa. Inmediatamente una luz en forma de espiral surgió de la caja, atravesándolo como si fuera papel. Y Minchanato obtuvo lo que buscaba, la sabiduría total y verdadera. Pero entonces su mundo se derrumbó, porque se dio cuenta que todo aquello por lo cual luchó en su vida carecía de importancia, que las cosas de valor estaban más allá del poder, del dinero, del dominio y de infundir temor. Su mente negó ser parte de lo que era, y estuvo a punto de enloquecer... Pero tan sólo lloró. Sus hombres lo miraban sorprendidos, asustados. Algunos, inclusive, se dieron a la fuga.

—Yo te lo dije —le habló el anciano con calma, poniéndose de pie—. Si deseabas seguir siendo el bruto, anarquista, ladrón, asesino, egoísta y amo del terror, este tesoro no era para ti. Pero ahora ya es tarde, porque no puedes borrar de tu mente lo aprendido.

Minchanato arrojó al suelo su legendaria espada, perteneciente a su familia por generaciones, y se arrancó la armadura. Luego dio media vuelta y observó al anciano con ojos tristes.

—Lo que deseaba ser hasta hace unos minutos no es lo mismo que en lo que me quiero convertir a partir de ahora —le dijo—. Perdóname, gran sabio, y espero que cuando nuestros caminos se crucen nuevamente, seamos maestro y alumno.

Arrastrando los pies, Minchanato, el señor entre señores, se retiró vencido. Jamás sería el mismo.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top