Prefacio
El guerrero al que le robaron sus armas, cazará con sus manos. Le arrancaron su corazón, pero el vacío también es un motivo para matar.
Al cisne intentaron cortar las alas, al cisne quisieron congelar su voluntad, pero olvidaron de qué está hecho.
Sangre y fuego traerá el León a sus opresores. Alma de hierro dice tener, pero fue forjada en agua. Junto a el alma de su igual, liberará a los que compartan su hambre y sufrimiento.
Bienaventurado el guerrero que descubre que el veneno a veces puede curar, sin importar del envase que provenga.
—No puedo creer que uses tus dos horas de sueño para leer la malditas Sagradas Escrituras de la maldita Ara —le dijo Safaera a Orión.
En el resto del reino no se hablaba de ello, pero las mujeres también comentían pecados, también desafiaban al reino, también le sacaban el dedo en la cara al sistema. Y no todas llegan a ser ejecutadas, no cuando existen las minas de Cráter, tan necesitadas de trabajadores fuertes. Sin embargo, la realidad es que las mujeres que se llevaban a las minas eran las primeras en morir, las que menos aguantaban aquel infierno.
Safaera era menuda y cada vez había menos carne cubriendo sus huesos. Con solo mirar su pecho podías observar su esternón y contar sus costillas. Pero había aguantado bien el tiempo que llevaba de esclava porque aunque su musculatura hubiese desaparecido, sabía defenderse hasta donde era posible, y su voluntad nadie la pudo doblegar. Por otro lado, gran parte del mérito de su supervivencia se debía a que cierto compañero suyo no dudaba en otorgarle su ración de comida cuando ella parecía a punto de desfallecer.
Había llegado hacía nueve meses a las minas y hacía apenas tres que la habían dejado de violar. A los esclavistas nunca les importó la seguridad de aquella mujer al encerrarla en una jaula con hombres con todo tipo de hambre, crímenes y corrupción encima. Y no era la única, solo era la que quedaba de hace más tiempo. Todavía habían unas nueve más. Tres llegadas esa misma semana, tres de hacía un mes y tres del trimestre pasado.
Cuando no estaban en las minas, los esclavos eran reunidos en jaulas dentro de carpas, todos las carpas estaban ubicadas en un campamento alrededor de la entrada a las minas.
Ahí gozaban de las dos horas reglamentarias de sueño. Esa noche les tocó juntos a Orión y a Safaera en el grupo C.
—Tú deberías estar descansando —expresó Orión pasando la página, sin dejar de enfocar sus sentidos en leer el texto.
—Dormiría mejor si no me estorbara el ruido que haces al pasar las páginas.
—Si no se callan los dos de una puta vez les voy a meter el pico por el culo —dijo otro esclavo que sí intentaba aprovechar las horas para dormir.
—De hecho —habló uno de los guardias desde afuera golpeando con su espada la tela de la carpa—, ya que nadie tiene sueño empezarán a trabajar en cinco minutos. ¡A despertarse todo el mundo!
Las minas de Cráter eran la peor pesadilla de cualquier esclavo. Era el lugar de donde se extraían los cristales que se usaban para proteger a la población masculina del frío de Ara. La mayoría de las mujeres siguían creyendo que el frío era letal y que para el no había alternativa.
No había una gota de luz más que el resplandor que llegaba de los hornos bajo tierra, que a la vez volvían la temperatura sofocante, casi imposible de resistir. Con el calor, la falta de oxígeno y el trabajo forzado de largas horas sin alimentación, los nuevos esclavos morían en días, a veces un par de horas, y sus cadáveres los dejaban secarse en el suelo ya que nadie tenía ni la fuerza ni la disposición para levantarlos y darles sepultura.
—Estoy cansado de esta mierda —expresó Patroclo entre toses mientras amarraba las trenzas de sus botas de trabajo. Hacía días que empezaba a manifestar aquella preocupante reacción, evidencia de que su salud estaba en decadencia. Orión no quería ser quien se lo dijera, pero se moriría en días.
—Estás cansado de muchas mierdas —acotó Orión, amarrando los cordones de las suyas.
—Pero esta vez estoy más cansado que nunca. Me quiero pegar el pico en la frente y morirme de una puta vez.
—¿Me haces un favor? —inquirió Orión—. Antes de hacerlo ten la bondad de llevarte a uno de los esclavistas contigo. No nos haría mal para variar.
—Muy gracioso, como te escuchen hablando así te cortan la lengua y nos matan a todos...
—Les queda poco tiempo para intentarlo.
—¿Perdón?
—Vamos a trabajar —zanjó Orión palmeándole la espalda.
Esa tarde, Orión tuvo que pasar sobre los huesos viejos y secos de varios excompañeros de esclavitud para entrar a las minas.
