Capítulo 27: La traición del milenio

Zaniah acababa de dejar a la chica moribunda a la que maltrataron a las afueras de la mansión, en manos del sanador más alabado entre los manipuladores del arte de la vida y la salud de la Capital; y apenas la debutante a actriz volvió a la mansión de Sagitar, se encontró con Leiah que la esperaba sentada en el vestíbulo junto a la chimenea.

—¿La chica estará bien? —inquirió la actriz estrella sin preámbulos ni formalidades.

—Se llama Andrè —repuso Zaniah a la pregunta de su hermana de Lady Bird.

—Le he salvado la vida —repuso Leiah con hostilidad, levantándose—, dudo que le importe por qué nombre la llame.

—Agoniza —explicó Zaniah, quitándose los guantes blancos manchados de borrones carmesí, como si se hubiese dibujado sobre ellos con acuarela.

Por debajo, tenía las manos manchadas de la sangre de la chica, los codos llenos de costras ya seca y en el interior de sus uñas una línea roja que lucharía por borrar durante largas horas de lavado.

—No sé nada más —añadió mientras arrojaba los guantes al fuego—. El sanador no nos dijo mucho, solo que haría lo que estuviese a su alcance. Y sí, insistí en que debía hacer hasta lo que no estuviera.

Leiah no podía dejar de mirar a su hermana, sintiendo como si de nuevo estuvieran en Lady Bird, compitiendo por un lugar en la pizarra. Se rebajó a sí misma al compararse a la voluminosa cascada de fuego que caía sobre las anchas caderas de Zaniah mientras se inclinaba sobre la chimenea, adornada en la coronilla por un cintillo de hojas doradas como las hadas de un cuento ilustrado. Se fijó en las curvas de su cuerpo, en la manera en que se estrechaba y ensachaba en los lugares indicados para hacer de su silueta una encrucijada a la vista. Leiah miró esos labios, del rojo más fresco, con el volumen y el arco indicado para convertirlos en codicia; y sus ojos que que parecían cuestionarlo todo a su alrededor, pero que una vez caías en el hechizo de su contacto visual, no podrías dejar de mirarlos.

La Vendida más cara de Lady Bird, una mujer de belleza insólita, fabricada por el nepotismo, pero innegable.

Y Leiah se sintió tan, pero tan molesta, que tuvo el impulso de arrancarle el cabello mechón por mechón. Si estuvieran todavía en Lady Bird, lo habría hecho.

—Draco ha dejado caer el comentario de que no puede verte —soltó Leiah sin contemplaciones, como un reclamo a su invitada—. Como comprenderás, quiero, y merezco, saber el porqué.

—¿Draco? —El rostro de Zaniah delataba su confusión. Era evidente que no esperaba aquel desvío en el tema—. ¿El señor de la mansión? ¿Tu ex prometido?

—El mismo —zanjó Leiah con brusquedad—. ¿Qué ha pasado entre ustedes como para llevarlos a este punto? ¿Qué hace que él no pueda verte?

—Yo... —Entonces la pelirroja se veía todavía más conmocionada, tratando de decidir a toda prisa qué contestar—. No lo sé, las veces que hemos coincidido ni siquiera intercambiamos más que un saludo...

—¿Ni una vez?

—Jamás —reafirmó Zaniah, indignada por que se pusiera en duda su palabra—. No me digas que... ¿el compromiso no acabó por nada relacionado a este tema, no? Espero no tener que ver en...

—Háblame de tus poderes.

Un segundo. Un segundo de más tardó Zaniah en contestar, pero fue vacilación suficiente para Leiah.

—No sé de qué me hablas.

—Mentirosa.

Zaniah apretó los labios, su rostro contraído de cólera, pero no discutió.

—Habla —insistió Leiah.

—¡Es que no sé qué decirte! —exclamó Zaniah alzando los brazos, obstinada.

—Porque no lo controlas —concluyó la actriz. Ni siquiera estaba esperando una confirmación.

—Puedes verlo así si quieres.

—¿Y cómo lo ves tú?

Le pelirroja se cruzó de brazos y miró al otro lado del vestíbulo, huyendo al contacto visual.

—No lo sé. No he hablado nunca con nadie sobre esto.

—Entonces será mejor que pidas una botella, porque tendremos una larga noche hasta que este tema quede por completo desglosado.

