El Final de la Historia
El muchacho cruzó nerviosamente la callejuela, para alcanzar la otra vereda. La noche había caído ya sobre el empobrecido vecindario, y esto le preocupaba aún más. Odiaba las diez cuadras que tenía que recorrer desde la parada del autobús hasta su hogar, puesto que la ola de robos y violencia en esa parte de la ciudad era cada vez mayor, y ya nadie se salvaba.
La zona se hallaba vacía, muerta. Él era el único valiente atravesando esa zona de peligro. De todos modos eso lo tranquilizaba un poco, porque era preferible ese silencio al ruido de pasos lejanos, o peor aún, cercanos. Pasos... En su imaginación le pareció escuchar alguno cerca suyo, por lo que se detuvo por un momento, pero no distinguió nada más que la fresca brisa otoñal.
Apretó con fuerza el libro que llevaba en la mano. Era una novela que desde varias semanas estaba leyendo, y le faltaban unas pocas páginas para terminarla. Trataba de unos seres sin cuerpo que habitaban un mundo carente de barreras, del cual querían escapar, y el desenlace ya estaba por darse. Se dedicó a pensar en la novela, para olvidar sus preocupaciones y miedos. Tal vez lograrían huir y vivir su verdadero destino, tal vez los señores del lugar se lo impedirían... Él quería que se diera la primera opción, puesto que amaba la libertad y odiaba las barreras impuestas por los demás y por el mundo.
Abrió el libro en la página marcada, como para leerlo mientras caminaba, pero la escasa luz del callejón que en ese momento recorría se lo impidió. Le pareció escuchar algo a su espalda, por lo que volteó preocupado. No vio nada, más que un papel de diario flotando despreocupadamente en el viento. Un gato gris cruzó velozmente la calle en la lejanía. Dio media vuelta nuevamente y, sorprendido, se halló con la fría hoja de una navaja hundida en el estómago. Un hombre desgreñado, barbudo, con los ojos extraviados, la empuñaba con odio, clavándola una y otra vez de forma descontrolada. El muchacho cayó al piso bañado en sangre, mientras el desconocido individuo lo registraba en busca de algo de valor. Tomó la empobrecida billetera, sus zapatos, los anteojos y huyó por la calleja tan rápidamente como había aparecido.
Alejandro, así se llamaba el joven, intentó levantarse en medio del intenso dolor, pero se dio cuenta que su cuerpo no le respondía, y sus extremidades estaban frías. Apretó con fuerza su estómago, pero sabía que eso de nada le serviría. Se hallaba caído boca para arriba, rodeado de un charco de sangre, inmóvil. Miró hacia un costado. Su brazo se hallaba extendido sobre el áspero pavimento, rozando el libro que cargaba en sus manos un minuto atrás. Intentó estirar los dedos, tocarlo, pero no pudo. Las páginas se movían al son de la brisa que lo acariciaba, en un suave vaivén. Con los ojos fijos, en un respiro final, se dio cuenta de que nunca sabría el final de la historia narrada en ese libro, como el de muchas otras historias verdaderas, y que el grato momento de conocer el desenlace le quedaría velado para siempre...
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