Capítulo 43

Las llamas se esparcían con vertiginosa prisa entre las desgastadas vigas de madera. Se trepaban sobre las paredes, se colgaban del techo y avanzaban por el suelo como agua derramada.

El terror llenó cada célula de su existencia cuando a sus oídos llegaron los alarmados resoplidos de los caballos al detectar los crujidos de la estructura.

A su cabeza, todavía aturdida y congelada, llegó una importante resolución. Un objetivo que debía llevar a cabo como si hubiera nacido sólo para hacer eso: debía salvarlos, debía sacarlos a todos antes de que hubiesen consecuencias fatales. No había nadie más que fuera capaz de moverse a tiempo. Solo él.

Pero cuando intentó mover sus pies, descubrió que estaban firmemente afianzados al suelo, literalmente.

Irina se las había arreglado para tomar el tobillo derecho entre sus manos, para inmenso y atroz horror del hombre. Pues al ella caer, su cuerpo se había impregnado en el funesto líquido esparcido, y las llamas alcanzaron su piel rápidamente.

Ahora, a sus pies, había un cuerpo vivo, si, pero también sumergido en llamas. El rostro de la mujer era salvaje, desproporcionado por sus expresiones de ira, de enojo, de cólera, de rabia.

Con ojos que destellaban en color carmesí, colmillos expuestos y rasgos bruscos, la alfa se aferraba a sus huesos como si él fuera el oasis en medio del desierto.

— ¡Suéltame! — Rugió, exasperado. No tenía tiempo para quedarse ahí parado.

— ¡Tú vendrás conmigo, maldito infeliz! — Bramó, desesperada. Su desafortunado brazo derecho, que había quedado debajo de su cuerpo al caer, y que por lo tanto, fue la primera extremidad en impactar contra el suelo, se movió de forma repulsiva, como los brazos de La Niña del Aro al salir del pozo y trató de hacerse con su otro tobillo.

Pero Jungkook pisó con fuerza los nudillos de aquella mano, para después comenzar a pisotear el otro brazo.

Las llamas habían alcanzado la espalda baja de Irina, y la piel de su brazo derecho ya comenzaba a derretirse. Era una imagen tan nauseabunda, por no hablar del fatídico olor a carne quemada, que Jungkook tuvo que hacer un olímpico esfuerzo para no vaciar su estómago sobre el ardiente suelo.

Para bien o para mal, Irina estaba comenzando a perder fuerza, mientras gruñía y jadeaba al sentir como su cuerpo se quemaba. Como un vampiro a la luz del mediodía. Como una bruja en medio de la hoguera.

Jungkook logró deshacerse de ella, y sin importarle en lo más mínimo su estado, corrió hacía los cubículos, sin poder evitar darle un último vistazo al cuepo, alguna vez humano, alguna vez vivo, que se perdía en una abstracta cascada brillante, un final acompañado por una sinfonía de gritos desgarradores que visitarían al alfa en sus más profundos sueños hasta el final de sus días.

Siguió caminando.

Por su estadía y trabajo en Dalbich, sabía que no había caballos en la mitad trasera del edificio, al ser una zona que no había terminado de ser reformada por completo, y que solía estar abandonada a comparación de la mitad delantera.

Fue puerta tras puerta, abriéndolas con desespero. Los equinos estaban inquietos, presintiendo la catástrofe. Se movían nerviosos y relinchaban angustiados. Jungkook no podía acercarse sin más, tomar las riendas que solían tener puestas la mayor parte del tiempo y esperar a que obedientemente lo siguieran hacia el portón que afortunadamente había dejado abierto. No. No cuando estaban tan alterados.

Debía de acercarse con cautela, tratar de sosegarlos un poco y usar sus fuerzas para arrastrarlos fuera de las caballerizas.

Claro. Decirlo era fácil.

Eran diez caballos, ocho yeguas, y tres potros. Cada uno más indomable que el anterior.

Las vigas del techo aún estaban húmedas por las recientes lluvias, por lo que estas tardaron un poco más en arder. Le dieron unos valiosos minutos que el alfa usó para sacar a tantos animales como le fue posible. Tomaba las riendas, jalaba hacia el exterior, y regresaba dentro. Cada vez encontrando llamaradas más vibrantes, más altas, más mortales.

