EPÍLOGO

Leiah se convirtió en la salvación de Hydra. El cosmo del águila en su cabello, el del león en su sombra, el brazalete del arka en su mano y el anillo del dragón en su dedo. Pocos entendían que la mayor parte de ese poder era inútil en sus manos, y la otra parte del todo inaccesible. No importaba, era el simbolismo lo que hacía de ella la mujer más peligrosa y, en consecuencia, la que más poder ostentaba.

Si hubiese querido, habría reclamado el castillo de Hydra para sí y nadie se lo habría impedido. La habrían recibido con el mismo júbilo con el que ahora construían monumentos en su honor, con la misma gratitud que tenían al nombrar «Leiah» el mar rojo que acarreó la inundación por la represa destruida u

Ofrendas y cánticos de alabanza se acumulaban para ella. Aceptaban a los Sagitar como los lores que siempre habían tenido, la familia que los había protegido por décadas, pero esperaban por la voz de ella, la enviada del león que los salvó de los vasallos de Canis cuando parecían condenados.

Pero ni todo el poder del mundo, ni toda la gratitud de Áragog o el júbilo de sus fiestas, eran suficientes para evitar el luto de Leiah.

Esos días agradecía haber perdido la comunicación con Sah. El cosmo era una compañía agradable en momentos de ocio, pero no de apatía y desolación. No necesitaba más chistes, más puyas, más sarcasmo. Necesitaba la cruel gentileza del silencio, la paciencia de un abrazo, la empatía del que entiende que no puede interferir en el proceso de duelo ajeno.

Ella necesitaba atravesar ese dolor. No le parecía justo celebrar una victoria obtenida a costa de la vida del único familiar que amó en vida.

Atravesó esos días entre el llanto más estruendoso, las pesadillas más turbulentas, los gritos más hirientes; hasta la nada más fría, las tardes más apáticas y la insensibilidad absoluta.

Nunca sabía cómo iba a despertar.

Y sin embargo, en esa ruleta de sus días había una diminuta brecha para las sonrisas. No muy amplias, nunca persistentes. Pero aparecían, tan esporádicas como una flor en medio de una montaña de hielo.

¿Cómo no iba a haber sonrisas si estaban Ares y Orión todo el tiempo conspirando para provocarlas?

Orión era obtuso y tenía el tacto de un sirio mutante, pero hacía un esfuerzo diario por ser la persona que Leiah necesitaba en ese proceso tan despiadado. Como ella fue para él cuando se creía muerto.

A veces pasaba horas escuchando sermones de Delphini porque había hecho algo mal, y aunque le molestara sentirse como un niño regañado, al final bajaba la cabeza y escuchaba. Porque había hecho el compromiso de aprender y mejorar.

Al final sí habían podido vivir esos meses juntos sin estrangularse. Él, aunque ella no lo admitiera, era gran parte de su motivo para despertar cada mañana en ese maldito reino donde sus hermanos ya no estaban.

Y Ares...  Ares siempre sería la idolatría de Leiah. Ella quería ser feliz por él, sonreír por él, brillar por él. Era su inspiración más grande. Si él había podido vivir sin su gemelo y mejor amiga, Leiah saldría de ese pozo.

Cass escogió el peor momento para querer recuperar a su hija, cuando ella no tenía espacio para nadie más, cuando había renunciado a la posibilidad de cualquier perdón, cuando estaba tan resentida.

Faltarían días, meses y tal vez años para que hubiese un avance entre ellas. Si es que sucedía. La única diferencia en ese momento era Cass, y que el nuevo luto la despertó del anterior. Todavía le quedaba una hija, la última, a la única que no había tratado como tal. Cargaría a su consciencia esos errores, y los pagaría con la paciencia de esperar el tiempo de Leiah.

Si algún día se sentía lista para aceptarla, Cass seguiría ahí.

Sargas los estaba esperando. Los meses pasaban y las horas se alargaban como siglos. Todo era un ciclo de paz y aburrimiento. Había perdido la batalla por Hydra, pero evitó que lo independizaran como un reino aparte. Y en el mismo proceso, mantuvo la corona sobre su cabeza, destruyó a Leiah y redujo los hombres de Orión a escombros. Eso no sonaba a derrota.

Lo que sonaba a derrota eran las malditas noticias que llegaron del norte. Baham era intocable mientras lo protegiera Shaula, ahora Deneb era inaccesible mientras el muro envenenado de Lyra se erigiera en sus fronteras.

Era un problema para resolver luego. En ese momento solo debía preocuparse por su coronación, la que al fin había llegado junto al veredicto del caso de su padre que lo destituía oficialmente como rey de Áragog.

Sargas, después de todo lo que había pasado, estaba a un paso de convertirse en rey. Ya no regente: rey.

Pero sin lord Zeta para humillar. Sin Aquía, Lyra o Zaniah para usar de juguete. Sin ningún Roshar que lo ayudara con su transformación, para que le diera su consejo con respecto a Deneb, para que le diera un método para soportar el dolor que lo estaba matando, para que, simplemente... lo escuchara.

¿Para qué sirios quería Áragog, si se dormía en el trono? ¿Para qué servía la corona, si no tenía a uno de sus hermanos detrás luchando por quitársela?