—No, Leiah. Será breve. Porque lo que sea que me pasa ni yo lo comprendo, ni siquiera sé si puede llamársele «poderes».

—Bien, entonces cuéntame qué te pasa.

—Es que... A veces... Sirios, Leiah, no estoy segura. —Se llevó las manos a la cabeza con desesperación, estaba muy fuera de su zona de comodidad y no encontraba cómo continuar explicando algo que ni ella misma comprendía—. No sé qué tanto imagino y qué tanto en serio estoy provocando yo.

—Haz un intento.

—Bueno... A veces me doy cuenta de que los hombres me miran mucho.

Leiah, irritada e incrédula, tomando la declaración de la ex aprendiz de Preparadora como falsa modestia y sutil alardeo, la miró con una ceja arqueada y expresión inquisitiva.

—¿Eso es anormal?

—Tal vez —contestó Zaniah—. Siento que no pueden dejar de mirarme. Y a veces, cuando me siento muy, muy, incómoda por cómo me miran... les hago daño. No sé si es cierto, pero siento que les infrinjo dolor, y aún así no pueden dejar de verme.

—¿Alguna vez lo has hecho de forma intencional?

—¿Hacerlos sufrir?

—Que te miren —repuso la actriz estrella con un matiz de rencor que ni ella misma llegaba a explicarse. Solo sabía que estaba invadida por una aversión inusual y desmesurada hacia su hermana, tal vez porque esperaba poder culparla de alguna forma de lo inferior que la hacía sentir.

—Yo... a veces lo intento, solo para probar que no es algo de mi cabeza.

—¿Y funciona?

—Eso creo. O puede que esté muy loca. ¿Draco sabe lo que me pasa? ¿Puedes preguntar...?

—Señor Sagitar para ti, Zaniah. Y sí, le preguntaré.

—¿Puedo seguir quedándome en la mansión o...?

—Claro que puedes, y espero de ti que lo hagas. No te crucificaré por ser diferente, ni te condenaré por mis celos... mientras sean infundados.

—Te aseguro que no tienes de qué preocuparte.

—Lo sé —mintió madame, más para sí misma—. Quédate el tiempo que quieras, no solo el que necesites.

—Será solo mientras esté en la Capital, buscaré alguna propiedad luego en Cetus...

—Ah, no. No te irás de aquí.

Leiah ya empezaba a girarse, como si en ese punto hubiese muerto la conversación, pero a Zaniah todavía le faltaban respuestas, así que dijo:

—No estoy entendiendo nada.

—No puedes salir de la Capital, Zaniah. Te necesito conmigo.

—¿Otra obra?

—No.

—¿Entonces...?

—Mi boda.

☆•☆•☆

Leiah de Lady Bird, actriz estrella de Ara, la Vendida sin dueño e infame madame puta, todavía combatía el sentimiento de que algo le faltaba a pesar de su éxito, y entonces más que nunca. Porque era cierto. Algo le faltaba: respuestas.

Así que buscó a Draco por toda la mansión hasta conseguirlo en el balcón de su alcoba privada, con las manos en el barandal y la vista en el sol blanco que iluminaba los jardines y esculturas de la mansión.

Leiah se arrimó hacia él, dejando su mano tan cerca de la suya que las yemas de sus dedos casi se rozaban.

—Tenemos que hablar —soltó la actriz.

—Sí, tenemos que hacerlo.

Ella volteó con el ceño fruncido y los ojos entornados hacia su prometido. Lo último que esperaba como respuestas eran aquellas palabras. Las múltiples posibilidades, tanto como la incertidumbre, la consumieron de inmediato. Se descubrió a sí misma incapaz de apostar por el motivo que llevaba a Draco a querer hablar con ella.

Así que, para minimizar su tiempo de tortura y desconocimiento, dijo:

—Empieza tú.

Pero el dragón de los Sagitar no cayó ante aquel acuerdo injusto. Permaneció sereno, y miró con el rostro ladeado a su prometida, sus ojos rayados brillando con paciencia, antes de decir:

—No hagas trampa y di lo que has venido a decir.

—De acuerdo. —Leiah inhaló a profundidad con los ojos cerrados. Pretendía estar lo más centrada y tranquila posible al hablar—. ¿Cuál es el motivo por el qué no puedes ver a Zaniah? Y, mencionaste que tiene poderes que aún no controla. Háblame al respecto ¿Qué quisiste decir con eso?

