Capítulo 9: Todos las versiones de ti
Lyra
Esa carta jamás debió haber llegado a sus manos. Todo habría sido más sencillo, más llevadero, si Lyra pudiera seguir fingiendo que no había toda una vida detrás de la que estaba fabricando para su futuro.
El rey Lesath no había hecho anuncios oficiales hasta el momento con respecto a la carta recibida de parte de su hijo menor, y era poco probable que le confiara aquel secreto a una ex Vendida, viuda y sospechosa del asesinato de su mano, probada en un torneo destinado a destruirla. Sin embargo, aunque las posibilidades eran bajas, Lyra no descartaba que su amiga, Aquía, se enterara. Quien jamás esperó que lo hiciera, y de hecho deseó con todas sus fuerzas que fuese así, al menos por un largo tiempo, era la rebelde conquistadora y próxima reina de unas tierras desérticas al otro extremo de Aragog.
«De una futura reina, a otra», decía el encabezado de la carta.
Lyra se mordió los labios en medio de una tortuosa vacilación. Las manos le temblaban, el corazón le martilleaba en el pecho. Aquel enunciado le parecía más una flecha apuntada a su frente que un conjunto de letras de tinta corrida garabateadas en perecedero papel.
—¿Podrían dejarme a solas un momento? —pidió Lyra a todas las Vendidas y doncellas dentro de la habitación que esperaban a que estuviese lista para caminar al altar.
De inmediato se obedeció su petición, por ahora hecha como la primogénita del Lord de Deneb; pronto, cada palabra que saliese de su boca sería el mandato de una reina.
Lyra desdobló el pergamino, acercándolo a una de las velas en los taburetes para mirar mejor el mensaje.
Se espera de mí que, como nueva monarca de Baham, mantenga un diálogo amistoso con los líderes de los reinos vecinos, al menos con aquellos con los que no tenemos una situación política "complicada". Ahora que Deneb será libre, se espera que felicite a su reina por sus nuevas nupcias.
Por otro lado, se espera de mí, como amiga, que esté feliz por ti, y que te haga saberlo con una enorme sonrisa de respaldo.
Pero antes que reina, y mucho antes de ser tu amiga, siempre he sido una mujer que puede mentirle a todo el universo sin experimentar el más mínimo remordimiento, menos a sí misma. Y sé que, después de lo que te he hecho, o al menos de lo que tú creerás que te hice, lo mínimo que te debo es mi más completa honestidad.
La felicidad absoluta es un mito, lo sabemos. Si me preguntaran si estoy feliz, tendría muchas razones para decir que, definitivamente, debería estarlo. Soy "victoriosa" y "afortunada", y, por otro lado, hay otras razones por las que no puedo sonreír del todo. Mi animosidad es una sonata que combina apoteósicos acordes con notas largas y dolorosas, que componen una melodía poderosa que vale la pena sentirse.
Porque no podría estar más orgullosa de ti, lo juro, pero no puedo no pensar del todo que esta es una especie de vendetta contra mí. Luego veo atrás, y encuentro las señales. No haces esto por mí, ya lo estabas planeando, solo que yo fui una más de los que solo vimos tu ternura, y no los puñales que había ocultos detrás de ella, dispuestos a apuñalar sin discriminación a quien hiciese falta.
Y debo admitir que eso solo hace que me "agrades" más. No porque seamos iguales, sino porque eres mejor que yo. Fuiste mejor mentirosa.
Tal vez esperes que en algún punto de mi vida me disculpe por todo lo que no te dije, por irme a salvar a otras, dejándote a ti encadenada, por irme de Aragog como si nada me atara a el, por no darte un lugar en mi plan, y en mi reino. Pero, si es así, te pido que desistas de tu espera. El sol no se disculpa por lo que su fuego pueda quemar.
Y tampoco espero disculpas de tu parte, aunque fantasee con un mundo donde esto sea una posibilidad.
Somos un par de estrellas que soñaron con formar una constelación, pero eventualmente tuvieron que oscilar lejos la una de la otra. Porque somos planetas, Lyra, no podemos conformarnos con menos que una galaxia.
El protocolo me insta a combinar un chiste dentro de mis felicitaciones, así que cerraré esta carta con uno sencillo:
Al final sí serás Scorp, después de todo. Todo queda entre familia.
☆☆☆
Lyra salió de su habitación casi una hora más tarde, incapaz de preocuparse por quiénes estuviesen esperando por ella en el lugar de su boda. No podría ni siquiera fingir que le importaba la impaciencia de sus invitados. La boda, y todo lo que representaba, era importante para ella, era un logro, de los más grandes de su vida; pero existían muchos demonios a su alrededor que no había podido enfrentar antes de pararse a sonreír frente a sus allegados.
Shaula.
Lyra siempre lo supo, supo que la ex princesa escorpión no tenía lealtades, que era una serpiente de fuego encadenada que fingía estar dormida mientras esperaba el momento indicado para morder y arder. Y así fue. Los hizo arder a todos, incinerando a las alas del cisne en el proceso.
