Capítulo 37: Saltamontes
El edit de arriba tiene en cada imagen un elemento de la vestimenta de Leiah en este capítulo, espero les guste.
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—¡Es malditamente buena! —exclamó el asesino de piel trigueña, ojos verdosos, torso tatuado y rizos color caramelo, húmedos por el sudor. Ares. Ese fue el nombre que le dieron las estrellas el día que, junto a su hermano, nació.
Su exclamación iba dirigida a Orión cuando este se acercó al establo donde Leiah cabalgaba.
Iba sobre un purasangre blanco de crin plateada, ataviada con un vestido negro de manga larga, escote profundo y laterales descubiertos, unidos solo por dos ligas negras que la rodeaban como un cinturón. Su capa ondeaba en el viento como un estandarte mientras Leiah tensaba su arco y disparaba sus flechas a los distintos blancos en el camino. Siempre acertaba a la diana, como si la punta de la flecha y el centro del objetivo estuviesen destinados.
Gracias a los escotes a ambos lados de su falda, ella podía ir sentada con las piernas a ambos lados. En una de ellas tenía el carcaj con las flechas. Su mano viajó hasta ahí, y lo siguiente que sintió Orión fue el roce a su mejilla y el silbido de la flecha alejándose tras su cabeza.
—Y simpática, sin duda —añadió Orión, tocando el roce en su mejilla.
—No sabía que estaba aquí para caerte bien —dijo Leiah bajando del caballo con el carcaj al hombro.
—Ni yo que para matarme.
—Eso todavía está en consideración.
Orión torció los ojos y se volvió hacia Ares.
—¿Te ha dado problemas?
—¿Problemas? —Ares bufó y clavó una espada súper delgada en el césped. Se apoyó de la empuñadura y sacudió sus rizos para apartarlo de sus ojos—. Si todavía no le enseño nada. No sé quién habrá sido su mentor en Ara, pero sin duda fue excelente.
—No la soporto, es tan insensible...
—¿Disculpa?
Leiah, quien claramente había escuchado el comentario de Orión porque estaba justo a su lado, agachada para sacarse una paja del calzado, lo amedrentó con una mirada desde abajo, a pesar de que en esa posición él se veía más enorme de lo usual.
Orión, quien parecía irradiar un ánimo renovado, le pasó el brazo por los hombros a Ares y lo estrechó.
—¿No lo ves? Le has arruinado a Ares la fantasía de sus sueños. Ya no podrá pararse detrás de ti y agarrarte los brazos mientras te enseña la posición correcta para lanzar.
Leiah torció los ojos y se giró como si quisiera ir de vuelta al caballo, pero mordía con fuerza sus labios.
Orión no la vería reír, o sonreír, jamás. Eso se juró. A menos que fuese un gesto de malicia.
—Estoy comprometida, animales —les recordó ella rumbo al caballo—. No olviden eso.
—Ya, a ver cómo se lo haces saber a él —comentó Ares.
Leiah volteó a tiempo para ver cómo Orión negaba con su cabeza y miraba a Ares con reproche.
—¿Qué? —exigió ella—. ¿Qué quiso decir?
—Nada, se cayó de la cuna de pequeño. Y se lanzó, también. —Orión zanjó el tema así de fácil y se volvió hacia Ares—. ¿Con la espada qué tal te va?
—Ni la ha tocado.
—Eso es porque se me da horrible. Su peso y yo no nos llevamos bien. Pero…
Leiah metió en la mano por la abertura de su falda, accediendo al liguero que tenía sujeta su daga y la lanzó en dirección a Orión, clavándola en
el centro del blanco que tenía detrás.
—Tengo buena puntería. ¿Eso lo compensa, no?
—No me importa con qué creas que lo compensas: entrena con Saltamontes. Pesa como una pluma.
—Dime que no le pusiste Saltamontes a tu espada —rogó Leiah.
—No. Fue Ares. Y no es mía, es tuya ahora.
—Hey, yo no le puse Saltamontes a nada... —discutió Ares, aunque al ver cómo Orión fruncía el ceño en su dirección pareció pensarlo mejor—. ¿Saben qué? Creo que ya recuerdo haberlo hecho.
