El Otro

Mariano suspiró molesto. Cualquier cosa más que le dijera Gonzalo carecería de sentido. Peor aún, ¡Ya se había enfrentado a su camarada y gritado que nunca más lo quería ver en su vida!

El muchacho caminaba nerviosamente, pensando en la conversación mantenida hasta hacía un instante con su (ahora) ex-mejor amigo ¿Cómo Patricia podría hacerle algo así? Es más ¿Cuándo? Ellos prácticamente vivían juntos, estaban todo el tiempo uno al lado del otro, y ella siempre era tan dulce y complaciente... No podía ser cierto, ¡No!

Encendió un cigarrillo al llegar a la esquina, impaciente, mientras los automóviles pasaban a su lado e impedían que cruzara la estrecha calle. Se rascó la barbilla, de tres días sin afeitar, como a ella le gustaba... Fumó dos o tres bocanadas, y luego lanzó el cigarro a un costado, el cual se extinguió al caer en un charco sucio.

Finalmente, el semáforo se puso verde y permitió que el nervioso joven continuara su camino. Del bar a su casa no eran más que unas pocas cuadras, aunque con la baja temperatura invernal (a pesar de estar ya en primavera), parecía un camino infinito. Durante todo el corto (pero al mismo tiempo extenso) recorrido, el muchacho no pudo sacar las palabras del amigo de su mente.

—¡Te lo juro compañero! ¿Para qué te mentiría? Tu novia, futura esposa perfecta, te engaña.

—¡No digas estupideces! ¿Por qué lo haría? ¡Yo estoy todo el día con ella! ¡No tiene sentido y no es posible!

—Natalia me lo contó, me aseguró que la propia Patricia se lo dijo en la despedida de soltera de Sonia, un poco pasada de copas. No dio detalles, pero dijo algo así como que ella tenía otro novio...

—¿Y querés que crea en las estupideces de tu novia? ¡Seguro que estaba borracha, lo cual no me sorprendería! Habrá inventado eso porque es una intrigante, siempre lo fue.

—No hables así de mi novia, ella no es como todos piensan...

—¡Y vos tampoco hables así de la mía carajo! ¡Nos vamos a casar en menos de tres meses! ¿Cómo me podés venir con un invento semejante?

—Mirá, hacé de cuenta que yo no te dije nada. Va a ser mejor. Yo te hice el comentario porque sos mi amigo. A mí Paty me cae bien, y no dudo que ustedes se quieren mucho, habrán sido mentiras estúpidas de mujeres... Además, sos un tipo excelente, y que seas un buen partido, un joven empresario exitoso, tengas bastante dinero y provengas de una de las mejores familias de la ciudad no significa que ella se acerque a vos por dinero...

—¡Ya sé adonde querés llegar con eso! ¡No me vas a convencer! No te mato acá mismo porque te debo una, de aquella vez que me salvaste en el Scout, pero ahora estamos a mano... ¿Sabés qué? ¡Me decepcionaste! ¡No quiero verte más en la vida!

Mariano recordó la conversación intensamente, y pensó que tal vez fue un tanto impulsivo, pero de todos modos no perdonaba semejante mentira de un amigo ¡Sería un comensal menos en la celebración de la boda!

El muchacho emitió un lamento rabioso y continuó su marcha, doblando en la esquina de la plaza central. No quería creer en las palabras de Gonzalo, pero al mismo tiempo una duda oscura empezó a corroerlo por dentro, y un desasosiego desagradable se apoderó de su ser. Nunca había tenido sospecha alguna de ella, pero ahora se veía analizando las idas y venidas, recordando cuándo podría engañarlo, a qué hora no estaban juntos... Rememoró el día en que se conocieron, en una disco de moda, cuando la invitó a bailar y luego la llevó a su casa... Ella no permitió que él la tocara (más de lo debido) aquella vez, y se comportó de forma bastante discreta en las primeras salidas. Un tiempo después ya se le había entregado completamente, pero la imagen de no ser una chica fácil (como varias de sus ex-novias) siempre le había quedado grabada en la mente y le había gustado mucho. Aún no vivían juntos, a pesar de noviar desde hacía casi un año, sobre todo porque los padres de Patricia eran bastante anticuados y no querían tener una hija "vagabunda". De todos modos, ella estaba todo el día con su amor, inclusive durmiendo con él hasta altas horas de la noche, y luego volviendo a su casa apenas para desarmar la cama de su casa, dormir otro rato, darse un baño e ir a trabajar. A eso sí sus padres le hacían la vista gorda, y se conformaban.

