Capítulo 5
El ambiente tenso se mantuvo aun cuando los asistentes de Baekhyun Choi se marcharon horas poco después que su jefe. Chanyeol se limitó a poco o nada a acordar con el abogado o el administrador sobre el pago. De hecho, aquella reunión solo sirvió para causar una marea más fuerte en lugar de traer la calma, aunque Chanyeol nunca creyó que tal quietud pudiese sobreponerse a la fuerza de un mar de incertidumbre e impotencia. Entendía a Baekhyun, claro, él mismo no podría reaccionar mejor en una situación así, donde un cuasi desconocido estuviese por arrebatarle todo lo que era y tenía.
—Es un niño sumamente inmaduro —comentó la Señora Smith con los labios fruncidos en disgusto.
—¿Habla de Choi Baekhyun?
—¿Quién más ha huido como un perro cobarde en lugar de afrontar y resolver el problema?
—Le ha pedido que se desprenda de todo lo que sus padres le dejaron, que se quede sin sustento y además que renuncie a su hogar. Dígame, ¿usted no saldría corriendo?
—No —dijo rotundamente, pero Chanyeol sabía que eso era mentira.
La Señora Smith poseía un exterior duro y frío acorde con su profesión, pero tenía sus puntos de quiebre como todos, sus hijos, y ella bien podría vender su alma a fin de no perderlos. La Señora Smith no quería admitirlo, pero así era.
Chanyeol se sobó el puente de la nariz, suspirando cansino.
—¿Y ahora?
—Dado que el abogado me ha dejado los documentos de la propiedad y el administrador el balance a la fecha, solo quedaría hacer el traspaso y...
—No, debe haber otra manera —insistió—. Ese chico no puede quedarse sin su hogar.
—Dado que el valor de la deuda no es sobre la totalidad del precio de la propiedad, al joven Choi sí se le permitiría conservar la parte restante.
—Un trozo insignificante de tierra, eso es lo que le quedaría —murmuró el hombre bajo un aire cansino.
La mujer lo miró con recelo, soltando suspiros de cuando en cuando, y ante el mutismo de su cliente se decidió a enseñarle un documento anexo al contrato firmado con el difunto Choi Siwon. La única que tenía conocimiento de ello era la abogada pues la contraparte de su cliente le pidió incluir una cláusula secreta pocos meses antes de su muerte. Para la Señora Smith, la petición del hombre fue el presagio de su propia muerte, como si Choi Siwon supiese que le faltaba poco para dejar el mundo terrenal y quería arreglar todos sus asuntos.
Cuando fue citada en la primorosa casa Choi hace más de año y medio, un mal sentimiento se instaló en su pecho. Ella sabía de la delicada salud que presentaba Siwon, y ser convocada solo le hacía pensar lo peor. Cuando se reunieron, el Señor Choi le confió ciertos secretos de su cliente y sobre su propio hijo que ella nunca hubiese imaginado. En realidad, nunca hubiese querido conocer esos secretos.
—Es por eso que quiero pedirle incluya una cláusula nueva en el contrato —le pidió Siwon en medio de una tos terrible producto de su vicio por el cigarro.
—Necesitaría la autorización de mi cliente para hacer lo que me pide. Debe ser algo mutuo.
—Lo sé, pero debe entenderme, si por algún desafortunado incidente la deuda queda impaga y mi hijo hereda la propiedad, no pasará mucho hasta que, ¡cof, cof!, hasta que se la quiten como pago. Mi hijo quedaría en la calle, desamparado y sin su hogar.
—Pretende usted ser su celestino, Señor Choi —acusó la abogada, anonadada por la clase de problema en la que el hombre planeaba involucrar a su hijo y a su acreedor.
—Y lo hago con una muy buena intención, lo sé.
—El camino al infierno está labrado de buenas intenciones.
—¿Usted no lo haría por sus hijos?
El nervio sensible de la mujer se vio involucrado ahora en el problema. Naturalmente, ella haría todo por sus hijos. Después de ser abandonada por su esposo, Janeth Smith se quedó sola con sus hijos, dos adolescentes que significaban el mundo para ella. Sí, Janeth haría hasta lo imposible por ellos. Aunque, ciertamente creía que Choi Siwon estaba simplemente cumpliendo otro capricho de su hijo, uno del cual desconocía las consecuencias, como si jugar con el amor y el matrimonio fuese tan sencillo. No, ni el amor ni el matrimonio eran como jugar a la casita. No era un juego de niños caprichosos. Lo que más le disgustaba era que un hombre viejo y maduro como Choi Siwon se prestase para semejante circo. Una decepción pues siempre creyó que él era una persona más sensata, pero al parecer era el títere de su hijo.
