Capítulo 11
Gabe.
—¿Dónde está? —exijo una vez estoy frente a Julio.
—Calma, está en la cuatro. Está un poco histérica y asustada. —Julio se levanta de su escritorio y me pide que lo siga a la maldita celda que ya sé dónde está.
—¿Por qué está aquí?
—Escándalo en espacio público y... —Levanto una ceja ante su reticencia a continuar—, prostitución.
Esa palabra hace que me detenga abruptamente. Julio se percata que ya no le sigo, suspira y retrocede hasta estar frente a mí.
—Ella lo ha negado rotundamente, así como la otra mujer con la que fue arrestada. Y, para serte sincero, por su pinta, dudo mucho que estuviera "ejerciendo".
Froto la parte trasera de mi cuello, incómodo y confuso. Aún no descifro y tampoco me acostumbro a todo lo que Samanta me hace sentir y pensar. Continuo mi camino hasta llegar a la celda cuatro, Elkin Santander sale de la misma con cara de tragedia.
—La chica está llorando inconsolablemente. No entiendo para qué demonios se exponen así en las calles si saben que pueden terminar aquí.
Gruño ante sus palabras, sus ojos se abren y mira interrogante a Julio.
—No hables así de la chica, es una... conocida de Gabe. Y según su versión y la de la otra mujer, ella no estaba haciendo nada fuera de la ley.
—Sí, claro. Y ella está aquí repartiendo dulces y maní.
—Cállate —gruño, posicionándome frente a Santander.
—Vamos, ve y habla con la chica. Le hace falta una cara familiar para calmarse. —Me apremia Julio.
Fulmino con mi mirada a Elkin y abro la puerta de la celda cuatro. Apenas y entro, una punzada de dolor y rabia abrazan mi corazón. Samanta está recostada en un rincón, como la encontré ese día en el jacuzzi, sus brazos abrazan sus rodillas mientras se mece a sí misma y solloza.
—¿Samanta?
Inmediatamente escucha mi voz se endereza. Su rostro bañado en lágrimas se comprime de nuevo mientras corre hacia mí y se tira a mis brazos.
—Gabriel —susurra contra mi pecho.
Me permito abrazarla, sintiéndome impotente ante su sufrimiento. Permanece aferrada a mí unos minutos más, antes de alejarse limpiando sus lágrimas y esnifando.
Me percato entonces de su ropa.
Tiene unas pantuflas azules con lunas y estrellas dibujadas, usa short de pijama blancos y una enorme camisa con el logo de Coca-Cola. Su cabello es un lío suelto y no posee una gota de maquillaje, lo que resalta el color rojo en su nariz y mejillas. No hay que se un genio para determinar que el cargo por prostitución es una falacia.
—Lo siento —Se disculpa una vez logra articular palabras—. Siempre estoy metiéndome en problemas.
Le doy una pequeña sonrisa tranquilizadora y me acerco para poner una mano en su hombro.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Que soy una metida y una sin suerte, eso pasó —gruñe y da una patada en el suelo, lo cual me causa una pequeña risa—. ¿Cuántas personas salen a botar la basura y terminan en la cárcel? —No respondo por lo que continúa hablando—. Sólo no quería tener más basura en la casa hasta la siguiente pasada. Salí y escuché que Laura tenía problemas, como no llevaba el móvil a la mano se me ocurrió gritar por ayuda y arrojarle las bolsas al tipo que le hacia daño a mi vecina —Solloza de nuevo—, pero lo que me gané fue que me amenazaran con cortar mi garganta con un cuchillo y que mi madre esté sola en casa, sin quién la cuide. Tengo que salir de aquí, Gabe, tengo que ir a cuidar a mamá. Yo no he hecho nada malo.
Me abstengo de maldecir al escuchar sobre el cuchillo, respiro profundamente y llamo a Julio. Mi compañero entra y les pido que nos sentemos en las sillas, le pido una vez más a Samanta que explique lo sucedido. Cuando termina de contarlo todo, le digo que todo estará bien y salgo para hablar con las otras dos personas implicadas. Noto que al menos ya está un poco más calmada.