Hizo un breve repaso mental de las actividades diarias de ella... Entraba a trabajar a las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde. Tenía una hora para comer, pero ese tiempo no le podía ser suficiente para estar con otro... A la tarde ella iba directamente a su casa y esperaba que él llegara. Como Mariano salía de su trabajo a las seis, y calculando que ella tenía cuarenta y cinco minutos de viaje en ómnibus y él tan sólo quince en su auto, le daba apenas media hora de ventaja, un tiempo demasiado escaso como para arriesgarse temerariamente a hacer algo ahí ¡En su propia casa! A partir de ese punto estaban juntos hasta las tres o cinco de la mañana, dependiendo del día y de qué tanto caso le hicieran al despertador, y allí ella iba rápidamente a su casa para llegar antes que sus padres despertaran, lo que normalmente sucedía a las seis de la mañana... Los fines de semana los pasaban siempre juntos, y no existía el famoso "viernes de soltero"... No, definitivamente no había forma de que ella lo engañara, eran todas patrañas.

Finalmente el joven llegó a su hogar. Abrió la puerta, y vio que las luces estaban encendidas, así como el equipo de sonido de la sala. Se dirigió a la cocina, donde encontró a su amor haciendo un batido de banana en la licuadora nueva. Cuando ella lo vio, se arrojó directamente a sus brazos, abrazándolo fuerte y dándole un gran beso. Él tuvo una reacción de alejamiento instintiva, que la sorprendió.

—¿Qué te pasa mi amor? —le preguntó.

—Nada —respondió él—. Estoy cansado y me duele un poco la cabeza.

—Ay, pobre. Esperá, te traigo una aspirina, la tomás con este batido y, adosada con algunos mimos míos, vas a ver como se te pasa enseguida.

La muchacha se alejó por un instante, y luego regresó con la pastilla. Mientras Mariano tomaba el licuado, ella se dedicó a acariciarle la enrulada cabellera rítmicamente... ¡Todo un placer!

Esa noche la joven pareja vio una película por cable, charló un rato de cosas intrascendentes, tuvo un intenso momento en la cama, y exhausta, se dedicó a dormir, abrazada y desnuda.

A las tres de la mañana sonó el despertador. Mariano no atinó a moverse. Patricia tampoco. A las tres y media volvió a sonar. Ella, más responsable, encendió la luz del velador y empezó a vestirse. Él apenas volteó para que el resplandor no le diera en la cara. Cuando la muchacha estuvo lista, se sentó al lado del novio. Mariano apenas pudo abrir los ojos.

—¿Te llevo? —le preguntó.

—¿Podés? —a su vez inquirió ella.

—Voy a tratar.

—¿Sabés qué? —pensó la muchacha, viéndolo así—. Dejá nomás. No quiero que choquemos porque te dormiste al volante. Todavía somos jóvenes y tenemos mucho por vivir. Voy a llamar a un taxi.

Patricia llamó por teléfono al taxi-radio y solicitó uno. Mariano siguió durmiendo. Ella apagó la luz, cerró la puerta con llave, y se fue.

El ritmo de vida de la pareja era muy estable, por lo que difícilmente hubiera cambios en su rutina. Por días Mariano se auto convenció de que las palabras de Gonzalo no eran más que inventos, pero por momentos la duda le presionaba el corazón. Pronto se casaría, con el amor de su vida, la mujer perfecta, pero... ¿Y si era una mentirosa? ¿Si lo único que quería era su dinero y una buena vida?

Preocupado, y torturado por la incertidumbre que rondaba su mente cada vez con más fuerza, y que amenazaba con dañar lenta e irreparablemente su relación, socavando la base principal de ella, que era la confianza, el muchacho se tomó un tiempo para seguir los pasos de su amada, sin descubrir nada extraño o fuera de lo común, y, finalmente, atormentado, contrató una tarde a un detective privado, de esos que se dedican a desentrañar los profundos misterios de la mentira y la infidelidad (y que ganan mucho dinero con eso, puesto que cada día es algo más común).

Pasaron tres semanas antes de que el joven se reuniera nuevamente con el investigador, mientras que se ultimaban preparativos para la boda, se confeccionaba el vestido de la novia, las invitaciones, el lugar de la fiesta, la comida, la iglesia, la decoración, el auto blanco descapotable... En la rápida reunión el hombre no pudo dar ninguna información que inculpara a la doña. Afirmó haberla seguido a toda hora, haberse asegurado de que trabajaba donde decía, en la oficina indicada, y sin acercamiento de hombres, el almuerzo era rápido, en un bar de la esquina, y a la tarde iba directamente a lo del novio, sin pausas por el camino. Allí ya se quedaba hasta el amanecer con él, así que era difícil que le pusiera los cuernos. Los fines de semana o las pocas veces que se rompía la rutina, ella visitaba a sus padres o se reunía con las amigas, solas, sin hombres. Iba al supermercado o paseaba por el shopping las demás oportunidades, pero siempre nunca acompañada.

Mariano, aliviado, salió de la oficina del señor misterioso, feliz de haberle pagado por su trabajo. Pero no pudo evitar prestar atención a la última frase que le dijo cuando se despedía: "...Pero sepa bien esto: asegurar que alguien es infiel es muy fácil, puesto que una simple foto sirve como prueba, pero demostrar la inocencia no es tan sencillo, porque el hecho de que no haya fotos o nadie los haya visto en situación pecaminosa no implica que el crimen no exista... Puede que sus relaciones sean casuales, no estables, puede que me haya burlado, puede que ante la proximidad del matrimonio se esté cuidando para evitar inconvenientes..."