Safaera fue mandada a los hornos con el carbón, por lo que tuvieron que tomar pasillos diferentes en la cueva. Mientras se separaban, Orión le guiñó un ojo. Aunque ella no dio señales de haber visto aquel gesto, sí que lo notó, y lo comprendía a la perfección.
Orión clavó el pico en la piedra como de costumbre, los músculos se le pensaban con aquella actividad pero hace mucho que le habían dejado de arder al levantar el instrumento. Dos años son tiempo suficiente para que una actividad se te vuelva rutina, sobretodo cuando la practicas a diario. A decir verdad, dos años son más de los que ha aguantado cualquiera en ese infierno.
—Dale más duro a esa pared, soldadito —exigió uno de los nuevos guardias que entonces vigilaba a Orión mientras se tomaba su humeante taza de café. Era la manera más cruel de torturar a un hombre que hace meses no prueba más que pan, hierbas, verduras y legumbres.
Sin embargo, Orión no era como los otros escuálidos que se desmayaban de hambre y sed o se sofocaban por el calor a la segunda embestida contra la piedra de las cavernas. Él tenía una musculatura trabajada, una resistencia sobrenatural y una determinación que solo podía encontrarse en los guerreros más imponentes.
Sus esclavistas lo retaban y se reían de él porque alguna vez fue miembro de la guardia real, alguna vez fue un caballero honrado destinado a la gloria, y ahora solo era un perro más en aquella pocilga que cavaba entre los excrementos del rey. Sin embargo, ninguno podía negar, ni siquiera a sí mismo, que el espíritu de aquel hombre —que parecía no tener razones para vivir—, era de un material mucho más fuerte que el que sostenía toda la mina de Cráter.
La nube de polvo que se levantaba con la labor de Orión era tan espesa que incluso los guardias tosían, a pesar de tener los tapabocas húmedos indicados. Orión, no. Era como si sus pulmones tuvieran un filtro, o como si hacía tiempo hubiese dejado de respirar y algo menos común mantuviera su cuerpo en funcionamiento.
Él golpeaba la piedra, una y otra vez, con una fuerza indescriptible, con insistencia y perseverancia, haciendo temblar hasta la firmeza bajo sus pies.
No descansaba hasta tener una montaña de escombros y solo entonces se agachaba a escarbar hasta detectar el brillo de los cristales como si buscara una aguja en una caja de cereal.
—Eres patético, Enif —escupió uno de los supervisores mientras pasaba a hacer supervisión de los hombres laborando. Pisó la mano del excaballero mientras este buscaba entre los escombros, y restregó su bota contra el suelo hasta que los dedos del esclavo crugieron.
Orión no siquiera abrió la boca, se limitó a sentirlo todo en silencio, con ojos y labios apretados, aguardando.
—Estoy aburrido, Enif —explicó el supervisor agachándose a la altura del aludido—. Por favor, dame una razón, aunque sea muy pequeña, para darte unos buenos latigazos hoy.
Nat's Yah —pensó Orión.
El hombre comprendió que, por el momento, no obtendría nada más de ese esclavo, así que lo dejó terminar su trabajo. Al final de cuentas, cada hora trabajada por Orión mantenía la economía del reino. Era su mejor empleado, aunque aquel nombre le quedara inmenso ya que este no recibía pago alguno por sus servicios, además de la misericordia de la vida.
Orión siguió escarbando entre los escombros con sus dedos un largo rato, conteniendo la respiración para no tragar el polvo tan puro. Con años de tanto aguantar la respiración sus tiempos de resistencia se volvieron cada vez más prolongados. Siguió por horas hasta estar seguro de que no conseguiría nada más en esa arena, y se dirigió al muro a repetir su acción con el pico para empezar el proceso de nuevo. Lo repitió así hasta lograr recolectar en el saco los gramos mínimos necesarios para subir a la superficie.
Luego se fue adentrando en la caverna, lejos del escrutinio de los supervisores, y se sentó. Daba la apariencia de que se había ido a descansar a pesar de que sus intenciones estaban enfocadas en actos menos relajantes.
Se refugió en un punto ciego donde el resplandor de los hornos no llegaba y un saliente rocoso ocultaba su cuerpo según el ángulo desde el que se mirara. Desde el inicio del pasillo no se podía ver ni su sombra.
—¿Enif?
Ningún guarda, supervisor o esclavista duraba tanto en las minas de Cráter, la mayoría se rotaban después de un mes, y los veteranos apenas tenían un semestre en la zona.
Este era un guarda novato, de esos que mandaban a merodear los túneles de la cueva porque es el trabajo que nadie quiere hacer si no es como supervisor. Pero este tenía el temperamento del mismísimo Alto Mando, Lord encargado de la coordinación de la mina.
