Capítulo 2


Samanta.

Mi piel está roja por los golpes y la sangre que se derrama de mis heridas, siento mi rostro hinchado y empezando a amoratarse. Todo mi exterior se encuentra dolorido, pero ese dolor no se compara con el que siento por dentro.

Jamás en mi vida me había sentido tan humillada, devastada, destruida y derrotada. Desde que empecé en este negocio, no me había sentido de esta manera, sucia, impúdica. Ser una vendedora de amor, como Emilio me llama en broma, siempre se sintió incorrecto, pero hoy, hoy me doy asco a mí misma.

Sabía que no debía ir a esa cita, no debía verme con Augusto Bermúdez. El hombre es un animal, una bestia cruel, un enfermo. Pero mamá está recuperándose muy bien y el suplemento alimenticio más la tarifa de la fisioterapeuta subieron, por lo que tenía que conseguir el dinero rápido. No podía dejar que mamá perdiera una semana, eso implicaría un retroceso grande en su recuperación. Mala suerte la mía que el único cliente que me quería este día fuera él.

Maldito bastardo infeliz, impotente.

No era mi culpa que su muñeco no despertara a la vida. Aunque sí soy responsable de la risita que escapó de mis labios al sentir que era libre de acostarme con ese imbécil pero aun así obtendría mi dinero. El contrato es claro, se paga por el tiempo, haya o no sexo.

Era de esperarse que se molestara y empezara a berrear como cabra por tener que pagar un servicio que no pudo usar y tampoco demostré mucho interés por ayudarle a animar a "Augusto junior". Pero no esperé que me golpeara y lastimara de ésta manera.

Creí que iba a matarme.

Una vez que sus golpes empezaron a llegar y caí al suelo, reaccioné a los pocos segundos, creo que el shock por ser ultrajada no me permitió procesar a tiempo lo que sucedía. No fue hasta que escuché las botellas siendo rotas y verlo acercarse a mí con el filo de las mismas, que entendí sus verdaderas intenciones: hacerme mucho, mucho daño.

Luché y grité por ayuda hasta que logré esconderme en el baño de la habitación y alguien llegó en mi auxilio. No fui consciente de mi desnudez hasta que el policía me encontró. Simplemente no podía permitir una vergüenza más en mi día, ya había llenado mi cuota, como para agregar la mortificación de permitirles a todos ver mi desnudez y mi estado.

Afortunadamente el policía, no, Gabe como dijo que se llamaba, entendió y me ayudó, no quería ir en ambulancia al hospital, no quería contarle a nadie el motivo real de mi presencia en un hospital:

Soy prostituta y mi cliente me golpeó. No, eso no es muy fácil de decir y entender.

Dejando que la medicina que me aplicaron aleje el dolor de todo mi cuerpo, pienso en las mentiras que diré para salir de esta. No puedo pagar una exorbitante multa justo ahora. La prostitución no es un delito, sí, está regulada y yo he faltado a esas normas. No tengo mi documentación a mano, no hay una persona encargada de garantizar mi seguridad, no hay reporte alguno de mi "ficha laboral" por lo que sí, me van a multar si no alegó algo diferente a lo que realmente soy y pasó en esa habitación.

Tocando la venda de mi brazo derecho, suspiro y maldigo mi vida y mi suerte de mierda. Justo cuando empezaba a salir del fondo, sucede esto.

—Hola. —Levanto mi vista hacia el hombre uniformado que acaba de ingresar a mi habitación. Es él, el policía que me socorrió y maldita sea... es hermoso—. ¿Estás mejor?

Asiento y muerdo mi mejilla.

Por todos los santos, es divino. Y qué vergüenza, él debe saber lo que soy. Si tan sólo me tocaran clientes como él, juro que hasta descuento le daría.

Debería dejar de bromear, estoy en un maldito hospital y herida por ser una puta.

—Te traje esto —dice y se acerca llevando una bolsa negra con el logo de una tienda de ropa interior que conozco—. Supuse que no tendrías más que esas horribles y desconfiables batas de hospital.

Oh mierda, sólo mátenme ahora.

—¿Me compraste ropa interior? —chillo y él se encoje. Sus mejillas se colorean igual que mi rostro.

—Sí, la tuya desapareció de la escena y recordando tu incomodidad cuando te encontré, pensé que te gustaría estar... uhm, más cubierta.

