82: Princesita
Lyra
Cabellos negros, sus iris oscurecidas con químicos y la ropa típica de los bajos fondos hicieron de las menores de las Cygnus unas niñas cualquiera.
Lyra temía muchísimo tener que dejarlas, pero confiaba en Antares. Confiaba en su juicio, y por ende confiaba en su patrocinador. Solo le quedaba confiar en el matrimonio de ancianos recomendando por el misterioso patrocinador para cuidar a las niñas.
Si Lyra no regresaba, ellas estarían bien, a salvo, y educadas con decencia. Aunque no fuera a su lado.
Esperaba poder evitar esa horrorosa posibilidad.
—Quiero ser caballero —le dijo Freya a su hermana mayor mientras hacían las maletas.
La acción de Lyra se cortó en seco al escucharla.
—Ca-caballero... ¿Caballero?
—Caballero, sí.
—¿Sabes que ser caballero no significa ser profesional montando a caballo, no?
—Sé lo que son caballeros.
—Sí, pero... ¿Tú?
Freya se sentó junto a la valija donde había estado guardando sus pertenencias. Mejor dicho, sus libros, juegos de mesa y folio de bocetos donde plasmaba la imagen que se hacía en su cabeza de sus personajes favoritos. La ropa era lo de menor importancia.
—¿Qué pasa conmigo? —preguntó Freya cruzándose de brazos.
—Lo digo por... —Lyra dejó salir el aire de sus pulmones y se sentó junto a su hermana—. Supongo que primero debo escuchar tu explicación. ¿Por qué dices que quieres ser caballero?
—Cuando recuperemos Deneb hará falta mucha protección. Habrá que reclutar más hombre para la guardia luego de todos los que perdimos. Quiero entrenar todo lo que haga falta hasta poder presentarme voluntaria para el puesto.
—Freya, ¿por qué querrías algo así? Ni siquiera entiendo por qué un hombre querría algo como eso. Esas personas no tienen una vida más allá de la protección de sus juramentos, no pueden tener familia ni tienen tiempo para amistades. En cambio tú... —Lyra pasó la mano por el rostro de su hermana—. Eres una niña con tanto brillo... El mundo es tuyo, Freya. Si no quieres casarte lo comprendo, pero todavía podrías viajar o estudiar algo que te apasione de verdad.
—Lo que me apasiona es lo que te he dicho. Quiero ser mejor con la espada, esas son las historias que quiero que cuenten sobre mí. ¿Recuerdas la fábula de la princesa en la torre helada? No quiero ser ella, quiero ser el caballero que la salva. Quiero que las personas piensen en mí cuando necesiten protección, y confíen. Quiero poder dormir tranquila. No quiero volver a... Hermana, una vez confiamos en nuestro padre, y ya viste cómo resultó. No puedo volver a depender de un hombre. Jamás.
Lyra se mordió los labios. Quería imponer sus ideas sobre la elección de su hermana, pero sabía que estaba mal. Quería encontrar argumentos más determinantes para hacer de su aspiración una imposibilidad, pero no los encontró.
¿Tan terrible sería que Freya escogiera un sueño en el que no tuviera que arriesgar la vida?
—No será fácil que las personas acepten una mujer como caballero —señaló Lyra intentando sonar más comprensiva—. Ni siquiera crearon un nombre lo suficientemente inclusivo para suponer esa posibilidad.
—He leído historias de caballeros mujeres.
—Has leído historias de sirios enamorados, Freya.
—Pero tú serás reina en Deneb, es tu derecho. Nadie podría contradecirte salvo el tío Antares, y él nunca me impediría algo que me haga feliz.
—Ya estás lo suficientemente grande para entender que eso de que seré reina hasta ahora no son más que suposiciones.
—Sigamos suponiendo entonces... ¿Me dejarías ser caballero?
—Si es lo que quieres... —Lyra suspiró—. Supongo que podrías seguir entrenando con Antares en privado, pero no tomes decisiones apresuradas. Tienes toda una vida por delante para decidir qué hacer con ella, no hagas juramentos por impulso que luego se convertirían en cárcel.