Su voz rebotó en las paredes hasta llegar a la cabeza de Orión. Era obvio que lo llamaban, pero él no tenía intensiones de contestar.
—Como te agarre te mato, caballero de mierda —expresó el hombre mientras desenvainaba su espada y se adentraba más en la oscuridad.
Consideró dejar a Orión en paz y subir con un esclavo menos como si ahora fuera un cadáver más tapizando la piedra del suelo, pero era Orión. El Alto Mando sentiría su ausencia, y si no conseguían su cadáver se armaría el revuelo del siglo en las cavernas.
Cuando el guardia llegó a la altura del esclavo oculto, todavía sin verlo, dándole la espalda y con su espada en guardia, este lo rodeó con sus brazos en el cuello.
El guarda forcejeó y gesticuló maldiciones que se quedaron atrapadas en su garganta. Orión nunca dejó de presionar, privando cada vez más a su presa de oxígeno hasta que la ausencia del mismo lo hizo dejar de moverse. El forcejeo acabó, y Orión ocultó el cadáver en el punto ciego en el que él se encontraba.
Ni siquiera consideró quitarle la espada.
Avanzó con el saco de cristales sobre los hombros y el pico arrastrando la punta por el piso. A medio pasillo había varios guardias, uno por cada par de esclavos. Uno de ellos estaba demasiado inspirado de espaldas a Orión, lanzando latigazos a un hombre que en lugar de trabajar tosía.
Enif no se detuvo a considerar nada, ni hubo variación en la expresión serena de su rostro, clavó hasta la mitad el pico a media columna del esclavista y lo pateó en el culo para que cayese muerto hacia adelante.
Los otros guardias reaccionaron como si la cueva se estuviera derrumbando.
Uno se abalanzó sobre el insubordinado, que recogió la pala del esclavo de la espalda flagelada y la usó para desviar la estocada del guardia.
—Maldito esclavo, te voy a mandar a...
Una pena. No pudo terminar su frase ya que el filo de la pala entre las manos de Orión se clavó al costado de su cuello, abriendo su piel por lo menos cuatro centímetros, suficiente para cortar sus arterias vitales.
Otro se lanzó sobre el rebelde, que se agachó y lo hizo caer de boca contra el muro de piedra al interponer su pie entre sus piernas. Luego se abalanzó sobre él y con toda la fuerza que habían demostrado sus brazos hasta entonces, le agarró el rostro y lo estampó contra la piedra de la pared un par de veces, suficientes para dejarla inconsciente.
Cuando la espada del tercer guardia quiso alcanzar a Orión, este usó el cuerpo desmayado entre sus manos y lo interpuso en la trayectoria del arma, consiguiendo así que el filo de la hoja lo cortara en dos.
Avanzó de una zancada y le propinó una patada a la muñeca del guardia que quedaba en pie, logrando que sus dedos se abrieran y que el arma se deslizara hacia el otro extremo de la cueva.
Quedaron uno frente al otro, ambos con las manos descubiertas.
—¿Qué buscas, pendejo? —preguntó el guardia desarmado, sabiendo que debatirse a puños contra Orion lo dejaba en desventaja—. ¿Qué es lo que crees que lograrás con esto? Todos sabemos lo que te han robado, ya no tienes ese poder. No eres nadie. Eres menos que nada, y no puedes contra lo que te espera allá afuera. Te has portado muy bien, por eso te han tolerado, pero les diste la excusa que necesitaban para cortarte las manos, o tal vez una pierna. O los ojos. Quiero ver cómo te las arreglas para sobrevivir a este infierno sin ojos.
—Esa pudo haber sido una amenaza épica... —acotó Orión con la cabeza ladeada— si pudieras cumplirla. Lástima, porque no volverás a ver nada nunca.
Como broche a sus palabras, calló en definitiva al hombre doblándole el cuello en un brusco movimiento. El crujido quedó rebotando en las paredes.
Ningún esclavo iba a detenerlo por algo así, pero todos lo veían como si en definitiva se hubiese vuelto loco.
—¿Qué acabas de hacer? —preguntó un viejo con voz temblorosa—. ¿Qué tal si los del otro pasillo escucharon?
—Los del otro pasillo no pueden oír nada.
—¿Por qué? ¿Porque les tapaste los oídos mientras todos dormíamos o qué mierda? —inquirió otro.
—Porque los muertos no escuchan.
—¿Los mataste?
Orión no contestó, pero tampoco se quedó callado.
—En un par de horas bajarán el grupo E y F, uno a este pasillo y el otro a los hornos. Debemos estar preparados cuando eso pase. Escondan los cadáveres de los guardias.
Ante aquella orden uno de los esclavos se levantó en discordia, negando con la cabeza y gesticulando mucho con las manos.