Draco estiró sus dedos un poco más cerca a los de su prometida para rozarlos como a los pétalos de una flor exótica, oculta del ojo público, a la que solo él tiene acceso pero preferiría evitar tocar por su naturaleza venenosa.

—Mi explicación no tendrá la más asombrosa de las elocuencias, pero no va a faltarle verdad. Y es que cuando veo a Zaniah... —Empezó a hablar sin mirar a Leiah, sus ojos fijos en sus dedos—. No puedo dejar de verla.

—¿Y eso te hace daño? —quiso entender Leiah, recordando lo que dijo su hermana de Lady Bird sobre infringir dolor a los hombres.

—No —negó Draco con calma— pero es involuntario.

—¿Involuntario? No lo sé, Draco. Necesitaría muchos más argumentos para creer, al menos, el motivo por el que estás tan seguro de eso.

—Lo estoy. Mi seguridad es absoluta y de ello no tengo duda. No puedo girar hacia ningún otro lado, me quedo embelesado y sé... Sé que no importa lo que ella me pida, a todo diré sí. Y eso me repugna, al menos cuando ya no la estoy viendo.

—¿Usas eso como argumento para sostener tu afirmación de que tiene poderes? ¿Que no puedes superar su belleza y te le quedas mirando?

Entonces Draco dejó de fijarse en la mano de Leiah y recogió la suya hasta meterla en el bolsillo de su pantalón color crema. Sus ojos felinos dejaron sus anteriores distracciones para fijarse de lleno en la magnificencia del jardín más allá del balcón. Estatuas de los entes que componían la constelación de su apellido, todas rodeadas de enredaderas tejidas con las flores más hermosas de Ara, una fuente central enorme y toda una extensión verde donde sin problemas podrían celebrarse los más aclamados eventos al aire libre.

—Odio este lugar —confesó Sagitar con la mandíbula tensa sin responder lo que Leiah había insinuado.

—A mí me parece hermoso.

—Es artificial —discutió él.

—Como yo.

—Tú no. Tú eres lo más genuino en Ara. Esto... —Señaló lo que veía más allá del balcón—. Quiero llevarte a caminar, pero no a un pedazo de tierra cercada. Quiero que conozcas los médanos y pirámides de Baham, que cabalgues conmigo en el lago congelado de Deneb, que conozcas las playas de Antlia y rodemos por los campos de girasoles de Hydra hasta quedarnos dormidos juntos en el césped...

—Ha viajado, señor Sagitar.

Draco se giró hacia Leiah en ese momento, enfrentándola con una seriedad iracunda.

—Por todo Áragog —confesó—, y no he conocido a una sola mujer que se parezca a ti.

—¿Y qué soy yo?

—Despiadada, un rugido ambulante.

Si bien aquellas palabras fueran como un aliento de fuego que arropó el corazón helado de Leiah, esta no iba a sucumbir tan fácil ante ellas. Lucharía por rechazarlas. Porque fuesen un engaño. Porque creerlas era doloroso, la llevaba un paso más cerca de una debilidad que podría matarla.

—Me atrevo a apostar a que se debe a que no buscaste bien. No puede ser posible que, entre una población tan grande y variada, sea yo la única mujer...

—¿Sabes por qué quiero casarme contigo?

—Para ser honesta, me gustaría que lo aclararas.

Draco sacó de su bolsillo algo, un sobre a modo de carta con un lazo dorado, pero no hizo nada con él más que mirarlo.

—Porque nuestras almas son compatibles —explicó—. Es tu ambición lo que te empuja a todo, y es la mía la que me ha puesto donde estoy. Te lo he advertido mucho, que detrás de las sonrisas ladinas que uso para cerrar tratos se esconde un maldito despiadado. He tenido que hacer todo, y a veces... algo peor... a veces no he hecho nada cuando pude hacerlo, por escalar hasta donde estoy. Y no me arrepiento de nada. Y sé que tú tampoco. Y ahora... ahora tú eres mi único objetivo. Mi cima es a tu lado y quemaré Áragog si hace falta solo por verte complacida.

