Capítulo 20: Madame

Madame Leiah


Leiah regresó a Cetus con el corazón ardiendo de ira, sus manos temblando de arrepentimiento, y la razón inundada de vergüenza por el segundo sentimiento.

Draco no solo la había apuñalado, sino que aquella estocada de verdad la dejó desangrando sus mentiras sobre un charco de negación.

Él la hacía feliz.

Él la había ayudado más que nadie.

Él la amaba, y ella lo odiaría siempre por eso.

Porque el amor demandaba entrega, y Leiah no estaba dispuesta a bajar sus defensas ante nadie, mucho menos si ese alguien era un hombre.

Bajar la guardia la haría débil; la entrega, la haría maleable. Si aceptaba que Draco podría ser para ella mucho más que alguien a quien utilizar, entonces él podría ocasionar en su esencia un daño como el que acababa de hacerle, demoliéndola con una bola de sentimientos ilusivos y traiciones despiadadas.

Prefería seguir viviendo sus mentiras que perseguir posibles verdades innecesarias.

Así que ignoró todo eso. Y al regresar a Lady bird, sintió que había pasado una vida desde la última vez estuvo a las puertas del edificio.

Porque, de alguna forma, así había sido.

Desde que la compraron había huido, robado, mendigado y hecho hasta lo imposible por un papel. Actuó por primera vez. Conoció a Draco. Estuvo en la piel de Dorian. Maravilló a los críticos. Hizo una fortuna. Se creó una fama. Fue a la final del torneo de asesinos. Conoció a su ídola. Presenció múltiples muertes y el cambio de la ley a favor de las mujeres por primera vez en milenios. Cayó en la infamia, perdió su dignidad en pro de su venganza. Incendió un restaurante. Experimentó el deseo y el placer sexual por primera vez en su vida. Sobrevivió a una confesión de amor y volvió a huir.

Si esa no era toda una vida, no sabía qué lo era. En definitiva la vendida que nació en Cetus hacía mucho que había dejado de existir.

—¿Donde dejaste a Leiah, madame? —preguntó una de las preparadoras al recibirla. Solo con ver su porte, y sin duda habiendo oído de la parte superficial de su recorrido, ya había notado la diferencia entre la vendida y la madame.

Leiah sonrió, saboreando la respuesta antes de dejarla escapar de sus labios.

—La maté —aseguró con una tranquila sonrisa de orgullo y satisfacción—. ¿Se encuentra Lady Aurys?

La preparadora puso cara de que estaban jugando con ella, su ceño fruncido a profundidad, su nariz arrugada.

—Pero… ¿Lady Aurys? Hace meses que dejó la dirección de Lady bird. De hecho, se fue a Hydra a vivir de la pensión del reino. Se dio por acabado su servicio.

—¿Qué? ¿Y ahora quién dirige Lady bird?

—Pues madame Delphini.

☆●☆●☆

    Hasta que Leiah se encontró en el despacho de la dirección de Lady Bird, no dejó de pensar que todo era una broma de mal gusto. Conocer a madame Delphini sonaba demasiado fantasioso para ser real.

Pero apenas la vio, a pesar de que jamás estuvo en su presencia, la reconoció de los cuadros que había visto suyos. Era ella. Madame.

La mujer estaba sentada con elegancia sobre el cómodo sillón de su despacho, con un vestido verde musgo de mangas holgadas, corsé y corpiño ajustado, y una amplia falda rellena de tul negro. Sus manos estaban adornadas con guantes de encaje y un abanico bordado que usaba la mujer para refrescarse mientras estudiaba a la vendida sin dueño con los ojos apenas entornados.

—Usted es madame Delphini —señaló Leiah, tomando asiento al otro lado de  la sala.

—Y tú madame Leiah. Estuve en tu interpretación de Dorian Gray.

—Yo… ¿En serio?

—Amo el teatro —explicó Delphini—. El único lugar donde una mujer es libre de ser y de mentir a su antojo, y aún así tener al reino aplaudiéndole.

—Y… ¿Le gustó la obra?

Era una pregunta absurda, Leiah se mordió la lengua apenas la pronunció. Los gustos son subjetivos, la opinión de aquella mujer no cambiaría en nada el hecho irrefutable de que Leiah había hecho una interpretación limpia e icónica. Y, a pesar de ella, ella se sintió feliz al conocer la respuesta de la vendedora.