—Oh. G-gracias —logro balbucear en medio de mi bochorno. Él extiende la bolsa y la tomo con mi brazo bueno.

—Tenemos que hablar sobre lo ocurrido —dice, acercando una de las sillas para sentarse en ella.

Él es alto, mucho, y bastante fornido. Por lo general, me atraen los hombres delgados y sin mucho que mostrar o exhibir, pero el oficial de policía se ve que conserva la forma de hombre de película de acción. No logro ver su cabello pues trae esa estúpida gorra de policía. Pero sus ojos son de un color extraño, no son ni oscuros ni claros, es como un término medio entre el negro y el café. Pero sin duda son hermosos e hipnotizantes.

—Yo...

—El señor Bermúdez afirma que usted intentó robarlo.

—Por supuesto que diría eso —resoplo. El oficial levanta una de sus cejas y me pongo nerviosa—. Quiero decir, fue sólo un malentendido. Yo... ¿me confundí de habitación?

Ahora sus ojos se estrechan hacia mí. —Sabemos exactamente qué hacía usted en esa habitación, señorita...

—Ruiz.

—Señorita Ruiz. —Suspira y se quita la gorra revelando su corto cabello. Parece ser un tono medio, pero no estoy segura, está demasiado corto—. Pongamos las cosas claras, aunque realmente no estoy a favor de esto y por lo que puedo deducir, usted sabe que el señor Bermúdez tiene cierta influencia que podría perjudicarnos a todos. Es mi jefe quien me da la orden y ya he tenido que lidiar con imbéciles hijos de puta como su cliente. —Hace una pausa esperando que esté de acuerdo con él. Me sonrojo de vergüenza al saber que él tiene claro quién soy—. Tampoco crea que estoy aquí para juzgarla por su... trabajo. Como diría mi madre, "Cada uno hace de su trasero, un balero", sólo quiero "aclarar" esta situación y asegurarme que usted se encuentre bien y no se vuelva a poner en peligro.

—Por supuesto —susurro, dejando caer mi rostro. Juego con mis dedos mientras invento la excusa más ridícula de por qué me encontraba en el cuarto de Bermúdez.

Durante mi narración noté por el rabillo de mi ojo, como el oficial de policía estrechaba sus puños y tensaba su mandíbula, no me atreví a preguntarle qué sucedía, ya me encontraba demasiado avergonzada con lo sucedido y el conocimiento de lo que soy, de lo que hago.

—Bien, hablaré con el médico para comprobar su estado. —Asiento sin mirarlo mientras se levanta, lo veo bailar en sus pies y decido levantar mi rostro. Está mirándome atentamente, no me juzga, pero sus ojos tratan de entenderme de alguna manera, y es peor, no quiero que vea más allá, no quiero que se dé cuenta de nada más sobre mí y mi patética vida—. No tienes veintiséis, eres una niña aún, demasiado joven. —Abro mi boca para defenderme, pero me detiene—. No, no te justifiques y no te estoy juzgando, sólo... —Niega con su cabeza y suspira—. ¿Estás segura de que estarás bien?

—Sí.

—¿Alguien vendrá por ti?

No.

—Sí —miento para lograr que él se vaya, sigue mirándome de esa manera, y no lo soporto. No quiero que trate de entenderme, quiero que se vaya y me deje aquí para procesar todo lo que me ha sucedido y echarme solita a la pena.

Sus ojos se estrechan un segundo, pone sus manos en sus caderas y niega de nuevo. Sabe que estoy mintiendo, no soy buena para mentir, es una de las razones por las que me ha sido tan difícil trabajar en esto, no puedo mentirle muy bien a mis clientes.

—Esperaré a que te den el alta y uno de tus familiares o amigos venga por ti.

—No es necesario —me apresuro a decir.

—Soy responsable de ti por el momento, me tomo mi trabajo y mis responsabilidades en serio. ¿Quieres algo de la cafetería?

—¿Qué?

—La comida de esos lugares es horrible, créeme, he estado en tu lugar antes. La cafetería es decente, si quieres algo, voy por un café —se encoge de hombros y juega con las esposas de su cinturón—, no me importaría traer algo que quieras.

Parpadeo hacia él y me sonríe, impactante. Vuelvo a parpadear y aclaro mi garganta para encontrar mi voz, es un poco difícil ya que el oficial Allen es realmente muy apuesto cuando sonríe. Realmente todo sería tan diferente si mis clientes lucieran así.