—¿Por qué te molesta tanto?
—No, Freya, no estoy molesta. —Lyra puso su mano sobre la de su hermana y apretó, acompañando el gesto con un intento de sonrisa conciliadora—. Solo me sorprende mucho. Pensé que querías ser la lady de Deneb. De Gamma lo habría esperado más que...
—Porque yo soy inútil.
—No eres inútil, eres muy inteligente.
—¿Y de qué me sirvió cuando atacaron nuestro hogar y masacraron nuestra familia? Gamma me defendió. Mi hermana menor... Yo no pude hacer nada.
—¿Esto es por eso? Freya, no tienes que consagrarte como caballero para enmendar ese día. Está bien si quieres aprender a defenderte, pero no por eso...
Freya soltó la mano de su hermana y se giró para mirarla de frente.
—Siempre quise esto, no es algo nuevo. Solo que recién siento que podría lograrlo. Gamma podía hacer lo que quisiera porque como hermana menor tiene nulas responsabilidades. Yo no. Yo tuve que llenar tus zapatos desde muy pequeña una vez nací contigo desaparecida.
—No lo... —Lyra se pasó la mano por la cara—. Ni siquiera lo había pensado. Lo lamento.
—No te disculpes —dijo Freya abrazando a su hermana—. Haz hecho demasiado por nosotras, no quiero que si algo sale mal en este plan tuyo te culpes por nada. Ya hiciste suficiente. Más que nuestros padres, al menos.
—Nuestra madre no tiene la culpa de lo que pasó, ella intentó defendernos.
—Lo sé. Pero papá... —Freya dejó la frase en el aire—. El tío Antares jamás nos vendería así. Ara ha sido buena al final de todo, te ha dado un esposo que te dejará brillar pero que no por eso es un inútil. Todo lo que no fue nuestro padre para mamá.
Sonrió con esa imagen en su cabeza. El escorpión había jugado sucio, ganándose a los cisnes más pequeños para ablandar los muros helados del corazón de Lyra.
«Tramposo», pensó Lyra, pero no podía dejar de sentir sus mejillas amenazar con una sonrisa.
—¿Y qué sigue? —preguntó Lyra peinando a su hermana luego de soltarse de su abrazo—. ¿Gamma también en la guardia?
—¿Te lo ha dicho?
—No, pero... Es Gamma.
—Por eso mismo no manifiesta desear nada para lo que se necesite un mínimo de disciplina, como ser una lady. No le gustan las expectativas. Si las personas empiezan a esperar de ella algo, lo arruinará de inmediato solo por no intentarlo y decepcionar. Déjala crecer y que decida luego qué hacer con su vida.
—Es lo que decidí para ustedes desde el momento en que me convertí en su protectora. Nunca les impondría nada. Ahora... ¿Creen que estarán bien estos días?
—Estaremos bien, solo no se tarden demasiado.
—Serán un par de meses máxi...
—¡¿Cómo me veo?! —se escuchó preguntar a Gamma a toda voz al entrar a la habitación.
Los ojos de Lyra perdieron órbita al fijarse en su hermanita.
—¿Quién te hizo eso?
—¡El tío Antares!
—¿Y qué hiciste para que te castigara así?
—¿Cómo dijiste? —preguntó Antares al entrar a la habitación con una canasta de flores para el pelo.
Lyra corrió hasta su hermanita preocupada por su cabello.
—¡¿Qué le hiciste a mi hermana, por el amor a Canis?! —exclamó Lyra con sus dedos inútilmente escarbando entre el manojo de nudos.
—Le tejí el cabello, no es para tanto.
—¿Esto es una trenza para ti? Le tejiste una jodida red de pescar, y una atacada por ardillas.
—Las palabras, Lyra —regañó Antares.
Lyra detuvo sus dedos un instante para dirigir su fulminante mirada al escorpión. No le gustaba ser regañada, ni siquiera si era por el bien del vocabulario de sus hermanas.
—Te voy a enseñar unas palabras en un momento... —prometió Lyra antes de volver a los nudos del cabello de Gamma.