—Me encantó. Y ahora más, que entiendo de donde vienes e imagino lo que te tuvo que costar llegar a aquel papel. Cuando te vi actuar, jamás me pasó por la mente que no eras noble. Para ser honesta, no se me pasó por la mente que fueses nadie más que Dorian.

Leiah se sonrojó a tal punto que tuvo que bajar la cabeza para disimularlo.

—La admiro —confesó de manera atropellada, sintiendo la inocencia y emoción que cuando niña no se permitió experimentar—. La admiro desde antes de entender que esto era posible, que había alternativas a la envidia.

—¿Por qué me admiras? —cuestionó madame con una ceja enarcada.

—Su cuadro ha estado en esta oficina por mucho tiempo. Usted ha sido el ideal de muchas, el ejemplo que ponían las preparadoras. Una vendedora excepcional, un lince en los negocios. Las casas de vendidas se pelean por su intervención. Pasé toda mi vida convenciéndome de que no quería sr como usted simplemente porque estaba segura de que no podría.

—Y terminaste siendo mejor que yo.

Leiah no pudo evitarlo, una carcajada escapó de ella con maldad.

—Mejor, claro —ironizó sin parar de reír—. Madame puta desempleada. Mucho mejor.

—¿Y qué haces aquí entonces? ¿Viniste a lamentarte? ¿O a pedir trabajo como preparadora?

Esta vez la risa de Leiah fue bastante despectiva.

—No se ofenda, madame, pero… No, ni loca. He probado suficiente las alturas como para conformarme con servir y educar.

—Eso pensé. Entonces, repito, ¿a qué has venido?

—Vine a buscar mi redención. Y a ofrecerle un negocio.

En los labios de madame Delphini afloró una sonrisa satisfecha, y en sus ojos ardió la llama de una intriga. Recostándose del respaldo del sillón, y cruzando las piernas mientras el abanico se batía con lentitud cerca de su rostro, dijo:

—Esa actitud me gusta mucho más. Tienes toda mi atención.

—He perdido casi cualquier posibilidad en el teatro —empezó a exponer Leiah—. Mis ofertas de trabajo, retiradas. Mi gira, cancelada. Mi reputación, por el suelo. Me han puesto tantas barreras, rodeándome, que mi única alternativa es morir en su encierro, o estrellarme contra ellas esperando que la fuerza de mi ira sea suficiente para derribarlas.

—Y tienes un plan, ¿no?

—Claro que lo tengo. No voy a esperar a que nadie me ofrezca trabajo, me voy a labrar mi propia oferta.

Madame Delphini estudiaba a Leiah con el entrecejo fruncido, como si analizara qué tanto de su charla debía creer, qué tan dispuesta estaría a cumplir lo que sus palabras prometían.

Pero, sin duda, estaba tan intrigada como interesada.

—Explícate, necesito saber si estoy entendiendo bien.

Leiah asintió, mordiendo el interior de su mejilla para no ser tan evidente en cuanto a la sonrisa que ocultaba.

—Quiero hacer mi propia obra —expresó Leiah al fin—. Dirigida, producida y representada solo por personas a las que yo escoja. Y, como evidentemente no tengo el capital suficiente, ni las actrices necesarias, vine a pedir su colaboración.

—¿De qué tipo de colaboración hablamos?

—Monetaria, principalmente. Como inversionista en mi obra, así estaría pagando su participación activa en la dirección. O sea que podrá decidir…

—Sí, sí, eso lo entiendo. Pero no. Mi capital es de Lady bird, y aunque yo lo administre, le pertenece a la Corona.

—Sí, pero eso sería un problema si la obra generara pérdidas, lo cual no ocurrirá. Triplicaremos lo invertido.

—¿Y cómo estás tan segura de ello?

—Porque nadie se perdería la oportunidad de ver el gran regreso de madame puta.

—Aunque esto fuese cierto, no es suficiente para arriesgarme a esta magnitud. Una pérdida así podría acabar en un caos que no quiero evocar ni siquiera para ponernos en contexto.

