Capítulo 42: Ramseh Odagled
Luego de una semana de viaje en carruaje con apenas unas pausas nocturnas en posadas para descansar, Leiah y el guardia llegaron a Cetus, a la casa que por suerte Leiah permaneció firme en comprar para sí misma a pesar de que Draco le insistió en pagarle algo mejor.
Henry se ofreció a cargar sus cosas hasta la sala sin queja, y Leiah lo agradeció con una sonrisa educada, a pesar de que sus ojos habían dejado de practicar un gesto tan ajeno como ese.
-Me quedaré afuera para cuidar su reputación -dijo el guardia un momento más tarde, parado en la puerta de entrada con esta abierta-. Pero si necesita algo...
-¿Se quedará? -inquirió ella, por completo confundida. Pese al estropicio de emociones en su interior, ella portaba su chal entre sus brazos como toda dama distinguida, y a pesar del divague de sus pensamientos tiraba de la punta de los dedos de sus guantes de satén para quitarlos con una gracia difícil de emular.
-Siempre que mi presencia le sea de utilidad, madame -contestó el hombre.
-Pero, ¿afuera? Mi reputación es lo que menos me importa, sir, no le dejaré dormir afuera así que déjese de estupideces y si se tiene que quedar lo hará aquí.
«Mi reputación es de hecho mi condena», agregó Leiah para sí misma.
-En ese caso -convino el guardia con una ligera reverencia-, estaré en vela por si cualquier peligro acecha.
Leiah no entendía todavía la actitud del guardia. ¿Había recibido algún pago e instrucción de Draco en secreto?
-De acuerdo -cedió ella para probarle-, le pagaré en la mañana y podrá irse.
-No le he pedido pago, madame, ni tengo intensión de marcharme a menos que usted concluya que no me necesita, o que me necesita en una tarea distinta fuera de aquí.
-Pero... ¿Por qué? ¿No trabajas para Draco?
-Él me paga, sí, y como él podría pagarme cualquier otro, tal cual hizo usted una vez. Pero hay algo que no se puede comprar, y es la lealtad. Yo prefiero entregarle la mía a la mujer que vi arriesgar su vida por una desconocida a la que apedreaban injustamente.
-No lo comprendo... ¿Qué es lo que me estás tratando de decir? -preguntó Leiah con lágrimas en los ojos, aunque no entendía de dónde provenían.
El tal Henry desenvainó su espada para sorpresa de Leiah, y avanzó despacio para no alarmarla, hasta dejar el arma a sus pies.
-Mi espada es suya, madame. Puede tener la seguridad de que, incluso si llegasen mañana torres de coronas para pagar por ella, siempre será de usted. Su vida, y su protección, será mi único propósito a partir de ahora. La protegeré con la mía.
Leiah se limpió las lágrimas con el talón de su mano, mirando hacia otra dirección. No sabía manejar lo que ocurría. Ni siquiera era capaz de creer lo que estaba viviendo.
-Dígame que si necesita algo, lo que sea, y lo haré -agregó el guardia.
Eso le hizo sonreír, y aunque seguía perdida empezaría por agradecer y luego por darle el nombre correcto al guardia a su servicio.
-Gracias...
-Henry -terminó él-, si usted dice que ese es mi nombre ese será.
Ella rio, pero no intentó persuadirlo de que le diera otro nombre.
~~~
Esa noche Leiah se bebió todo lo que se atravesó en su bodega. Tenía tres botellas distintas abiertas en la habitación y de todas bebía directo del pico mientras un cigarrillo se consumía entre sus dedos.
Una parte de ella quería correr a Lady Bird, abrazar a madame Delphini y llorar hasta perder la consciencia para despertar al siguiente día con un ánimo renovado y una familia, y trabajar el resto de sus días como preparadora.
Pero entendía que esa no era una opción. No volvería a Lady Bird como una fracasada, no podría ver a los ojos a sus hermanas, y mucho menos a madame Delphini, y descubrir la absoluta decepción en ellos, y en el mejor de los casos su lástima.
Tampoco quería seguir pensando en Draco, en sus mentiras, en las cosas que hicieron juntos y en las que nunca más harían, así que se concentró en lo único que podía hacer para distraer su mente: entrar en la de alguien más.
Leiah supuso que, dado que Orión no tenía sangre de Aquía, no advertiría diferencia en su hueso, no notaría que Leiah robó su poder y lo guardó en su cabello para no tener que sentirlo en su piel, pero a la vez tenerlo accesible.