—Déjame, me veo vanguardista —rezongó Gamma quitándose las manos de su hermana de encima.
—Te ves como un niño con piojos.
—Mejor, así no me reconocerán —argumentó Gamma con altanería.
A su hermana menor le encantaba contradecir por deporte, y a Lyra le impacientaba ese detalle. Por un instante, Lyra fantaseó con la dulce idea de tener una regla en la mano y golpear a su hermana como las preparadoras hicieron con ella en el pasado.
Y enseguida se sonrojó por el pensamiento, temiendo ser descubierta.
—¿De quién fue la idea de que él te peinara? —preguntó Lyra volviendo con un peine a la cabeza de Gamma.
—Mía, por supuesto —respondió la menor—. Quería algo nuevo.
—¿No tienes suficientes vendidas, idiota?
—Las palabras...
Antares tuvo que agacharse para evitar el peine volador que atentó contra su cabeza.
—¿Esto te estresa, cisne? —inquirió Antares al enderezarse, sus mejillas tensionadas por aguantar la risa—. Entonces me debes un helado en compensación por los daños que tus hermanas dejaron a mi salud mental en tu ausencia.
—Cariño, una palabra más y no va a gustarte lo que te dejaré helado —advirtió Lyra con una sonrisa amable y un tono tan decente que casi no parecía estar insultando—. Ahora, tú...
Lyra hizo un último tirón al cabello de Gamma antes de rendirse.
—Que me lleve Canis. Habrá que cortarlo.
—¡¿QUÉ?! —gritó Gamma alejándose de su hermana.
—Sí. Y ahora que lo pienso es una buena noticia. Para mí, al menos. Te enseñará a no dejar tu cabello en manos de cualquiera.
—No soy cualquiera, Lyra, soy tu esposo —le recordó Antares.
—Pero no estilista, ¿o sí? —discutió Lyra con satisfacción en sus labios—. Eso te hace un «cualquiera» en el ámbito del peinado.
—Vas a disculparte por esas palabras, princesita, cuando haga lo que tengo pensado con tu cabello.
—¿Seguimos hablando de peinados? —interrumpió Freya.
—¡FREYA! —regañó Lyra provocando que su hermana huyera corriendo de la habitación.
—Cuando nos volvamos a ver, más te valdría dormir con un ojo abierto, tío —amenazó Gamma al dirigirse también a la salida—. Tienes un muy lindo cabello, sería una lástima que alguien inocente lo arruinara por equivocación.
—Le tengo más miedo a ella que a ti —dijo Antares con un escalofrío una vez la niña desapareció tras la puerta.
—Eso quiere decir que sigues sin cruzar el límite de mi tolerancia.
Antares se giró a mirar a su esposa, la princesa que le enseñaba cada día de su vida que las emociones por las que valía la pena vivir no se sentían como el fuego, sino como el hielo al derretirse.
Sus mejillas estaban manchadas de rubor como si de un sarpullido se tratara. Pasaban así un rato cuando Lyra se reía, gritaba o se acaloraba de cualquier manera. Por mejillas como esas, Antares casi se avergonzaba de sus intenciones para con el cisne; pero no demasiado, no cuando expresarlas en voz alta perpetuaba ese calor en la cara de ella.
—Hay otros límites que quiero cruzar contigo, princesita —murmuró con su mirada clavada como un aguijón sobre los labios de ella—. Sigues debiéndome una luna de miel.
—Como yo lo veo, eres tú quien me debe a mí.
Antares, sorprendido y superado por la respuesta, alzó una de sus cejas y contestó:
—Dime el precio de la multa o el tiempo de la condena. Pagaré lo que haga falta.
Lyra puso los ojos en blanco y le dio la espalda. No era el momento para esas conversaciones indecorosas.
Mientras jugaba distraída con la alianza en su dedo, le preguntó:
—¿Tu madre me habría aprobado?
Antares miraba a Lyra como siempre: sin disimular lo radiante que era su entorno con ella en el. Sonreía, el oro de sus ojos brillaba como expuestos al sol. Y entonces las palabras terminaron de asentarse en su razón, y todo eso se esfumó como desaparece el frío tras el crepitar de una fogata.