Necesitaba ver a Orión de nuevo a los ojos ahora que había destrozado en vida a la otra mujer por la que decidió cambiarlo.

No perdía la esperanza de que ese día llegaría pronto. Una nueva emoción, un conflicto que lo interesara realmente. Leiah y Orión seguían con vida, no habían llegado tan lejos para dejarlo ganar, ¿no?

Pero mientras se conformaría con la satisfacción de haberlo vencido.

Su coronación había empezado.

—Majestad, antes de avanzar con la ceremonia hay alguien que quiere hacerle una petición —le dijo el Alto Sacerdote Polux III a Sargas—. Le aconsejamos escucharlo, hemos oído ya lo que tiene que decir y nos parece que sería provechoso dadas sus... elecciones recientes.

Sargas entendió el mensaje implícita. No era una sugerencia, era una orden pasiva. La Iglesia no estaba para nada contenta con todo lo que había estado haciendo Sargas desde que se le dio el puesto de regente, en especial su último movimiento hacia Hydra destruyendo una construcción de peso histórico invaluable, involucrando sirios y enemistándose con los más influyentes en cuanto al patrocinio del reino.

La Iglesia le había dado esa corona al participar, inspirar y alentar la conspiración contra su padre. Igualmente podían quitársela.

Lo mejor era no hacerlos molestar.

Por esa vez.

—Entiendo, su santidad —contestó Sargas de mala gana—. Escucharé lo que tenga para decir.

No es que Sargas se hubiese hecho una idea de quién sería el de la interrupción, pues muy poco le importaba. Pero sin duda no se esperaba ver frente a él al traidor y payaso de los Sagitar: Draco.

—Majestad —saludó postrándose ante él.

—De pie, Sagitar. Haz tu petición.

—He venido en representación de toda mi familia, majestad. Lo que hemos hecho no hay manera de enmendarlo y estamos francamente arrepentidos. Como ya ha de saber, la mujer con la que estaba, esa a la que llamaban Zaniah, resultó ser una venus. Una especie de bruja especialmente manipuladora. Ninguno de nosotros entendía lo que hacía mientras estuviera en su presencia, era como estar en coma, escuchando sin oír realmente, moviéndonos sin voluntad propia. Una vez escapamos de su yugo...

—¿Tiene un punto esta triste historia? Hay una coronación en pausa mientras tú te lamentas.

—Sí, majestad, lo lamento. Quería pedirle la paz, de mi parte y de mi familia. Ahora que tenemos plena lucidez, Hydra no volverá a levantarse contra la corona. Jamás. No se repetirá atentado semejante, y como muestra de paz, si nos perdona y permite preservar el dominio de dichas tierras, mi familia me ofrece como nuevo guardián de la moneda del reino. Cubriremos las deudas vigentes y ayudaremos a resolver la crisis provocada por la destrucción de las minas de Cráter.

Sargas miró a Draco con desdén, y lanzó una ojeada rápida al Alto sacerdote. No parecía haber muchas opciones.

—Así se hará. Estás perdonado, Sagitar. Ahora vuelve a sentarte.

Draco se puso de pie y el Alto Sacerdote asintió, haciéndose a un lado pero quedando todavía cerca del atril.

—Si no hay más interrupciones...

—Lo siento —dijo una de las personas del público poniéndose de pie—, yo tengo algo importante por preguntar.

Sargas se volvió hacia esa voz con el ceño fruncido y los dientes fuertemente presionados entre sí.

—¿Es ese su color natural de cabello, majestad?

—Cierra la boca, Orión.

El caballero sonrió, pero ignoró a su hermano y miró directamente al Alto sacerdote.

—Antes he enviado una solicitud, su santidad. ¿Ha tenido la oportunidad de revisarla?

—La hemos considerado —respondió el sacerdote, haciendo que Sargas volteara a verlo con sus ojos destellando sombras encendidas.

—Me parece que es algo que deberíamos discutir de inmediato —opinó Orión— no después de coronar a un falso rey.

—Orión —advirtió Sargas desde el estrado—, piensa lo que estás haciendo.

Orión simplemente le sonrió a su hermano, y volvió la vista hacia el sacerdote en espera de su respuesta.

—No hay pruebas para lo que ha alegado, sir. La Iglesia no tiene cómo proceder.

—Eso hace una década era válido —discutió Orión—. No hoy, cuando la alquimia ha avanzado tanto. Esas pruebas que necesita son fácilmente accesibles. De hecho, podríamos tener la verdad. Justo aquí, ahora.

Escorpión, sacerdote y caballero intercambiaron miradas, y entre ellos el único que parecía libre de angustias y tensión era el que no tenía una corona ni una Iglesia que lo respaldara.

—Solo piénselo, su santidad —insistió Orión—, ¿por qué otro motivo Sargas estaría tan desesperado para deshacerse de mí como para condenarme a las minas de Cráter? No tiene nada qué perder. Hagamos la prueba.

El Alto Sacerdote asintió y se volvió hacia el escriba dándole unas instrucciones que nadie más pudo escuchar.

La mano de Sargas sobre su hombro lo hizo volverse. Fue un acto tan brusco que lo tomó desprevenido, lo hizo mirarle entre la ofensa y el enfado.