Cuando volvió a reclamarlo, decidió que era el momento de conocer a su hermana, conocer la parte que no contaban los mitos y rumores.
Pasó toda la noche en vela, deambulando de un pasillo a otro por los sentimientos de la vida de Aquía, y pronto se descubrió localmente enamorada de un par de princesas.
Tal vez era la influencia de la reciente conversación con Ares, pero Leiah se veía perfectamente feliz haciéndole un altar a lady Lyra Cygnus y a Shaula Nashira, complaciendo todas sus necesidades y escribiendo guiones épicos a los que luego darle vida en el teatro.
«Si hubiese sabido que había opción», pensó, «juro que jamás me hubiese fijado en un hombre existiendo mujeres como esas».
Viajó entre los recuerdos del águila a esas veladas de licor y música, a las noches que durmió con la princesa escorpión, a sus tardes de arduo entrenamiento, sus risas con Ares, su extraña relación con Leo, el día que tuvo de rodillas al ahora rey regente...
«Fuiste grande, pajarito», pensó Leiah con una enorme sonrisa de orgullo.
No sabía en qué punto había empezado a llorar. Para ser justos, es posible que Leiah estuviese llorando incluso antes de acceder al cosmo de Aquía, así que ni siquiera tenía un motivo claro para sus lágrimas.
Siguió hurgando en los recodos de la mente de su hermana como si fuera la obra de teatro más vívida jamás representada. Era una locura, ella veía todo con sus propios ojos, pero lo sentía con la piel de Aquía. Se airaba con el calor exacto que Aquía sintió en determinado momento, y su corazón se descontrolaba en cada escapada con...
Leiah tragó en seco. En medio del entresijo de recuerdos atisbó una espalda, apenas con un par de cicatrices, y una noche... Sogas, alcanzó a ver un par en la oscuridad. El escenario era una torre. Leiah no quería acercarse pero...
«No veas eso, chismosa, es de mala educación».
-¡AAAAHHHHHH!
Henry escuchó el grito de Leiah y estuvo en la habitación en un unos diez segundos, tan apresurado que casi partió la puerta para entrar.
-¿Se encuentra bien, madame? -preguntó el guardia jadeando.
Leiah tenía una mano en el pecho y la otra en la frente, con la respiración y el corazón trabajando a una velocidad como si le hubiesen lanzado de una azotea.
-¿Madame?
«Respóndele, estúpida, le va a dar un infarto».
Era esa voz de nuevo en su cabeza, y no era la suya.
-¡¿Qué mierda eres tú?!
-Yo... Soy Henry, madame. Su guardia.
Leiah se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta y cubrió la cara, secándose el sudor con la sábana.
-No, Henry, no tú, es que... Tuve un mal sueño.
-¿Le preparo algo?
Leiah sonrió conmovida.
-No hará falta, mañana mismo contrataré un par de mujeres para el servicio, entre ellas habrá alguna cocinera. No se preocupe. -Por suerte Leiah tenía las ganancias de sus éxitos ocultas bajo los tablones de su casa-. Descanse tranquilo, y perdone el susto.
El hombre asintió y salió cerrando la puerta detrás de sí.
Apenas la dejó sola, Leiah se paró en la cama y señaló de manera amenazante su almohada.
-Ahora sí, demonio, dime qué mierda eres.
«No estoy en tu almohada, estúpida».
-Sí, ya lo noté -dijo Leiah un poco menos asustada, dejándose caer de nuevo al colchón con una nueva y derrotiva teoría-. Tú... ¿Eres ella?
«¿Qué clase de conjugación verbal es esa? "¿Tú eres ella?" No, no soy "ella"».
-¿Eres mi consciencia, entonces?
«Por suerte no, esa cosa ha hecho un muy mal trabajo si estabas...»
-No «estaba» nada, y tengo mi consciencia muy tranquila, muchas gracias por tu opinión. ¿Nombre?
«Soy Sah. Un placer, miss simpatía».
-¿Y para qué sirves, Sah?
«¿Cómo que para qué...?»
-¿Estás en su cosmo?
-Imagino que soy algo como la consciencia de su poder. ¿Y por qué hablas en tercera persona? ¿Te cuesta mucho decir su nombre? Es tu hermana, ¿no?
-No lo sé, yo... -Leiah tragó en seco-. Supongo que le tengo miedo.
«¿Miedo? Esa no fue la impresión que me dio mientras revisabas su diario sex...»