Irina aún gritaba en el fondo, un berrido bestial completamente ininteligible que se iba apagando poco a poco, pero Jungkook ni siquiera le prestó atención. El calor del fuego le había hecho sudar, pero también comenzaba a quemarle la piel.

Escuchaba las pulsaciones desesperadas de su corazón en los oídos, y en algún momento de su carrera había comenzado a hiperventilar.

Las vigas que soportaban el techo comenzaban a crujir amenazadoramente y Jungkook temía el momento en el que estas finalmente cedieran al peso del techo.

Cuando llegó al cubículo de Luna, la encontró dispuesta y sumisa, como si supiera que en ese momento ella debía de cooperar. Jungkook perdió quizá un minuto entero en tranquilizar a Arthur, pues su respectivo cubículo ya había dejado entrar algunas chispas adentro y la paja que recubría el suelo se encendía en menos de un suspiro.

Ingresó de nuevo, en el momento justo para ser testigo de cómo el techo comenzaba a desplomarse, comenzando por la zona trasera. Las vigas más grandes quedaban atravesadas en diagonal, todavía sujetas por uno de sus extremos. La caída se detuvo antes de que los escombros llegaran a los últimos cubículos ocupados: aquellos que estaban más cerca del centro.

Jungkook era fuerte, también ágil y rápido, podía aguantar temperaturas altas casi sin consecuencias. Era un alfa, después de todo. Pero el humo que se encerraba en la estancia afectaría a cualquier cambia formas. Su respiración desordenada y su constante esfuerzo no eran factores a su favor, y con el paso de los segundos, Jungkook comenzó a marearse. Le hacía falta oxígeno. Pero no tenía tiempo para respirar del aire fresco cuando aún había seres a quienes salvar.

Jungkook no se consideraba un héroe, y tampoco tenía la intención de que sus acciones fueran heróicas y admirables. Ese no era su motor. Lo único que tenía bien claro en su cabeza, mientras corría y empujaba con todas su fuerzas, era que no se perdonaría si uno de los caballos salía herido cuando él pudo haberlo sacado de ahí. Cuando el pudo haber hecho algo.

Estaba entrando de nuevo, corriendo, con el sudor cayendo por su cuerpo y evaporándose al instante siguiente, con las mejillas manchadas de un sospechoso gris carbón, cuando una de las vigas cercanas al portón colapsó, bloqueando la única entrada del lugar.

El corazón de Jungkook se saltó un latido, mientras comenzaba a caer en el cruel pánico. A esas alturas, al menos el ochenta por ciento del edificio ya se encontraba en llamas. El fuego había cobrado fuerza y avanzaba con desquiciante velocidad.

Llegó al último cubículo y se encontró con Shasta, el amado caballo de Taehyung. Este estaba asustando, relinchando y moviéndose con inquietud. Jungkook se acercó cauteloso, y con sutiles movimientos, tomó las riendas y comenzó a impulsarlo hacia el exterior.

El caballo puso resistencia, trastornado por las llamaradas calientes y el aire que parecía haberse convertido en el terrible miasma. Un minuto después, el alfa logró que cooperara, en un extraño y racional impulso de sobrevivencia.

Jungkook se veía encerrado, las bocanadas de aire ya no eran suficientes para llevar suficiente oxígeno a su cerebro, por lo que su visión comenzaba a desenfocarse.

Algunas llamas habían pasado demasiado cerca de su piel, la cual había adquirido un peculiar tono rosado en dichas zonas, mientras que en otras la tonalidad se asemejaba más bien al cinabrio. Sus vestimentas se estaban desgastando preocupantemente, desgarrándose y decorándose con la impresión de flamas negruzcas.

Contempló la idea de atravesar la viga desplomada en la puerta, pero hacer que Shasta pasara por ahí era demasiado arriesgado si no tenía cuidado. La salida trasera debía de estar ya completamente calcinada, y no podía simplemente romper una de las columnas de madera para salir de ahí heroicamente, no cuando se arriesgaba a herir al caballo.

Decidió, por fin, que intentar salir por el portón era la única opción medianamente probable de tener éxito, por lo que encaminó sus pasos en aquella dirección.

La estructura del edificio crujía con la amenaza de ceder en cualquier instante.

Calculó que si se aseguraba de que Shasta bajara la cabeza para pasar por debajo de la viga, quizá podría tener éxito en su rescate. Lo único que necesitaba, era que el equino cooperara.