—Ah, no. No jodas. Limpia tú la mierda que cagas.
El excaballero se giró hacia el osado y lo observó con una expresión tranquila y paciente. El hombre acabó tragando en seco, fue el primero en poner en marcha sus órdenes.
Orión cruzó el pasillo hacia los hornos, y confirmó que los cinco guardias de aquel lado estaban asándose en las brasas junto al carbón.
Safaera se acercó a él.
—Espero que esto funcione... sino, estamos muertos.
—Estábamos muertos de todas formas, apenas es que estamos comenzando a vivir.
Safaera asintió, acostumbrada a que Orión dijera cosas tan raras como esas, y se armó a ella y al equipo con picos, palas y las espadas caídas. Le extendió una a Orión, que la miró con el ceño fruncido.
—Esa no me gusta.
—A la mierda, Enif, sé que quieres a Cassio pero aquí no está, así que si quieres vivir más te vale que te conformes con esta.
—¿Si quiero vivir? —Alzó una ceja con incredulidad—. He vivido más que nadie en este infierno, he matado con mis manos más que ninguno aquí abajo. Esperé, soporté, y al fin llegó mi día. El día que estuve aguardando. El que planifiqué y construí. El día de su juicio. Porque quiero vivir, porque sé lo que hago. Lo he estado maquinando por meses en mi cabeza.
Hubo una pausa mientras Safaera analizaba sus palabras, luego él prosiguió.
—Dije: esa no me gusta.
La esclava rodó los ojos y volvió a lo suyo.
Ella había aceptado la atracción que sentía por Orión hacía al menos tres meses. Por desgracia, a él solo parecía gustarle todo lo que no le contaba, las cosas que había ocultas en su cabeza, lo que perdió, y sus planes para hacer pagar a todos los que estuvieron involucrados en ello.
☆☆☆
Cuando bajaron los esclavos del grupo E y F, el plan siguió su curso. Todos sabían lo que tenían que hacer: esperar a estar dentro de la caverna con la docena de guardias, y lanzarse encima de ellos con los equipos que tenían para trabajar. Los demás improvisaron y se unieron a la causa, tal cual previó que sucedería el excaballero.
Él ni siquiera tuvo que despegar su espalda de la pared mientras el resto hacía el trabajo acordado, cumpliendo con mantener los gritos al mínimo y matar cortando las cuerdas bocales para que los fallecidos no dieran mucho espectáculo.
—¿Y ahora? —preguntó uno de los vencedores.
—Ya se derramaron las primeras gotas de sangre, ahora viene el fuego. Todos: a trabajar. Tomen sus sacos de cristales, recojan tantos como puedan. Nadie saldrá de aquí sin un saco. Los vamos a necesitar.
—¿Y a ti quién te nombró líder de la revolución?
Orión se despegó de la pared y avanzó hacia quien hablaba.
—Ven, pelea contra mí. Si logras vencerme, estás a cargo.
El tipo se inmutó, no dijo ni una palabra mientras parecía que se estaba tragando las anteriores.
—Y el que no quiera venir se puede quedar, pero tiene que saber que el que se quede no saldrá de aquí. Nunca.
Un rato más tarde los esclavos salieron. De la entrada de la caverna hacia las carpas del campamento había al menos 2 kilómetros de distancia. Tal como Orión les indicó, todos empezaron a moverse a rastras para que a lo lejos no los vieran avanzar si lo hacían de pie. Se camuflaban con la arena del suelo por sus vestimentas, y el hecho de que fuera de noche jugaba a su favor debido a que las sombras los ayudaban a ocultarse.
Nunca se juntaban cuatro grupos, y ahí estaban ellos, los del C, D, E y F, juntos marchando hacia el campamento, armados y cargados con los sacos de cristales.
Al llegar a la alambrada ninguno pasó por el camino despejado del medio, por donde los verían llegar desde el campamento. La mitad del grupo se quedó detrás de la alambrada esperando la señal, y la otra se dispuso a atravesarla con Orión al frente.
Se trataba de un obstáculo hecho con hilos de alambre grueso con púas, tejido en espirales con vigas de metal anclada al suelo cada medio metro que lo mantenía todo en su sitio.
—Recuerden —dijo Orión en voz muy baja—. No importa cuánto les cueste o les duela, movimientos cortos y totalmente en silencio. ¿Entendido?
Pasaron en medio de ella apartando tanto como era posible los alambres sin hacer mucho ruido, abriendo espacio para una extremidad y luego la otra. Más de uno se enredó, otros dejaron grandes tajos de su cuerpo pegados en los entresijos de púas; pero persistieron, porque la alternativa era quedarse ahí, o regresar, y morir en ambos casos. Hacia adelante al menos tenían una alternativa, una opción.