—Sé además que Chanyeol incluyó una cláusula a mis espaldas, un hecho que me desconcertó conociéndolo como lo conozco, entonces, ¿no se me permite hacer lo mismo?
—El Señor Park no incluyó esa cláusula, fui yo —masculló la mujer—. Es una medida preventiva en caso de que la deuda no sea pagada.
—Tomar mi propiedad de esa manera me parece ruin, de hecho, lo considero un robo —comentó Siwon, bebiendo del vaso de agua, dejando que el líquido remojase su garganta—. Y si de medidas preventivas hablamos, entonces exijo que mi petición sea concedida.
—... ¿Qué pretende con ello, Señor Choi?
—Soy un hombre de palabra y le prometí a Chanyeol pagarle la totalidad de la deuda, pero dada mi avanzada enfermedad, sé que no seré yo quien lo logre y mi hijo Baekhyun será el heredero de la propiedad. Chanyeol muy probablemente, ¡cof, cof!, termine adueñándose de estas tierras y cuando eso suceda poco o nada le quedará a Baekhyun. Quiero que mi hijo pueda vivir cómodamente hasta que la deuda se pague, y después...
—Espero que sea consciente de las consecuencias de cumplirle este capricho a su hijo —farfulló ella, accediendo finalmente a lo que le pedía el hombre.
—No es un capricho de mi hijo sino mío.
La sorpresa la embargó cuando se dio cuenta que el hombre podía no ser solamente aquejado por un cáncer a los pulmones, sino por una enfermedad mental también. ¿Cómo se le ocurría tomar a dos personas y unirlas sin el previo consentimiento de estas? No importaba si Siwon ponía como excusa aquellos secretos confiados por ambos hombres, después de todo, eso no le daba el derecho de fingir ser Cupido y lanzar flechas encantadas al azar. Era una locura que cobraría sus víctimas en poco tiempo.
No obstante, ahora, casi dos años más tarde, la Señora Smith se veía en la penosa necesidad de recurrir a esa cláusula que planteó Choi Siwon. Su corazón le advertía que de ahora en más todo sería sumamente complicado, tanto para ella cuanto para Chanyeol y Baekhyun. La cláusula era como el inicio de una broma que lamentablemente estaba amparado por la ley.
Una treta del destino.
—Ya he visto ese contrato, lo he revisado muchas veces —indicó Chanyeol al recibir la carpeta que su abogada le entregó.
—Eso lo sé, Chanyeol, pero hay algo que no sabes, algo que te he ocultado por mucho tiempo y que quizás no debí hacerlo, así se evitaría una locura —indicó, tuteándolo como muy pocas veces hacía.
—¿De qué está hablando?
—Una cláusula que incluyó el Señor Choi en el contrato meses antes de morir.
—¿Cláusula? —repitió Chanyeol con la voz teñida de confusión—. ¿Qué clase de cláusula?
—Una que me llevará al infierno por haber accedido.
El hombre enarcó la ceja izquierda, atrapado por las vueltas que la mujer le daba al asunto, y eso mismo despertó en él una curiosidad gigantesca. El asunto debía ser serio como para que la siempre directa Señora Smith estuviese temerosa de soltar la verdad, y para una mujer que se jactaba de ser directa como una bala, eso era preocupante.
—Hable ya, Señora Smith; ha comenzado a preocuparme.
—Para que Baekhyun Choi al heredar la propiedad no la perdiera por la deuda, el Señor Choi estipuló una cláusula en donde usted y el joven Baekhyun debían contraer matrimonio y permanecer casados hasta que con los ingresos producidos por la propiedad Choi se pague la deuda.
—¿Qué?, ¿es esto algún tipo de broma? —masculló Chanyeol haciendo rechinar los dientes.
—Lamento decirle que no.
—¿Por qué me he venido a enterar de esto ahora? —casi gritó, mas contuvo sus ímpetus al estar en presencia de una dama.
—Nunca creí que esto sucedería y esperaba fervientemente que lograse cumplir sus obligaciones. Además, no quería preocuparlo con algo que quizás nunca ocurriría.
—Pero sí pasó, ¡demonios!, sí sucedió —bramó golpeando la mesa del escritorio con su puño cerrado. De un brinco, los papeles sobre el buró salieron volando hasta dar en el suelo, y la pequeña taza de té derramó el poco contenido que le quedaba sobre la mesa de caoba.
