venus as a boy ♡⋅₊˚.

—Hay una puerta en cada uno de nosotros—dice Doyoung, con el mentón inclinado hacia arriba, mientras los rasgos cincelados de su rostro son suavemente iluminados por la luz débil que se derrama a través de las finas cortinas de encaje.

Una flor baila sobre su mejilla y la mitad de su boca. Los ojos de Jaehyun permanecen fijos mirando directo a sus labios, viendo cómo se forman las palabras, cómo aparece un destello de una lengua rosa, y otro destello de dientes blancos.

Doyoung lo está mirando a él y su reacción, sin intervenir, todavía no, solo observando con esos ojos redondos e idénticos a la tierra mojada suyos.

—Una puerta—reitera, lento, siendo tanto una pregunta como una afirmación.

El viento se levanta, las cortinas se mueven con más vigor, las delicadas flores de encaje ahora se extienden sobre su nariz y manzana de adán, las sombras lo salpican como estrellas en el cielo de medianoche.

Hay estrellas y flores por todas partes, y la boca de Jaehyun está un poco seca. Sus brazos se encuentran doblados como lirios tímidos.

—Sí, una puerta. Todos tenemos puertas que conducen a nuestras historias. Una cicatriz en el muslo, un tatuaje, la forma en que tú cocinas los huevos por las mañanas, la forma en que yo doblo las sábanas. Son todas estas pequeñas historias, las piezas de un rompecabezas.

No hay boca más bonita que la de Doyoung cuando se desenvuelve alrededor de palabras como rompecabezas y y tatuaje. No puede apartar los ojos y tampoco no lo intenta.

Doyoung inclina la cabeza hacia un lado. No es nada, solo una simple acción, pero verlo así, abierto y lánguido a todo, se siente como si tuviera un secreto en su puño cerrado y sus ojos centelleantes.

—¿Y tus puertas están abiertas?—la pregunta se desliza entre sus labios, los cuidadosos hilos que la retienen se rompen como ramas húmedas y débiles.

Los ojos de Doyoung se apartan y hay una sensación burbujeante en sus costillas, un aliento golpeando su mejilla. Un repentino recordatorio de que no tiene derecho a nada de eso y tal vez, solo tal vez, ha presionado demasiado, ha metido su mano más profundamente, tratando de sacar todo y ahora esta está atascada.

—Algunas. Las otras... No quiero que se abran. Las prefiero cerradas durante mucho tiempo—finalmente confiesa, y su voz posee un extraño temblor, como si las palabras que salen de él no fueran solo suyas, sino también de Jaehyun y estuviera tratando de mantenerlas.

El viento se ralentiza, las flores se mantienen constantes moviéndose sobre su boca, los pétalos se envuelven en él.

Su mejilla se ve suave como un pétalo. Jaehyun quiere acariciarla, pero se abstiene.

La espera hace que todo sea mucho más brillante. La paciencia da los frutos más dulces.

—Hablame sobre una puerta cerrada—pide en su lugar, metiéndose las palmas de las manos entre los muslos, él pantalón está caliente, el suelo frío.

Un contraste, al igual que las emociones que desdibujan su rostro.

Por un lado, Doyoung quiere contarle todo, romperse bajo su escrutinio, reabrir la herida y dejar que lo suture de nuevo mientras que, por otro, quiere aferrarse firmemente a sus cicatrices, a las vías del tren que estropean su piel, a las manijas de las puertas atascadas y las otras sin cerrojo, a las rayas del muro que es él en este cuerpo, a él debajo del tejido y el músculo.

—Déjame llevarte de vuelta a mis años en un internado, ¿bien?—las comisuras de sus labios se alzan, viajando por un recuerdo encerrado en él.

Jaehyun se inclina hacia adelante para apoyar la frente sobre su hombro.

—Está bien.

—Tenía dieciséis y ese era mi segundo año allí. Estaba junto a los niños más inteligentes y, bueno, yo no era el más inteligente para ese entornl. Luché por llevarme bien con todos y durante un tiempo limitado lo logré.

Está perdido en sus pensamientos, tirando distraídamente de la tela de seda rosa.

—Tuvimos una semana libre de la nada y estaba ansioso por irme a casa, por pasar un poco de tiempo sin hacer absolutamente nada más que perder el tiempo.

Una risa amarga se derrama más allá de sus labios.