—¿Qué sirios es esto, Pólux? Explícate ahora.

—Cuida tus impulsos Scorp —le aconsejó el sacerdote—. Y no te preocupes, que el que nada debe... —El hombre se encogió de hombros—. Seguramente estaremos coronándote de todos modos en un momento. Ten paciencia.

—¿Paciencia? No creo que me conozcas, Pólux, no soy una persona paciente, y me tienes al límite de mi tolerancia.

—No creo que me conozcas tú a mí, Sargas —acotó el sacerdote con una tranquilidad inquietante—. Esto es por tu bien. Es bueno acallar los rumores al inicio de tu reinado, así no habrá más de estos dolores de cabeza durante el resto del tiempo que dure.

Entonces llegó un copero con un cáliz extraño y otros artefactos en una bandeja.

Pólux tomó el cáliz en una mano y una daga diminuta en la otra, alzando ambas hacia el público presente que creyó que asistiría a una coronación habitual.

—Lo que tengo en mis manos es una simple prueba de sangre —explicó el Alto Sacerdote—. No tomará mucho, pero es necesaria para poder continuar. Este hombre aquí presente, este ex caballero, tiene un alegato que vale la pena comprobar.

Pólux dejó el cáliz nuevamente en la bandeja y se quedó solo con la daga. Extendió su mano hacia Sargas para exigir la suya, y lo miró fijamente para que entendiera que no era opcional.

Sargas intuía lo que iba a pasar, y entendía que perdería la corona si les deba la confirmación que buscaban. Pero, ¿qué opción tenía? Si se rehusaba perdería el beneplácito de la Iglesia, que era básicamente lo mismo.

Le dio su mano y dejó que le hiciera ese pequeño corte en el dedo.

La sangre negra se deslizó desde el corte hasta el metal, y luego Pólux la dejó caer en un par de gotas dentro del cáliz.

Sargas esperaba que todo el daño que se había al envenenarse alterara los resultados.

Luego se aproximó Orión y le tendió la mano a Pólux, quien le hizo un corte con la misma daga.

—He aquí la sangre de este hombre —explicó el sacerdote a los presentes que tan atentos al espectáculo estaban, parecía que iban a saltar en cualquier momento de sus puestos para acercarse y ver mejor—. Si al echarla al cáliz junto a la de Sargas Scorp no sucede nada en lo absoluto, podremos continuar como si nada. De lo contrario habrá, quedará patentado ante Ara y ustedes como testigos que estas dos personas tienen un vínculo consanguíneo.

Sargas tragó en seco, Orión le guiñó un ojo. La guerra parecía librarse justo ahí, entre ellos, como tres años antes la empezó el escorpión en el cementerio del águila.

Cuando Pólux dejó caer las gotas de la sangre de Orión dentro del cáliz, su contenido hizo tal estallido que una nube de humo rojizo se alzó entre ellos, apestando con un característico olor a hierro.

La prueba estaba ahí, y Sargas volteó enseguida a mirar a Orión, preguntándose cómo sería, cuáles serían las palabras exactas con las que celebraría —después de tantos años viéndolo sufrir en silencio por su condición— al fin delatarlo como bastardo.

—Es la prueba que esperaba, su santidad —dijo Orión señalando el estallido del cáliz—. Ya no queda duda de lo que le he revelado. Soy el legítimo primogénito de Lesath Scorp y Sawla Nashira. Esta corona me pertenece a mí, no a mi hermano Sargas.

—¡¿Qué?!

Orión hizo caso omiso a la estupefacción de Sargas. Ignoró en rotundo el escándalo en la sala, el bramido del tumulto de personas mientras se ponían de pie y se alzaban cada vez más cerca del atril.

Simplemente, mantuvo sus ojos fijos en el Alto Sacerdote.

—Sabe que no es suficiente, caballero —dijo Pólux, aunque se le complicó hacerse oír sobre aquel bullicio—. Todavía hace falta un testigo que confirme lo que ha dicho. Sin su declaración, sus palabras no tienen validez, incluso habiendo pasado la prueba de sangre.

—Pues llame a su testigo, santidad. Aquí lo espero.

Pólux se volvió hacia el escriba y le dio las órdenes pertinentes.

Ni un solo ser viviente se movió de esa sala hasta que el mentado testigo fue llevaba ante el altar. Nadie menos que Lesath Scorp, rey padre de todo Áragog.

—¿Le han explicado la situación, alteza? —preguntó el Alto Sacerdote a Lesath Scorp.

Él simplemente asintió una vez.

—¿Y qué tiene que decir al respecto? ¿Conoce a este hombre?

Lesath miró a Orión, pero apenas en un vistazo. A quien realmente se quedó mirando fijo fue al bastardo, al escorpión destinado a hacer cenizas de aquel reino, al que lo había condenado a una celda todo ese tiempo creyendo que podía jugar contra quien le enseñó el tablero.

Entonces se volvió hacia Pólux.

—Por supuesto, su santidad. Es mi hijo, el que por petición de mi esposa Sawla mantuvimos en anonimato todo este tiempo por su propia seguridad y la de la sucesión de este linaje.