—Da igual quién le puso el maldito nombre, vas a entrenar con ella —zanjó Orión, obstinado—. Y la llamarás Saltamontes.
—Y luego la simpática soy yo.
—Sus encantos son contagiosos, madame.
Como Leiah no parecía dispuesta a volver a dirigirle la palabra a Orión, y este no parecía tener nada nuevo para decir, Ares tomó el control de la situación y desclavó a Saltamontes del césped.
—¿Entonces qué? ¿Seguimos con la espada? —preguntó Ares.
Orión escrutó a Leiah con el ceño fruncido antes de tomar una decisión. Él le había dado la opción de escoger qué quería que Ares hurtara de la mansión Sagitar y ella abogó por su ropa, y ahora Orión entendía por qué.
Cada uno de sus accesorios era un lenguaje, la representaba como una segunda piel. Su cabello apenas le llegaba a los hombros, la cabeza rodeada por una especie de diadema con el adorno de una luna sobre su frente. En su cuello una gargantilla gruesa, hecha por completo de plata con constelaciones talladas a cada centímetro; de ella colgaban otros dos collares, diminutas cadenas con astros como colgantes. Caían dentro de su escote como si hubiesen sido hechos para el, combinados a la perfección con los largos zarcillos de sus orejas.
—Está bien por hoy —finalizó Orión dirigiéndose a Ares—. Déjanos solos.
—No tan solos —advirtió Ares, señalando a Leiah con la punta de Saltamontes—. Estaré cerca por si a la niña se le ocurre clavarte algo en la otra mano.
—Buen plan, ladronzuelo.
Ares se detuvo en seco, Orión a mitad de una risa reprimida.
El joven Circinus sopesó la idea de debatirse en una pelea con Orión, pero después de pensarlo mucho mejor... Decidió que era un plan maravilloso.
Le saltó encima a la espalda, rodeando su cuello con sus brazos, lo que mutó la risa de Orión en una especie de tos, pero no la hizo menguar.
Ares apretó fuerte, con su pose sorprendentemente estable, sus rodillas contra la gran espalda de Orión, presionando para mantener el equilibrio mientras el caballero decía con la voz entrecortada:
—Bájate, sanguijuela.
—Quiero que digas «Ares, eres el mejor puto asesino de Áragog. Te respeto. No eres ningún ladronzuelo».
Orión río más fuerte, y Leiah tuvo que taparse la boca para no acompañarlo. Se veían patéticos.
«¿Estos son mis temibles secuestradores?».
—Eres un bebé —dijo Orión a Ares, y se lanzó con fuerza de espalda contra el suelo.
Pero Ares era ágil y veloz, previó el movimiento de Orión desde antes y se soltó para escabullirse entre sus piernas, dejando que el caballero recibiera todo el impacto de la caída contra el suelo.
Y seguía riendo, incluso más fuerte.
Ares recuperó a Saltamontes y señaló con ella al caballero, que se veía tan cómodamente sobre el césped, riendo con el sol saludando su rostro.
—Estás acabado, Enif.
—Acábame est... —Pero, luego de darle un vistazo a Leiah, quien disimuló desinterés subiendo a su caballo, Orión prefirió dejar el resto del comentario a imaginación del asesino, quien ya se marchaba con una sonrisa de oreja a oreja.
Para ese momento Leiah ya estaba montada en el caballo y se acercó a Orión, mirándole desde arriba.
—Dame un motivo para no agarrar el caballo y escapar.
Orión alzó los ojos al cielo como si pidiera clemencia. Él solo quería disfrutar de su momento tirado en el césped sin preocuparse por un caballo y el temperamento de Leiah.
Puso las manos bajo su nuca y cruzó una pierna sobre su rodilla flexionada, decidiendo que de todos modos se relajaría.
—Si le silbo te va a lanzar de la silla, Leiah.
Orión por primera vez veía a Leiah desde abajo. Pensó que, ella sentada en el caballo, erguida y con el sol a contraluz, casi parecía una regente sobrenatural digna de enmarcar y hacerle una biblia entera para adorarla.