—Resulta que no fue realmente un descanso. Había chicos que todavía tenían que ir y quedarse atrás, recibiendo ayuda adicional. Había un preceptor... Adoraba hacernos competir entre todos, pero se encaprichó conmigo. Yo era exactamente el mejor ejemplo de lo que es un mal estudiante. Su clase siempre me apasionó, porque irónicamente era de mis peores promedios... De alguna manera debía mantenerlo, no podía permitirme estar por debajo de otros, y dicho preceptor me propuso lo que por mucho tiempo no me dejó dormir sin tener pesadillas. Yo sólo quería sentirlo como una figura a la cual admirar desde abajo, siempre decía que yo lo llenaría de orgullo algún día. Y me atrevo a decir que sus manos extrañas acariciando mi cuerpo me reconfortaban, pero cuando en mis sueños las siento, quisiera no haberlas conocido jamás. Yo...

Jaehyun aprieta su muslo.

—Eso fue una mierda de su parte. De verdad.

—Y así es como funciona, ya sabes. Tu boca está llena de dinero para mantenerte callado ante todos los escándalos.

—¿Alguna de ellas dirige a esto?–con ellas se refiere a las puertas. La curiosidad se extiende por su pecho.

El tarareo de Doyoung se pierde entre ese mar de cabellos rubios desordenados.

—Sí. No me gusta pensar en ello, jugó un papel importante para llevarme lo que soy, pero también me hizo cuestionar la forma en que uso esta piel, la forma en que llevo este cuerpo, este peso.

—Eras tan joven, amor. No debías tener que pasar por eso—lo lamento, quiere decir. No por la lección, no por lo que ha aprendido, sino por el dolor, la herida, la cicatriz de su sensible chico.

—El dolor no envejece, Yoonoh. Viene con la aflicción—un aura triste se apodera de sus palabras, las afila lo suficiente como para cortar la superficie de su piel y permitir que gotas carmesí rocíen, manchando la alfombra, las botas que agarra con ambas manos, los anillos en los que desliza sus dedos todas las mañanas.

Se sienta y presiona sus labios fríos contra un lado de su rostro, justo encima de sus pómulos, la piel febril se oculta por el cabello suave, el pulso es apenas contenido.

—Aquí—murmura Doyoung, con los dedos tocando su mandíbula, cada vez más arriba hasta que sus labios descansan sobre su sien.

Es vulnerable. Es íntimo.

—Todos somos dioses, y estos—levanta la palma de la mano y presiona ligeramente, cubriendo el lugar el que acaba de besar. —Estos pares, estos huesos son nuestros templos. Nuestros lugares de culto.

Las flores se transforman en llamas y la luz de la luna se desvanece a blanco.

—Háblame de una puerta abierta—hace eco extrañamente, necesitando más para no llorar, bañado por el resplandor de las palabras.

Doyoung sonríe, lleno y completo.

—Todas las puertas retienen dolor, Jae.

—¿Incluso las abiertas?

—Especialmente las abiertas—dice, y si Jaehyun lo besara ahora mismo, intrudujera su lengua y lamiera su boca, podría saborear la tristeza en cada rincón.

Una conversación a la luz de la luna era todo lo que se suponía que debía ser y se ha convertido en algo más profundo y oscuro, ambos desnudos con la ropa puesta.

Jaehyun descansa la cabeza sobre su muslo, unos dedos masajean su cuero cabelludo, él suspira contento.

—Una a la que siempre regreso es nuestra primera vez. Cuando encendiste velas y yo regué pétalos en nuestra cama y desperté con sábanas llenas de rosas.

Lo recuerda vívidamente. Las sábanas contenían su fragancia y cada vez que olía el dulce aroma, se le recordaba lo que había sucedido entre ellas. Risas de sol, pechos de pétalos de rosas, cuerpos encajando en armonía, gemidos altos y jadeos bajos, gruñidos de placer, todo el calor fundido y labios de seda.

—Tu piel, mis lágrimas, una parte de ti en mí, nosotros unidos. Miré por la puerta entreabierta y dentro está nuestra habitación y nuestros cuerpos atados, y no puedo descifrar dónde empieza el mío y dónde termina el tuyo. Me llena de dolor y luego recuerdo...—Doyoung hace una pausa, remoja sus labios y traga.

Y allí, escondidas en su garganta están las letras de un idioma desconocido que forman el nombre de Doyoung.

—Recuerdo que el amor es abrumador y que para alguien como yo, el dolor ha sido la única emoción que he sentido en tan gran magnitud.

—Esto debe ser lo que es el amor: Un dolor tan radiante que atraviesa a todos los demáscita Jaehyun, con la boca curvada en una sonrisa idéntica a una media luna.

Resuena dentro de él.

—A mí también me duele.

La luna está demasiado arriba en el cielo, las flores son olvidadas, son extensiones de tierra estéril, desoladas y desnudas, compartiendo secretos como duraznos maduros, temerosas de las manos grandes y los dedos magullados que las sostienen junto a sus corazones, construyendo un huerto de amor.

Las cosas que pueden compartir. Las cosas que se confían entre sí, para mantenerse cerca, mantenerse a salvo.