Lo cual no pintaba a ser una tarea sencilla. Shasta se alteraba al sentir las llamaradas tan cerca de sí, su instinto le dictaba que debía de mantenerse lejos de aquella sustancia cegadora, por lo que se rehusaba a avanzar un solo centímetro más.

Pero Jungkook no tenía tiempo, y la paciencia se le había agotado desde hace un rato. El techo crujía y el fuego se expandía. Debía sacarlo de ahí ahora.

— ¡Vamos! — Clamó, exasperado por sentir la salvación tan cerca, pero sin poder llegar aún a ella.

Sin embargo, Shasta era un animal que no entendía de razonamientos complejos, ni de planes abstractos.

Cuando el techo de la zona frontal del edificio comenzó a perder fuerzas, Jungkook buscó una alternativa de forma desesperada.

Tomó una barra de acero que se solía utilizar para asegurar el portón desde dentro. El objeto quemó en sus manos, y los segundos que lo mantuvo entre ellas le supieron al mismísimo infierno. Pero se negó a soltarla, haciendo uso de su fuerza de voluntad, y se apresuró a apalear la viga que les obstruía el paso.

Shasta se mantenía detrás de él, observando con temor las chispas que brotaban con cada impacto.

Jungkook gritó. Quizá por el dolor en sus manos, quizá para liberar la frustración de su cuerpo. Gritó tan fuerte, que su garganta quedó adolorida. Gritó tan fuerte, que la viga se fracturó en dos partes en su último impacto.

Jungkook soltó la barra metálica y solo atinó a impulsar a Shasta fuera de las caballerizas antes de que el techo finalmente cediera y se derrumbara con insospechada brutalidad.

Lo último que quedaba en pie de la estructura cayó al mismo tiempo. Como si el reloj regresivo que contaba sus segundos de utilidad finalmente hubiera llegado a cero.

Jungkook no logró salir, a pesar de que estaba a unos pasos de lo que alguna vez fue un majestuoso portón. Con el derrumbe, sus piernas quedaron aplastadas por los escombros y su cabeza fue golpeada con una fuerza demoledora.

Ahora el fuego se acercaba para calcinar su cuerpo, como una antigua hoguera, que buscaba combustible hasta de aquello que aún respiraba.

La celebración por el juicio ganado tenía toda la pinta de que se extendería hasta el amanecer. Las copas, los brindis y la bulla ufana resonaba en los alrededores del bar más caro del pequeño pueblo, con todos los trabajadores lanzando vítores y bailando sin cuidar el ritmo. Disfrutando de la felicidad que les otorgaba poder visualizar un futuro próspero.

Sin embargo, Seokjin estaba realmente cansado. Todas aquellas noches en vela, llenas de estrés y ansiedad le cobraban factura. Le parecía tan divertido ver a Jimin bailar sobre una de las mesas del bar, completamente perdido en el alcohol como ver a Taehyung hacer brindis cada vez con razones más absurdas y divertidas, disfrutando del buen humor que le habían regalado las botellas. Pero él ya necesitaba regresar a dormir.

Lo dejaron ir sin mayor problema. Aunque Namjoon intentó convencerlo de quedarse un rato más. Pero se negó. Taehyung pareció considerar la opción de marcharse, pero una nueva ronda de tragos fue suficiente para hacerle desistir de la idea. Al final, Yugyeom fue el único que terminó acompañándolo, argumentando que era demasiado tarde como para que se marchara solo.

Y después de poner los ojos en blanco, Seokjin cedió a su compañía.

El omega se subió en el asiento del piloto de su camioneta, mientras que el alfa se repantigaba en el asiento del copiloto, con ojos dilatados y movimientos torpes.

A diferencia de Yugyeom, Jin no había bebido mucho. Por lo que era completamente capaz de manejar a esas horas, especialmente cuando los caminos que llevaban al viñedo escaseaban en farolas e iluminación.

El alfa pareció caer dormido a tan solo el primer rugido del motor. Seokjin quiso reírse de semejante guardián, pero prefirió guardarse la risa para la mañana, cuando pudiera burlarse abiertamente de ello, y quizá, ponerlo un poquito en vergüenza. Sus intenciones no eran malintencionadas, solo que aquel era su trabajo como amigo.