No hubo un alma en todo el lugar que no contuviera el aliento.

—¿Está diciendo que él es su primogénito? ¿El legítimo heredero de este reino y al que deberíamos estar coronando?

Lesath asintió.

—Sí, eso he dicho.

Al instante siguiente, el escorpión maldito se impulsó por una fuerza que desafiaba las leyes terrenales y, para cuando el caballero terminó de parpadear, estaba pegado contra una pared con la mano de Sargas en su garganta.

Orión tuvo que absorber su cosmo para librarse del ardor del de Sargas. Seguía doliendo, el contacto dejaría pústulas, pero al menos la resistencia de Pegaso impediría que le derritieran la garganta.

—Evítate el bochorno y desaparece, Sargas —murmuró Orión con sus dedos luchando por deshacer el puño impulsivo con el que quería destruir a su hermano—. Tu padre está aquí, no hay una forma lógica en que puedas quedar en una pieza si él decide enfrentarte.

—Mi vida no me importa.

—Eso lo sé.

—Pero la tuya... —Sargas apretó más fuerte contra la garganta de Orión, y él tuvo que concentrar más cantidad del cosmo en esa zona para resistirlo.

—Solo vete. Desaparece, ve más allá de los malditos mares de Áragog y busca otro reino que atormentar. Aquí ya no puedes ganar. No mientras Lyra, Leiah y Shaula respiren.

—Primero me suicido antes que dejarte ganar, ¿entiendes?

—Sargas... —Orión puso una mano sobre la muñeca de Sargas. Cerró sus ojos con fuerza y tragó como pudo. Cuando volvió a ver a su hermano, parecía ser otra persona—. Sé que tu vida no te importa, pero si te quedas... pasarás otra eternidad encerrado en las sombras. Vete ahora, mientras te están dando la opción.

Sargas vaciló. Miró a Orión, y luego a su padre junto al Alto sacerdote. ¿Qué podían estar esperando? Más que exactamente eso: la excusa para justificar lo que planeaban hacerle.

—Vete —gesticuló Orión para que solo leyendo sus labios pudieran entender sus palabras.

Sargas apretó mucho más fuerte la garganta de Orión, casi poniendo todas las fuerzas de su cosmo en ese arrebato. El caballero cerró los ojos por el esfuerzo para resistirlo, y cuando volvió a abrirlos, jadeando para respirar, Sargas estaba atravesando el techo en un salto que parecía imposible.

~✨👑✨~

El escorpión dorado iba de la mano de una niña saltarina que preguntaba absolutamente todo. ¿Por qué ese cuadro es tan grande? ¿Quién hizo ese jarrón? ¿Dónde queda la biblioteca del castillo? ¿Qué significan esos ornamentos? ¿De qué región sacan el azúcar de los bocadillos de esa mesa? ¿Quién los cocina?

Esa niña inquieta, además estaba castigada por su reina y hermana mayor sin el derecho a llevar peluca para que aprendiera a no volver a pedirle a Antares una trenza para el pelo. Por ello, tenía el cabello tan corto que de no ser por el vestido habría sido fácil confundirla con un niño.

—¿Hace cuánto no ves a tu padre? —preguntó Lyra a su esposo el rey de Deneb.

—Lo veo constantemente.

Ella le lanzó una mirada mordaz.

—En persona, Scorp.

—Desde que me escapé contigo, básicamente.

—¿Se escaparon? —preguntó Gamma.

—Tú deja el chisme —regañó Lyra—. Te dije que no debimos haberla traído.

—Freya no puede estar pendiente de ella con sus entrenamientos, ¿dónde iba a dejarla? ¿En un corral?

—¿Por qué no? Es menos inhóspito que su habitación.

—Dictadora —murmuró la menor.

Cuando llegaron a las puertas de la reunión, una preparadora recibió a Gamma y la condujo a la alcoba donde se quedaría.

—¿Preparada? —preguntó Antares deslizando una mano por el cuello de Lyra y la otra por su cintura.

—Aquí no, escorpión... —gimoteó ella nerviosa por la cercanía de los dientes tras esa perversa sonrisa.

—¿Cuándo, entonces? Si entre tus hermanas y todo Deneb no he tenido a mi esposa para mí hace una eternidad.

—Esto no es estar solos.

—Es suficiente para mí —zanjó él robándose los labios de Lyra en un beso egoísta y demandante.

Por suerte para la débil voluntad de Lyra a esas alturas, él detuvo el beso antes de que el mareo de ella fuese irreversible.

Entonces le tendió la mano y ella la aceptó, entrelazando sus dedos como si intercambiaran coraje para resistir a lo que sucedería tras esas paredes.

Una vez entraron por esa puerta, encontraron a Lesath ya dentro.

Antares soltó a Lyra para postrarse en respeto ante su padre. Y el escorpión mayor respondió poniendo una mano sobre su hombro.

—Que Ara bendiga tu familia, hijo mío, y próspero sea tu reinado. —La mano que estaba sobre su hombro entonces dio una palmada—. De pie.

Para sorpresa de Lyra, a esa formalidad siguió un abrazo sin tabú, fuerte como si quisieran quitarle espacio a todo el tiempo distanciados.