Lyra justo había volteado para notar el cambio en su semblante.
—Eso es un no —concluyó ella con un asentimiento tranquilo. Había decepcionado suficientes personas en la vida como para preocuparse por un rechazo hipotético—. ¿Ninguna posibilidad de que llegara a quererme con el tiempo?
Antares desvió su rostro a la puerta y metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón.
—Mi madre no llegó a quererme ni a mí —dijo todavía sin verla.
—Eso no puede ser cierto.
Ella había tomado el comentario como un intento vago por aminorar el mal sabor que dejó el anterior. Pero empezó a creerse equivocada al notar que Antares no volteaba ni siquiera para contradecirla.
—¿Cómo pudo no quererte tu madre? —preguntó Lyra en un hilo de voz.
—¿Parezco alguien fácil de querer? El día de nuestra boda en el altar tú seguías sin soportar mi existencia, ¿o no? —Antares se volteó y fingió una expresión bromista—. Estoy acostumbrado a esas cosas.
—Pero yo no soy tu madre.
—No, gracias a Ara.
—No puedo creerte...
—No te estoy pidiendo que me creas. De todos modos, ¿qué hacemos hablando de esto? Tenemos que pensar en...
—Me expresé mal —corrigió Lyra acercándose a su esposo—. No es que no pueda creer en tus palabras, es solo que es difícil de imaginar.
—¿Eras muy unida con tu madre? —preguntó él mientras agarraba el rostro de Lyra y lo acariciaba con ambas manos.
—Lo justo, pero no lo digo por eso, sino por lo que se sabe de la reina Sawla. Ella habría dado la vida por sus hijos, era la mujer modelo de Áragog. Era más madre que reina.
—Te diré una cosa —concedió Antares—: supongamos que muy en el fondo me amaba y habría dado la vida por mí, ¿de acuerdo? Y digamos que simplemente era terrible demostrándolo. De hecho, las únicas personas a las que a mi madre no le costaba demostrar amor eran Sargas y su padre.
—No... No es posible... ¿Y qué pasa con...?
Lyra palideció al instante y mordió su boca para evitar lo que iba a decir.
—Puedes decir su nombre, Lyra, no me voy a desmayar. Llevo toda la vida escuchándolo.
Lyra de nuevo no dijo nada, así que él respondió lo que no había terminado de preguntar.
—Hoy, viendo todo en retrospectiva, supongo que eso fue lo que me unió a Shaula al principio: los asuntos sin resolver con nuestra madre.
Lyra quería preguntar. Se moría por hacer la pregunta. Pero no creyó que él estuviera listo para responder, ni ella preparada para creer su respuesta.
~❄️🦢❄️~
Era la última noche de camino a Deneb. Ya se habían acostumbrado a dormir con el traqueteo del carruaje, con la incertidumbre de la noche, con los nervios del porvenir.
Estaban acostados uno junto al otro, y él la miraba.
No podía dormir. No esa noche.
El cabello de Lyra, tendido sobre la almohada, mantenía las ondas que las trenzas provocaron. Conservaba su vestido por si una emergencia los obligaba a salir a las prisas, pero el corsé se lo había quitado en busca de mayor comodidad. Y aún así nada parecía al azar o descuidado en esa visión. La sábana era un lienzo opaco sobre el que Lyra destacaba como una obra de arte pasional, cada rasgo de su rostro o veta en su cabello era el trazo de un artista omnipotente, el tributo a la belleza más irreal.
Solo una persona había creado en Antares la inseguridad de cuestionarse su aspecto, y había sido ella, en medio del temor de no ser suficiente para gustarle.
Lyra se removió a su lado y Antares le apartó el cabello de la cara para besar su mejilla. Sus ojos cerrados, sus labios presionados con fuerza, su alma aspirando el momento. Parecía querer grabar en su piel cada instante con ella.
—¿No puedes dormir? —le preguntó él en voz baja.
Ella negó lentamente con la cabeza y se incorporó.