Nuevas dudas, intensas, pero ya sin sentido. Era imposible que Patricia le mintiera, ya había hecho todo lo posible para demostrar su culpabilidad y no lo había logrado... Tenía que resignarse a la verdad de que ella era tan verdadera como él siempre creyó, y que todo lo demás eran palabras estúpidas de gente envidiosa.

Mariano, por fin tranquilo por primera vez en más de un mes desde que le dieran la increíble noticia, llamó a Gonzalo y le contó las últimas novedades. Éste se alegró, y le pidió disculpas por haberle repetido un rumor infundado, y los amigos se perdonaron mutuamente las ofensas. Al rato llegó ella de la modista que le estaba dando los últimos retoques al vestido de novia, y se quedó con él, como siempre. La noche transcurrió de la manera acostumbrada, y luego ella, a las cuatro de la mañana, tuvo que irse. Llamó a un Taxi, apagó la luz, cerró la puerta con llave y salió.

¡Qué extraña es la inteligencia, el cerebro del hombre! Muchas veces resuelve los problemas en forma inconsciente, ya que con el pensamiento voluntario ponemos barreras que impiden tomar como válidas opciones que, a primera vista, no pueden serlo...

Un instante indefinido después, Mariano abrió los ojos y saltó de la cama intempestivamente, con el corazón palpitando fuertemente. Se acercó al escritorio junto a la puerta, tomó el teléfono inalámbrico y le dio la orden de "remarcado". Una voz dormida lo atendió del otro lado de la línea.

—Hm... ¿Sí? —preguntó.

—¿Quién habla? —preguntó Mariano.

Hubo silencio por un instante.

—¿Mariano? ¿Para qué me llamás a molestar a esta hora? Estaba soñando que viajaba a una isla tropical llena de mujeres desnudas, más te vale que lo tuyo sea más importante...

—¿Gonzalo? —inquirió el muchacho, nervioso, sudando.

—Sí... ¿Ahora ya no sabés ni siquiera a quién llamás?

—¿Acaso ella te llamó a vos? ¿Eras vos el susodicho y no te atrevías a confesarlo?—le reclamó.

—¿Quién? ¿De qué estás hablando? ¿Qué te pasa?

—Nada —masculló Mariano—, ahora entiendo lo que está ocurriendo, ella no te llamó, no usó este teléfono... Yo hablé contigo a la tarde... Después te llamo.

—¿Qué? —preguntó el otro.

Mariano colgó el teléfono y corrió hacia la cochera, llevándose todo por delante en la oscuridad. Ni siquiera atinó a vestirse en el apuro. Salió con una camiseta agujereada y un calzoncillo viejo a manejar por las vacías calles de la ciudad.

—¡Me pareció no haber escuchado el sonido de las teclas del marcado del teléfono! ¡Perra! —gritaba a la vez que avanzaba rápidamente por la misma calle de su casa que era de único sentido. Unas cuadras adelante vio a un taxi que avanzaba lentamente. Se le adelantó y le cerró el paso, casi produciendo un accidente.

Corriendo, se abalanzó sobre el vehículo amarillo antes de que el chofer atinara a retroceder o reaccionar. Abrió la puerta del acompañante y allí estaba su novia, asustada, petrificada, con los ojos abiertos de par en par en forma exagerada. No había nadie más que ella y el taxista dentro del vehículo.

—¡Mi amor! —exclamó ella preocupada, saliendo del trance—. ¿Qué te pasa? ¿Qué hacés así vestido en el medio de la calle a estas horas? ¡Con el frío que hace!

El muchacho dudó por un instante, y luego arrancó la cartera de sus manos, revisándola.

—¡Mariano! ¿Estás loco? ¡Me asustás! —la muchacha se bajó del auto, que aún permanecía en marcha.

Mientras tanto, él había encontrado lo que buscaba: el teléfono celular que le había regalado. Seleccionó el último número marcado del menú, y, luego de dos segundos, mientras forcejeaba con (la ahora desesperada) Patricia, escuchó sonar otro teléfono dentro del taxi.

—¡Era él! ¡Ahora todo tiene sentido! —exclamó el muchacho.

El taxista, el que la buscaba todas las noches, era su amante. Ese era el único momento que consideraban seguro para verse. Ella dejó de pelear, y, temblando, empezó a derramar lágrimas sobre el asfalto.

Él, por su parte, lanzó el teléfono al suelo, el cual se desarmó en mil pedazos, observó con lástima a la joven, volvió a su coche, cerró la puerta, y miró a la muchacha por el espejo retrovisor, llorando amargamente, arrodillada en el piso.

—Allí, atrás, te vas a quedar vos y todos los falsos recuerdos que, a partir de ahora, intentaré olvidar... —se dijo mortificado, y luego aceleró, de regreso a su casa—. Ahora, en el espejo retrovisor, veo todo más claro —murmuró, mientras la figura se empequeñecía en la distancia, detrás suyo.


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