Llegaron al último tramo de la alambrada, Orión tenía los brazos y el rostro llenos de rasguños, pero no parecía importarle. Solo la meta estaba en su cabeza.
Salieron al fin al otro lado, y los guardias que cuidaban la alambrada se sobresaltaron, dándose la vuelta para quedar cara a cara al grupo de esclavos que chorreaban sangre y sudor, transpirando pero más alentados que nunca.
—¿Qué mierda hacen?
Orión sonrió, una sonrisa de oreja a oreja, cínica como ninguna.
—Teníamos calor —contestó mientras los esclavos detrás de él continuaban apareciendo con palos, picos y las espadas de los guardias caídos.
Muchos eran delgados y debiluchos, pero otros estaban en buena condición física; la única ventaja que tenían era que por primera vez tenían una oportunidad frente a ellos, y habían pasado tanto tiempo sin esperanza, sin calidad de vida, con dolor, sin razones para vivir, que no iban a desaprovechar aquella brecha que se abría a su favor. Se acercarían a ella con uñas y dientes, y la aferrarían poniendo sus vidas en ello.
—Enif, vuelve allá abajo, a donde perteneces, y salva a esta gente tranquilizándolos —ordenó el guardia a cargo de la alambrada.
—¿Asustado, Potter?
—¿Qué mier...? Me gustabas más cuando no hablabas. —El hombre desenvainando su espada—. Pero admito que voy a disfrutar mucho esto.
—Sí, yo también.
Los guardias se abalanzaron contra los esclavos y la masacre comenzó.
Los esclavos superaban en número a esa primera tropa de guardias, pero no tardarían en unirse el resto en el campamento en cuanto asimilaran los gritos que hacían sus compañeros al ser abatidos, apuñalados, golpeados y mutilados.
Armas chocaban unas con otras, sangre corría, gritos se transformaron en la melodía de aquella batalla. Era tal cual lo había soñado Orión tantas veces, como una coreografía que fue orquestando con paciencia paso por paso. Como un libro que se construye con lentitud, trabajando en la trama en forma de mapa, elaborando cada detalle que va a conformar su mundo, previendo los plot twists y sus repercusiones.
Así surgió el plan de Orión, mientras las horas en aquella condena se transformaban en días, esos días en meses y los meses mutaron hasta formar un par de años.
Orión esquivó las estocadas de su enemigo con solo mover su cuerpo. Se agachó a la izquierda, giró y con agilidad quedó a la espalda de su atacante. Le fracturó el cuello y le robó la espada. Usó el arma para defenderse del siguiente, clavó la misma en el cráneo de uno nuevo que aparecía al ataque. Destrabó el arma con una patada en el cuerpo del cadáver y luego recogió otra para ponerse a pelear con ambas armas.
Las giraba con la técnica y la destreza que muchos daban por perdida en él. De pronto, era el joven que venció cien hombres durante un torneo para hacerse con un lugar en la guardia real. Volvía a ser el caballero que soportó años de aislamiento para conocerse en batalla, para familiarizarse con su espada.
Mientras una de las espadas la usaba para defenderse, la otra iba destinada a cercenar, destripar y derribar. Mientras los demás se debatían en batalla con uno, en ese tiempo él ya había eliminado a diez.
Safaera rugió a los suyos desde el otro lado de la alambrada y ahí comenzó el verdadero ataque, cuando ella y su grupo comenzaron a lanzar onzas de brazas ardiendo contra las carpas para incendiar todo el campamento. Usaban las brazas somo proyectiles a los rostros de los guardias, lo que les daba una ventaja de la distancia y protegía a todos detrás de ella.
No a todos los que estaban en combate cuerpo a cuerpo les había ido tan bien, pero no todos estaban acabados, algunos seguían con hambre y fervor. No caerían.
Orión los dejó, confiando en que podrían mantenerse con el ataque de las brazas y luego rematar con las armas, y dejó las espadas que había recogido para ir más ligero a su objetivo.
Se encaminó, a la mayor velocidad que le era posible, hacia los cerros más altos y peligrososde Cráter. Solo en la cima estaba una verdadera fortificación hecha de roca y no tela: el palacio del Alto Lord, el líder de los esclavistas nombrado por el reino.
Su respiración agitada era melodía motivacional; mientras más feroz se hacía oír, más la obligaba a esforzarse.
Subió por la colina a gran velocidad, zigzagueando entre las carpas que había por el camino.
Saltó. Su alcance no era sorprendente, pero le bastó para agarrarse a una piedra sobresaliente de la edificación irregular que se alzaba frente a él; y de esa forma, comenzó una escalada feroz que aparentaba ser realizada por una bestia, una fiera, con la capacidad de flotar. Con cada nuevo ascenso, su cabello, más largo que nunca, se agitaba desperdigando todo el polvo contenido del trabajo en las minas.