Piso el acelerador y después de doblar algunas esquinas, se incorporó a la carretera que iba hacia las afueras.

Ya no llovía. En el ambiente sólo perduraba un ambiente fresco impregnado en el petricor. La Luna se encontraba en cuarto creciente, por lo que era poco lo que su luz podía iluminar.

Cuando tomó la desviación adoquinada que desembocaba en Dalbich, fue cuando comenzó a notar que algo no estaba bien. El sendero estaba amurallado en tupidos pinos altos, de no menos de diez metros cada uno, que extendían sus hojas y ramas a lo ancho, creando un entrañable panel que casi no dejaba ver nada entre ellos.

Pero en lo alto, un misterioso resplandor cálido podía visualizarse. Frunciendo el ceño, Seokjin pisó el acelerador con mayor fuerza. Cuando atravesó el portón, sus ojos se ampliaron al máximo, y su boca quedó irremediablemente abierta. El terror le golpeó como lo haría un balón de fútbol lanzado con fuerza a su estómago. Incluso su respiración se detuvo, en medio de una parálisis tan gélida como sofocante.

Seokjin quiso llorar cuando sus ojos se encontraron con las devastadoras llamas que consumían lo que alguna vez fueron las caballerizas del viñedo. Un alterado relinchido desvió su atención a otro punto, y se encontró con la yeguada completa que tan bien conocía.

Se apresuró a salir de la camioneta y sus pies corrieron hacia Luna, la yegua negra que miraba desesperada las llamas mientras se movía de un lado a otro, relinchando a diestra y siniestra. Shasta se encontraba cerca, sin moverse demasiado, pero acompañando los sonidos de la yegua. Todos los animales estaban alterados, demasiado inquietos para su propio bien.

A pesar de todo, el omega se permitió sentir un poco de alivio después de comprobar que todos los caballos, yeguas y potros estaban fuera, completamente ilesos. Su alivio fue tal, que ni siquiera se permitió preguntarse cómo había sido que habían salido del edificio.

Corrió de regreso a la camioneta, abrió la puerta del copiloto y le gritó a un dormido Yugyeom que trajera la manguera que guardaban en el almacén de la casa. Inmediatamente después, regresó con Luna, e intentó tranquilizarla para alejarla lo más posible del fuego, sin mucho éxito.

— Vamos, preciosa. Esto es por tu bien. — Pronunció con voz conciliadora, pero ella se irguió en dos patas y Seokjin se vio obligado a apartarse si no quería recibir una fuerte patada.

Por el rabillo del ojo, observó a Yugyeom correr al almacén, como si su vida se fuera en ello. Por su parte, el omega intentó idear una forma de alejar a Luna de forma efectiva.

Cuando volteó hacia el interior (o lo que quedaba del interior) de las caballerizas, se reveló frente a él la razón por la que la yegua se encontraba tan alarmada. Con el corazón en la boca, descubrió un familiar cuerpo humano inconsciente y aplastado entre los escombros. A pesar de que solo pudiera visualizar un cuarto de la persona, Seokjin le identificó en el mismo instante en el que sus ojos recayeron en su dirección.

Se cubrió la boca con las manos para intentar amortiguar la sorpresa de ver a aquel alfa ahí, en ese estado, y justo en esa situación.

— ¡Jungkook! — Exclamó, con un hilo de voz, sin poder despegar sus ojos de él. Su cabeza había sufrido un cortocircuito. No había otra razón por la que sus ideas se hubieran detenido como si no pudieran trasladarse de un lado a otro para asentar un pensamiento coherente en su mente.

¿Cómo...?

— ¡Jin, traje el agua! — Gritó Yugyeom detrás de él.

Seokjin giró la cabeza, recuperando un poco de su movilidad, y se precipitó a tomar la boca de la manguera y abrirla tan rápido como pudieron sus trémulos dedos.

El agua salió disparada con impresionante fuerza. No era una manguera de bombero, pero era una enorme ayuda para la situación.

— Ya llamé a los bomberos, llegarán dentro de... — Se detuvo súbitamente. Seokjin sospechó que había caído en cuenta de a qué era lo que el omega estaba estaba apuntando. — ¡Jungkook! ¿Cómo llegó él ahí?