El espacio es infinito, se expande en todas las direcciones sin un final, sin un molde, sin límites.

Y aún así ellos de alguna manera se sientan en el centro de todo.

Él cree que no es una pregunta, sino una súplica. Doyoung está disfrazando su plegaria con una pregunta, como si la acentuación más alta al final enmascarara la impotencia que se filtra en sus poros. Sus músculos tensos lo delatan.

—¿Qué cosa, Jaehyun?

Hace eco. Si Jaehyun tuviera huesos huecos como las aves, encontraría la voz de Doyoung dentro de ellos, lo abrirías y estaría lleno de Doyoung.

Doyoung, Doyoung, Doyoung.

—Saber que nuestro amor te duele—murmura, cada letra es una daga apuñalando su corazón.

El viento se calma y el silencio suena fuerte.

Doyoung lo acaba.

—En mi primer año en la universidad tomé el camino equivocado y terminé en otra facultad. Había una chica por ahí, y me dijo que tenía linda piel. Debió haberse referido a mi cara, pero hasta el día de hoy sigo pensando en ella.

—Se sorprendió por lo etéreo que eres y no encontró las palabras correctas, bebé—bromea Jaehyun, enterrado a su costado, palabras pronunciadas en su cuello.

—Nuestro amor duele, pero no es para alejarme. Es un recordatorio de que lo he superado. La infancia jodida, los traumas, el hogar inestable, las palabras vacías y los silencios pesados que cuelgan alrededor de mi cuello como una soga perpetua, ya no pueden tocarme.

Una constelación de adoración recorre la longitud de su columna vertebral, la devoción brilla en sus ojos. Quiere crear algo para mostrar al mundo que su chico, su alma gemela, su amante, es Venus. Diosa del sexo, la belleza, el deseo, la fertilidad y el amor.

Las nubes del deseo, las burbujas de belleza, los brillos del sexo, el planeta del amor.

—Una vez escribí una canción para ti. Escribo demasiadas canciones sobre ti, pero nada captura todo lo que eres para mí, Doie. Todos los días tengo la suerte de tenerte conmigo. Te amo.

Doyoung sorbe su nariz, reteniendo un sollozo, con miedo de mostrarle las ruinas de su yo pasado, el vidrio destrozado de los espejos que llevaron su reflejo durante meses y años.

—Te amo–repite. Una oración frenética, un recordatorio constante, una promesa inquebrantable.

Llorando, extiende la mano para entrelazar sus dedos con los de Jaehyun, las flores marchitándose y arrugándose, la luna escondiéndose de nuevo, una astilla de naranja cruzándose por el cielo azul oscuro, indicando las horas que han pasado sentados debajo de la ventana, curando viejas heridas.

Una desesperación encantadora se apodera de él, de su cuerpo. Hay capas en él, sexo primordial y vergüenza primordial. Ambas se superponen y desde el centro nace su amor.

Y está cansado de ocultarlo.

—Quiero todo de ti. Déjame tenerte.

Doyoung sacude la cabeza.

—Lo estoy intentando, realmente. Lo quiero. Pero no hoy.

Tanto la paciencia como la amabilidad cosechan el amor. Jaehyun está listo para darle a Doyoung el mundo y todo lo que hay más allá.

Durante un tiempo solo llora, sollozos que se reducen a hipo, espasmos violentos que cesan, sus manos siguen temblando pero ya no están frías.

Sus hombros están más ligeros de lo que se han sentido en mucho tiempo. El cielo está manchado por rayos de sol.

Doyoung se remueve bajo las mantas calientes y presiona su sonrisa contra las almohadas frías.

Jaehyun se acurruca contra él, presiona su frente contra sus costillas, busca el núcleo de su sangre, el latido de su corazón, la expansión y contracción repetitiva de sus pulmones, su vientre alzándose, y luego bajando, desmoronándose y reconstruyendose.

Las ruinas no son ruinas si alguna vez fueron fragmentos de recuerdos que se mantienen.

Doyoung posa su mano sobre su esternón, más abajo de donde está su corazón, por encima de su ombligo. Jaehyun la cubre con la suya propia.

El metal contra la piel, frío y cálido, suave y fino.

—En el centro de ti se encuentra un poema, y anhelo aprender todas las palabras—susurra contra su camisa, amortiguado por la suave tela.

Su risa se expande dentro de sí mismo, vibrando por todo su cuerpo.

—Ya duerme, Jae.

Justo cuando está cediendo a las cálidas caricias del sueño, se da cuenta de que no hay puerta que lo obstruya y donde descansa aquella mano, es de hecho el centro de su amor.

Las palabras son las que los mantienen unidos, su alma dolorida, su mente febril. Lo unen a él y a su amante.

Hay una puerta en Jaehyun y más allá de ella se encuentra todo su mundo: Doyoung.

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