Converso con Laura Correa y el señor Ancizar Romero, aunque con el segundo fue muy poco lo que se habló, pues el tipo está demasiado ebrio y agresivo para poder ser coherente con lo que dice. Lo único que logré entender es que: "ella debía pagarle". Por "ella", dudé si hablaba de Laura o de Samanta, hasta que la señora Correa me sacó de dudas. Al parecer y según su declaración, el señor Romero le prestó un dinero y ella no ha podido pagarle, por lo que el tipo pensó que podría cobrar en especies los intereses y la deuda. Mientras llamo a Margot (Sí, tengo su número, ella amablemente lo ofreció cuando me encontré con ella y Nubia y yo felizmente lo guardé en mi teléfono) busco a mi comandante. Está claro que ha sido todo un malentendido y que Samanta no debería estar aquí.
Margot me responde al quinto timbre y me asegura que ya mismo irá a verificar a Nubia. No tengo tiempo de confirmarle a Samanta, encuentro a mi comandante justo antes de que se retire de su oficina, así que lo abordo inmediatamente.
—Jefe, ¿me permite un momento? —Asiente y hace un ademán para que lo siga a la oficina.
—¿Qué sería, Allen?
—Debemos dejar ir a Samanta Ruiz, la chica no ha hecho nada malo. Ha sido toda una confusión. Ella no estaba prostituyéndose, sólo salió a dejar la basura y encontró a una de sus vecinas en una penosa situación. Además —Tomo aire porque he estado hablando muy rápido—, la forma en la que se encuentra vestida es un claro indicio de que no estaba prestando sus servicios. Sabemos que las mujeres que se dedican a eso salen a trabajar vestidas de otra manera...
—La señora Ruiz sí se dedica a eso, Allen, ¿olvida el hotel y al sobrino del senador Bermúdez?
Aprieto mi mandíbula tan fuerte que creo que romperé mis propios dientes. Maldita sea, recordar a ese hijo de puta me hace hervir la sangre.
—Eso fue diferente —logro gruñir. Mi comandante levanta una ceja, le sostengo la mirada esperando a ver que otra cosa va a decir sobre Samanta. Juro que, si la ofende de alguna manera, lo pondré en su maldito lugar, comandante o no.
—Como sea, Allen, igual pensaba soltarla. Lo que dices es cierto, es muy claro que la chica sólo estaba en el lugar equivocado. Estoy esperando a que Suárez pase el informe para firmarlo, ya que fue él quien atendió el llamado y detuvo a los impertinentes.
Maldito Suárez. No me la pondrá fácil, eso es seguro.
—Hablaré con él para que se dé prisa. La madre de Samanta está sola.
Mi pequeño desliz llama la atención de mi comandante.
—¿Hay algo sucediendo entre esa mujer y usted, Allen? Le recuerdo que...
—No está sucediendo nada. —Interrumpo, mi mal humor subiendo a velocidad increíble—. Y si ese fuera el caso, no hay nada en contra de que yo esté interesado en una mujer.
—Una mujer que trabaja en un oficio, aunque legal, moralmente cuestionable y no olvidemos que esta no es su primera vez aquí.
Asiento, de mala gana y me retiro de su oficina antes que le falte al respeto a mi jefe y me gane una suspensión.
Me encuentro a Julio junto a la maquina de café, toma una taza de icopor humeante y veo que junto al café lleva también una bolsa de pan.
—Es para tu chica. —Se encoje de hombros, desvía la mirada y finge como si lo que estuviera haciendo no es gran cosa. Todos aquí evitamos tener este tipo de gestos con los detenidos—. Ha estado aquí un tiempo y creo que comer algo le hará bien.
Posando mi mano en su hombro, le doy las más sinceras gracias. Creo que lo que pasó antes, la discusión sobre Samanta, ha quedado atrás. Vuelve a encogerse de hombros, y le sonrío.
—Voy a hablar con Suárez, no ha presentado el informe y el jefe lo necesita para dejar ir a Samanta.
—¿Suárez? Ese hijo de puta va a joder contigo si le pides que ayude a Samanta. Sabes que nos odia.
