Capítulo 31: Tenemos que hablar
Cuando Leiah abrió los ojos esa mañana, tenía la cama llena de postres y aperitivos tan exóticos como elaborados.
Ella fue al despacho de Draco pero no lo encontró ahí, así que fue a su biblioteca privada para conseguirse con el hombre sentado en un sillón, leyendo junto al fuego por enésima vez El retrato de Dorian Gray y en la mano una barra de nueces y frutas confitadas a medio comer.
Haciendo memoria, Leiah volvió a esa parte de la vida que compartieron cuando no eran más que amigos que se negaban a reconocerlo, cuando él le dejaba leer en su biblioteca, y se sentaba en silencio al otro extremo sin incordiarla. Ni hablarle. Ni tocarla.
Jamás intentó nada. Jamás invadió su espacio.
Siempre fue silencios lo que compartieron en aquel lugar, algo que pasó a convertirse en su signo de paz y confianza.
—Tú en serio me quieres engordar —dijo Leiah por todo saludo.
—Buen día para usted también, madame —saludó Draco sin despegar los ojos de su libro.
—No puedes despertarme así todas las mañanas.
—¿Cómo?
—¡Con tanta comida!
—No lo haré. —Entonces cerró el libro y levantó la mirada para fijarla en la de su prometida—. Algunas mañanas tú serás mi desayuno.
—Esa no es manera de hablarle a la actriz que representas, Sagitar. Es muy poco profesional de tu parte.
Draco dejó el libro en el sillón y se acercó para abrazar a Leiah y besarla con la lentitud de quien necesita una eternidad para saciarse.
—Por suerte, voy a casarme con mi reina, ella sabrá disculpar mis deslices éticos.
—¿Eso crees? —La actriz lo miró con expresión escéptica—. Tal vez te condene.
—Condenado ya estoy, Leiah. A ti.
Ella lo golpeó en el hombro para que dejara de decirle esas cosas.
—No veo justo de tu parte que me embriagues con palabras para cuya resaca no estoy preparada.
—¿Debo sentirme arrepentido por ello? No soy tu caballero, no estoy aquí para hacerte justicia. Soy un tirano; a tu servicio, sí, pero tengo un objetivo bastante egoísta además de ese.
Leiah se cruzó de brazos y escrutó con la mirada a Draco antes de decir:
—Ilumíname.
—Derretir los muros de tu corazón.
Leiah sonrió con ternura teatral.
—Es lindo verte intentarlo.
Y a pesar de sus palabras, de que debieron desalentar a Draco, este se veía más radiante que nunca al decir:
—Cuando puedas decir eso sin que tu pulso grite a través de tu cuello, perderé la esperanza. —Le dio un beso en la mejilla—. ¿Cómo sigues luego del susto?
—No fue nada. El ladrón era un novato, sin duda. Se dejó descubrir. Si no hubiese abierto la boca...
Leiah se calló. No le había comentado a nadie lo que le escuchó decir al intruso, puesto que no tenía sentido. Pero él había sonado tan... devoto, convencido... Durante la noche, incluso sintió que lo había soñado, porque la voz se repitió una y diez veces en sus pesadillas. Alas incendiadas, y un rugido que la llamaba desde las cenizas. Por desgracia tuvo que despertar y entender que no fue solo un sueño. El ladrón estuvo ahí.
«Aquía».
No lograba sacarse su voz de la cabeza.
—Eso me preocupa mucho más —añadió Draco, quien tenía cierto recelo tatuado en la mirada. No le había pasado por alto la vacilación de Leiah y la manera en que su rostro se ensombrecía. Algo no le estaba contando—. Si era un novato... Logró burlar toda la seguridad que dispuse para ti. Cada una de ellas. Y entró a tu cuarto, contigo durmiendo ahí... Para luego descubrirse así y escapar solo con los cálices. Había cosas de mayor valor en esa habitación: tú, por ejemplo.
—Tal vez se llevó los cálices porque ya lo había descubierto y tenía que huir con lo que tuviera a la mano.
—Sí. —Draco siguió mirando a Leiah, su ceño fruncido—. Tal vez.
—¿Qué te preocupa?
—Que vuelva. Que existan... rumores de lo que estamos planeando y otro quiera utilizarte. Que la próxima vez quieran más que baratijas...
—Pusiste guardias en mi balcón, doblaste la seguridad en los pasillos. No hay nada qué temer.
