El Mejor Invento

El relato que traigo a ustedes hoy se sitúa en uno de los museos más grandes del mundo (que a su vez era la fusión de otros enormes museos europeos y americanos), en un futuro incierto pero próximo. Un grupo de turistas había contratado un guía por varios días, puesto que era imposible recorrer todo el lugar en una sola jornada. De hecho, éste ya era el tercer (y agotador) día de recorrido, el cual, esperaban, fuera el último. Prácticamente todo estaba visto: Las reliquias Babilónicas, Egipcias y Persas, las obras Griegas y Romanas, los misteriosos objetos Mayas, Incas y Aztecas, el arte medieval, gótico, barroco, renacentista y moderno, y ahora entraban al último pabellón, contemporáneo.

Sus ojos ya no soportaban más pinturas, estatuas, reliquias, papiros, muebles, ropas, maquinarias, escombros o fotografías, y tan sólo deseaban tener una pared blanca frente a ellos donde pudieran descansar la vista. Eran amantes del arte, sí, pero los tres días intensos de recorrido los había agotado. Por fortuna la zona contemporánea del museo era variada y entretenida, y eso sirvió de una suerte de alivio a los paseantes. No entendían mucho el arte moderno, y les parecía más bien una especie de zona improvisada de burla de los artistas hacia los observadores, algo que no podía tomarse en serio.

El guía, un hombre maduro de grandes conocimientos, era sumamente entretenido y tenía respuestas para todo, por lo que, a pesar del cansancio físico y mental, el grupo se mantenía medianamente relajado e interesado en cada cosa que veía. Como se dijo antes, no eran dos o tres cuadros los que albergaba el museo, sino miles, no eran diez estatuas, sino hectáreas llenas de ellas, no era una silla, sino palacios completos retratados en cientos de salas, incluyendo réplicas hasta de la Capilla Sixtina con el Juicio Final en tamaño real (donde sí estaba permitido sacar fotos).

Rompiendo un silencio de varios minutos, al ingresar a una de las salas preferidas por quien los conducía, éste se ubicó delante de un objeto y habló:

—Ustedes recordarán, puesto que han visto muchas obras suyas en estos días, a Leonardo Da Vinci, el hombre polifacético y completo por excelencia, según mi opinión, y a quien todo creador debería emular. Leonardo una vez fue interrogado por un discípulo, que lastimosamente murió joven, y por eso no fue conocida su obra, ya que fue muy escasa y lo poco que existía de él se perdió entre tantas guerras, robos e incendios que sucedieron a lo largo de los siglos en nuestro agitado mundo. Este discípulo admiraba al señor de Vinci por su creatividad, sobre todo en el ámbito de la fabricación de máquinas y en el arte e investigaciones científicas que realizaba. Como habrán visto ayer en maquetas y libros que aún se conservan, Leonardo ideó aparatos o maquinarias que tan sólo siglos después pudieron volverse realidad, como el helicóptero, el paracaídas, la ametralladora, el submarino, molinos, máquinas de guerra, etcétera, además de haber escrito tratados completos de anatomía y ciencia, muchos de los cuales eran avanzadísimos para su época... Bueno, volviendo al estudiante en cuestión, éste le preguntó al maestro si él sería capaz de fabricar, o si alguien alguna vez lo lograría, una maquinaria que pudiera utilizarse para crear todo tipo de arte, algo que sirviera para pintar, para componer música, para esculpir, para divertirse o comunicar información de una manera tan fluida como la letra, o mejor aún, que pudiera combinar todas las artes en una.

El hombre se tomó un respiro, midiendo el interés de los oyentes, luego continuó:

— "¡Nunca!" exclamó el gran genio, "¡Nunca podrá crearse algo así!" insistió ante el asustado alumno. "Las artes son completamente independientes, y ninguna maquinaria podrá jamás reemplazar al pincel en la pintura, al cincel en la escultura, a las partituras en la música, o a la pluma en la escritura ¡Así que sácate semejantes tonterías de la cabeza y vuelve a tu trabajo!...". El muchacho, que seguía ciegamente a su maestro, jamás se hubiera opuesto a semejante aseveración, así que obedeció sin replicar. Es una lástima que haya muerto tan joven, porque tal vez, con la visión que poseía, hubiera podido superar al maestro... Pero bueno, la moraleja de esta historia es que hasta grandes hombres y genios como Leonardo Da Vinci pueden equivocarse o a veces carecer de visión o evaluar la evolución tecnológica, puesto que la maquinaria por la que el alumno preguntó efectivamente fue creada, y ahora es algo tan común que no podemos pensar en nuestra vida sin ella...

El hombre se hizo a un lado y presentó con ambas manos, ante un público asombrado, al gran aparato que descansaba sobre un pedestal iluminado por un spot de luz blanca desde el techo, que no era más que una simple computadora de escritorio, llamada PC por los antiguos...


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