El riesgo no le importaba a pesar de que caerse del cerro, a esa altura, podría ser letal. A él lo movía un motor interno, el mismo que lo había mantenido lúcido aquellos dos años.
Llegó a la cima y se coló por la ventana deslizándose por la cortina hasta el suelo.
Ahí estaba uno de los Altos Mandos, con una de las nuevas esclavas arrinconada, llorando.
Al escucharlo entrar, se giró sobresaltado.
—¿Cómo llegaste...? No importa. Es mejor que presencies esto, hace mucho que perdió la emoción violarlas, tal vez si alguien mira... tal vez sea más emocionante.
Los nudillos de Orión crugieron cuando sus puños se apretaron. Sin embargo, se obligó a mantenerse en la mejor actitud posible. Se paseó por la sala de piedra lustrada, pasó los dedos por una de las mesitas, de espaldas al esclavista para aumentar su confianza, y con el mejor humor que podía recolectar de sí mismo, le dijo:
—No me gusta matar —confesó—. Hace tiempo que ha perdido la emoción. La pierde después de los primeros cien, ¿sabes? —Luego se giró, recostado de la mesita con los tobillos cruzados y las manos dentro de su mugroso pantalón—. Pero imagino que... si la víctima es un maldito como tú, si se merece tantísimo el purgatorio, entonces podré disfrutarlo, ¿no?
El Alto Mando alzó la ceja. Este comprendía que estaba en ventaja por el látigo y el cuchillo en su cinto, además de la espada colgada en la pared a su alcance.
—Intentaré disfrutarlo, lo prometo —añadió Orión y entonces le regaló una sonrisa.
El Alto Mando sacó el cuchillo y estiró la mano directo hacia el cuello de Orión. Este ladeó la cabeza apenas lo justo para que el cuchillo pasara silbando a su lado, luego atrapó la muñeca del hombre y le hizo una llave que dobló su brazo detrás de su espalda y lo pegó a su pecho.
Pero el esclavista le lanzó una patada baja, pegando a Orión de nuevo de la mesa, pero esta vez de forma dolorosa. Se apresuró a alcanzar su espada y a Orión no le quedó otra alternativa que ponerse a esquivar sus estocadas en el reducido espacio de la habitación.
El esclavo tiró todo lo que había encima de la mesa y la usó como escudo. Justo en el momento en el que el Alto Mando levantaba los brazos para tomar impulso y lanzar una nueva estocada, Orión aprovechó ese punto de debilidad para darle con la mesa en la cara. El herido echó la cabeza hacia atrás, pegándose de la pared. Orión le pateó la muñeca, obligándolo a abrir la mano y soltar la espada, igualando las condiciones de batalla.
El recién desarmado se le lanzó encima y ambos cayeron en el piso encima de un montón de jarrones. A Orión se le clavaban los trozos en los omóplatos.
—Hace tiempo que quiero hacerte esto —expresó el tipo rodeando a Orión con sus manos en su garganta.
Orión sonrió, y como pudo le dijo:
—Para ser tan alérgico a la homosexualidad tienes fantasías bastante cuestionables conmigo, ¿no?
El esclavista se sintió tan ofendido y airado que le propinó un puño a Orión que le partió la mejilla. No hay nada que moleste más a un macho como que insinúen que es gay.
Orión aceptó el puñetazo, pero al recuperarse rodeó a su agresor con sus brazos gruesos y fuertes, abrazándolo con tanta fuerza que parecía que iba a romperle las costillas. Mas este seguía sin aflojar las manos sobre la garganta de Orión, cuya visión empezaba a nublarse.
Entonces una tabla de madera golpeó contra el cráneo del esclavista. La esclava se había levantado a ayudar a su salvador.
Orión aprovechó para lanzarse encima del esclavista y darle tantos puñetazos en la cara la fueron desfigurando. El tipo volvió a cerrar sus manos sobre el cuello de Orión a pesar de que este estaba encima, y Orión procedió a meterle los dedos en los ojos.
—No veas —le aconsejó a la esclava mientras presionaba contra las cuencas del Alto Mando.
La tipa más bien se acercó, agachándose junto al caído, acercando su rostro al suyo.
—Quiero ver.
—Sí, eso supuse. —Orión terminó de presionar hasta que la gelatina bajó sus dedos explotó y un chorro de sangre le saltó a ambos en la cara.
Orión se limpió las manos de la pernera del pantalón.
—Busca cualquier cosa punzante y termina de matarlo por si acaso — dijo Orión a la chica que veía al tipo retorcerse, ciego y adolorido—. Y luego vuelve con los otros al campamento. Toma la espada, y pelea. Ya les diré yo qué procede.
—¿Y si no regresas?
—Lo haré.
—¿Y si no?
