Parte 1: La capitana y el explorador

"Un grupo de científicos ha emprendido el primer viaje interestelar a los planetas que orbitan TRAPPIST-1. Su misión: encontrar el nuevo mundo que dará cobijo a la humanidad.

Sin embargo, cuando están a punto de llegar, reciben un mensaje salido de uno de los planetas de aquel sistema, el cual los deja sorprendidos"

La capitana observó a su tripulación desesperar en caótico orden, desde la superioridad de su sillón, sin inmutarse ni opinar. En el horizonte espacial se divisaban, tras quince tranquilos meses de viaje, las primeras imágenes del sistema TRAPPIST-1. En sus subordinados ya no se distinguían ni la certeza ni la prepotencia que otrora les caracterizara, un solo mensaje había convulsionado la nave. Ahora Dora Anacona temía que también perdieran la confianza y el respeto que le profesaban, si no tomaba una decisión acertada en los cinco minutos siguientes. Algo que tenía claro la mujer a cargo de la Colón, era que en un grupo de mentes brillantes y egos inflados como el que ella comandaba, cualquier muestra de debilidad, resultaría en un motín.

Una gota de sudor frío le recorrió la espalda cuándo llamó a puente a su primer explorador, el segundo piloto de la Colón: Ismael García; aunque no tenía tiempo para dudar, nadie podía borrar de su fuero interno el temor a estar cometiendo un error. Los pensamientos de la mujer viajaban por la cabeza de cada uno de los presentes ¿Cuál hablaría primero? ¿Sería su primer oficial o el primer piloto? ¿Quizá el especialista en ingeniería? Pero cuándo la compuerta de ingreso se despresurizó y entró a reunirse con ellos la fuente de todas sus cavilaciones, Dora notó que había estado conteniendo el aire en sus pulmones. Ninguno le había enfrentado y ya era demasiado tarde.

Ismael García ingresó al puente con muerte respirandole en la nuca, sabía lo que una alarma de primer contacto implicaba para un hombre en su cargo. Avanzó hasta el lugar designado para él, entre las sillas de mando, con el pecho inflado y el abdomen retraído, escondiendo su temor entre puños apretados. Todavía tenía orgullo que defender. Nadie habló ante su osadía, nadie le miró con recelo, ninguno se atrevió a dejar la pose de perfecto profesionalismo. En aquella nave los egos luchaban por el título del más ético y el más correcto. El primer explorador lo agradecía en silencio.

A la capitana le temblaban los labios de solo imaginarse articulando las palabras que debía decir. La mujer más ambiciosa de toda la confederación estaba aterrada del poder que en ese mismo instante profesaba. Revisó por última vez las expresiones imperturbables de su tripulación y habló.

—Oficial García —le llamó, con firmeza suficiente para acallar su propio temor—. Se ha decido enviar las exploradoras menores en misiones tripuladas a los planetas diana. Usted liderará en misión a los pilotos. Los oficiales Bruno Oliveira y Florencia Sosa están desde este momento asignados a su cargo. Las naves despegaran en ciento veinticinco minutos. La niña, la Santa María y la Pinta irán, según fueron dotadas, a Eva, Fe y Gema respectivamente. Se seguirán todos los protocolos de la simulaciones previas al despegué. No habrá cambios. Esperamos que pueda mostrar los mismos resultados que en ese entonces, como mínimo.

A Ismael García, la situación no le resultaba sorpresiva, mucho menos la advertencia tajante al final de las palabras de la capitana. Anacona aseguraba que se trataba de una decisión conjunta, pero él sabía que de someterlo a debate nadie la habría apoyado. La sensación electrizante en el aire era prueba de ello, y el silencio del resto de los oficiales no hacía sino demostrarle la opinión que merecía entre sus colegas.

Dora supo que nadie diría nada a favor o en contra, cualquier opinión que profesaran quedaría guardada en los registros permanentes de la nave y en un par de horas llegarían a la tierra. Todo el peso recaería en sus hombros. Ella sabía que era un error pero ¿qué otra opción tenían?