Sacudo mi cabeza y me reprendo mentalmente por pensar de esa manera.

—Uhm, un panzerotti estaría bien. Gracias.

Asiente y se aleja, dándome la oportunidad de apreciar su espalda y su trasero enfundado en ese apretado pantalón de policía...

¿Qué está sucediendo conmigo?

Vuelvo a sacudir mi cabeza, provocando que el dolor que había menguado por los medicamentos, regrese. Me quejo y suspiro, recostándome en la cama y pidiendo perdón al cielo por mis pecados.

***

—Llevo más de cinco horas aquí y nadie ha venido a preguntar por ella o recogerla. No hay ningún contacto en su registro médico, ya comprobé la dirección en su historia y licencia, vive en un apartamento en la calle Gaitán, a cinco cuadras de la estación. —No abro mis ojos, sigo escuchando lo que el oficial Allen dice, supongo que está al teléfono, no hay una segunda voz que responda en la habitación—. El doctor ya le dio el alta, ha estado descansando las últimas dos horas. —Suspira y lo siento acercarse a mí—. Es muy joven, no debe tener más de veintidós o veintitrés años.

Veinte. Recién cumplidos.

—Voy a esperar que despierte y la llevaré a su casa, me aseguraré de que esté a salvo y tú, que ese hijo de puta no volverá por ella. Ella cumplió con su parte. —No puedo evitar retener un jadeo al pensar en que el señor Bermúdez pueda intentar lastimarme de nuevo. Abro los ojos y choco con la mirada del oficial. Sus ojos son oscuros y brillantes. Hipnotizantes—. Despertó, hablamos en la estación.

No alejo mis ojos de él y observo cada uno de sus movimientos, la forma en la que aprieta su teléfono en su mano al guardarlo, la tensión en su mandíbula, la flexión de sus brazos y músculos del pecho cuando se inclina hacia mí, o la forma en la que su uniforme le calza perfectamente.

—El doctor ha traído tus papeles del alta. Puedes cambiarte y te llevaré a casa.

—No es necesario, ya le he dicho que puedo irme a casa sola.

—Y yo ya he dejado claro que soy responsable de usted hasta dejarla dentro de la seguridad de su hogar —responde, dándome una mirada que me deja sin más opción que aceptar.

Intento levantarme por mi cuenta y gimo suavemente cuando el dolor se dispara por todo mi cuerpo, los medicamentos están perdiendo efecto en mi sistema. El oficial Allen se aproxima y me toma de los brazos, como si no pesara un gramo, y me levanta en mis pies.

—Yo te ayudo. —Me carga prácticamente hasta el baño, me deja sobre el sanitario y se retira, para luego regresar con la bolsa de ropa que compró y mi bolso. ¿Mi bolso?—. Sí, encontramos tu bolso, pero no tu ropa. Dentro está tu teléfono, que no ha sonado.

Asiento y tomo mi teléfono, no ha sonado porque está en modo avión. Siempre que estoy trabajando lo pongo de esa manera. Cambio el modo e inmediatamente empiezan a llegar las alertas de mensajes y llamadas perdidas.

Emi: ¡Acabo de enterarme! ¿Cómo estás?

Emi: ¡Voy en camino!

Emi: Espero que estés dormida y por eso no me respondes.

Margot: Tuvimos una pequeña crisis y se golpeó en el brazo, no es grave, no te alteres.

Margot: Vimos la novela, preguntó por ti y por qué no llegaste a tiempo para verla.

Margot: La señora Lucía está perfecta, ya cenó y ahora duerme. Avíseme cualquier cosa.

Margot: El joven Emiliano acaba de informarme sobre lo que pasó, asegúreme que está usted bien, yo me haré cargo de su mamá. La espero en casa sana y salva.

Respondo a Emi para preguntarle dónde está y pedirle que se apure y tranquilizo a Margot. No quiero que el oficial me lleve a casa, no quiero que, aparte de conocer en qué trabajo, también sepa de mi vida, lo que sucede tras las paredes de mi casa. No quiero volver a ver al oficial Allen nunca más. Es vergonzoso todo esto, que sepan quién soy, que me haya descubierto desnuda y sangrando, cuando me vendía al mejor postor.

Termino de vestirme, a medias y, tratando de no lastimarme mucho, salgo del baño. El oficial está de nuevo al teléfono, pero esta vez quien sea la persona que habla del otro lado, es importante. Su voz, postura y su sonrisa lo delata.