Seokjin no respondió, demasiado ocupado en apagar las llamas más cercanas al alfa. Parecía que se había golpeado la cabeza, debido a que de una de sus sienes escurría un grueso hilo de líquido carmesí.

La estructura ya no tenía remedio. Sacar a Jungkook de ahí se había convertido en su prioridad. Luna parecía haberse tranquilizado un poco, lo suficiente como para dejar de moverse de un lado a otro con histeria.

— Seokjin, ¿Te das cuenta de lo que esto significa? — Pronunció Yugyeom a su lado, con un tono más serio. — ¿Fue él quien comenzó el incendio?, ¡Oh, mierda!, ¡Claro que fue él!, ¡Ese imbécil...!

— Yugyeom, callate. — Cortó de tajo. No quería escuchar nada más. — Contacta a Tae o a Namjoon, dile que vengan lo más pronto posible.

— Pero...

— Y también llama a una ambulancia.

— Jin, ¿Por qué lo ayudas?, ¿Qué no ves que...?

— ¡Dije que llames a una ambulancia, Yugyeom! — Bramó, sin paciencia.

Las siguientes horas fueron un borrón de colores brillantes, sirenas atronadoras, y llantos desgarradores. Consolar a Taehyung fue quizá la parte más complicada de toda la noche.

Fue impacto fulminante ver a las caballerizas en llamas, y observar a su destinado siendo reanimado en una camilla, rodeado por al menos cinco paramédicos.

La borrachera y la alegría desaparecieron con la rapidez de un suspiro.

Al amanecer, Taehyung permanecía sentado en el altillo de la casa con una suave manta cubriendo sus hombros. La señora Song le había llevado un té para tranquilizar sus nervios, pero el omega apenas había sido capaz de darle un ligero sorbo.

La ambulancia que transportaba a Jungkook se había marchado hace varias horas. Taehyung había discutido con Namjoon, argumentando que él debía ser el que acompañara al alfa hasta el hospital, pero él lo detuvo, sin oportunidad para rebatir; Taehyung debía de quedarse hasta que el incendio se detuviera por completo, sus obligaciones como dueño del viñedo no iban a esperar hasta que su estado vulnerable pasara.

Si bien era una forma insensible de decirlo, había cierta verdad ahí. La pérdida de las caballerizas fue un golpe fulminante en la tambaleante economía del viñedo, y un gran impacto para la moral de todos aquellos que laboraron alrededor del edificio.

La tierra húmeda que había dejado la lluvia del día anterior permitió que el incendio no se extendiera al resto de los terrenos, creando una fuerte barrera natural para contener el enfurecido fuego. Sin embargo, toda las herramientas y utilería que solían guardarse dentro se habían perdido.

Con ayuda de Jimin, se encargó de hacer distintas llamadas para obtener material de emergencia para poder resguardar a los caballos y atender sus necesidades básicas.

La opresión en el pecho de Taehyung era inconmensurable. Los bomberos acababan de marcharse. El fuego había perecido. Pero las consecuencias apenas comenzaban a dejarse ver.

La presencia de Jungkook en el momento del incendio despertó las alarmas de las autoridades del pueblo, presentándolo como principal sospechoso de un siniestro que, claramente, había sido provocado.

Tardarían un par de días para limpiar la zona, terminar de remover los escombros y buscar objetos que hayan podido salvarse de las llamas, parcial o completamente.

Mientras tanto, la policía local abriría una investigación acerca del suceso, y esperaría a que Jeon Jungkook despertara de su estado de inconsciencia para tomar su declaración y tratar de esclarecer el desafortunado evento.

Y para su alegría, Jungkook despertó la noche del día siguiente. Tenía el hueso del tobillo derecho roto, una contusión en la zona izquierda de la frente, y una importante quemadura de segundo grado a la altura de la cadera, que serpenteaba dolorosamente hasta su pierna izquierda, desvaneciéndose algunos centímetros por encima de su rodilla.

El alfa despertó solo en la camilla del hospital. La noche ya había caído y su cabeza dolía horrores. Curiosamente, el resto de su cuerpo parecía ser víctima de un conveniente adormecimiento que le impedía sentir el dolor que debería percibir.

Inevitablemente, tuvo un deja vú, comparando aquel despertar a aquel que tuvo en el hospital de Daegu. Sin embargo, pronto descubrió que aquella vez la situación había sido más grave y peliaguda.