Leiah esperaba no haber tenido que llegar a ese punto, pero su lado racional sabía que era inevitable afrontarlo. Tenía que hacerlo, tenía que usar parte de su verdad para mentir como una maestra, y tenía que involucrar muchas situaciones que prefería no tener que enfrentar luego.

—Por ese motivo le ofrezco la garantía de que, si ese fuese el caso, si la obra fuera un fracaso al punto de generarnos pérdidas, se le devolvería hasta el último anillo de su inversión.

—¿Y puedo saber de dónde pretendes sacar esa suma?

—No la pagaría yo, lo haría mi prometido.

Entonces Madame Delphini reaccionó abriendo los ojos con desmesura. Se notó que esperaba cualquier declaración, menos esa.

—¿Y quién se supone que es tu prometido como para reponerme…?

—Sagitar. Draco Sagitar.

Esta vez, las pupilas de Delphini se dilataron con una mezcla de asombro, codicia y admiración. Pero había algo más, aunque en menor medida: desconfianza.

—¿Y por qué no le pides a él que financie tu obra?

—Porque no quiero, madame. No quiero el nombre de ningún hombre figurando en mi renacimiento, daría de qué hablar, otra vez. Seríamos solo usted y yo en cuanto a lo monetario. Así mismo, las acciones se dividirán solo entre nosotras, luego de separar el sueldo de cada persona implicada en el proyecto. Draco… Mi prometido, nos ayudará con sus contactos e influencias para conseguir el escenario y la publicidad, pero en todo lo demás prefiero que se mantenga al margen.

—Comprendo, y no sabes cuánto lo respeto, pero sigo sin ver cómo piensas cubrir muchas otras cosas. Como las actrices, por ejemplo.

—Solo se necesitan un montón de jovencitas y mujeres dispuestas a soñar en la piel de otro personaje. Creo que tenemos suficientes vendidas y preparadoras para ello. Muchas serán un desastre —se adelantó Leiah, al ver que Madame abría la boca—, sí. Pero muchas otras tendrán potencial. Tendremos tiempo para pulirlas en unas cuantas prácticas.

—¿El vestuario?

—Yo lo diseñaré, el resto es cuestión del presupuesto.

Delphini suspiró y comenzó a abanicarse con más fuerza.

—Te veo muy convencida, y créeme que estoy bastante dispuesta a ayudarte en esto, la codicia es un mal al que sigo sin saber resistirme, pero quedan detalles sin cubrir. Mejor dicho, uno. El más importante todos.

»Tu plan es resurgir, que esto sea un éxito, y eso no lo vas a conseguir sin una obra decente qué interpretar. Y puedes ser la mejor actriz del mundo, pero sin un buen guion, solo citarás palabras sin alma. Sin una historia que contar, solo les estarás dando la razón a los que te subestimaron.

—Por suerte, sí tengo una historia que contar. La mejor de todas. Todavía no tiene guion, pero cuento con que su creadora sabrá adaptarla para cuando empecemos los ensayos.

—¿Hablas en serio?

—Totalmente.

—¿Qué historia quieres representar?

Leiah se irguió en su asiento, mentón en alto, sonrisa triunfante en todo su explendor, espalda recta, ojos brillando de poder y la anticipación de la gloria.

Entonces, cuando Delphini parecía cautivada y muerta de intriga, respondió:

—Vendida.

Cuando la vendedora escuchó el título de aquel bestseller, no quedó una sombra de duda por su rostro. No había más que discutir. Esa era la historia que necesitaba el mundo. Esa era la verdad que Aragog debía escuchar, y no solo su población lectora.

Así que le tendió la mano a Leiah, y apostó la fortuna del reino y el sustento de Lady bird a que ese sería el mejor negocio que haría en toda su vida.

Horas más tarde, Leiah, evitando enfrentar tan pronto a las hermanas de su pasado, fue en busca de un carruaje. Tenía que regresar a Ara y dar con Andrómeda. Esperaba poder llegar a un acuerdo por los derechos de adaptación de su libro Vendida a guion de teatro.

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Nota de autora:

Se vienen MUCHAS cosas. Estaré actualizando pronto porque ya quiero que lean los capítulos que tengo escrito. ¿Qué les pareció este?

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