Capítulo 11: Una victoria para las mujeres del reino


Leiah,
día del torneo


El rey Lesath estaba en medio de las gradas, en una plataforma única e independiente de las demás, como una alta torre en cuya cima se encontraba un trono rodeado de asientos exclusivos, pero más insignificantes.

Leiah y Draco buscan sus puestos en las gradas ascendentes como escaleras. El lugar estaba abarrotado por toda una multitud que generaba asfixia con solo mirarla. Con la cantidad de personas que había en el evento se podía poblar todo Cetus y sus alrededores agrícolas. Ambos se sentaron a esperar mientras los demás rugían, levantaban banderas, brincaban y siguen gritando hasta que ni una sola de sus voces llegaba a ser identificable.

Nadie explicó de qué trataba el juego ni cuáles eran sus reglas, pero ambos imaginaban que habría sangre. Demasiada. No por menos se pagan miles de Coronas.

Ambos visualizaron el área para descubrir un espacio circular cerrado con una especie de cúpula de alambres de púas tejido en espacios muy pequeños, como una red, pero que dejaba vislumbrar sin esfuerzo el interior de la arena, como si su material fuese traslúcido. Cada competidor tenía su propia zona de partida que los introducía a un laberinto de rocas inmensas, imposible de eludir para llegar al centro, un punto estéril lleno de tierra y piedras más bajas —menos parecidas a una pared—, donde sin duda estaba escrito que fuera la matanza.

Al principio, mientras los competidores estaban en el laberinto, no se veía nada. El público solo era testigo de los gritos de sorpresa y pavor que se elevaban más allá del misterio de las piedras.

La matanza comenzó cuando los ocho participantes en juego llegaron al centro rodeado de Sirios caninos.

—Pensé que eran un mito —murmuró Leiah a su acompañante, aunque casi tuvo que gritarlo para que la escuchara.

—Hay muchísimas cosas que no sabes de Aragog. Los Sirios son lo que menos debería preocuparte.

Presenciaron la matanza casi sin poder identificar quién era quién entre los pequeños puntos armados de abajo, hasta que solo quedan dos de los competidores en pie; dos, y una horda de bestias que Leiah jamás podría haber recreado ni en sus peores pesadillas.

—¿Qué son? —preguntó con voz trémula.

—Sirios, aunque no lo parezcan —contestó Draco.

—Esas bestias no pueden ser Sirios, no existe ningún ser vivo con esa apariencia, y se supone que para vender tu alma a Canis tendrías que haber estado vivo alguno vez en tu vida.

—Fueron animales comunes alguna vez —explicó Draco hablando tan bajo como le permitía el barullo de la multitud—. El reino ha estado experimentando hace décadas, tratando de conseguir una manera de entregar el alma de los animales en sacrificio y que Canis la acepte como si la ofrecieran sus dueños por voluntad propia. Hace tiempo que lo consiguieron, así crean los Sirios caninos. No me preguntes en qué consiste el ritual, porque no lo sé. Uno solo sabe lo que escucha comentar a personas importantes en el teatro... En fin, que desvarío. Era de esperarse que una vez que lo consiguieran, no se quedarían satisfechos. Probar es peor que cualquier droga. No solo siempre quieres más, sino que siempre estás más dispuesto a apostarlo todo, a dañar a cualquiera, con tal de conseguirlo.

Ambos dieron un respingo al sentir el impacto de una cabeza animal contra la cúpula y una pequeña lluvia de gotas de sangre salpicar contra sus rostros.

Luego de limpiarse ambos, Draco prosiguió.

—Hubo rumores de que experimentaban con la química, la botánica y la biología, que estudiaban el ADN y las mil maneras de profanarlo. Y, al menos con los animales, consiguieron un modo. Ahora pueden hacer de un perro un gorila, de una lagartija un dragón, y de cualquiera de ellos un Sirio. Sirios mutantes.

—¿Qué pretenden hacer con todo ese poder? —preguntó Leiah horrorizada mucho más por el relato de Draco que por el par de jóvenes que enfrentaban su vida abajo contra docenas de esas bestias de pesadilla.

—Exhibirlo, por ahora. Como lo hacen en este instante. ¿Crees que nos revelarían un arma de este calibre solo para entretenernos? No, definitivamente no. Con este evento masivo nos presentan su nuevo juguete, nos dicen: somos invencibles, nunca lo olviden.

—Un asesino y una Cosmo están haciendo puré con sus juguetes —acotó Leiah, luego se giró para ver a Draco a la cara—. No creo en lo invencible, sobre todo cuando se presenta a sí mismo como tal.