Las llamas habían llegado a él, y sus extremidades inferiores habían sido víctimas de la compresión de kilos y kilos de madera consumiéndose. Su cabeza embotada solo pudo rescatar de la charla de su médico asigando que no podría caminar durante algunas semanas, hasta que la rotura de su tobillo sanara y los incontables moretones oscuros que decoraban su piel se desvanecieran.

También tenía dos costillas magulladas, y le recomendaron guardar reposo absoluto.

Realizaron una serie de chequeos con nombres impronunciables buscando algún daño en la mente o en el cuerpo del alfa, sin encontrar nada destacable o que no hubieran diagnosticado ya. Hacía la media noche, le llevaron una insípida comida que tragó solo por obligación. Una gelatina verde, que no había terminado de cuajar, y un té de hierbas apestosas que le hacían arrugar la naríz cada vez que acercaba la taza a su cara.

Jungkook se sentía liviano, probablemente por su estado dopado. Sentía que volaba en una nube de algodón de fresa, surcando entre el océano del cielo hacia el cálido sol de un eterno atardecer.

Dormitó durante varias horas, sin lograr llegar al sueño profundo. Por ello, cuando amaneció y abrió inevitablemente los ojos, su humor se agrió al máximo. Percibiéndose a sí mismo como un ser irascible y adolorido físicamente. Un pequeño Grinch que no deseaba entablar una conversación con nadie.

Por ello, cuando vio entrar a una pareja a su habitación, vestida pulcramente en trajes sastre de una soporífera tonalidad gris, puso los ojos en blanco.

— Buen día, Señor Jeon, ¿Nos permitiría hacerle algunas preguntas? — No reaccionó, simplemente decidió que el blancuzco techo era especialmente interesante en ese instante y que las discretas grietas que lo adornaban poseían cierta belleza abstracta, como un arte digno de admirar.

La pareja se acercó tranquilamente. La mujer apoyó la espalda en la pared justo frente a Jungkook, mientras que el hombre prefirió sentarse en una incómoda silla de plástico, dispuesta a un costado de la camilla.

— El incendio del otro día fue fatal, ¿No te parece? Fue una suerte que no se perdiera ninguna vida allí adentro. — Comenzó el hombre, jugando a ser el policía bueno. Por la falta de fragancia propia, Jungkook dedujo que era un beta, pero no se atrevía a asegurarlo. — Los bomberos tardaron varias horas en apagar hasta la última llama, pero no quedó nada en pie. Inevitablemente, nos comenzamos a preguntar qué podría haber comenzado un incendio de tal magnitud. El cielo se había caído a gotas unas horas antes, por lo que es imposible que fuese una simple casualidad, ¿Te gustaría decirnos algo al respecto?, ¿Fuiste tú el que puso a todos los caballos a salvo?

Jungkook respiró profundamente y cerró los ojos, sintiendo el fantasma del asfixiante calor de las llamas llegando a su piel, la sensación de mareo y la insistente tos que le ahogaba, los bramidos desoladores, el pánico y la desesperación por no poder lograr sacar a todos a tiempo... Se le erizó la piel por solo recordarlo.

— Si, fui yo.

— Por lo tanto, intuyo que te encontrabas cerca de las caballerizas del viñedo antes de que el fuego comenzara.

No era una pregunta, el hombre estaba afirmándolo. Jungkook no tuvo más que asentir.

— No queremos hacerle perder demasiado tiempo, por lo que seremos directos. — La mujer tomó la palabra por primera vez desde que ingresó a la habitación, su voz era profunda, de tonos graves, con notas evidentemente mezzosopranas. — ¿Usted fue quien provocó, adrede, el incendio?

Jungkook frunció el ceño, y fijó su atención en el rostro de la mujer. De rasgos firmes y cabello cobrizo, le observaba de mala gana, de la forma en la que se ve a una cucaracha. El alfa se sintió genuinamente descolocado, ofendido y supremamente indignado ante tal acusación.

— No. — Resolvió, tajante.

— ¿No?, ¿Y cómo tuvo tiempo para sacar a los caballos?, ¿Cómo es posible que la única persona que merodeaba los terrenos ese día...?

— No fui yo. — Pronunció, con voz firme, sin dejar espacio para contradicciones. — ¿Quiénes son ustedes?