Draco se acercó, y la agarró por el rostro. Necesitaba que lo viera, a pesar de la visible molestia de Leiah. Necesitaba que pudiera leer el énfasis en su mirada.

—He vivido rodeado de mujeres durante todo este trayecto laboral. Estoy acostumbrado a la belleza, a la gracia, a todos los matices de la seducción. Pero no al fuego. No a ti. —Draco negó con la cabeza, impotente—. Si te digo que no puedo dejar de mirar a otra mujer que no seas tú, entonces tienes que creerme cuando te digo que se trata de una fuerza más allá de la natural.

—Supongamos que te creo... ¿Qué clase de magia es la que supones tiene Zaniah? ¿Crees que ella es un cosmo?

El dueño de la mansión asintió más tranquilo.

—Lo es, sin duda. Pero incluso entre los cosmos hay clases.

—Okay... Sé mi maestro, entonces, explícamelo.

Él la miró, la picardía picando en sus labios. La atmósfera se había torcido en una simple insinuación.

—Si quieres que te enseñe vas a tener que tomar asiento, como dicta el protocolo.

—Y... —Leiah rodeó el torso de su prometido, mirándole desde abajo con un brillo de perversa inocencia en sus ojos desiguales—. ¿No podrías hacer una excepción con tu futura esposa?

—Por supuesto que sí, podría darle un asiento más cómodo.

Draco caminó hasta el sillón que parecía un trono en la esquina de su alcoba junto a la chimenea, y se sentó, palmeando sus muslos para que Leiah se acercara.

La actriz se sentó en sus piernas ladeada para que su falda mantuviera la elegancia, pasando sus brazos alrededor de su cuello.

Draco, sonriente con una malicia casi eléctrica, tomó el mentón de su prometida para hacer que lo mirara.

—¿Aprueba este nivel de comodidad, madame?

Ella ladeó la cabeza de una lado y luego al otro de manera dubitativa.

—Para esta primera clase estará bien. La próxima es recomendable que se imparta con menos ropa de por medio.

—Soy un esclavo de sus caprichos, me temo que tendré que obedecer. Para la próxima lección, por supuesto.

—¿Y en esta lección qué debo aprender?

—Iré al grano en esta lección teórica para pasar a la prueba práctica de otra materia, madame, espero sepa entender mi ansiedad. —Los ojos de ella se expandieron con desmesura, pero él prosiguió a pesar de ello—. El cosmo es un alma que estuvo antes viva, pasando a convertirse en poder que queda atrapado en el firmamento en forma de estrella, hasta que nace el cuerpo destinado a ese poder.

Leiah asentía mientras Draco explicaba, su rostro centrado como si sus manos no estuvieran escarbando dentro de la camisa de él, desconcentrándolo.

—Siga, maestro, su lección me tiene muy interesada.

—¿Qué haces, leoncito, no puedes quedarte quieta?

—Solo quiero que esto sea recíproco. Llámelo... retroalimentación. Yo también tengo cosas que enseñarle, señor.

Así que mientras Draco intentaba canalizar su concentración en la explicación que antes daba, Leiah comenzó a pasar la lengua por su cuello con una lentitud que lo tuvo conteniendo la respiración y aferrándose con fuerza a los reposabrazos.

—Como te decía... —Tragó con dificultad—. Cada cosmo tiene su historia, y cada historia conlleva a un poder distinto. Es como suponer que todos los humanos somos iguales, con las mismas habilidades y esas cosas que nunca suceden. Entonces, si cada alma es distinta, cada poder es distinto.

—Entiendo eso —dijo Leiah, desabrochando el pantalón de Draco sin mutar su expresión ni romper el contacto visual.

—Lo haces difícil.

—Concéntrate.

—De acuerdo. Bien... eh... Ah, ya. Afrodita.

La última palabra hizo que Leiah se detuviera en seco.

—¿Quién?

—Qué celosa eres, vida mía.

—Es que no imagino lo posesiva que puedo llegar a ser hasta que escucho el nombre de otra en tu boca.

Draco, sin sentirse ni un poco ofendido, la atrajo hacia sí para besarle la frente mientras sonreía. Todavía no podía creer que fuese su prometida.

—Poséeme todo lo que quieras, león. Amárrame a tu cama y véndame los ojos, que yo no voy a llevarte a juicio por ello. —Draco puso sus manos en la cadera de su prometida—. Pero no tienes de qué preocuparte.