-Señorita, lo malinterpreta. Yo no husmeaba, simplemente el recuerdo se atravesó y me produjo curiosidad. Iba a irme apenas entendiera lo que estaba viendo.
«Por supuesto... ¿Sí sabes que, ahora que me invocaste, puedo sentir lo mismo que tú, no? Técnicamente no puedes mentirme. Y no me llames señorita».
-Oh, Sah, no me rete a eso. -Leiah se levantó de la cama y hurgó hasta encontrar pluma, tinta y papel, sentándose dispuesta a emplearlos-. Ahora bien... ¿Ha tenido contacto con ella? ¿Puede acceder a su estado... actual?
«Aquía, porque ese es su nombre, ha salido de mi alcance ya. Habrá ascendido al reino cósmico con una nueva vida, una nueva lucha y un nuevo propósito, viviendo eternamente como una deidad de su constelación. Yo me quedé aquí hasta que, tal vez en un par de siglos, Aquila decida quién es digno de heredarme. O hasta que una odiosa desconocida me despierte de mi cómoda siesta, claro».
-¿Sabe algo, Sah? Tantos ya me han llamado odiosa que empiezo a pensar que es ese el apellido que dejaré como legado. Bien, sigamos... -Leiah se puso a garabatear un par de líneas rápidas y temblorosas sobre el papel-. Entonces... ¿Has estado todo ese tiempo en esos huesos sin ser consciente de nada? ¿Y ahora qué haces aquí? ¿Das consejos o algo así?
«¿Consejos?», la voz en su cabeza se había tornado burlona. «No, no doy consejos, solo me gusta el chisme. En lo que a mí respecta estuve dormida desde el torneo, así que procura, sin importar dónde me guardes, llevarme contigo cuando vayas a hacer algo interesante. No me lo quiero perder».
-Lo tendré en consideración. Siempre y cuándo usted me hable del reino cósmico, desde luego.
«No sé mucho más que todos los mortales».
-Estás de suerte, porque esta mortal no sabe mucho, con cualquier cosa me impresionará. Ahora empiece, Sah. No sé cuál es su conocimiento de la sociedad pero en lo que a mí respecta ningún chisme se entrega sin esperar del oyente otro a cambio.
«En el mundo que conocemos existen dos reinos: el reino cósmico y el reino terrenal. El reino cósmico es la vida más allá del cuerpo, la existencia fuera de las leyes de la física, donde el poder y el alma son lo único vivo. Este reino se ubica por encima del terrenal, más allá de las capas celestes al alcance de los humanos, en la dimensión de las estrellas.
El segundo reino es el mortal, regido por humanos de carne y hueso, perecederos y desligados de la conciencia del alma, que habita enjaulada sin voz en la mayoría de estos seres vivos. Y es todo, no sé mucho más porque ella tampoco lo sabía. Tal vez si fuera el cosmo de alguien como un arka... Bueno, eso no tiene sentido, pero ya entiendes. Tendría más conocimiento de ese modo».
-No, de hecho no le entendí. ¿Qué es un arka?
«Chica, ya duérmete, das pena. Hueles a que te bebiste todas las reservas de licor del reino».
-¿Crees que no he intentado dormir? Llevo toda la noche en ello pero no puedo...
Para entonces Sah ya había inducido en Leiah un sueño profundo, que acabó dormida en la silla con el rostro y los brazos sobre todo lo que había estado escribiendo.
~~~
-Henry, hay algo que quiero que hagas por mí -dijo Leiah mientras sus dedos inspeccionaban una manzana. Ambos habían salido al mercado por provisiones. Henry insistió en acompañarla a pesar de que Leiah iba con una capa encima para no llamar la atención y nada de joyas para no atraer ladrones.
-Como usted diga, madame, yo así haré.
Leiah se giró para que él la viera sonreírle a pesar de la capucha sobre su cabeza.
-Eres muy amable, Henry. Ya te contaré de qué trata cuando sea el momento, mientras...
Las palabras restantes quedaron en el olvido, puesto que los ojos de Leiah se distrajeron más allá del puesto donde se encontraba, cerca de una colección de distintos ramos de flores.
No le interesaban las flores, ya había recibido suficientes en su vida. A modo de elogio, de cortejo o de agradecimiento, y siempre terminaron igual: marchitas como las intenciones que las llevaron a sus manos. No, Leiah estaba interesada mucho más en el muchacho que las inspeccionaba.