—Padre —dijo Antares haciéndose a un lado para que mirara a Lyra—. Te presento a mi esposa.

—Alianzha's Taha, Lyra —dijo el rey.

Ella sonrió, libre y sorprendida de que el rey se presentara con la frase con la que Antares y ella habían establecido su reinado.

—Alianzha's Taha, majestad —contestó Lyra inclinando la cabeza.

—¿Dónde está Joqui?

—¿Cómo sabe de...?

—Padre, ella no sabe nada —le recordó Antares a Lesath.

—¿No encontraste la forma de burlarlo? —indagó el rey.

—No, y cada vez que intento decirlo, es como si ese momento se desvaneciera y jamás hubiese ocurrido, así que debo reformular obviando los detalles más reveladores.

Lesath sonrió complacido de confirmar que el juramento cósmico era así de infalible.

—Soy un viejo desconfiado, Lyra, lamento si causé inconvenientes en tu matrimonio con mi precaución.

Ella abrió los ojos en comprensión.

—Usted es el benefactor.

—¿Y quién sino? Apenas Circinus me avisó del paradero de tus hermanas, le encomendé ponerlas a salvo y alejar a Sargas de su pista tanto como fuera posible. He hecho lo posible desde entonces pese a mis limitaciones, por suerte todavía quedaban muchos leales a mí luego del golpe de Sargas.

—Majestad, no sabe cuánto le agradezco lo que hizo por mis hermanas. Me encargaré de que ellas sepan lo que usted hizo por ellas.

—Me bastará con conocerlas y agradarles algún día sin que piensen que me deben nada. Y no es necesario que sigas diciéndome majestad, Lyra. Ya no soy rey. De todos modos eso es algo de lo mucho por discutir en esta reunión.

En ese instante, como si hubiese aceptado aquello como una invitación para entrar, les llegó el golpeteo de unos nudillos en el marco de la puerta abierta. Su barba cuidada y delineada, su cabello limpio y recogido en la nuca para no robar protagonismo a la corona de los escorpiones sobre su cabeza. Su traje brillante, impecable y, aunque hecho a medida, poco disimulaba su corpulencia.

El ahora rey de Áragog y representante del linaje Scorp, Orión.

Lyra sintió una punzada de emoción al verlo, conmovida por el recuerdo de su amiga y la libertad que él significó para ella cuando todo en su vida parecía ser una imposición. Le complacía ver que, a pesar del tiempo y todo el pronóstico en contra, él continuó con el sueño de un Áragog mejor, el ideal de aquella vendida que compró en Mujercitas para salvarla.

Aquía se habría alegrado de saberlo.

—No sé si debo hacer un reverencia —dijo Orión al cisne.

—Tengo el mismo conflicto, pero podemos decidirlo luego —dijo ella.

Orión sonrió, y sonrió todavía más. Y por primera vez desde que se conocían se estrecharon en un inmenso abrazo. Él acarició su cabello y cerró los ojos, saboreando ese momento que lo hacía asumir por primera vez todo lo que había pasado, y lo que habían conseguido.

Y entonces Antares carraspeó.

Orión soltó a su esposa y se adelantó hacia él, extendiéndole la mano para corresponder su rápido apretón.

Todos tomaron asiento en la gran mesa y esperaron hasta que apareció la última de los citados.

Leiah Odagled se veía imponente con su vestido de hombros alzados, un colgante a mitad del escote y capa incorporada al diseño que ella misma creó.

Estaba nerviosa, pero su porte lo sabía disimular.

Al fijarse en las personas en la mesa reconoció de inmediato a la reina de Deneb. La princesa prometida sobre la que alguna vez leyó, la que había representado Zaniah en la obra de teatro que Leiah adaptó, dirigió y produjo.

«Es hermosa», pensó sentándose al frente, casi intimidada por el efecto de la sonrisa que el cisne le dedicó.

—Tú eres la conquistadora de Hydra —saludó Lyra.

—Eso dicen. Y tú el cisne que volvió de la muerte porque se le había olvidado su corona.

Lyra rio por lo bajo y negó. Era la primera vez que escuchaba eso en su vida.

—Lyra —se presentó.

—Leiah.

—Antares —interrumpió el escorpión, ganándose una mirada de reproche de parte de su esposa.

Entonces escucharon otros pasos.

Se trataba del asesino, y ahora lord de la casa Circinus, Ares. Vestido con el abrigo que le diseñó Leiah, casi no se notaba que estaba lleno de tatuajes.

Todos lo miraron con el ceño fruncido, pero nadie cuestionó su presencia. Él se sentó justo al extremo opuesto de la silla del rey, y lo primero que hizo una vez en su lugar fue buscar el contacto visual con Leiah y guiñarle un ojo.

—Ya que nadie parece querer hacerlo, me temo que voy a tener que preguntar... —Empezó Lesath Scorp y alzó la vista hacia Ares—. ¿Qué haces tú aquí?

—Yo le pedí que viniera —atajó Orión con tranquilidad, como si no esperara reproche al respecto.

—¿Por qué?

—Es que no encontraron niñera a tiempo —dijo el asesino.

El rey decidió no perder tiempo preguntando a qué sirios se refería y, mientras, Leiah intentaba no respirar para no mearse de la risa.