Leiah vivió a concentrarse en el espectáculo, y quedó anonadado al ver cómo la Vendida de Mujercitas, Lady viuda negra, una mujer más entre tantas que han sido aplastadas, decapitaba y cercenaba con la fuerza de una constelación.

Una larga trenza negra en el cabello de Aquía llegaba casi hasta su cadera, sus manos brillaban con un resplandor dorado a la vez que un aura blanquecina hacía refulgir todo su cuerpo; sus alas negras se desplegaban con una imponencia tan temible como majestuosa, elevando y desplazando a la asesina de Aragog de un lado de la arena al otro.

Clavaba sus puñales en las cuencas de los Sirios, desmembraba con solo blandir sus gladios. Tigres, gorilas y ardillas mutantes intentaron interponerse en su camino a la victoria, y acabaron como los demás cadáveres: alfombrando la arena.

«Con que de eso están hechos tus ovarios», pensó Leiah.

La asesina se elevó ante los ojos de todos hasta que el plumaje de sus alas casi rozó el alambre de púas de la cúpula que los encerraba.

Esa mujer acababa de sobrevivir a una masacre. No, no sobrevivirla, crearla. Una mujer que, como muchas, había sido arrancada de los brazos de su madre antes de que su piel pudiera recordar la sensación de su tacto. Había sido Vendida, y renegó de su destino. Y por ello, por atreverse a aspirar más que las sobras de Aragog, fue humillada y enjuiciada sin opción a defenderse. Recibió un perdón que solo parecía una peor condena, y asesinó en las narices de todos para librarse de la misma. Lady viuda negra, la llamaron, y la obligaron a atravesar pruebas que la quebraron. Y cuando parecía que era todo, la hacían enfrentarse contra hombres que le doblaban en tamaño, y bestias ante las que Canis habría titubeado.

Y ahí estaba, bañada con la sangre de sus enemigos, con las alas abiertas, la frente en alto y el rostro fijo en la dirección de Lesath. Nunca antes se había visto una manera tan épica de sacarle el dedo a Aragog.

Y por eso, con el rostro bañado de lágrimas y el corazón temblando con una emoción sin nombre, Leiah se levantó a gritar y a aplaudir como si fuese a ella misma a quien felicitara.

Porque podría ser ella. Podría ser cualquier mujer de Aragog, ya no cabía duda de eso.

Al instante todos se levantaron de sus gradas a ovacionar al águila en vuelo. Gritaban, aplaudían y levantan carteles con su nombre que hasta entonces habían mantenido ocultos con timidez. Algunos matrimonios levantaban a sus hijos para que pudieran ver a la asesina de Aragog, y algunos de esos niños eran pequeñas disfrazadas con alas negras.

Entonces, la multitud comenzó a clamar su nombre. Porque sabían su nombre, y jamás lo olvidarían.

Aquía.

Fuegos artificiales comienzarom a estallar en el cielo majestuoso de Ara. Cada punto que explotaba representaba un lugar determinado de la constelación del águila. Las begalas estaban dibujando a Aquila en el cielo.

Luego Aquía volvió a la arena y terminó de matar a los mutantes que faltaban mientras la multitud poco a poco volvía a calmarse.

Leiah tenía que admitir que el otro asesino lo había hecho demasiado bien para no ser Cosmo. No podía robar poder y resistencia de su constelación, no podía volar. Tampoco tenía la musculatura más impresionante entre quienes estuvieron en batalla. Pero había llegado más lejos que ninguno, asesinando con una determinación ciega que solo un ser sin alma puede alcanzar, o alguien que cree que acaba de perderla y ya nada le importa.

—Escuché que uno de los competidores era su gemelo, ¿no? —le preguntó Leiah a Draco. Desde donde estaba solo alcanzaba a distinguir los rizos sudados del asesino, y los múltiples tatuajes que cubrían su dorso y brazos.

—Sí, es de las peores desgracias que he escuchado. Lo ejecutaron.

—¿Por qué? ¿Cuál fue su crimen?

—Nacer.

Leiah entendió a la perfección a lo que se refería y de pronto sintió un fuerte conflicto dentro de ella. Quería que ambos ganaran, pero no quería que ninguno muriera. No sabía si sería capaz de ver el desenlace ahora que solo quedaban ellos dos.

Pero, cuando se suponía que debían empezar a matarse entre ellos, ambos se sentaron. Pasaron un rato así, sin moverse. Puede que estuviesen hablando, pero desde las gradas no se escuchaba nada.

