Ventanas tapiadas

Hacía unos tres meses que el joven alquiló ese departamento en el que estaba viviendo. A pesar de que no pensaba que se independizaría tan rápido, la idea le gustó y más porque podía escuchar música a todo volumen a la vez que tocaba la guitarra y no recibir ninguna queja proveniente de sus padres. Tampoco tenía que preocuparse por los vecinos del mismo edificio, pues vivía en la planta más alta y su departamento era el único que había por allí, además las paredes eran bastantes gruesas por el simple hecho de que era un edificio bastante antiguo.

Otro punto a favor que tenía su nueva casa era el hecho de estar a solo dos cuadras de la universidad donde él estudiaba diseño, por ende no tenía que levantarse tan temprano para ir a clases y podía dormirse tarde, tal como debía hacerlo una persona de su edad.

Eran las doce de la noche cuando desvió su vista al reloj del celular, el cual en unos dos minutos se apagaría por la falta de batería. Sentado frente a su escritorio, sostenía una lapicera en la mano y miraba pensativo una hoja, como si esperaba que ese objeto inanimado le ayudara a escribir una carta para la chica que le gustaba; sin embargo, la inspiración no llegó. En un momento estaba a punto de descartar esa idea, pero sabía que a la muchacha le gustaban ese tipo de detalles así que apartó ese pensamiento de su mente. Se proponía a escribir algo cuando escuchó unos tres golpes bastantes fuertes, tan violentos que se sobresaltó y dejó caer la lapicera al suelo.

Pensó que quizás provenía de la puerta, así que fue hacia allí y observó por la mirilla de la misma, mas no vio a nadie del otro lado. Se giró para volver a su asiento cuando otra vez escuchó los golpes y gracias a estos se dio cuenta de que nadie estaba tocando la puerta, pues ahora se escuchaban más lejanos. La idea de que estaba demasiado cansado deambuló por su mente, ya que ¿de dónde más podía provenir ese sonido? No tenía idea alguna.

Ahora sí, volvió a su tarea y se dio un corto plazo para terminarla y, si no lo lograba, se iría a dormir y seguiría el día siguiente. Ese plazo era de diez minutos.

Decidió encender los parlantes y poner a su banda favorita de rock, tal vez así lograba inspirarse. El volumen lo puso bastante alto, así ningún otro ruido lo despistaba, como por ejemplo los tres malditos golpes producidos por quién sabe qué. En la carta, tan solo había escrito "Querida Andrea" y, por más que tenía una idea de lo que escribir, no veía la manera de que las palabras encajaran y quedaran bien, además no sabía cómo ella se lo tomaría y eso le asustaba un poco.

Otra vez escuchó los tres golpes, y eran mucho más fuertes que los anteriores.

Se levantó de la silla de un salto, pues ya se estaba hartando. Fue de nuevo hasta la puerta, sin embargo esta vez la abrió de par en par y comprobó que del otro lado no había nadie. También, por las dudas, fue hasta cada una de las ventanas y miró hacia el exterior, aunque le parecía algo ilógico ya que, como fue mencionado con anterioridad, el joven vivía en el último piso. Pensó que revisó todas cuando, una vez más, escuchó los tres golpes, recordándole que le faltaba echarle un vistazo a la del baño.

Era una ventana bastante chiquita, pero ancha, y que se encontraba a gran altura, así que debió subirse a una silla para alcanzarla bien. Tenía una cortina estilo persiana por lo cual tuvo que mirar entre las rendijas, algo que le asustaba un poco por lo que podía encontrarse del otro lado. Sin embargo, se armó de coraje y se acercó más, cerrando un ojo para ver con más detenimiento.

Del otro lado le pareció ver una sombra y el brillo de dos ojos tan grandes que parecían ser de una caricatura; también vio dos especies de colmillos, mas no pudo reparar en detalles porque se puso tan nervioso que se cayó de espalda al piso.