— ¡Oh!, disculpe, Señor Jeon, hemos olvidado presentarnos. — Jungkook tuvo ganas de poner los ojos en blanco, pero las contuvo. — Soy el teniente Choi Namoo y mi compañera es la inspectora Ito Himari, venimos desde la comisaría local para investigar la causa del siniestro que aconteció el pasado lunes en el viñedo Dalbich.

— Si bien, es evidente que usted se encuentra directamente relacionado con el incendio, aún no podemos arrestarlo. Le aconsejo que coopere con nosotros, Señor Jeon, y quizá su castigo no sea tan malo. — Expuso Himari, la mujer, con voz fría, que a oídos de Jungkook sonó insufriblemente prepotente.

— Yo no inicié el incendio. Yo no lo provoqué. — Reafirmó, comenzando a sentirse molesto.

— ¿Y qué lo comenzó?, ¿Una chispa aleatoria? — Exclamó ella, con burla. El pulso de Jungkook se aceleró, no estaba para juegos tan absurdos como ese.

— Hablaré con ustedes, y les relataré cada acontecimiento previo al incendio. — Himari pareció sonreír, casi satisfecha. Namoo solo se mantuvo observándolo, sin mostrar mayor expresión. — Pero solo cuando mi abogada esté presente.

Y disfrutó ver cómo la sutil sonrisa de la mujer se esfumaba en un instante.

— ¿Le gustaría ser culpado, también, de obstrucción a la ley?, ¡¿Acaso...?!

— Himari. — Reprendió el hombre. Su voz no se elevó, incluso sonó cálida, pero fue suficiente para cortar de golpe las palabras de la aludida. — Es una decisión sensata. Él tiene derecho a un abogado. Acordaremos una cita en los próximos días para poder hablar con mayor tranquilidad acerca de esto.

Himari pareció dispuesta a reprochar, pero no pronunció ni una sola palabra.

— Solo diré algo. — Articuló, sin poder contenerse. — Busquen entre los escombros. Yo no era la única persona ahí.

Eso pareció ser suficiente para causar una inmensa curiosidad entre los investigadores. Desafortunadamente, era una curiosidad que no podrían saciar aquel día. Se marcharon poco después, y Jungkook disfrutó de una hora aburrida en su insulsa habitación de hospital. Sin su celular y sin sus pertenencias.

La televisión del cuarto no poseía más de cinco canales, y dos eran puramente noticieros. El reality show que optó por ver, a falta de mejores opciones, le resultó casi somnífero.

Estaba a punto de caer rendido cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse, dejando pasar a un omega que camina decidido, aunque cauteloso, hacia el alfa postrado en la camilla.

Jungkook espabiló en cuanto sus ojos se posaron sobre su figura. Algo revoloteaba feliz en su interior. Se incorporó lentamente hasta quedar sentado sobre el colchón.

Pensó que el omega se acercaría, y que como mínimo, le estrecharía entre sus brazos. Por ello se sintió un poco dolido cuando el omega prefirió sentarse en la sillita de plástico, con los dedos entrelazados y un rostro neutro.

«Por supuesto que no se va a acercar» Razonó «No cuando aún quedan los rastros de las palabras hirientes y de los dolores del destino»

Hizo puños sus manos, conteniendo sus ganas de tomar una de aquellas manos que se enredaban entre sí y estrecharlas hasta sentir su calor, hasta percibir su compañía.

El silencio que continuó fue significativo e incómodo. El sonido del reality show que se transmitía por cable en la pantalla había optado por convertirse en el sonido de fondo, constante y fácil de ignorar. Una ligera ventisca golpeaba contra el alféizar de la ventana y la excesiva luz blanca iluminaba la habitación con tanta fuerza, que sin problemas te podías sentir expuesto.

— ¿Duele mucho? — Musitó el omega, rompiendo el silencio como si hubiera lanzado una bola de cristal sobre una superficie de hielo. Jungkook casi pudo escuchar el sonido crack al partirse en miles de pequeños pedacitos.

— Apenas lo siento, los analgésicos han hecho su trabajo.

— Nam me dijo que despertaste en la noche. Yo... — Titubeó, buscando las palabras adecuadas para continuar. — Lamento no haber estado ahí cuando abriste los ojos.

