XII: Ely es observada desde las inciertas sombras de la noche


Era el miércoles treinta y uno de Julio de mil novecientos ochenta y cinco. La noche envolvía todo el pueblo y Ely estuvo soñando con algo perturbador que no tardaría en volverse una pesadilla.

Soñaba que era perseguida por una criatura perversa que mostraba unos colmillos afilados; parecía que la quisiera comer entera de un solo bocado. Era una sombra negra en la oscuridad de la noche y la luz de la luna solo lograba iluminar las cuencas de esa abominación en las que se podían admirar dos puntos rojizos llenos de ira, de locura y de algo más que le era totalmente imposible de determinar. ¿Podía tratarse de admiración?, la verdad es que no estaba muy segura de ello.

Presenció cientos de cadáveres ennegrecidos y otros en un avanzado estado de descomposición; veía cuerpos llenos de lodo y de gusanos, estos surcaban los rostros y se introducían en la órbita donde alguna vez hubieran residido los ojos. En los cuerpos descarnados, era capaz de admirar las costillas que salían de estos. Todos los que aún podían darse el lujo de conservarlos, parecían mirarla con ojos tristes, pero vengativos, como si quisieran obtener algo, fuera lo que fuera, de ella. Parecía como si estuvieran resentidos ante su presencia y quisieran que su muerte llegara pronto; querían hacerlo ellos mismos, de hecho, pero algo parecía habérselos estado impidiendo.

Se vio envuelta en una terrible y repugnante tierra de muertos y no fue capaz de contenerse, no pudo evitar vomitar una y otra vez, primero de un color verde manzana; luego, lo hizo con un tono amarillento y más espeso y, por último, eran chorros negros que brotaban desde su garganta como si fueran a propulsión, mezclados con sangre. Estaba vomitando de tal manera que no le hubiera extrañado que los pulmones salieran disparados de un momento a otro y que su vida terminase de aquella manera tan asquerosa como desagradable. El vestido rosa que llevaba, se encontraba todo empapado de esa repugnante mezcla y hedía de una manera nunca antes experimentada. Se sentía asfixiada, como si alguien la hubiera estado ahogando para deshacerse de ella.

Aquella desconocida e inmunda criatura se detenía de golpe y permanecía en silencio —algo que lograba acelerarle el golpeteo del corazón como si este se tratara, en realidad, de un martillo—, la escrudiñaba y se relamía como si planeara darse un manjar con sus entrañas, y con el resto de su cuerpo. Poco a poco, como si se estuviera deslizando y no como si caminase, se ponía de nuevo en marcha y la perseguía por todos aquellos lugares que ahora se encontraban desolados, excepto por los cadáveres que giraban sus rostros sobre sus frágiles cuellos, como si fueran una suerte de terribles marionetas, y la observaban con furia y con algo de nostálgica admiración, también.

La criatura en cuestión... Ely comenzó a verla y logró desviar la mirada justo a tiempo; no deseaba mantener la mirada en absoluto, pues algo en esta la aterraba —y creía que, si la hubiera observado, aunque sea durante unos solos instantes, se volvería loca por completo— y sabía muy bien que ella era su siguiente presa, la cereza del postre... la última de todas ellas.

Sudaba a mares y gritaba en sueños. Unas lágrimas cayeron en torno a sus mejillas y comenzaron a descender por ellas. Hacia afuera, no se oían gritos, la habitación solo se había cubierto de sollozos y de quejas y unos débiles ecos que retumbaban como algún sonido proveniente de ultratumba.

Dio una y miles de vueltas en su cama. La deshizo haciendo uso de todo su cuerpo, la volvió a hacer con sus manos, aún dormida. Volvió a girar decenas de veces más y a deshacerla de nuevo. Despertó tan de golpe que un gato —o gata, fuera lo que fuera— salió espantado, con todos los pelos erizados y maullando como alma que lleva el diablo. Me imagino que quizá le pisó la cola sin querer o algo por el estilo.

El rostro de ella se encontraba todo sudoroso; parecía brillar y las lágrimas consiguieron que sus ojos tomaran una tonalidad bastante rojiza. Eso daba a entender que había estado llorando en sueños, mejor dicho, en pesadillas, durante un buen rato.

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