Y lo que más le dolía a Lyra es que no podía culparla, sabía que debía estar orgullosa de ella, de que tuviese la entereza de sacrificar su propia humanidad, y sus fantasías más banales, por la corona que el destino le robó. El problema no era Shaula, ni lo que había hecho. El problema era el mundo, y el destino escrito en las estrellas, y cómo ambos contribuían a la absoluta imposibilidad de que ambas pudieran soñar con una realidad en la que no tenían que escoger entre ser de hierro e ir a la guerra, o ser de cristal y ser destrozadas por ella.
Una vez llegó al pasillo a las afueras de su habitación, le sorprendió encontrar a Antares esperando sentado con el rostro entre las rodillas y la cabellera plateada casi rozando el suelo. Al escuchar la puerta, levantó su cara en dirección a su prometida y sonrió.
—¿No me dijiste que esperarías en el altar? —inquirió ella, muy tentada a darse la vuelta y volver a la habitación.
—Sí. De hecho, estuve allá.
—¿Entonces?
—Me dormí. —Se encogió de hombros—. ¿Sabías que las bodas pueden llegar a ser en extremo aburridas?
Lyra rio, muy a su pesar. No fue la mayor manifestación de ánimo o diversión, apenas una burla de un par de segundos, pero de todas formas no debió haber ocurrido.
—Es nuestra boda.
—Sí, pero tú no estabas allá —sentenció el príncipe dorado, como si aquello fuese suficiente explicación.
—¿Entonces? ¿Te piensas quedar ahí todo el día?
—De hecho... —Antares se levantó, sacudiéndose el pantalón del traje—. Pensaba escoltarte.
—No juegues, escorpión. Tengo una legión de guardias para escoltarme, y una lista amplia de personas por las que me gustaría ser acompañada. Y te aseguro, aunque te hiera oírlo, que tú no estás ni al final de ella.
Antares sonrió.
—Para ser honesto me ofendería que fuese al contrario. Imagino que, en caso de que quisieras algo de mí, no sería algo tan insípido como que te acompañara a dar un paseo.
—Tú puedes decirte lo que quieras para aminorar tu decepción por no estar en esa lista, pero no necesitas decírmelo a mí.
—No, no. —Antares sonrió de lo más radiante y comprensivo dando un par de pasos hacia lady Lyra con su vestido de bodas—. No me siento decepcionado, lo entiendo. Imagino que para mí tienes una exclusiva.
—Sí, de indeseados.
Antares rio, se dio media vuelta y comenzó a andar hacia el final del pasillo. A mitad de camino se giró hacia Lyra y levantó una ceja.
—¿Te quedarás ahí?
Ella lo consideró, pero se recordó a sí misma que aquel hombre iba a ser con quien compartiera su vida y el poder. Tenía que aprender a tolerarlo, al menos en un simple paseo. ¿Qué daño podría hacer algo así?
Después de un rato de silencio, luego de un largo tramo de escaleras de las tantas habidas en el castillo de la familia Cygnus, Antares decidió volver a abrir la boca.
Pasaban por un angosto pasillo lleno de cuadros que exponían la dorada belleza de cada miembro de la constelación del cisne, cuando él preguntó:
—¿No deberíamos conocernos mejor?
—Nos conocemos lo suficiente.
Ella trató de sonar lo más cordial y protocolar posible, que sus palabras no se sintieran como una impertinencia, pero que también esclarecieran las pocas ganas que tenía de una conversación.
—Un par de preguntas no le hacen daño a nadie, pequeño cisne. ¿A qué le temes?
—A tener que responderlas.
Antares rio, asintiendo. Se le notaba la fascinación en el rostro cada vez que su oponente abría la boca cerca de él, como si estuviera ante una persona distinta. Le encantaba hacerla hablar, porque solo en esos momentos creía que estaba conociendo a Lyra, una que ni ella misma parecía querer conocer.
—De acuerdo —concedió el príncipe escorpión y procedió a enumerar las reglas implícitas y explícitas de su acuerdo matrimonial—. Sin tocarnos. Sin preguntas. ¿Algo más?
—Sí. —Lyra dobló sus brazos sobre su pecho y volteó a darle una mirada significativa a su prometido—. No me llames pequeño cisne.
Antares se detuvo, y Lyra lo imitó en consecuencia. Él se acercó hacia ella, apenas un par de pasos; había suficiente distancia entre ambos, pero su lenta aproximación, como de un pintor que necesita detallar su musa, pero con sus ojos de oro fundido en una expresión rapaz como de una fiera hambrienta, puso nerviosa a la princesa, ocasionando que retrocediera hasta quedar pegada a la pared.
—¿Por qué? —cuestionó Antares—. ¿Temes que note cómo se te encienden las mejillas cada vez que te llamo así?
Lyra tragó en seco.
—No tengo que explicarte mis razones. Te he dicho que no quiero, eso debería bastar para ti.
—De acuerdo, Cygnus. Pero me temo que, en consecuencia, deberías dejar de llamarme escorpión.
Esta vez fue Lyra quien alzó una ceja.
—¿Te molesta?