—Lo sé, pero ella no debe estar más aquí. No me importa si tengo que besarle el culo a Suárez.
—Voy a entregarle esto a tu chica y voy a encontrarte, si te jode mucho, presionaré un poco.
—Vale, gracias.
Asiente y se aleja hacia la celda donde probablemente ya hayan dejado a Samanta. Camino al escritorio de Suarez, muerdo el interior de mi mejilla cuando lo encuentro jugando Farm Heroes en Facebook.
Maldito idiota.
—El jefe necesita el informe del arresto en el edificio Villa Real. —El imbécil de Suarez se ríe, levanta un dedo pidiéndome que jodidamente espere y continua con el juego. Suspiro y rezo por paciencia mientras lo veo perder un juego tan estúpidamente fácil.
Maldice cuando se queda sin movimientos y sale el cerdo lloro, arroja el celular a un lado y se cruza de brazos mientras gira su silla para verme.
—¿Decías?
Paciencia, Gabe, paciencia.
—El jefe necesita el informe del arresto que efectuaste hace un par de horas.
Finge pensar un momento. —He hecho tres arrestos en las últimas tres horas, Allen, debes ser más específico.
El maldito sabe de qué estoy hablando me escuchó la primera vez que le hablé.
—Sabes de qué mierda estoy hablando, deja de hacerte el hijo de puta y pásame el jodido reporte para que esas dos mujeres que arrestaste cuando estaban siendo atacadas puedan regresar a casa.
—¿Te refieres a las dos putas que estaban en guerra con el jodido borracho? —Rasca su estómago mientras yo me imagino acertando mi puño en él—. Bueno, el informe no he podido hacerlo, estaba demasiado ocupado como lograste ver. —Me sonríe y empuño mis manos—. Lo que me causa curiosidad es que tú, que deberías estar en casa en este momento, estés aquí, intercediendo justo en este caso, justo por la putita esa del hotel.
Ah, el también la recuerda.
>>Las malas lenguas empezaran a hablar, Allen, los coños de las putas pueden ser baratos y fáciles de complacer, pero los demás no deberían saber en donde comes y que clase de menús son los que prefieres.
La rabia me inunda y justo cuando estoy a punto de golpear su maldita sonrisa irónica, mi mejor amigo viene a mi rescate.
—Será mejor que hagas el maldito informe, Suarez, antes de que ambas mujeres presenten una queja sobre como el oficial de policía que las arrestó le pidió una mamada a cada una a cambio de dejarlas ir.
Me vuelvo hacia Julio, que sonríe hacia un muy enojado Suarez.
—Yo no les pedí nada, hijo de puta. Sería una acusación falsa. ¿Quién le creería a esas putas?
Siguiendo el juego de Julio, me cruzo de brazos y miro a Suarez. —Ah, pero no sería la primera acusación sobre lo mismo, y, teniendo en cuenta los últimos reportes de tu cuestionable proceder... bueno, digamos que como mínimo los superiores vendrían a levantar algunas piedras y buscar bajo ellas.
Suarez gruñe, nos da una mirada de muerte a ambos y se vuelve hacia su computador.
—Eres un hijo de puta —gruño cuando me doy cuenta que el maldito informe ya estaba terminado, pero el muy imbécil no quiso entregarlo a tiempo.
—Al menos no ando detrás de un coño usado —responde, antes de que me lance contra él, Julio me aprieta el hombro.
—No proyectes tus dilemas, Suarez —dice Julio—, los demás no tenemos la culpa del sobre uso del coño de tu esposa.
Suarez balbucea y trata de lanzarse sobre Julio, pero al percatarse de que mi amigo es más grande, fuerte y de que como lo dije, su expediente tiene varios reportes ya, sólo nos maldice y se va.
Julio se ríe y sonrío. Toma el informe y me lo entrega, guiñándome un ojo.
—Ve y sé nuevamente el héroe de tu princesa.
Sacudo la cabeza y me rio, pero no dudo en hacer lo que dice, aunque no estoy seguro de que Samanta sea una princesa y lo más importante aquí, que sea mía.
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