—¿Se... se están abrazando? ¿Qué pasa?

—Escuché que son amigos —explicó Draco—. No lo quería creer, pensé que era una artimaña para sumar drama al torneo, subir la demanda en las entradas y así mismo sus costes. Esto... Me supera.

—¿A ti? —inquirió Leiah con incredulidad.

—Los hombres también somos humanos, Leiah.

Pero Leiah, no. Ella no sería humana, no quería serlo. Decidió que cerraría los ojos a su corazón y que tomaría una decisión como se escoge el color de un calzado, para que no doliera. Y si tenía que elegir, la escogía a ella. A Aquía.

Aquía tenía que ganar, no solo por todo lo que representaba, sino por lo que conseguiría al hacerlo. Si el águila ganaba, Leiah se prometió que el año siguiente se postularía para entrenar con los asesinos.

«Vamos», suplicó, sintiendo una punzada de inoportuno remordimiento al desear que la chica le rajara la garganta a su amigo mientras lo tenía vulnerable llorando entre sus brazos.

Sería más rápido, se dijo. Él no sentiría nada y moriría creyendo que había salvado su amistad.

Pero entonces, la asesina hizo que sus alas la elevaran hasta casi tocar el alambre, y volvió a fijar su rostro en dirección al rey.

Todos los espectadores se tensaron, comenzaron a moverse entre incómodos y confundidos. Nadie podía procesar lo que estaba ocurriendo.

—Acepto su jaque, majestad. —Se oyó decir a la Vendida en voz alta, firme y clara. Para los que estaban más atrás y no alcanzaban a oír, los de adelante fueron repitiendo sus palabras de boca en boca—. Me sacrificaré, justo como usted previó que haría. Después de tanto jugar, me ha ganado la partida a mí, lo admito. Pero yo no soy el rey de este tablero. Las fichas quedarán dispuestas y la dama negra pronto moverá. El juego no ha terminado, majestad. Oirá el jaque mate. Espérelo.

—¿Qué Sirios está pasando? —Leiah se levantó, como muchos otros, consternada a más no poder. Sus ojos estaban tan nublados que tuvo que parpadear varias veces para ver mejor—. ¿Qué está haciendo?

Pero, por primera vez en toda la noche, Draco no tenía una respuesta para ella.

Aquía atravesó con sus dedos los espacios entre la red de alambre, aferrándose mientras fijaba su mirada en el público.

«No voy a llorar, no esta vez», se dijo Leiah.

—¡Aquía! —se escuchó gritar a Ares desde abajo, pero la aludida no volteaba a verlo. Seguía mirando hacia el frente—. ¡Baja de ahí, maldición!

Gran parte del público empezó a murmurar, un clamor elevado como un enjambre de abejas perdidas. Pero muchos otros habían hecho silencio y aguardaban con expectación.

—¡Aragog! —gritó la asesina con la voz desgarrando su garganta, y Leiah sintió cómo su corazón se fragmentaba.

—¡Maldita sea, Aquía, baja de ahí! —repitió Ares desesperado, y Leiah experimentó una grieta más en su pecho, una más profunda que daba paso a un lago de fuego que había querido mantener oculto.

—¡ARAGOG! —gritó de nuevo. Leiah ya lloraba, con ganas de saltar a detenerla con sus propias manos—. Yo no perdí, y tampoco me estoy rindiendo. He sido feliz, he sido libre. Ya yo gané. Solo les estoy pasando el turno a ustedes.

—¡NO! —se escuchó a Ares gritar en el preciso instante en que Aquía arrancaba una daga de sus mangas y pegaba su filo contra su cuello. Y aunque parecía muy determinada y en definitiva había arrastrado la hoja por su piel, algo sucedió en su mano que la desvió y no permitió que la herida fuese mortal.

Sangre escandalosa empezó a bañarla, pero ella seguía viva, sus alas manteniéndola a flote.

«No nos dejes», rogó Leiah en su interior, tapándose la boca con las manos para contener los horribles sollozos que escapaban de ella.

—¡AQUÍA, POR FAVOR! —insistió su amigo entre lágrimas, y fue cuando Leiah se quebró por completo.

Cuando Aquía se atravesó el pecho con el gladio segundos después de dibujar una constelación sobre su pecho, ya Leiah no sentía nada.

El cuerpo se desplomó y los guardias intervinieron en la arena para sacarlo, pero Ares Circinus, el último sobreviviente de la masacre, el nuevo asesino oficial del reino, se abalanzó sobre ellos.