—Me provoca muchas cosas, princesa, menos molestia. Te pido que dejes de hacerlo más por ti misma que por mí. Imagino que no quieres alentar las cosas que se me pasan por la cabeza cada vez que lo dices. No está de más que te lo advierta.
Lyra abrió la boca y la cerró un par de veces, y cuando volvió a hablar su voz sonó al comienzo estrangulada. Tuvo que carraspear para recomponerse.
—Esto es una ridiculez —expresó—. Perdemos el tiempo sumando reglas cuando deberíamos estar camino a nuestra propia ceremonia.
—De hecho, tú eres la de las reglas. Yo solo obedezco.
Esta vez fue ella quien dio un paso más cerca, encaró a Antares con una muestra de irritación inusual en su rostro.
—¿Obedeces? —Exhaló con incredulidad—. ¿En serio? ¿Quieres obedecer de verdad? Empieza por ir tú a lo tuyo y yo a lo mío.
—Pues no estoy seguro de qué sea lo tuyo, Lyra, pero a partir de que empezaste a jugar conmigo lo único "mío" eres tú.
—Ni lo sueñes, escorpión, que podré ser Vendida, Cygnus, lady, princesa o lo que sea, pero tuya nunca voy a ser.
Antares sonrió más complacido que nunca.
—Me refería a "mis asuntos", princesa, no al tipo de posesión que insinúas. Por otro lado... —Antares acercó su rostro al oído de Lyra, sintiendo con satisfacción cómo esta dejaba de respirar sin perder la firmeza en su postura y lo erguido de su mentón, con una mano en la pared tras de ellos, su brazo rozando los mechones dorados del peinado de Lyra—. Vas a hacerme adicto a la desobediencia si me vuelves a llamar escorpión, a pesar de que explícitamente te pedí que no lo hicieras.
—Sin tocar.
Antares ladeó la cabeza, sus labios curvándose con cinismo.
—Mi Lady, yo no la estoy tocando.
Entonces Lyra se acercó hacia el oído de él, sus mejillas a un suspiro de un roce, lo más cerca que habían estado nunca.
Sus labios articularon cada palabra con lentitud, casi en un susurro para que quedara como una confidencia entre ellos.
—Apártate, Scorp. Jamás he usado la violencia física pero cada estoy menos reacia a la idea de empujarte.
Antares se apartó solo un ápice, lo justo para que los aros dorados de sus ojos se conectaran con el ámbar que inundaba las iris de Lyra. Se miraron; él retándola, ella resistiendo el impulso de verle los labios que tan peligrosamente cerca estaban de los suyos.
—Empújame si quieres, pequeño cisne. Antes me dijiste que no había sido explícito en cuanto a mis límites contigo así que ahora lo voy a ser: tú puedes hacer conmigo lo que te plazca.
—Ya lo estoy haciendo, ¿no? —Lyra sonrió, abrumada por lo natural que le salía aquel gesto descarado—. Te traje aquí, y gobernaré en tu nombre. Y la mejor parte, es que lo único que esperas conseguir de mí no lo tendrás.
Antares se mordió los labios, y Lyra bajó sus ojos a ellos en un descuido, volviendo de inmediato a los ojos del escorpión.
—¿Qué? —inquirió ella al verlo tan divertido.
—¿Por qué me ves tanto la boca? —Él llevó sus dedos a uno de los mechones de cabello de ella, y esta vez no consiguió interrupción de su parte. Lo recorrió hacia abajo con el nudillo rozando su mejilla, y se detuvo a la altura de la comisura de sus labios—. ¿Qué te impide dejar salir todo eso que vibra cuando me ves? Nos basaremos en el altar de todos modos, ¿verdad? ¿No deberíamos practicar?
Él hizo el intento de acercarse más, y Lyra cumplió su advertencia, empujándolo.
—Iré por mi cuenta —anunció avanzando sola.
—Hey —llamó Antares.
—¿Qué? —espetó ella.
—No pensé que fueses capaz de hacerlo —reconoció.
—Eres el primer hombre al que empujo, mejoraré con la práctica. Sospecho que tendremos mucha.
—Espero que esta primera vez haya sido especial para ti.
Lyra rodó los ojos y siguió andando.
—Lyra —volvió a llamar él.
—Por todos los Sirios de Ara, ¿qué?
—Nada, es solo que... —Se pasó la mano por el cabello, indeciso—. Sé que allá volverás a ser quien supones que todos quieren que seas, y no quiero perder la oportunidad de decirte que me encantan todas las malditas versiones de ti.
Ella le enseñó su dedo medio como solo una dama con su porte podría hacer. Era la manera en que le decía que, de hecho, le valía media hectárea de testículos lo que a él le encantara de ella. Sin embargo, cuando se giró, se permitió sonreír, solo un poco, porque a ella también le estaba gustando esa parte de sí misma que tenía encadenada.
Este es un diseño hecho por Watybook en Instagram, inspirado en los outfits de Vendida. Tenía que compartirlo 😍
¡¿QUÉ TAL EL CAPÍTULO?!
Les dejo este espacio para que me hablen de Antares y de su relación con Lyra.
También cuéntenme qué piensan de la carta de Shaula.
¿Les está gustando esta historia?
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