—No necesito que me creas, solo que obedezcas. Tu espada puede inclinar la balanza a nuestro favor, otros mueren mientras perdemos tiempo en esta discusión.
—Bien. —Concedió ella—. Pero no quiero darme cuenta de que ganamos y no hay un plan B. No quiero morir de hambre allá afuera ni crucificada en Ara. Vuelve.
—Habrás escuchado de mí que no hablo mucho, ¿verdad?
—Sí, todos lo dicen. Pensé que eras mudo.
—Es porque no me gusta decir mentiras. —El esclavo sonrió y levantó algo de la cesta de fruta a su lado para lanzarlo a la chica que seguro tenía días sin probar nada similar, a pesar de que él llevaba años en la misma hambruna—. Volveré.
Y entonces se marchó, sin espada, con las manos llenas de la sangre del Alto Mando caído, y avanzó por los pasillos ocultándose cada vez que lo requería.
El palacio de los Altos Mandos no tenía seguridad, no la necesitaba porque nadie nunca había llegado tan lejos, ni siquiera era una posibilidad.
Llegó al aposento que le interesaba, y pateó la puerta para abrirse paso al interior.
El Alto Lord estaba desnudo mientras uno de sus hombres le hacía una felación oral. El hombre parecía más consternado porque lo descubrieran en aquello que por ver a su esclavo más peligroso a las puertas de su aposento.
—No es lo que parece —dijo de forma impulsiva.
—Por otro lado, esto sí es definitivamente lo que parece.
Orión avanzó, empujó al hombre arrodillado y procedió a lanzar un puñetazo sobre el rostro del Alto Lord.
—Sal —le ordenó al guardia.
—¡Te quedas! —contradijo el Lord.
El guardia vaciló, y se quedó. Hizo ademán de ir a buscar su arma y Orión se lanzó sobre él y le fracturó el cuello, dejándolo inmóvil en el suelo.
—Esto está minado de hombres armados, en cada habitación hay al menos diez. No saldrás de aquí con tus pelotas —espetó el Alto con la pichula entre las piernas cada vez más pequeña por el miedo, pegado a la pared como si pudiera atravesarla y salir por el otro lado, escapando de su victima que ahora se alzaba como su verdugo.
—Tendré que ir a exterminarlos uno por uno, ¿no?
—No tenemos tu espada, ¿qué harás sin tus poderes?
—Como habrás podido notar... me desenvuelvo muy bien sin ella.
—¿Me piensas matar, en serio? Cuando el rey se entere...
—Tu rey no es el mío. Tu rey tuvo su oportunidad para destruirme y solo me dio los medios para hacerme más fuerte. Tu puto rey debería tener miedo de mí, no al contrario.
—¿Qué es lo que pretendes? ¿Por qué no me has matado todavía?
—Necesito preguntarte un par de cositas mientras. —Orión le tomó la mano y le fracturó uno de sus dedos—. Morirás de todas formas —declaró, por encima de los gritos—, pero depende de tu colaboración, y de la veracidad de tus respuestas, la rapidez de tu final, y la magnitud de fuerza con la que lo ruegues.
—Maldito. —El Alto le escupió la cara. Después de una vida de aguantar latigazos, que le mearan encima y tragarse los mocos de sus superiores, aquello no turbó la calma con la que Orión operaba—. Tu mujer no revivirá, tu espada no volverá, no volverás a ser caballero. Te perseguirán en todos lados, donde te vean te cortarán la cabeza.
—Ahora dilo sin llorar —dijo Orión y le partió otro dedo, ni siquiera se inmutó por sus gritos—. Por cierto, me llevaré tus dos espadas. No te importará, ¿cierto? —Orión se pasó la mano por el cabello para echarlo hacia atrás. Sus mechones llenos de arena lo enceguecían—. Como comprenderás, si quiero dejar sin cuello a los cientos de bastardos que me dices que hay en las habitaciones, no esperarás que lo haga con las manos vacías. Hasta mis manos tienen un límite de alcance.
—Si tocas mis espadas... Fueron hechas a mano por el mismísimo herrero de Aries Circinus.
—Ssshhh. Tus subordinados te tocan las bolas con la lengua a diario, pero yo digo que voy a usar esas dos carcasas de metal y te alteras. Deberías organizar tus prioridades.
El tipo lo volvió a escupir. Orión empezó a perder la paciencia, así que le apretó las bolas hasta casi estripárselas, haciendo que los ojos le brincaran hasta casi salirse de sus órbitas.
—Me empiezo a cansar de ti. Dime dónde consigo lápiz y papel, porque vas a empezar a cantar bien bonito si no quieres vivir para ver cómo te corto los seis centímetros de pito que tienes.
Tanto tiempo sin hablar le había dado la fuerza para empiezar a decir todo lo que llevaba por dentro.
