Capítulo 17



Durante la noche del veinte de diciembre, cuando ya eran pasadas las once y media de la noche y la casa Park estaba en silencio, un estrepitoso ruido irrumpió en la oscuridad despertando a Baekhyun de un brinco. Al abrir los ojos en medio de la oscuridad se sintió solo y aún más cuando no encontró a su marido a su lado, aunque, de hecho, Chanyeol nunca fue con él a la cama esa noche alegando que tenía trabajo acumulado. Alargó el brazo y encendió la lámpara a su izquierda y salió de la cama. Los estruendos se escuchaban cerca, quizás en la sala. Calzándose el par de pantuflas, Baekhyun salió del cuarto en silencio. Su miedo era encontrarse con un desalmado ladrón que se llevara más que los enseres. Afuera en el pasillo consiguió distinguir la proveniencia del escándalo. El despacho de Chanyeol. Asustado por el bienestar de su marido, Baekhyun se apresuró a llegar hasta el cuarto a unas cuantas puertas de su recámara.

La puerta entre abierta reveló la tenue luz de la lámpara de mesa que iluminaba la habitación. Dentro, un tifón pareció arrasar con todo. Documentos esparcidos, objetos rotos en el piso y un singular aroma a licor que mareó a Baekhyun. Entró sigilosamente, no sabiendo lo que iba a encontrar, con la vista buscó o a su marido o al ladrón, y dio con el primero. Chanyeol estaba recostado contra la pared, al un lado del librero, oculto entre las sombras, soltando quejidos y balbuceos incomprensibles. Baekhyun se acercó. Sorteó su caminar a través de los papeles y artículos regados por el piso, intentó no pisar los vidrios rotos de lo que le pareció una botella de jerez, según divisó en la raída etiqueta. Suspiró. Chanyeol debía estar muy loco como para embriagarse con ese licor español tan fuerte.

—¿Chanyeol?

El hombre no alzó la mirada y continuó bebiendo de la botella como si no lo hubiese oído. Su cuerpo encogido contra la pared era lamentable tanto como su propia actitud.

Baekhyun se preguntó qué lo llevó a embriagarse esa noche. Nunca lo vio así, quizás apenas adormecido por el alcohol, mas nunca tan borracho como para haberlo destruido todo. Se acuclilló frente al hombre y lo analizó con la mirada. Tenía los pies descalzos y la ropa de la tarde; su camisa lucía desaliñada, incluso tenía pintadas unas cuantas gotas de licor sobre ella. El rostro de Chanyeol no estaba mejor. Tenía los ojos rojos, inyectados de sangre; su cabello lucía desprolijo, alborotado; sus labios temblorosos murmuraban cosas que no podía el joven entender, como si le hablara en otro idioma.

—Chanyeol—llamó otra vez.

—Vete —gruñó.

—¿Qué ocurre?, ¿por qué has bebido tanto?

El hombre se envolvió en un mutismo exasperante.

—Déjame llevarte al cuarto, necesitas descansar.

—No, no quiero ir ahí —se quejó—. No puedo volver ahí.

Baekhyun lo miró extrañado y preguntó:

—¿Por qué?

—Yo..., ahí fue donde la maté —confesó, largando quejidos dolorosos y sollozos lamentables.

—¿M-matar? —jadeó Baekhyun, asustado.

—Ella no se merecía eso... Yo quise amarla..., pero no pude hacerlo.

Hablaba de Emily, resolvió Baekhyun, y poco a poco lo que decía empezó a esclarecerse, aunque de forma muy vaga. Él todavía no comprendía el quid de la cuestión.

—La lastimé tanto. Ella..., me odió demasiado.

—... ¿Qué sucedió? —quiso saber.

—La traicioné. Jugué con ella como con mi propia vida.

—La amaste...

—No, nunca —refutó—, y eso fue mi peor error.

Chanyeol lloraba abiertamente, sin pena de ser visto tan vulnerable, y ese aspecto tan sensible conmovió a Baekhyun. El hombre lucía tan atormentado por su pasado, tan marchito.

Los brazos de Baekhyun lo envolvieron con calidez abrumadora. Chanyeol dejó la botella en el piso con descuido, volcando su contenido sin importarle siquiera, y se dejó caer contra Baekhyun. Sus sollozos sonaban como los de un niño asustado, agitado bajo los temblores que apresaban su cuerpo.

—Shh, está bien. No pasa nada —consoló el muchacho.

—¿Por qué estás aquí...?

—Porque me preocupo por ti.

—No soy un hombre bueno; no soy lo que esperas.

—No, eres todo lo imperfecto que me gusta —confesó Baekhyun sabiendo que a la mañana siguiente el hombre no recordaría nada por su extrema ebriedad la cual dejaría una gigantesca laguna mental que Chanyeol nunca podría llenar.