—Eso espero, querido. Por tu propia seguridad. Ahora, continúa.

—¿Dónde me había quedado? Ah, ya... Afrodita, según la leyenda, fue una mujer a la que Ara maldijo por envidia. Sí, es tan antigua como Ara.

—Sirios... Está bueno el chisme y recién empieza.

—Y se pone mejor. Supuestamente Ara no tiene sexo, pero sí se sabe que estuvo en la tierra en el alma de un humano hace milenios antes de reencarnar en el altar del cielo. En el pasado, Ara conoció a Afrodita, y su belleza le llenó de tal ira que la asesinó con sus propias manos.

—Y yo soy la posesiva, eh.

—Siempre hay alguien peor, ¿no? Bueno, Afrodita en su vida encantó hombres y mujeres por igual. Tenía a todos a sus pies. Al morir, se le concedió en el cielo la identidad del cosmo de la belleza, la seducción y la sensualidad. Y como no podía ser Diosa del firmamento, se proclamó Diosa de su constelación.

—Suena a algo que haría yo.

—De hecho sí. Tienes la maldad de Ara y la ambición Afrodita.

—Me hablas así y... —Leiah, quien ya había liberado el pantalón de Draco, metió la mano entre su ropa interior, sintiendo el calor de su desnudez encender su mano—. Qué poco profesional de su parte lo duro que está, maestro.

—Por las malditas tetas de Ara, Leiah, no jodas con eso y saca la mano de ahí.

—¿Y si no quiero... qué me harás?

La mujer se acercó al cuello del dueño de la mansión, besando su piel expuesta, esa que antes había lamido con alevosía.

—Dejaré de explicarte —sentenció él con mucha dificultad.

—Ya. Me ganaste esta.

Leiah se quedó quieta y solo así Draco reanudó su clase privado.

—Afrodita, luego de proclamarse Diosa de su constelación, concedió a todas las almas que decidieron seguirle una lasca de su poder, otorgando belleza y otros dones atractivos; como el canto de una sirena, un toque anestésico... Pero, sobre todo, les dio el arte de la manipulación. Y a ellas no las llamó cosmos, ni les dio nombre individuales a sus estrellas, sino que las nombró Venus. Las Venus de Afrodita. Yo... siento que Zaniah no es solo un cosmo, sino una Venus.

—Eso está... interesante. ¿Qué tan seguro estás?

—Al ser la primera vez que trato con una Venus, no tengo con qué compararla, pero en mi primera impresión hasta podría creer que ella es la reencarnación de Afrodita.

—Tendré que matarla, entonces.

—Leiah.

—Ssshhh, era broma.

Ella se levantó, caminando como distraída hacia el otro extremo de la habitación.

—Cuando llegué, dijiste que definitivamente teníamos que hablar. —Se volteó hacia Draco—. ¿Por qué? ¿Qué querías decirme?

Él se levantó y empezó a avanzar hacia ella mientras decía:

—Los guardias que empleaste ayer...

—Tenía que hacer...

—No te defiendas. No me des explicaciones. Definitivamente no estoy reprendiéndote.

—¿Entonces...?

—Son tuyos —finalizó—. Hablé con ellos, están a tu servicio a partir de ahora.

Ella en definitiva no esperaba eso.

—Pero... ¿cuánto debo pagarles...?

—Nada. Les sigo pagando yo, pero ya no responderán a otra voz de mando que no sea la tuya. Y, como imaginé que podrías discutir, quiero avisarte que ya les he dado el adelanto de un año.

—No, Draco, no deberías...

—¿Puedes dejarme hacerlo? ¿Puedes por favor dejar que me rinda ante ti?

Él la alcanzó, y tomó sus manos. Aquel brillo... No, ese fuego encendido en él, era tan contagioso como asfixiante. Aunque Leiah no entendía lo que estaba sucediendo, comprendió que era serio, y más honesto que nada antes de ese instante.

—Lo que vi ayer... Leiah, das miedo. Y no le temes a nada. El hierro se funde a tu paso como si tu sombra fuese el calor de una forja. Tienes demasiado tiempo construyendo un camino de admiradores que te veneran por tu actuación, y hombres que te detestan por lo mismo, pero ayer vi... Poder. Poder real, más del que ninguna mujer ha tenido, no en Áragog.