—Sí. Tienes razón.
—Además, permíteme poner en duda que alguien haya descubierto lo que tenemos planeados. Es un secreto tan bien guardado que ni yo misma sé cómo piensas llevarlo a cabo. ¿Cuándo piensas contarme?
—Hoy.
Leiah arqueó una de sus cejas visiblemente sorprendida.
—¿En serio?
—Luego de que nos ocupemos de otro asunto.
—¿Qué asunto?
—Ya lo sabrás.
Leiah no quería insistir al respecto, confiaba en que Draco le contaría todo en su momento y tenía otras cosas inmediatas en mente.
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La pareja estaba tirada sobre un campo de margaritas en el jardín de la mansión Sagitar, Leiah degustando parte del desayuno que le había dejado Draco, y él devorando con avidez lo demás.
—¿Preparaste todo esto por tu propia voluntad? —preguntó Draco metiéndose un durazno casi entero a la boca.
—Me sobreestimas —contestó Leiah mirando a Draco con ansias de negar con la cabeza— y difamas mi holgazanería. Solo tomé el desayuno que tú mismo me dejaste y pedí a algunos guardias que organizaran el lugar para los dos.
—No se preocupe, mi reina, por el bien de su reputación jamás me atrevería a revelar que existe un resquicio de debilidad en su férrea compostura, y que aquel punto en donde su infame corazón se ablanda soy yo, y el querer verme feliz.
Leiah bufó y se dejó caer acostada en el manto de flores.
—¿Esto lo hace feliz? —Ella negó con decepción—. Entonces me temo que he desperdiciado mis talentos con usted. No esperaba que fuese tan fácil. Entonces, me temo, que esto... —Sacó un
sobre de la canasta de frutas— ya no hará falta.
—Me declaro ofendido. Soy fácil, no imbécil. Con poco puede hacerme feliz pero eso no implica que estaré satisfecho. —Le quitó el sobre de las manos y se sentó a su lado—. Así que no se preocupe, que cada detalle cuenta para contribuir a la utopía de que algún día podría saciarme de usted.
—Lo voy a lograr.
—Tal vez, pero te tomará una vida.
Draco se acostó sobre el regazo de Leiah y sacó de dentro del sobre un dibujo de él en su despacho, leyendo.
—Esto... esto no es nuevo.
—No, no lo es —concedió Leiah, quien empezaba a acariciar distraída el cabello de su prometido—. Es de antes de que fuéramos al torneo, cuando... empezaba nuestra amistad. Tú me dejabas leer por horas, incluso noches enteras, en tu biblioteca. A veces nos tocaba compartirla, y luego de un tiempo de esa familiaridad, comencé a sentirme segura de dibujar en tu presencia.
—Lo sé, pero pensé que dibujabas... Cualquier otra cosa.
—Lo hacía. Al principio. Pero, aunque a mi ego y vanidad le cueste admitirlo, siempre me has parecido atractivo, pero nunca como cuando estás enfocado leyendo. Tu concentración te
traslada, aunque tu rostro está muy consciente de su lectura. Nunca dejas de fruncir el ceño, tus ojos se entornan... una de tus cejas se arquea... tus labios se convierten en una línea torcida y tus
dedos siempre están demasiado cerca de tu quijada.
—Por las sagradas tetas de Ara, eres aterradora.
Leiah rio halagada antes de añadir:
—Pero tú no. Estaba acostumbrada a nuestros silencios, a la tranquilidad que me transmitía estar en ese lugar... en paz. Jamás me había sentido así con un hombre cerca, y eso es porque
tú me respetaste como ninguno. No hablabas si yo no tenía nada que preguntar. Jamás te acercaste más que para buscar un nuevo libro, nunca me tocaste o rozaste de ninguna forma.
Respetaste mi espacio. De hecho, me diste uno.
Draco sonrió tanto, que terminó llevándose el brazo a los ojos del color de la ceniza, rayados como los de un gato, así que Leiah solo podía ver su radiante sonrisa.
—Y, como El retrato de Dorian Gray significa tanto para nosotros, intuí que podría gustarte tener tu propio retrato. No es excelente, ni fiel, porque acostumbro a bocetear diseños de vestuario, no rostros. Pero es un aproximado a como yo te veo, y dudo que exista nadie que te venere de
esa forma. Así que Dorian Gray tendría que envidiarte, y no al contrario.