—Lo lamento —se disculpó ella con la cabeza gacha por la vergüenza.
—Que se disculpe ahora no cambiará nada. Pero me niego a ser partícipe de algo así —declaró rotundamente.
—Usted mismo dijo que no quería quitarle la propiedad a ese chico. Este es el único camino que le queda.
«Maldigo el día en el que le presté dinero a Siwon», fue el furioso pensamiento de Chanyeol. No obstante, luego recordó todas aquellas veces en las que ese mismo hombre a quien ahora maldecía lo ayudó. Siwon le prestó incontables veces dinero sin recibir intereses, a penas el capital, y lo hizo porque el joven Park Chanyeol era como uno de sus propios hijos; lo hizo porque lo apreciaba. Ahora él debía retribuirle de alguna manera, aunque esa fuese cumplir una ridícula petición.
—Un matrimonio... —murmuró—. ¿Por qué un matrimonio?
—... No sabría decirle —señaló Janeth, a pesar de que ella mismo escuchó las razones de Siwon, mas no creía en ellas—. Le sugerí que usted utilizara la tierra de los Choi de forma gratuita hasta que ella le produjera el dinero prestado, pero se negó no sé porqué.
Chanyeol volvió a maldecir.
—Retírese —pidió él, aunque para ella sonó más como una orden que no se atrevería a desobedecer. Janeth tomó su maletín, hizo un ademán de despedida con la cabeza y se retiró.
Chanyeol quedó sumido en el más trémulo silencio, escuchando apenas el ruido de sus quejas interiores y de su conciencia que le decía que no debía maldecir a un muerto. Estaba agotado. Su cerebro colapsó ante la información y las imágenes de un futuro que él consideraba inhóspito.
Matrimonio.
Un matrimonio con Baekhyun.
«¿Acaso no recuerdas que tú mismo le confesaste a Siwon que gustabas de su hijo?», le preguntó su conciencia, trayendo a su memoria aquel día cuando bajo efectos del alcohol se encontró tendido sobre el pasto mojado, bajo una intensa lluvia, entonces lo encontró el Señor Choi y lo llevó dentro de la casa Park. Hablaron, o al menos Chanyeol recuerda haber balbuceado demás, y en medio de esa soltura de boca le dijo que desde hace tiempo sentía algo por Baekhyun, algo que no se lograba explicar a sí mismo. Siwon no lo juzgó; no le dijo nada, en realidad, simplemente lo escuchó y se marchó cuando el ebrio cayó dormido.
En ese momento despreciaba haberle confesado algo que, ahora sabía, debió llevarse a la tumba. Ese secreto, un pecado de su matrimonio, le costaba ahora ser parte de un negocio que solo podía terminar en desgracias.
Maldita borrachera.
Aquel penoso vicio estaba arrastrando consigo a un joven inocente, alguien que no sabía lo que la vida en matrimonio deparaba. La tragedia.
Baekhyun era muy soñador, demasiado a veces, y le hacía vivir en un mundo de fantasía. O al menos esa era la percepción que Park Chanyeol tenía de él. Un hombre, a penas, que nunca tuvo que preocuparse sino por pasar los exámenes y graduarse como un pediatra de confianza; un hombre que siempre tuvo todo a su alcance, todo lo que de niño o de joven pudo querer; pero especialmente tuvo amor, todo el amor que Chanyeol siempre soñó. Baekhyun estaba acostumbrado a que todo saliese a pedir de boca.
Se preguntó cómo reaccionaría cuando la noticia de un tormentoso matrimonio llegara a sus oídos.
No obstante, estaba siendo irracional. Aunque lo conocía poco, Chanyeol veía a Baekhyun como un muchacho transparente, y por ello mismo la situación le parecía de pésimo gusto. Tal como si fuera un truco oscuro, se veía empujado al altar para tomar a un hombre que... Decir que no sentía algo por el muchacho era mentir con descaro, mas ese simple gusto no forjaría un matrimonio, no los haría soportarse durante el tiempo que tomase recuperar la inversión. Además, puede que a Chanyeol le gustara Baekhyun, pero el joven aspirante a médico no sentía lo mismo. No existe un amor unilateral, no, a eso se le llama gusto; el amor está compuesto de dos, tristemente.
«¿Qué planeabas con esto, Siwon?», preguntó en su mente, lamentándose el que nunca tendría la respuesta que necesitaba. «¿Acaso te pareció entretenido hundirme en mi propio pecado?».
La ironía era dulcemente amarga.
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