—Ya te dije que iba a ir, Andy. Lo sé y no, no voy a comprar nada. Sí, me gustaría. —Aclaro mi garganta y sus ojos se vuelven hacia mí—. Tengo que irme, dale besos a Belén por mí y un abrazo a Santi. —Pierde su sonrisa al escuchar lo que sea que responde la otra persona y se tensa, alejándose de mí y dándome la espalda.—. También te quiero.

Termina la llamada y deja escapar un sonoro suspiro, pasa la mano por su rostro y niega, es como si tuviera una conversación interna. Se vuelve, sus ojos más tristes y pesados que antes.

—¿Lista?

No.

—Hmm...

—¿Sami? —suspiro aliviada al escuchar la voz de Emi, las preguntas y la atención del policía me tiene más que nerviosa y avergonzada. Él es un hombre realmente hermoso, y en sus ojos puedo ver la sincera preocupación por mí lo cual me hace pensar que es uno de los pocos hombres buenos en este mundo—. ¡Oh mi pequeñita!, lo lamento mucho.

Emi no se ha percato de quien realmente está en la habitación, sólo me observa con sus ojos llenos de culpa y dolor.

—Estoy bien, Emi. El oficial Allen me estaba preguntando si alguien podría llevarme a casa.

Los ojos de mi amigo se vuelven hacia Gabe y se tensa. —Buenas tardes, oficial.

—Buenas tardes, ¿es usted familiar de la señorita Ruiz?

—Uhg, sí, yo soy su...

—Novio —respondo rápidamente antes de que Emi diga que es mi primo y el oficial corrobore que sus apellidos son lejos iguales a los míos.

Las cejas del oficial Allen se elevan hasta el nacimiento de su cabello, desvía su mirada hacia mí y luego estrecha sus ojos al mirar de nuevo a Emi, su postura vuelve a estar rígida y la voz que usa para realizar las siguientes preguntas es, a mis oídos, acusadora.

—¿Sabe usted lo que sucedió con la señorita Ruiz?, ¿Está consciente de las acusaciones hacia ella?

—Sí, me enteré hace poco.

—Ya veo, ¿usted sabía que ella se encontraba en ese hotel? —No se me escapa la forma en la que empuña sus manos y da un amenazador paso hacia Emi. Mi amigo, aparentando una valentía que carece ante las autoridades, traga fuerte y se hace el imperturbable.

—Sí, mi novia me dijo que visitaría a un amigo que vino de viaje, se tomarían algo en el bar del hotel o algo así —Saca el teléfono móvil de su bolsillo y lo revisa—. Fue eso lo que me dijiste ¿no?

—Ehh, sí. —EL oficial mira de Emi a mí con desconfianza. Y esa penetrante mirada no solo está poniendo nervioso a Emi, también a mí—. ¿Podemos irnos ya? Realmente estoy cansada y necesito comprobar a mamá. —Miro a el oficial con esperanza.

Suspira y anota algo en una pequeña libreta que saca de su bolsillo. Asiente y hace una seña hacia la puerta.

—Me retiraré. —Frota la parte trasera de su cuello y gruñe, le arroja una fría mirada a Emiliano y se vuelve hacia mí, arranca el papel de la libreta y lo extiende—. Si en cualquier momento llegaras a necesitar ayuda, llámame. Ese es mi teléfono personal. No importa en qué situación se encuentre, no dude en pedirme ayuda. —Muerde su mejilla como si quisiera decir algo más. Mis ojos se encuentran totalmente abiertos y sorprendidos por su gesto—. Cuidase, por favor.

Asiento, totalmente tomada fuera de mi lugar, el oficial se aleja y vuelve a mirar gélidamente a Emi, dura unos cuantos segundos así, como si le advirtiera a mi amigo de algo. Cuando por fin sale de la habitación, Emi deja su fachada valiente y se estremece, yo por mi parte, clavo mis ojos en la los números y las legras que conforman el nombre del oficial.

Él acaba de darme su numero para que yo pueda pedirle ayuda.

¿Será esto una ofrenda con doble sentido?

El oficial sabe a qué me dedico. Por qué razón se preocuparía por una prostituta. No creo que haga esto cada vez que encuentre una en la calle.

¿Cuáles serán sus verdaderas intenciones?

No voy a gastar tiempo descubriéndolas.


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