Ismael aceptó la misión y dejó el puente para preparar lo que se le venía pierna arriba. Mientras que de los descensos secundarios solo se esperaba una bandera colonizadora plantada en las superficies de planetas inexplorados; de su visita a Fe se requería un planeta habitable. El que un mensaje de 'vida' en perfecto idioma internacional llegara proveniente de este, volvía a su misión una de primer contacto, exploración y colonización, todo junto. El primer explorador de la Colón hubiese dado lo que fuera por no ser él, entre los tres pilotos de las naves exploratorias, quien ostentara el título de especialista en vida extraterrestre o, mejor aún, por no estar neurosincronizado a ninguna de las naves.

La tripulación de la Colón deseaba lo mismo que su primer explorador, que no fuera él quien debía descender a Fe. Pero ante la imposibilidad de re-sincronizar la nave con un nuevo piloto, no tenían más opción que planear el descenso un centímetro a la vez. Habría de realizar todos los cálculos en modo manual, por duplicado como mínimo. La ecuación multivariable para el tiempo de retraso debía replantearse con los datos de masas, volúmenes y distancias que ahora, tan cerca de TRAPPIST-1 podían cuantificar con extrema precisión. Los decenarios datos de una desaparecida sonda Rusa, eran aproximados, pero con la tecnología actual podrían saber con precisión de milisegundos el efecto gravitacional en el tiempo producto de la cercanía de los planetas. Sí, no esperarían a depender de Ismael. Ellos, cada miembro de la tripulación bajo el estricto comando de Dora Anacona, llevarían a cabo esa misión.

La Colón y su tripulación habían dejado la tierra en plena segunda guerra fría, con sus compatriotas atiborrados en medio continente, sin esperanzas de embarcarse hacia los planetas recién colonizados por la raza humana, asfixiándose en un terreno demasiado pequeño para contener sus números. Lo que en apariencia era una misión exploratoria, tal como las Naciones Unidas y la agencia internacional para la exploración pacífica extrasolar comprobaron antes de autorizar el despegue de la nave, era en realidad una misión colonizadora hacía un sistema olvidado entre los archivos internacionales, que buscaba reforzar la moral local en una carrera de conquista espacial, de la cual la Confederación de Estados de América Central y del Sur –CEACESUR-, nunca formó parte. La Colón y sus tres naves menores eran la mayor inversión conjunta jamás realizada entre los estados miembros desde su creación y la última carta de sus líderes.

En la Colón, la autoconciencia de cada miembro a bordo de la nave era necesaria, el conocimiento de las habilidades de los compañeros de viaje una obligación y la ineptitud de Ismael García una vergüenza. La capitana Anacona sabía, como toda la tripulación, que su primer explorador era un embuste. El año y tres meses que compartieran en la nave les desmotaría que si se requería talento para obtener un lugar en la tripulación de una nave espacial, se requería el doble para mantenerlo y eso, hasta él mismo lo tenía claro.

Ismael García se escondió en su camarote tras terminar la charla de planeación con la capitana, el primer oficial y los pilotos. El hombre podía sentir como el corazón batallaba por dejar su cuerpo. Golpeo la puerta metálica con la frente en varias ocasiones, mientras sostenía entre sus brazos el traje espacial que el especialista de misión le entregara. Hacía menos de una hora había comprobado que ya no entraba en el suyo y se avergonzaba, por primera vez desde que notara su aumento de peso, de no seguir el régimen de entrenamiento a bordo. No había nada de malo en subir de peso o perder habilidades atléticas, se solía decir, pero comenzaba a comprobar que poco recordaba de los protocolos de manejo de la Santa María y que muy posiblemente sus reflejos también se habrían visto deteriorados por el desuso.

Dora no se pegaba contra las paredes para desahogar su frustración, no tenía tiempo, debía preparar las contramedidas para el descenso de las naves exploratorias. Si algo salía mal con las naves, si alguna no lograba aterrizar, si el mensaje de Fe provenía de una civilización menor en el planeta, si ya había sido colonizado y cabía la posibilidad de conquistar ese planeta, ella se encargaría de borrar cualquier rastro de vida. TRAPPIST-1 le pertenecería a la CEACESUR, aunque ella lo pagara con su propio honor.

Las armas biológicas desarrolladas a bordo de la Colón en los meses de viaje eran un secreto a voces, por el que la confederación enfrentaba una dura demanda ante las Naciones Unidas y con la que ellos planeaban obtener un planeta para los suyos.

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