Colgó al hombre de sus cortinas y lo dejó guindando de la ventana luego de sacarle la información que necesitaba.
Volvió con el grupo de esclavos media hora más tarde. Trescientos estaban reunidos y ensangrentados, un cuarto de ellos muertos, desperdigados como cadáveres sin nombre, los demás estaban tan cansados que transpiraban de rodillas. El campamento estaba en llamas.
—Todos al palacio —indicó Orión.
Un esclavo herido se interpuso.
—No iremos a esa puta masacre, deben haber al menos cien guardias reunidos ahí. Escapemos, no tenemos tiempo para hacernos los héroes. No tenemos ni aliento para mantenernos en pie, ¡carajo! Vencimos de verga, no tentemos a la suerte.
—Están muertos —explicó Orión. La gente recién empezó a prestarle atención a las dos espadas en sus manos, tan bañadas de sangre que parecían de hoja roja, con las puntas clavadas en el suelo.
—¿Cómo mierda van a estar muertos? ¿Los envenenaste?
—No. Los maté. A algunos tuve la suerte de encontrarlos... fuera de base. A otros tuve que enfrentarlos de diez a la vez. —Omitió la masacre que hubo en el comedor. Un espectáculo. Nadie creería posible que él hubiese vencido esa docena de glotones él solo—. Muertos, repito. Si queda uno con signos vitales no tardará en acompañar a sus compañeros, eso lo pueden tener por seguro.
—Eres tú, ¿no? —dijo alguien entre la multitud, lanzándose de rodillas. La mujer a la que Orión salvó de ser violada—. Eres el guerrero de la profecía, el león por el que esa chica dio su vida.
Una creyente de la resistencia. Tal vez por eso estaba ahí, pagando su fe con esclavitud.
—Ponte de pie. No soy ningún león, tampoco un guerrero. Mis intenciones no son altruistas ni santas. Mi motivación es tan oscura como el hueco que cargo en el alma.
—Pero nos salvaste.
—He leído esa mierda que te la pasas estudiando por la noche. —Se inmiscuyó Safaera—. Si no eres el de la profecía, ¿por qué la estudias?
Porque creo en ella.
—Lo único que debe importarle a ustedes es que no queda uno solo de esos malditos vivos, y que ustedes necesitan bañarse y comer, al mismo tiempo si es posible. Descansarán esta noche, partirán mañana.
—¿Nosotros? ¿A dónde? ¿Qué harás tú?
—Safaera nació en Baham, ella los conducirá a su tierra.
—Tierra de traidores —escupió uno de los esclavos.
—Allá decidirás si te quedas o te matas, no antes. ¿Correcto?
—¿Tú qué Sirios harás? —preguntó Safaera sintiendo sus ojos arder de impotencia. Orión siempre le contaba sus planes hasta donde creía conveniente, siempre omitía detalles gigantescos. Ella nunca esperó que él tuviera un destino distinto al que planificó para ella.
—Díganle a la reina Shaula Nashira Athara vitah salveh Kha de parte de Orión Enif. Pídanle refugio.
—¡¿Y tú qué Sirios harás?!
Orión se acercó a Safaera y le habló por lo bajo.
—Esta gente te necesita, ahora eres su líder.
—Esta gente te necesita a ti. Yo te necesito.
—No. Ni a mí ni a nadie. Puedes hacerlo sola, eres la única que conoce mis planes.
—¡A medias! ¿Qué Sirios pasa por tu cabeza que no puedes compartirlo todo? ¿No confías en mí?
—No confío en nadie, Safaera, y, sin embargo, te he delegado más a ti que a cualquiera.
—Nunca lo suficiente para destruirte. Nunca lo suficiente para sabotearte. Nunca lo suficiente para conocerte. Solo para ser otra pieza en tu plan. Y ya no quiero, no si no me dices... de qué se trata. Solo contesta eso, y seguiré con esto. Los guiaré hacia Baham y hacia la maldita frontera si es necesario. Pero dime: ¿tu plan es morir como lo hizo ella?
Orión apretó los labios. Eso fue un golpe bajo, el más doloroso del día, pero lo ignoró, por lo que estaba en juego.
—Nat's Yah.
—¿Entonces?
—Voy por el león, Safaera. Voy a incendiar Aragog si hace falta para conseguirlo.
☆☆☆☆☆☆☆☆
Les prometí que si la introducción llegaba a 1k comentarios hoy subiría el prefacio, y aquí está.
¿Qué les pareció?
¿Qué piensan de Orión?
¿Qué esperan encontrar en este segundo libro basados en este prefacio? Espacio para que comenten sus teorías.
Si tienen memes me los pueden enviar para ponerlos en el capítulo 1.
Los amo 😚
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