Rápidamente reaccionó y fue a su habitación, donde allí buscó de manera muy desesperada las herramientas necesarias y unos cuantos tablones, pues trataría de bloquearle cualquier entrada a ese monstruo que lo estaba vigilando. Para su suerte, su armario se había roto hacía no mucho tiempo y tenía algunas maderas a su disposición, así que las empleó para tapiar la ventana.

No era muy habilidoso en cuanto a clavar los clavos y golpear con el martillo, de igual manera se las ingenió lo más que pudo pues sabía que corría un gran peligro. Sus manos no paraban de temblar y le costaba no pensar en todas las cosas horribles que le podía hacer aquél monstruo que no podía identificar. Por segunda vez en ese día, se armó de coraje y volvió a espiar por las rendijas de la persiana, pero ya nada había del otro lado, solo oscuridad y nada más.

Se detuvo en seco por unos segundos, pues no sabía si continuar con lo que estaba haciendo o intentar buscar ayuda. Sus pensamientos se detuvieron cuando volvió a escuchar los tres golpes que ahora provenían de otra ventana.

Corrió para buscar la nueva localización de ese monstruo y, cuando lo halló, se dedicó a tapiar esa ventana con mayor rapidez. Cuando volvió a espiar, corriendo las cortinas que cubrían a esa ventana, se sorprendió al ver que ya no estaba allí. La paranoia ya lo comenzaba a invadir, debía cubrir las demás ventanas para poder protegerse aunque el bien sabía que, si lo que parecía ser una especie de demonio o vampiro se proponía a entrar, los vidrios y tablones no se lo iban a impedir en absoluto.

Al finalizar, lo cual no tardó más de diez minutos, apagó todas las luces y fue hasta el baño para meterse en la bañera y ocultarse allí, ya que le parecía el lugar más seguro al encontrarse en un cuarto donde sólo había una ventana diminuta la cual se encontraba obstruida. Intentó calmarse, a pesar de que se sentía un poco más seguro ahora que tenía la compañía del martillo y su casa estaba más protegida. Cerró los ojos y esperó a que la noche acabara.


La muchacha se bajó del autobús y buscó con la mirada el edificio del chico, estaba justo en frente.

Ya eran alrededor de las dos y media de la mañana y no estaba muy segura de si el joven estaba todavía despierto, pero mantuvo la esperanza de que sí. Después de todo, era una visita sorpresa y podía pasar cualquier cosa.

La puerta del edificio se encontraba abierta, así que no dudó en pasar. Subió por las escaleras hasta llegar al sexto piso, el cual era el último, y caminó por el extenso pasillo hasta llegar a la puerta del departamento del chico. Estaba emocionada, ansiosa e incluso se podría decir que un poco nerviosa, debido a que hacía tiempo que había trabado amistad con él, mas a ella le gustaba bastante y no veía la hora de confesárselo, aunque no estaba segura si era un amor correspondido o no. Golpeó la puerta tres veces y se quedó esperando a que alguien le abriera, pero no había ninguna señal de su amigo; sin embargo, no se dio por vencida y volvió a golpear unas tres veces más; para su desgracia no recibió ninguna contestación.

Antes de irse, probó a ver si la puerta estaba con cerradura y se asombró cuando ésta se abrió, emitiendo un chirrido un tanto aterrador.

Se sonrió para sí misma y se adentró en el departamento del joven. Todo el sitio estaba en completa penumbras y no se escuchaba ni el más mínimo zumbido, exceptuando el que hizo la puerta cuando ella misma la abrió. Siguió caminando hacia el interior, preguntándose si debía volver o llamarlo, pues quizás toda esa oscuridad se debía a que el joven estaba durmiendo.

Estaba por irse cuando escuchó un nuevo chirrido emitido por una puerta distinta a la de la entrada. Parecía provenir del baño, así que sin pensarlo dos veces se encaminó hasta ese lugar y abrió un poco más la puerta, ya que estaba apenas entreabierta.

—¿Ho...?

Quiso pronunciar esa simple palabra en forma de pregunta, pero un dolor intenso en la cabeza se lo impidió. Antes de que se desplomase en el suelo, vio ante sí al joven, el cual no podía creer que por fin había vencido al monstruo. 

FIN.

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