—Bien, salgamos de esto... —dijo Lesath tomando las riendas del asunto—. No hay tiempo ni margen para hacer un cambio tan drástico como el que me gustaría. Eso significa que la corona es tuya, Orión. La Iglesia no me tendrá la paciencia que requiero para poner a Antares en el trono.

Lyra miró a Antares buscando su reacción al respecto, y lo encontró como de costumbre, mirándola de maneras en que no debería. Al menos no en público. Y es que hacía un tiempo que Antares había cambiado sus prioridades, de desear una corona a toda costa, a tenerla y preferir dedicarse a hacer que Lyra se derritiera por él.

—Lo que no quiere decir que yo me vaya a quedar de brazos cruzados viendo cómo haces lo que te place con mi reino —continuó Lesath refiriéndose a Orión—. Yo te di esa corona, y si en algún momento siento que debo quitártela empezaré por tu cuello. Mientras, haré lo posible para que esto funcione. No quiero publicidad, quiero paz en esta condenada era, así que si tienes que reinar en mi nombre, que así sea, pero yo seré tu mano. ¿Alguna objeción?

—¿Me puedo rascar yo mismo? —cuestionó Orión.

—Que Canis me lleve —dijo Leiah y se hundió en la silla con las dedos en el entrecejo y los ojos en blanco.

Luego de ver que a Lesath no le hacía ni pizca de gracia, Orión negó con la cabeza reprobando tan mal sentido del humor. Tomó su cáliz y lo tendió a Copitas para que lo llenara de vino. Al parecer lo iba a necesitar.

—No tengo ninguna queja, majestad —contestó Orión al fin luego del primer trago.

—Bien. Sobre el resto del consejo, es importante mantener a Draco Sagitar como representante de la moneda de Áragog y lord de Hydra. Pero tengo entendido que hay una historia complicada de por medio, así que tengo que preguntar... —dijo el rey lanzando una mirada supuestamente discreta hacia Leiah—. ¿Debo esperarme un curioso atentado contra la vida de lord Sagitar? Porque me gustaría ahorrarme la molestia.

—Ese asunto está resuelto, majestad, no se preocupe —respondió Leiah, quien justo llevaba el anillo de Draco entre los muchos de sus dedos.

Orión simplemente se encogió de hombros como corroboración a sus palabras.

—Y tú —retomó el rey con Orión—. ¿Dices que quieres casarte con ella?

—No «quiero» —saltó él a la defensiva, haciendo que Leiah pusiese sus ojos en blanco—. Creo que es lo mejor como estrategia política.

—Ajá —soltó Ares con expresión escéptica.

—Le decía... —siguió Orión lanzando una mirada significativa a Ares—. Que Leiah es un símbolo en Hydra, casi un mito en el resto de Áragog. Tiene la lealtad, la fe y adoración de todas las personas a las que salvó, incluyendo los lores de Hydra que la acogieron como a una hija, y con los que nos conviene una buena relación. Sin mencionar que como estrategia militar es una flecha al suelo. Por si no la había notado, la muy desgraciada tiene más cosmos que paciencia.

—¿Cómo puedes despotricar sobre mi paciencia, Orión? Contigo la he ejercitado.

—¿Siempre son así sus reuniones en este consejo? —preguntó Antares horrorizado.

—¿ vas a hablar sobre respetar espacios formales, escorpión? —interrumpió Lyra.

El rey padre carraspeó.

—Tenía pensado terminar esto hoy.

—Lo siento —contestaron todos al unísono.

—Sí, Orión —soltó el rey perdiendo la diplomacia—. Te puedes casar con Leiah, acepto tus argumentos. Es una buena propuesta política, mejor que la que yo tenía pensada.

—¿Quién? —cuestionó Leiah con curiosidad.

Y enseguida se arrepintió, porque Orión la estaba mirando con un arco insinuante en su ceja.

—Indyana Sagitar.

Leiah forzó una amplia sonrisa y lo dejó seguir.

—Bien. ¿Ustedes qué sirios quieren de mí? —preguntó entonces Lesath a su hijo.

—Paz, básicamente —contestó Antares—. Y exactamente todo lo que te pedí en aquella carta hace tres años. Que Áragog reconozca Deneb como un reino libre, una alianza entre los Cygnus y los Scorps, y los respectivos tratados de comercio.

—De todos modos no es algo muy opcional —atajó su padre—. Digo, a ver cómo le quitan el norte a tu cisne sin acabar como otra decoración en su muro.

Lyra quiso en serio disimular lo bien que se sentía ser halagada de ese modo por Lesath Scorp, pero esa sonrisa no se la quitaba nadie.

—¿Y Baham? —cuestionó Leiah lo que nadie parecía recordar—. ¿Cederemos? ¿Piensa atacar? ¿Estaremos en guerra fría?

—De mi hija me encargo yo después —zanjó el rey.

Todos asintieron sin nada qué refutar.

—Ya está. Seguiremos como hasta ahora. Orión se casará con Leiah y juntos gobernarán Áragog bajo mi exhaustiva supervisión. Creo que sobra aclarar esto, pero lo pondré sobre la mesa por si acaso: la cuestión del apellido no es opcional. Tú eres Scorp, Orión, lo serás desde ahora hasta el día en que te mueras. Tus hijos serán Scorp Odagled.