—Orión, en ningún momento he querido fingir que te soporto, y eso tiene una sencilla explicación: te respeto lo suficiente para no creer que serías tan fácil de engañar —empezó a decir Leiah—. No te pido una reverencia, pero tampoco te costaría esforzarte un poco más con tus mentiras...
Orión puso los ojos en blanco y le silbó al caballo, quien se levantó sobre sus cuartos traseros, haciendo que Leiah se deslizara de su montura y cayera. Orión, previendo esto, se lanzó a atraparla. Los fuertes brazos del cazador no permitieron que tocara el piso ni se lastimara, rodeando sus piernas sin muestra de esfuerzo. La cabeza de ella y sus brazos quedaron colgando, su cabello rozando los zapatos de Orión ahora que este estaba de pie.
Leiah empezó un balanceo para que su rostro mirara en dirección a Orión y poder dirigirle todo su odio en una mirada.
—Orión, si te tengo que pedir que me sueltes…
Él le guiñó un ojo antes de hacer exactamente lo que ella insinuó.
Leiah se desplomó en el piso, su falda y capa cubriéndola por todos lados. De su boca emitía un sonido gutural, un gruñido casi animal.
Orión se agachó y acercó el oído hasta el rostro de ella cubierto por la capa.
—Suenas como si estuvieras dando a luz a un sirio.
—No me tientes, Orión Enif, tengo una maldita vena explosiva y tú la tienes a punto de detonar con solo respirar cerca de mí.
—¿Saben sus admiradores que está loca, madame? Tal vez deberían darle el papel de It uno de estos días.
Leiah bufó y se sentó, sacudiéndose todo el estropicio de telas de encima.
—Puedo ser amable. De hecho, suelo ser una dulzura incluso cuando no es espontáneo. Pero usted hostiga hasta mis pensamientos, sir, así que amablemente váyase a la mierda.
Orión se sentó frente a ella con las piernas cruzadas. Pasaron un rato en silencio durante el que él la escrutaba con la cabeza ligeramente ladeada y una mirada extraña.
Ella frunció el ceño hasta que sus cejas casi se tocaron y espetó:
—¿Qué?
Él acercó su mano hacia ella, quien la miraba como si fuese un bicho. Cuando la tuvo muy cerca de su cara, ella la apartó de un manotazo.
—No me toques.
Él puso los ojos en blanco y a la vez cerró los párpados con una intensidad que le hizo brotar una vena en la frente.
Respiró, luego llevó la mano mucho más rápido hacia ella, tanto que no tuvo tiempo de detenerlo y él le arrancó un montón de paja que tenía enredada en el adorno de su frente.
—¡¿Qué sirios haces?! ¿Tienes una especie de retraso mental?
—Tenías un nido en la cabeza, Leiah. De nada —añadió desmenuzando la paja entre sus dedos.
—¿Y eso es tu problema? ¿Te estaba haciendo daño ese nido ahí?
—A mis ojos, sí.
—Sobreviviste a las minas de Cráter pero te hace daño ver paja en mi cabello. Eres un criminal impresionante, Orión Enif. Jamás te olvidaré —se burló ella.
—¿Qué pasión tienes con decir mi nombre completo?
—Soy actriz, animal.
—¿Y?
—El drama es mi razón de ser.
—Vaya loca con la que me tocó trabajar.
—Ah, ¿es que estamos trabajando?
—Justo ahora solo perdemos el tiempo. —Orión se puso de pie y miró a Leiah desde arriba—. Me ofrecería a levantarte, pero tienes las manos llenas de mierda.
Leiah se miró las palmas horrorizadas, comprobando que estaban limpias. Orión se alejó conteniendo una carcajada.
—Animal —musitó Leiah levantándose para seguirlo.
—Hagamos un trato —sugirió Orión apenas Leiah lo alcanzó en su caminata.
—Libérame —ofreció Leiah de inmediato.
—Pensé que habías dicho que me tenías un mínimo de respeto. ¿Qué haces pidiendo cosas que sabes que no te daré?
—Mentí —respondió y se encogió de hombros—. O tal vez no, tal vez solo me divierto incordiándote.