—Oh, definitivamente él es quien tiene que envidiarme, y no solo el retrato.
Luego de esa charla pasaron un rato disfrutando el silencio junto al resto de la comida. El lugar era idóneo para ello, pues el viento levantaba el aroma cítrico de los pétalos de girasol de Hydra y el sol blanco iluminaba lo justo para que la pareja descansara en comodidad.
A Leiah le gustaba ese sol. No era amante del calor que una vez conoció en Cetus. De hecho, aunque a Draco le pareciera tan artificial, a ella realmente le gustaba Ara. Tal vez porque ahí comenzaba su imperio.
—Estuve pensando en lo que me dijiste —señaló Draco.
—Te he dicho tanto, y de tantas maneras distintas, que no tengo idea de a qué te refieres.
Draco se incorporó, levantándose del regazo de Leiah para mirarla a la cara.
—Me refiero a cuando me llamaste dragón. Mandaste a la mierda a sagitario y me hiciste replantearme muchas cosas.
—Esto se pone interesante. Cuéntame, ¿a qué conclusiones apasionantes has llegado gracias a eso?
—He pasado toda mi vida frustrado porque en mi familia todos los hombres son cosmos, pero yo no. No es un tabú entre los Sagitar el poder de las estrellas. De hecho, me atrevería a decir que somos de las familias que más conocen del tema por el mismo hecho de que no
renegamos de él. Lo aceptamos, observamos y comparamos con la finalidad de estudio a lo largo de los años de nuestra procedencia. Y aunque siempre han existido excepciones, la
mayoría con nuestro apellido es un Cosmo.
—Pero... ¿tú no?
—No. Al menos eso creía. Pero... ¿y si tú tienes razón? ¿Y si todo este tiempo he estado buscando identificarme con mi apellido, cuando mi poder no tiene nada que ver con él sino con el nombre que me dieron las estrellas? ¿Y si es Draco quien me escogió?
Leiah se incorporó de golpe y le preguntó con apremio a Draco:
—¿Ya lo intentaste?
—Por supuesto.
Ella suspiró. El viento metía su cabello en su boca y lo interponía entre sus ojos, así que estuvo peinándose con sus manos mientras hablaba.
—No suenas muy animado, así que... ¿tengo que concluir que no sucedió nada?
—No... Nada.
Pero no sonaba muy convencido, y eso Leiah lo detectó al momento.
—Cuéntame.
Draco se mordió los labios antes de hablar.
—Es que... Creo que sentí algo, pero es como si estuviese atrapado, o no estuviésemos familiarizados y tuviera miedo de acercarse a mí, porque somos desconocidos. Pero, ¿y si no es
cierto? ¿Y si creo que sentí algo pero solo porque quiero sentirlo? No lo sé. La mente humana es de las torturas más corrosivas, y de la que es más difícil escapar.
—No te tortures. —Leiah llevó una mano al hombro de él para acariciarlo de manera confortable—. Ten paciencia. Imagino que debe ser algo complicado, como aprender hablar en la vejez. Pero no es imposible. Y no creo que estés imaginando nada. Creo que ahí hay algo,
solo tienes que... reconciliarte con eso. Al final de cuentas, debe estar herido. Lo has ignorado por años.
—¿Y tú?
Leiah frunció el ceño.
—¿Yo qué?
—Dijiste «imagino». ¿No eres un cosmo?
—Ah, no. Estoy segura de eso.
—¿Cómo?
—Desde que sé que existen he intentado conectar con mi constelación de alguna forma, pero no sucedió. Nada. No hay diferencia alguna con el resto de las estrellas más que el patético
sentimiento de pertenencia, porque es quien me nombra. Pero si Leo fue quien escribió mi destino déjame asegurarte que no me creyó digna de portar su poder.
Draco negaba con determinación.
—No puedo creer eso.
Leiah, apartándose el cabello de la cara, puso los ojos en blanco.
—¿Por qué?
—Porque me cuesta creer que seas humana.
—Es lo que hay, lamento decepcionarte.
—No me decepcionas, me impresionas. Y también me haces trizas el autoestima, pero ese es otro tema. No necesitas la fuerza del universo, el puto universo desearía tener la tuya.
°°°°
Primera parte del capítulo.
Bienvenidos al maratón de Vencida.
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