—Y ya que hablamos de hijos... —atajó Antares.

—A eso iba —interrumpió Lesath—. Mi prioridad es mi linaje, siempre lo ha sido. He permitido este movimiento que me sugirió Ares hace años ya porque me parecía la única forma de lograr esta paz momentánea, pero no por eso voy a dejar que mi sangre se pierda y que los hijos de otro linaje, aunque lleven mi apellido, gobiernen el reino que yo he protegido.

Orión frunció el ceño y le lanzó una mirada a Leiah a ver si ella parecía estar entendiendo, pero ella simplemente se encogió de hombros igual de confundida.

—Esto se pactará aquí y ahora, y se respetará aunque mañana caiga un meteorito cósmico sobre este reino. Si no les gusta es el momento de que se levanten y se vayan.

Lesath miró a Antares, que asintió.

—La línea de sucesión se basará en el primogénito que tengan Antares y Lyra, que debe nacer aquí en Ara. Sus demás hijos pueden quedarse en Deneb y conservar el apellido Cygnus, pero el primero heredará el trono de Áragog con el apellido Scorp. Orión, a tus hijos con Leiah también se les concederá el apellido y un principado, pero ninguno será rey. Jamás.

Lyra estaba boquiabierta. Miraba a Antares, quien tenía una sonrisa de inocencia, que casi clamaba misericordia. Y entonces recordó la conversación que habían tenido en el refugio cuando discutieron el apellido que tendrían sus hijos.

—«Scorp los nacidos en Ara y Cygnus los que nazcan en Deneb» —había dicho.

«Él siempre lo supo», entendió Lyra negando con la cabeza.

—¿Todo bien? —preguntó Antares.

—Hablamos más tarde.

Orión asintió desde su puesto.

—A mí me parece justo —contestó.

—¿Y yo qué? —inquirió Ares.

—¿Tú qué? ¿También quieres el apellido? —cuestionó un impaciente Lesath.

—Tú eres mi asesino —interrumpió Leiah.

—¿No sería el asesino del reino? —inquirió Orión.

—No —zanjó ella—. Lo quiero para mí.

Entonces se volteó hacia Ares.

—¿Quieres ser mi asesino personal?

—Lo que mi reina pida.

—Ella no es tu reina —espetó Orión—. Es la reina de todos.

—Si no tienen otra inutilidad qué aportar, supongo que esto es todo —dijo Lesath poniéndose de pie—. Tendremos otras reuniones para discutir el resto. Quiero aprovechar la tarde para cenar con mi hijo.

Lyra y Antares se levantaron y despidieron de todos para luego seguir al rey afuera de la habitación.

Cuando el último Scorp salió de la habitación, Ares se levantó arrastrando su silla para ir hacia donde Leiah. La tomó por las manos para levantarla y abrazarla como si se reencontraran recién después de una vida.

Después de hacerla dar mil vueltas que lanzaron la peineta de su cabeza volando al otro lado de la habitación, ambos se miraron a la cara. Sonreían como si vieran el sol en el otro luego de una noche eterna.

—¿Tu asesino? —preguntó él abrazado a ella—. ¿No más ladronzuelo?

Leiah le rodeó el cuello con sus brazos.

—No me lo tengas mucho en cuenta, cariño, es una excusa barata para tenerte siempre cerca y a mi servicio.

Ares respondió con una inclinación ligera de su cabeza.

—Serás mi reina, de todos modos. —Todos sus dientes de pronto se revelaron en una curiosa sonrisa—. ¿Debo arrodillarme?

—Esta no es hora, Ares, pregúntame después de medianoche.

Orión sacó con disimulo a Cassio, casi como si no tuviera importancia lo que hacía, y clavó la punta en el suelo para reposar tranquilamente sus brazos sobre el pomo y observar a la pareja suicida.

En ese instante Ares cargaba a Leiah sobre su espalda, sus manos aferradas a las piernas por debajo del vestido, su cuello custodiado por el abrazo de ella.

—Pensé que cada uno de ustedes prefería la muerte por causas naturales —comentó Orión con preocupante tranquilidad.

—No puedo creer que vayas a casarte con ese —murmuró Ares a Leiah.

—La lengua es el castigo del cuerpo, dicen las Sagradas Escrituras de Ara —expresó Leiah con derrotismo—. Por suerte cuento con usted, lord Ares Mivida Circinus.

—Jamás se desharán de mí. Ya envié mi solicitud para ser la cama donde procreen su herederos.

Leiah acabó en una risa que destellaba robando a su cosmo chispas de escarcha, como si aquel ánimo tuviera una identidad propia. Descubrió que amaba sentirse así. Plena, arropada por un júbilo que no le cobraba en nostalgia su cobijo; cargada de una vida que emergió como se impone una oleada en un tsunami.

Volteó su rostro para besar a Ares en la mejilla, dejando sus labios una eternidad ahí como si así pudiera contagiarlo de todo lo hermoso que sentía.