—Madame, sin pretenderlo acaba de alegrar mi semana entera. Estamos progresando si ya encuentras algo de todo esto divertido.
—Deja de llamarme madame, voy a agarrarle asco al título.
—Como usted ordene, madame.
Leiah cerró los ojos con fuerza y pidió clemencia al cielo para sus nervios.
Tenía que respirar. Había la posibilidad de un trato, el momento justo para proponer el detalle con respecto a Draco. Así que le siguió la corriente.
—¿Qué trato quieres?
—Te voy a responder todas las dudas que tengas.
—A cambio de…
—Tu pacífica e irrevocable colaboración.
—Pues «irrevocable» es una palabra grande y de mucho calibre.
—Grande y de mucho calibre tengo... —Orión tarde recordó con quién estaba hablando, que justo lo miraba con los ojos abiertos de espanto—. Mi paciencia. Cerca de ti.
—Dime que no ibas a decir lo que pensé que dirías, por favor, porque...
—Madame, no soy responsable de sus pensamientos.
Ella soltó una especie de risa y bufido y negó con la cabeza.
—Hombres.
—Actrices.
—¿Qué tienes contra las actrices?
Leiah se esforzaba por llevar sus pies a la altura de Orión, quien a pesar de que iba tranquilo, como disfrutando el paseo, daba pasos más grandes. Sin embargo, él notó que incluso caminando entre paja y hierva, con la capa todavía llena de hojas y el cabello despeinado, Leiah mantenía un porte que les serviría de mucho en el futuro.
—Nada —respondió él—. Eres la primera que conozco.
—¿Juzgas a todas por tu veredicto sobre mí?
—Tú haces lo mismo, ¿no?
—No. Yo sí conozco a otros hombres.
Orión le lanzó una mirada inquisitiva de soslayo.
—Nombra uno.
—Draco.
—Confirmo: soy el único hombre que conoces.
—¿Cuál es tu problema con él?
—Nada. ¿Dónde nos quedamos? Ah, sí: el trato. Te digo lo que quieras a cambio de tu colaboración.
—Pensé que ya estaba colaborando.
—-Ese entrenamiento es un juego, Leiah. Te necesito entera para lo que viene.
—Pues entera, «entera», no me vas a tener, pero entiendo el punto.
—Luego yo soy el animal.
—Sacas lo peor de mí.
—Esa es la idea. —Orión se detuvo de repente—. Haz tu pregunta.
—A ver… —Ella se detuvo también justo al frente—. ¿Veré a Draco en algún momento cercano?
—Sí. Volverás con él y si te place pueden crear su hermoso imperio de amor en su castillo en Hydra, pero antes necesito confiar en que no vas a contarle nada de esto.
—Confirmo mis sospechas de que has de tener un retraso mental. No le voy a ocultar una cosa así a Draco, así que más te vale vigilarme bien.
—Leiah, si le cuentas a alguien más, sea quien sea, nos estarás poniendo en peligro a todos. Y no me refiero a Ares y a mí, me refiero a todos.
—Y luego la dramática soy yo.
—Estoy hablando en serio.
—Como digas. Tengo otra pregunta. ¿Cómo conseguiste de aliado al asesino del rey? Ya sé que tienes dinero, pero… Por las tetas de Ara, él es el rey.
—¿Recuerdas que te dije que no confiaba en nadie?
—Desde luego, fue hace un segundo.
—Pues te mentí. En alguien sí confío, ciegamente. Y es en Ares. Lo que no significa que no crea que puede cometer estupideces. Simplemente… Si alguien comparte mis… motivaciones, ese es él.
—Una respuesta evasiva, pero la aceptaré. Ahora, dime qué sigue. Cuál es tu plan. Dónde y cuándo entro yo.
—Creo que sería mejor que nos sentemos.
—¿No se escaparán los caballos?
—¿Quieres ir a vigilarlos?
«Con un no bastaba, sir Odioso», pensó Leiah, pero se lo guardó para ella.
Orión, viendo que ella no tenía intensión de sentarse, tomó un mini saco que tenía atado a su cinturón. En su interior solo había una esquirla del tamaño de un pulgar.