— No lo lamentes, Tae. Sé bien que había cosas más importantes qué atender. — Exculpó, sinceramente. Detestaba la idea de que el omega se enclaustrara en su trabajo y trasnochara atendiendo y resolviendo sus asuntos, poniendo su salud por debajo de su trabajo. Pero a esas alturas del partido, él ya no era nadie para reprocharle algo.

Su lobo chillaba en la apagada habitación de su subconsciente, afligido por estar tan cerca de su destinado, y a la vez, hallarse tan inmensamente lejos de él.

— Tae, lamento lo que pasó en Daegu. Estaba alterado y la situación se me salió de las manos. No actué de una forma madura, porque estaba herido, y sé que mi mal humor no es suficiente justificación, pero...

— Jungkook. — Cortó. — No te molestes. Fuiste muy claro aquella vez.

— Tae...

— Sé que estabas molesto, y con justa razón. Sé que merecía un escarmiento por lo que hice, pero ¿Incendiar las caballerizas?, ¿Atacar mi propiedad?, ¡¿Atentar contra mis caballos?!, ¡¿Esa fue tu venganza?! — Se levantó, enfadado a niveles cósmicos.

Taehyung, quien solía tener un carácter tranquilo, había explotado ante la persona equivocada, sin saberlo. Pasó las manos por las hebras del cabello caminando en círculos como un león enjaulado. Su fragancia frutal, generalmente dulce, había tomado una nota de olor más profunda y picante, que provocaba una notoria comezón en la punta de la nariz al inhalarla.

Jungkook, impactado por tal arrebato, especialmente viniendo de Taehyung, tardó varios segundo en reaccionar ¿Por qué todo el mundo parecía creerse que él había sido quien había comenzado el fuego?

¿Acaso la supervivencia de los caballos, más allá de la propia, no era la prueba fehaciente de que él había sido todo lo contrario al perpetrador del siniestro?

— Yo no lo hice. — Exclamó, con el corazón en la boca, pero con el semblante decidido. Comenzaba a cansarse de tener que repetir aquellas palabras con tanta frecuencia en tan poco tiempo, ¿En qué momento perdió la credibilidad de sus palabras, si es que alguna vez la tuvo?

— ¿Y qué mierda hacías ahí?

— Fui a buscarte, pero no había nadie, y la puerta de las caballerizas estaba abierta, así que fui a inspeccionarla...

— ¡Ay, por favor! — Interrumpió, con profunda incredulidad. — No trates de inventar una historia absurda. Lo que hiciste fue demasiado serio. Realmente cruzaste la línea esta vez, Jeon.

— Tae...

— ¡No quiero oírte! — Explotó, apuntándole con un dedo acusador. Sus mejillas, rojas de ira, y sus ojos, cristalizados por el dolor, se colocaban frente a sus ojos, y Jungkook podía sentir que aquello era incluso peor que ser quemado vivo en la hoguera. — No quiero escuchar ni una sola de tus palabras si solo vas a decir mentiras.

— ¡Te estoy diciendo la verdad, pero tú no quieres oírla! — Bramó, desesperado. Atormentado por la falta de confianza.

Taehyung le mostró la que, posiblemente, fue la mirada más gélida que alguna vez le dirigió. Le observaba como a un desconocido, un desconocido del que había escuchado los peores rumores.

— Ya no creo en ti. — Pronunció, con dolor. Limpió una lágrima que asomó por uno de sus párpados con un movimiento veloz. Y sin más que decir, se retiró de la habitación, dejando atrás al corazón destrozado de un pobre alfa.

Con cada metro que el omega ponía de distancia entre ambos, el lazo se tensaba cada vez más, hasta doler, hasta arrebatarles la respiración. La sensación de ahogo era horrorosa. Pero no era como ahogarse en el fondo de un lago; era como asfixiarse por el humo del fuego, con la sequedad en la base de la garganta y el dolor de la piel carbonizándose, incluidos en el catastrófico paquete.

La habitación de Jungkook comenzó a dar vertiginosas vueltas, la debilidad de su cuerpo y de su mente, y los analgésicos perdiendo el efecto en su cuerpo le supieron a la muerte.

Su lobo desolado, se hizo una bolita en su interior, gimoteando por su amor. Un amor, que se había marchado, con la decisión de no volver jamás.

MiaGarrettA

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top