El chico vestía como todos los jóvenes obreros en Cetus, con ropa manchada y corroída por el trabajo, el cabello hecho un desastre y el rostro sucio. Pero incluso así... Parecía dudar entre lirios y jazmines, tan confundido como testarudo, pues al final pareció obstinarse y sacó un cigarrillo de su bolsillo.
-¿Me esperas aquí? -le preguntó Leiah a Henry-. Solo acércate si parece que hay problemas.
Mientras ella se acercaba, el chico parecía batallar por encender su cigarrillo. Apenas estuvo a su lado Leiah encendió uno de sus fósforos y extendió el fuego hacia el joven.
Él la miró, a pesar de que era poco lo que dejaba entrever la capucha, con los ojos entornados y el cigarro intacto entre los labios, pero pocos temen tanto de las intenciones de una mujer como las de un hombre, así que el chico terminó acercando su rostro hacia el fuego, aceptando la ayuda.
Mientras el chico exhalaba el humo, Leiah encendió su propio cigarrillo.
No podía haber mucha diferencia en sus edades, pero las «chicas» en Áragog dejan de serlo muy pronto, apenas tienen edad para ser vendidas o presentadas en sociedad, en el caso de las nobles. Aunque Leiah y ese muchacho tuvieran la misma edad, ella era una mujer y él un niño sin nada que ofrecerle a una.
Tal vez por ello él se notaba tan disgustado ante esas flores mientras de soslayo miraba a una preciosa dama que compraba fresas junto a sus chaperonas.
Por ley, el padre de ese muchacho debería conseguirle algún acuerdo con un noble por una de sus hijas en matrimonio, ya que las de baja alcurnia acababan en casas de vendidas apenas nacían. Pero, tal vez, el anónimo fumador que no sabía elegir flores no quería a cualquiera, sino a esa que llevaba toda la tarde recibiendo elogios de caballeros mucho mejor posicionados y mayores que él.
-Es preciosa -dijo Leiah, siguiendo la mirada del muchacho.
-Pues yo no le pregunté, señora.
Leiah se rio de manera tan inapropiada que tuvo que taparse la boca y respirar para calmarse.
«Si hasta tiene mis encantos», pensó ella.
No se parecía mucho a sí misma, ella era de rasgos más fuertes y extraños, apenas compartían el negro en sus ojos. Pero él tenía el ángulo del mentón de Aquía, la forma de su rostro, la misma palidez aunque opacada por la mugre, el mismo negro en el cabello que ni el sol doblegaba. Si algo había sacado él de Leiah era la apariencia que le daba su incesante ceño fruncido.
-¿Cuál es tu nombre? -preguntó ella.
El chico inhaló con fuerza de su cigarrillo antes de contestar.
-¿Y ese es tu problema por...?
-Porque soy amiga de tu madre.
-Y yo del rey. Mi mamá no tiene amigas.
-¿Es Cass, no?
El chico frunció el ceño minutos dejaba salir el humo entre sus labios. Seguía receloso, pero no entendía un motivo por el que fuese una mala idea contestarle a la desconocida que se le hacía vagamente familiar.
-Ramseh.
-¿Ese es tu nombre?
-No, el de mi madre -contestó él con un sarcasmo que hizo a Leiah sonreír al borde de una carcajada.
-Un placer, Ramseh -ella, en lugar de darle la mano, volteó para escupir el humo de su propio cigarrillo-. Deberías ir a hablarle.
-Ya, pero es que ese no es su problema, señora.
-Vuelve a llamarme señora y me voy a ofender, ¿de acuerdo?
-¿Cuál es su nombre si no es señora?
-Mi nombre es largo, aburrido y lo olvidarás en un momento, pero el de ella... -Leiah señaló con la mano en la que sostenía el cigarrillo hacia la dama que seguía en el mercado-. Ese podrías ir a preguntarlo. Apuesto a que es más interesante.
-Ya sé su nombre. -El chico bajó la vista con un sonrojo sutil que no pudo disimular-. Ya sé todo de ella.
-Eso es perfecto, ahora ve a que ella sepa de ti.
-¿Y qué se supone que haga? Ni siquiera puedo escoger qué flores van mejor con su vestido...
-No le regales flores, ya tendrá montones y pronto, dale una conversación que las opaque a todas.
-No sé hacer eso.
-Lo estás haciendo. Conmigo. Es demasiado sencillo, solo róbale una sonrisa que no tenga que fingir por educación.