—No sabes cuánto te amo, mi ladrón —le dijo pasando su nariz por su oreja de forma que las cosquillas hicieron a lord Ares voltear.

Orión carraspeó del otro lado.

—¿Parezco una pintura? —inquirió.

Leiah alzó su mirada con malicia hacia él.

—Necesita un té para ese mal genio, «majestad» —dijo Leiah enfatizando la última palabra, esa que él tanto había usado en su contra con ese matiz burlesco.

Orión, que en adelante sería conocido como el rey Orión Scorp, sonrió con tensa arrogancia y caminó hacia ellos. Al alcanzarlos, tomó a Leiah por el mentón entre sus dedos, como si no significara nada, sin temor a los ojos desiguales de la futura reina de Áragog que pronto lo miraron con reticencia.

—Estás disfrutando esto... —señaló él en odiosa superioridad—. No entiendes que no eres tú quien provoca mis celos.

—¿No te molesta que tenga a Ares entre mis piernas? —inquirió ella con una cínica mirada.

—Me molestan tus piernas alrededor de Ares.

—Me parece que en esencia es lo mismo, majestad.

—¿Saben una cosa? Estuve investigando y sí existen los besos de tres —atajó Ares entre ellos, ganándose una mirada de regaño por parte de Orión.

—No seas avaro, escudero, primero invítame a cenar —exhortó el rey Orión.

—No le creas, cariño —se inmiscuyó la futura reina al oído de Ares—. Con él mínimo un anillo de compromiso antes de tocarse las manos.

—Leiah, te estás ganando una audiencia privada que no vas a disfrutar ni un poco.

—¿Por qué privada? —se quejó Ares.

—Una más así y te vas a dormir sin comer —advirtió Orión.

—Qué temible rey eres, Orión —se burló Leiah—, ¿dónde queda eso de cortarle la cabeza a los traidores?

—Mis ejecuciones las tengo reservadas todas para ti. Sospecho que necesitaré cada una de ellas en breve. Ahora bájate, que le vas a dañar la espalda a nuestro asesino.

—«Mi» asesino —corrigió Leiah bajando de la espalda de Ares pero igual quedando a su lado.

Ares le sonrió tan conmovido por aquella posesiva corrección que le tomó la mano, haciendo que Orión pusiera los ojos en blanco.

El más grande se fue a la ventana, viendo desde ella toda la inmensidad del reino más allá del castillo. Su reino. Suyo y de Leiah.

Leiah pronto se unió, todavía tomada de la mano de Ares. Y se fijó, como si por primera vez sus ojos pudiesen hacerlo, en la inmensidad de Áragog más allá del castillo, sintiéndolo suyo. Un reino con vendidas a las que entendía mejor que nadie, y que de una forma un otra intentaría mejorar sus realidades. Un reino que creía en un águila que Leiah sintió conocer y apreciar, tanto como para tener presentes sus ideales. Un reino con posibles aliados hombres que —como Orión, Ares y todo el ejército que construyeron—, solo necesitaban una mejor dirección para luchar por la causa correcta.

Un reino con una nueva monarquía. Y aunque prevalecería el linaje Scorp, Áragog al fin tendría una mujer como parte activa de su Corona.

El brazo de Orión se pasó por la cintura de Leiah. Los labios de ella se curvaron sin poder evitarlo, su mentón alzado sobre todo lo que le pertenecía.

«Nunca me harás ordinaria», le había dicho a su realidad cuando intentó destruir todo lo que había conseguido. Ahora se reía de ella, porque era la reina.

—Leiah Odagled —dijo Orión mirando hacia la ventana—. Ha sido un placer verte tragar cada una de tus palabras.

Ella lo miró con el ceño fruncido. Él tenía una incipiente sonrisa asomando en sus labios.

—No solo no me asesinaste —dijo él mirándola al fin—, sino que «sí» nos vamos a casar.

—No cantes victoria, que el matrimonio abunda de oportunidades para cumplir mi primera promesa. Y ahora tengo a Ares a mi merced. Yo que tú, conseguiría un catador para mi comida.

—A mí no me metan, yo no resolveré sus peleas maritales con cuchillos —soltó Ares—. Cuando necesiten de mi encanto, me avisan.

—Sacó tu orgullo —se quejó Orión en el oído de Leiah, haciéndola reír.

—A ver cómo hacemos funcionar esto, Orión, porque, en serio, y sin que me quede un resquicio de honestidad en reserva: eres insoportable.

—El veredicto es mutuo, su gracia —añadió él.

Entonces los tres volvieron su vista al frente, y Leiah dejó por un instante cualquier deje de gracia para tocar un tema que debería estar atormentándolos, un tema serio.

—Sargas regresará —musitó.

—Lo sé —concedió Orión con seriedad.

—Y cada lord en lo que queda de reino se levantará contra nuestro reinado.

—No lo tendremos fácil, es verdad. —Orión apoyó sus codos en el alféizar de piedra y miró a Ares al otro lado de su reina—. ¿Alguna idea?

—¿Pelear la siguiente batalla? —sugirió el asesino con un encogimiento de hombros.

Orión asintió.

—Y la siguiente —agregó.

—Y la que le siga a esa —finalizó Leiah.

FIN DE LA BILOGÍA SINERGIA

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