Los robustos dedos de Park se aferraron con desesperación a la ropa del joven, impaciente por su cercanía y aferrado a un miedo por perderlo. Su desesperanza crecía con cada recuerdo tortuoso que llegaba a su nublada memoria. Aquellos días grises cuando prisionero de sus propias exigencias creyó amar a su esposa, como si así fuera a borrarse su pecado. Pero ahí estaba latente su amor por Baekhyun que produjo la vesania que ahora afrontaba como un escuálido guerrero. No podía simplemente aceptar que su amor tan maldito por la lengua viperina de la sociedad estaba causando un grave perjuicio en su raciocinio. Lo llevó a la demencia, y Emily fue otro verdugo más, pero Chanyeol no pudo culparla nunca por su ira. Esa mujer tenía el derecho de condenarlo a la horca y colocarle la soga al cuello ella misma porque solo así lograría sacar todo el daño que Chanyeol le provocó. Ella era su víctima transformada en sayón.

—Te lastimaré como la lastimé a ella.

—No es cierto.

—No me conoces —insistió, largando hipidos suaves contra la piel del cuello de su marido—. No sabes de lo que soy capaz.

—Conozco todos tus defectos y a pesar de ello sigues siendo un hombre maravilloso ante mis ojos.

—D-deberías temerme —balbuceó, mareado.

—¿Por qué habría de ser así?

—Porque puedo lastimarte más de lo que imaginas —le advirtió, apenado de su propia naturaleza malvada.

«¿Cómo puede el hombre fuerte que siempre admiré, ser ahora un pequeño niño asustado?», se preguntó Baekhyun.

Chanyeol parecía ser atormentado por él mismo, hablando de él como si fuese la peste negra, cargando muerte y desolación a su paso. El hombre fuerte que era en el exterior quedaba sumido en pedazos ante la inseguridad de su alma.

—¿Quién te ha hecho creer que eres el diablo?

—... Yo.

Park trataba de calmarse, pero su cuerpo entorpecido por el brío del alcohol ya no le pertenecía y el llanto era la única forma en la que podía sacar su frustración y la rabia. Sin embargo, en medio de ese oscuro recoveco, Baekhyun era su luz brindándole caricias y suaves palabras al oído.

—Veinte de diciembre —repetía en voz baja.

—¿Ella..., murió un día como hoy?

—Era un invierno igual de fuerte que el de este año. El enojo se apoderó de ella, eso creen todos, pero yo sé que estaba muy decepcionada de mí. No soportó verme más y se marchó.

Hablaba con total normalidad, ligeramente atropellado, y eso hizo dudar sobre la ebriedad del hombre. Quizás Chanyeol no estaba tan borracho como él creía. O quizás Park poseía una singular resistencia a los licores fuertes, aunque este fuese un jerez amontillado. A pesar de ello, su memoria no era tan fuerte y a la mañana siguiente no mantendría todos los recuerdos intactos.

—Ella no te odiaba —le aseguró Baekhyun —, solo estaba dolida. Tú eras el hombre que más amó y se vio..., traicionada. Lo que sea que hayas hecho la lastimó porque te amaba.

—Yo no supe correspon-derle —musitó.

—No es pecado no amar a alguien; no es pecado no poder corresponder a los sentimientos de alguien. No eres un mal hombre por ello.

—Pero hay mucho más que sí me convierte en un mal hombre —refutó, enceguecido por su propia creencia.

—Eso no me interesa —renegó—. Eres el hombre que..., que yo amo.

Su confesión no fue ignorada. Chanyeol, a más de sorprendido, lucía también aterrado por ello. Sus ojos abiertos ampliamente eran atemorizantes bajo ese tinte rojo. Sus labios fruncidos estaban muy tensos que podrían partirse en cualquier momento. Baekhyun temió que su marido lo apartara o que lo golpeara por semejante insensatez, pero no hizo nada. Chanyeol solo consiguió quedarse inmóvil y Baekhyun se volvió un atrevido. Aunque con miedo, tomó a su marido por los costados y fue acercándose lentamente hasta que sus labios rozaron los ajenos. Entre inaudibles susurros le dijo:

—Te amo..., y voy a cuidarte cada vez que te sientas débil, en cada ocasión cuando el peso de tu cruz sea mayor a tus fuerzas, ahí estaré yo para ayudarte a levantar.

Le prometió y a sí mismo se prometió que por su bien olvidaría esa noche y su desliz. Nunca más volvería a pensar en su confesión porque su propio marido no la recordaría y nunca sabría de sus pensamientos. Así quedaría todo guardado en el viejo baúl de su memoria. 

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