-¿Y cómo se supone que se hace eso? ¿Le digo que se ve hermosa?
Leiah frunció el ceño y lo miró con horror.
-Oh, no, ni se te ocurra. Habrá perdido la cuenta de las veces que se lo dijeron hoy.
-¿Entonces...?
Leiah extendió su mano hacia el rostro del joven. Acarició su mejilla, apenas quitando el exceso de sucio sobre su delicada piel. Y peinó sus cejas, oscuras y velludas, hasta posar su mano bajo su mentón y levantarlo apenas un poco.
-Dile lo contrario -susurró Leiah en todo confidencial-. Dile que se ve horrenda, o que su vestido parece una carpa de circo. Pero hazlo mientras sonríes, cínico, con una seguridad casi ofensiva. Ni siquiera te molestes en arreglarte más, estás perfecto así, tu atractivo es innegable y es distinto al del resto de los caballeros. Le gustará.
-Pero... Eso no suena muy romántico.
-Es porque no lo es. Pero no va a olvidarte, Ramseh. Eso te lo aseguro.
El chico asintió, dio unas últimas y profundas caladas a su cigarro para luego tirarlo al suelo y aplastarlo contra su zapato. Ni siquiera se volvió una última vez hacia Leiah, ni para agradecer ni despedirse, solo se armó de valor y se fue hacia la chica de la que habían estado hablando.
Leiah tampoco se quedó a esperar el resultado, solo se fue con una mezcla de un sentimiento cálido y precioso dentro de sí, junto a un odio insano por la vida que le había tocado, porque le arrebataron desde antes de nacer la oportunidad de disfrutar su familia.
~~~
Leiah solía ir al mercado con más frecuencia a partir de entonces. Miraba de lejos los avances de Ramseh. Él y la dama distinguida a la que admiraba se cruzaban un par de veces. A veces él le daba un pequeño roce con su hombro, como si no hubiese notado su presencia al caminar, y aunque ella parecía a punto de insultarlo, cuando este estaba lejos ella debía sacar un abanico para disimular su sonrojo.
Otros días, Ramseh solía susurrarle comentarios fugaces a la dama en una inclinación rápida mientras pasaba por su lado, luego se escabuía con una sonrisa listilla y se sentaba a fumar junto a algún puesto. Ella de nuevo se mostraba alterada al momento, pero luego, cuando parecían calmarse las aguas, lo miraba, de lejos y con sumo disimulo. Tal vez ni él mismo se daba cuenta. O tal vez sí, porque era algo que hacía con frecuencia, y porque mientras fumaba jamás dejaba de sonreír.
Leiah quería poder sentarse con él y hablar como dos hermanos deberían poder hacer, al menos para decirle que estaba feliz de verle sonriendo. Al menos alguien con su sangre todavía podía.
-¡Eh, señora!
Cuando Leiah se volteó hacia aquella voz, agradeció haber estado entrenando sus reflejos y puntería, pues de lo contrario no habría atrapado el mango que le lanzó su hermano directo a la cara.
A Leiah le enternecía el intento de Ramseh de molestarla al decirle señora. Al menos ya tenían algo propio, una broma íntima.
-Casi me matas -se quejó Leiah con dramatismo, limpiando la tierra del mango con su capa.
-¿Me está espiando, señora?
-¿El mercado te pertenece?
-Le he visto varias veces por aquí. Observándome. ¿No está muy vieja? ¿No está casada?
-Vieja tu vaca, mocoso.
Ramseh casi se atraganta aguantando la risa. Eso agregaba argumentos a su teoría de que aquella mujer era noble, puesto que solo alguien en su posición sería tan prejuiciosa como para pensar que el chico tenía una vaca.
Ramseh sacó un par de cigarrillos y le tendió una a Leiah.
-Es tuyo si me devuelves el mango -le dijo.
Leiah aceptó el trueque y, como aquella primera vez, ayudó a su hermano a encender su cigarrillo.
-Ramseh Odagled -pronunció Leiah al exhalar su primera calada de humo.
-Me da miedo lo mucho que sabes y lo poco que yo sé de ti.
-Te dije que soy amiga de tu madre.
-Y te creo. Hasta te pareces a ella.
Por la manera en que el chico la vio, Leiah sintió que insinuaba mucho más que lo que dejaba entrever sus palabras, pero parecía esperar una confirmación de parte de ella. Una confirmación que, por desgracia, ella no tenía la fuerza de darle, y tampoco la oportunidad.