Eran seis, y los mató a todos.

La multitud se escandalizó, entre los asientos contiguos al rey algunos Lores dieron órdenes de enviar más guardias a la arena para domar al joven Circinus, y ejecutarlo si se ponía demasiado agresivo, pero con un solo gesto de la mano del rey Lesath el resto hizo silencio, y ninguna orden se ejecutó.

El chico sollozaba sobre el cadáver de su amiga. Sus lamentos, sus gritos, sus interrogantes y maldiciones eran tan fuertes que abarcaban todo el silencio.

Leiah no podía seguir ahí, pero tampoco podía irse.

Entonces, se levantó, y trazó uno por uno los puntos de la constelación del águila sobre su pecho, elevando luego la mano al cielo. Era su manera de decirle a Aquía: tú ganaste. Aragog no pudo contigo.

Era su momento de aceptar el turno que la asesina había dejado en espera en el tablero.

A raíz de su hazaña, todos se levantaron a repetir su acción. La multitud se llenó de manos elevadas luego de haber trazado la constelación de Aquila, inclusive la mano más poderosa de todas: la del rey Lesath.

El hombre se levantó, y habló a todos en un tono solemne que denotaba un respeto que Leiah no podría haber imagino jamás que un escorpión fuese capaz de sentir.

—Hoy nadie ha ganado nada, pero en definitiva si alguien ha perdido, y hemos sido todos nosotros. —Lesath inspiró a profundidad—. Aunque Ares Circinus es el que queda en pie, no podemos negar que la victoria le pertenece al águila que no la quiso.

—Majestad —le reprendió con autoridad un hombre a su lado. Leiah lo reconoció por las vestimentas y por su asiento elevado en cercanía al rey. Debía ser el Alto Sacerdote de la congregación de Ara.

A pesar de la advertencia clara que se traducía en aquella única palabra pronunciada por la cabeza de la Iglesia, el rey prosiguió, como si jamás hubiese sido interrumpido.

—Como monarca de Aragog, me veo obligado a tomar demasiadas decisiones. Duras, difíciles o acertadas, son decisiones al final de cuentas. Siempre que debo enfrentarme a una, pienso en los valores que he tratado de transmitir a ustedes como pueblo desde el momento en que me puse esta Corona. La Corona es poder, pero también es honor, y yo no podría jactarme de ser un hombre honrado si no cumpliera con mi palabras. Una promesa hice, y debo cumplirla.

»Aquía Circinus venció cada obstáculo que se le presentó tanto y mejor que cualquier otro de los asesinos que contra los que competía. La Corona no hace nada por nada, y no invierte tiempo y recursos en entretenimiento. Ustedes vinieron aquí a ver un espectáculo, y lo tuvieron. Aquía y yo estábamos aquí por otros motivos. Ella, para demostrar que una mujer es capaz de servir como asesina a este reino; yo, para confirmarlo.

»Creo que nos ha quedado claro a todos, a pesar de las decisiones que ella tomó, que ese hecho es imposible de negar. Así que, pueblo de Aragog, este es mi decreto...

Los escribas se apresuraron a tomar nota de sus palabras.

—Aragog no volverá a negarle la posibilidad de entrenar para servir al reino como asesino a ninguna mujer, porque una hoy a demostrado que pueden hacerlo, hasta mejor que nosotros. Aquía Circinus, originaria de Mujercitas, es la única e indiscutible vencedora de este torneo. En su ausencia, Ares Circinus puede reclamar el puesto de asesino por derecho de co-campeón, pero así mismo es totalmente libre de rechazarlo si lo desea.

»En nombre de Ara.

—En nombre de Ara y el rey —replicaron todos en respuesta.

—Que así sea.

El rey se dio la vuelta para retirarse, pero el Alto Sacerdote lo perseguía gritando «majestad, majestad» en un tono poco amigable. A pesar de ello, Lesath le ignoró, e interpuso a sus hombres para que le evitaran el paso a la cabeza de la Iglesia.

El resto de la multitud festejaba, a pesar de que dentro de la arena habían múltiples cadáveres y un joven desolado que lloraba sobre el más importante de ellos. Porque, a pesar del dolor y de la pérdida, toda mujer de Aragog acababa de ganar un espacio en la ley por primera vez en la historia del reino.

Gracias al águila.

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Nota:
Lloré mucho escribiendo esto, no recordaba cuánto me partió el dolor de Ares, y ahora sentir el de Leiah... Uff, es mucho.

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Preparados para la boda de mañana? No se olviden de comentar si quieren actualización ♡

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