Leiah frunció el ceño al verlo. No parecía más que un diente de alguna criatura marina. ¿Qué tenía eso que ver con ella?
—¿Y eso es…?
—Un hueso.
—¿Y qué quieres que haga con él?
—Por ahora, que lo tomes.
Leiah entornó los ojos con desconfianza. Aquel hombre la secuestró, la tenía retenida sin explicación, lo vio jugar con Sagitar en su propio territorio, infiltrarse en la mansión, comprar sus guardias y matar a los demás... Todavía no le había hecho daño, y no mostraba intenciones de matarla, pero, ¿y si había algo más? ¿Y si quería algo más turbio que solo su vida?
Pero... Algo en él se sentía honesto. En especial cuando hablaba de su causa, del odio, de la venganza. Cuando reía con Ares, cuando insistía en que no tenía tiempo, cuando cedía, cuando era paciente, incluso cuando no lo era... Leiah decidió que no haría daño que extendiera la mano hacia él, y así hizo, aceptando que le dejara la esquirla sobre la palma abierta.
Al primer contacto su piel se erizó, su palma sentía las pulsaciones, como si el hueso estuviese vivo, con un corazón diminuto y agonizante dentro.
—¿Y ahora...? —musitó ella con la vista perdida.
—¿Sientes algo?
El segundo que Leiah guardó en silencio fue suficiente para Orión.
—Recíbelo.
-—Pero… ¿Cómo…?
—Los fenómenos de la existencia no necesitan explicación, Leiah. Solo hazlo.
No sin cierta aprensión, Leiah silenció las reservas de su corazón y dejó entrar eso que parecía comunicarse con su piel.
Un grito agudo lastimó el silencio. Agudo, penetrante y atormentado como aquellos que se describen en los relatos de horror.
Leiah se desplomó de rodillas, todavía chillando, con las manos en la cabeza mientras negaba presa de la desesperación.
Orión corrió hacia ella y se hincó a su lado. La tomó por los brazos pero ella se sacudía entre sollozos. No quería que la tocara.
—Por favor, haz que pare… —rogó ella, y Orión se llevó la mano a la boca, con el corazón lastimado, y sorbió por la nariz.
Buscó entre la paja el fragmento del hueso que Leiah había tirado y se lanzó hacia ella, tomándola de la mano con fuerza, la esquirla entre sus manos.
Entonces Leiah devolvió todo el resplandor que había poseído su cuerpo, y se desplomó jadeando como si hubiese corrido por todo el establo.
Él puso su mano en la parte posterior de la cabeza de ella y le hizo mirarle.
—¿Te dolió? —preguntó con la voz más ronca que de costumbre.
Ella negó con la cabeza. No le importó que las lágrimas rodaran por sus mejillas a raudales, porque él también lloraba, pero en silencio.
—¿Está… sufriendo?
La voz de Orión se quebró a mitad de esa pregunta y tuvo que desviar su rostro. Enrojecido desde la coronilla hasta el cuello, estaba perdiendo la batalla contra los sollozos represados en su garganta.
Leiah volvió a negar, sus párpados apretados con fuerza, su boca empapada de lágrimas.
—¿Es su cosmo? —preguntó ella en un hilo de voz.
Él sorbió por la nariz y asintió.
—Ella… —empezó a decir Leiah y apretó con más fuerza su mano, el punto donde ambos se unían en aquel pesar—. No hubo ningún dolor físico, es solo que… No estaba preparada, debiste decirme... Ella… Por Ara, ella te amaba muchísimo.
Orión no pudo soportarlo más. La soltó, le dio la espalda y se alejó. Rogaba, a todas las deidades de las que alguna vez escuchó hablar, Cassio incluida, que Leiah aprovechara el momento y le atravesara a traición con una flecha.
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Nota:
Un capítulo fuertecito de emociones, pero ya ustedes saben cómo yo soy jaja.
¿Qué les pareció? ¿Qué sintieron al ver a Ares y cómo Leiah se está llevando con nuestros amores?
Dejen sus teorías sobre el final del capítulo y lo que viene.
Podría subir otro capítulo mañana si los veo entusiasmados comentando.
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