-Madame -saludó con una reverencia, había vuelto de un recado que Leiah le encargó hacía unos días-. Qué alivio que la encontré, no debería salir sola. Traiga consigo al menos a alguien del servicio la próxima vez.
-¡Henry! Qué dicha que hayas vuelto. Por mí no te preocupes, yo... -Leiah miró en la dirección en la que estaba su hermano, quien entendió la situación y ya se alejaba, no sin antes levantar su mano a modo de animosa despedida.
-Tengo lo que me pidió. -agregó el guardia mientras sacaba un sobre de su chaleco y se lo tendía apenado a Leiah, sin hacer contacto visual-. Se lo escribí todo, por si... Ya sabe, por si prefiere leerlo en privado y no escucharlo de mí.
Eso le pareció un gesto muy considerado a Leiah, pero por más que quisiera no darle una sonrisa triste, no tenía otra para dar, pues sabía lo que eso significaba: lo que sea que Henry hubiera descubierto era algo que prefería no decir en voz alta.
-Volvamos -le dijo Leiah guardando la carta-. Hay galletitas y leche en la mesa del recibidor, sírvete cuanto gustes. Te agradezco mucho tus servicios, Henry.
-Sabe que estoy para lo que necesite.
Ambos regresaron. Leiah casi quería arrancarse el cabello para que Sah no se enterara de lo que estaba por leer. El cosmo le había dado bastante espacio, a veces pasaba días sin aparecer siquiera con un comentario, pero Leiah no perdía la paranoia, y no era para menos, pues ese poder parlanchín tenía tendencia a aparecer de comentarista en los momentos más inoportunos.
Al final Leiah tuvo que vencer sus excusas y leer la carta, y acabó llorando con la leche derramada sobre su vestido y cenizas de una galleta por todo su rostro.
Draco Levith Isaac Sagitar.
Ni siquiera usaba un mismo nombre en todos lados, fingiendo siempre ser su propio primo en distintas regiones del reino. Porque en todas estaba comprometido con una mujer distinta.
Incluso tenía un hijo en Antlia, la costa, donde se hacía llamar Levith Sagitar. Un hijo bastardo, claramente, pues Draco no estaba casado con la madre. Pero era suyo. Y la mujer esperaba pacientemente el día en que su amado Levith volviera a darle su apellido a su hijo y la desposara por fin. En lo que a ella respecta, Draco, o Levith, estaba arreglando asuntos políticos en Hydra para que esa fantasía fuese posible pronto.
En cada viaje de meses que Draco hacía por cuestiones de negocios o política, resultó que iba a visitar a sus prometidas, a cada una contándole la misma historia, a cada una haciéndole las mismas promesas.
Draco era el heredero del linaje Sagitar, primogénito del duque y la duquesa de Hydra, Kaus e Indus. Pero le repudiaron por su reputación, declarando como heredero legítimo a su hermano bastardo, Aus Sagitar.
Es por eso que Draco no volvía a Hydra. Es el motivo de que tuviera su mansión en Ara.
«¿Por qué sirios fui tan ingenua y no lo investigué antes?».
Porque no importaba. A Leiah no le importaba a quién había vendido o matado Draco en el pasado, mientras que su futuro quisiera vivirlo con ella.
«ESTÚPIDA. Ni siquiera sabes si Draco es su nombre real», se regañó Leiah mientras sollozaba y se golpeaba la espalda contra el respaldo de la cama.
«No es divertido si no soy yo quien te llama estúpida».
-No estoy de humor, Sah. No creo estarlo en un largo tiempo.
«Siempre podemos matarlo. Lo sabes, ¿no?»
-¿Por no corresponderme? Es pueril siquiera considerarlo.
«Por burlarse de ti».
-Yo lo permití, Sah. Es mi culpa por no haber estado alerta. Es mi culpa por haberle creído.
La voz se mantuvo firme en su discurso de que Leiah no merecía lo que él le hizo, así ella se vio superada y guardó el poder en un anillo junto al dinero bajo sus tablones, lejos de su cuerpo.
Ahora sí, nada la distraída del silencio y la desolación.
~~~
Nota:
¿Qué piensan de Ramseh y su interacción con Leiah?
¿Qué sintieron con el regreso de Sah?
¿Qué lo qué con Henry?
¿Qué opinan de lo que se reveló de Draco? ¿Teorías?
¿Qué creen que pasará ahora?
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