—Draco, ¿qué sirios estás tratando de decirme?

—Quiero proponerte algo, Leiah, algo que va más allá de cualquier matrimonio... Y es peligroso, muy peligroso, pero... También es ambicioso. De hecho, supera todo grado de ambición existente.

—Me estás... asustando.

—No me mientas, fiera —Draco la agarró por el cuello y midió su pulso, y con su otra mano buscó sus ojos y delineó sus cejas—. No me mientas a mí, que te he visto en escena y fuera de ella, y conozco el lenguaje de cada línea de expresión en tu rostro, cada matiz en tu mirada. Nunca te habías excitado así. Y es por eso... es por esta sed que te oprime el pecho cuando te hablo de dominar el averno y sus horrores... —Draco la pegó más hacia sí—. Es por ello que estoy malditamente enamorado de ti. Eres mi demonio favorito.

—Draco... —jadeó ella sin poder mirarlo a los ojos.

Él la volteó y pegó de la pared, rompiendo con su anillo la falda del vestido para acceder sin problema a su ropa interior. Liberó su miembro, todavía erecto por el jugueteo previo, y lo acercó a su cavidad húmeda como nunca, solo rozando para hacer jadear más a la actriz, esta vez de desesperación.

—Vamos, sé que puedes priorizar como la fiera que eres —instó Draco—. Pídeme lo que necesitas que haga primero.

—Yo...

—Escoge bien —susurró en su oído.

—Dime...

Pero Draco seguía rozando su miembro en la entrepierna de Leiah, y las pulsaciones borraban la lucidez de sus pensamientos. Tenía que cerrar los ojos, aferrarse como un felino salvaje a las cortinas de la pared, pero concentrarse.

—Cuéntame tu plan, Draco —logró decir—. Dime qué tramas.

—Como ordene mi dueña.

Pero Draco no se detuvo en esa ocasión. Introdujo y sacó los primeros centímetros de su entrepierna en la húmeda cavidad de su prometida repetidas veces, solo para enloquecerla de deseo, al borde de rogar de rodillas ser saciada entera.

—Te compré algo, leoncito —musitó Draco, que ya empezaba a temblar por las descargas de placer que recibía en el transcurso de su travesura.

—Eso es lo que tienes en el sobre, ¿no es así?

—Eres tan... malditamente astuta, que te temo tanto como estoy condenado a amarte por la eternidad.

—Quizá por eso eres el hombre de mi vida, porque no podría conformarme con nada menos que eso...

Leiah se mordió los labios y buscó empujarse hacia atrás para terminar con la tortura de Draco, pero él lo tenía previsto y la sometió con un agarre firme de su mano en su nuca.

—Vamos —insistió Leiah—. Dime qué me compraste.

—Lo que está en el sobre... son las escrituras... de un castillo que mandé a construir en tu nombre. A tu nombre. Tu castillo.

—¡¿Mi qué?!

Pero antes de que Leiah se volteara, Draco la penetró entera con una sola embestida que la hizo gemir y gritar de sorpresa y agónicas ansias de que continuara.

—¡¿Por qué te detienes?! —jadeó Leiah cuando Draco empezó a salir de su interior.

—Porque necesito contarte el resto, y ahora soy yo el que no se puede concentrar.

—¿Por qué...? —Leiah inhaló con fuerza, intentando recuperarse del impacto de placer—. ¿Por qué me compraste un castillo?

—Porque no quiero ofrecerte solo matrimonio, porque no quiero ofrecerte un pedazo de tierra en Ara... —Draco la volvió a pegar a la pared, esta vez de frente, y le agarró el rostro—. Te ofrezco el mayor de los crímenes existentes, y cometerlo juntos. Te ofrezco más que paredes y piedras. ¿Para qué ir por Ara y su aprobación, si podemos ir por un Áragog de rodillas? Una vez te dije que mi lealtad te la entrego como a una reina. Bien, pues pretendo que el resto del reino lo haga igual. Lo que te ofrezco, Leiah, es una corona.

••••

Nota:

A VER SUS TEORÍAS, SUS REACCIONES, TODOOO.

¿Aman a Leiah? ¿Y a Draco? ¿Y a los dos juntos?

¿Qué piensan de Zaniah y la explicación de Afrodita y las Venus?

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