—Estamos tan cerca... ¿No estás preocupado? —preguntó ella arreglando su cabello detrás de sus orejas.
Él negó lentamente.
—Ansioso, eso me mantiene en vela. Pero no me preocupo. Estoy confiando en tu plan, aunque decidiste no decírmelo.
Lyra se mordió el labio y miró en otra dirección, aunque no había nada que ver ahí dentro con esa penumbra. Solo ellos. Solo el espectro sombrío de los posibles porvenir.
—Eso debería darte miedo, ¿no? —insistió ella abrazándose a sí misma, aunque el frío era más que tolerable—. No tienes control ni la posibilidad de opinar sobre lo que voy a hacer. ¿Cómo confías en que no estoy equivocándome y acabaremos muertos apenas pisemos el primer tramo de césped nevado?
Antares miró a su princesa con el rostro ladeado y una inclinación curiosa en los labios. Ella tenía una maldad muy particular, pero salía en ocasiones de extrema necesidad. En general, Lyra era ese pequeño cisne que mezclaba inocencia y su increíble intelecto de forma que potenciaba su ternura. A él le encantaba escuchar sus dudas, lo hacía sentir menos en desventaja.
—¿Qué? —inquirió ella.
—Una vez tomaste Deneb. ¿Qué me queda por dudar? —respondió Antares—. Si dices que sabes lo que haces, confío en que estoy en las mejores manos.
Lyra jugó con sus labios para evitar la sonrisa, pero el sonrojo fue más difícil de doblegar.
Luego de carraspear, ella tomó las riendas de la conversación.
—¿Sabías que Freya quiere ser caballero?
—Me estoy enterando.
—No pareces alarmado.
—¿Debo estarlo?
Lyra se tapó el rostro con ambas manos, se sentía mucho más culpable entonces.
—Tú siempre fuiste una pieza clave en esta monarquía —expresó Lyra—, respiras las reglas de Áragog. ¿Cómo es que a mí me cayó peor la noticia y tú lo tomas tan natural?
—Tienes razón, yo nací como protector de estas leyes y tal vez si me hubiesen dicho hace unos años que una mujer quiere ser caballero me habría reído y ni siquiera lo hubiese tomado en serio. Pero luego de haber visto una vendida volverse asesina y ganar un torneo, a Shaula declarándonos la guerra y usurpando Baham, y a ti traicionando incluso a aquella de quien estabas enamorada para tomar Deneb... Que tu hermana quiera ser caballero me suena hasta rutinario.
—¿Y por qué a mí...? —Lyra negó—. No soy tan buena hermana.
—Eso es una mentira gigantesca.
Lyra entornó sus ojos.
—Todo este tiempo has estado pavimentando el camino para que tus hermanas vivan intactas. Quieres lo mejor para ellas, incluso si eso significa asumir los malos tragos tú. Debe ser impactante y hasta decepcionante para ti que Freya escoja un camino que irremediablemente le traeré dolor, malos tratos, discriminación, menosprecio y todas esas cosas. Nosotros podemos aceptar de ella que sea rinoceronte si lo desea, pero el resto del reino no se lo pondrá tan fácil. Y eso debe ser duro para una hermana como tú. Deja de atribuirte culpas que no te corresponden.
—Pero...
—Pero... Yo sé que, si pudieras, atravesarías tú ese proceso por ella y le entregarías su sueño servido. Pero no puedes. Y tus hermanas son más fuertes de lo que parecen. Déjalas, ¿sí?
Como ella seguía testaruda y reacia a seguir discutiendo el tema, Antares tomó la mano de Lyra y la arrastró hasta sí para tenerla más cerca y poder abrazar su costado.
—¿Algún día me dirás quién nos patrocina? —preguntó ella con la cabeza recostada en su hombro—. A estas alturas ya deberías confiar en mí, ¿qué más tengo que hacer...?
—Lyra.
Ella calló y lo miró a los ojos.
—No. Puedo. Decírtelo.
Entonces los ojos del cisne se abrieron con tal sorpresa que parecía la primera vez que escuchaba esas palabras.
—¿Realmente no puedes decirlo, no? No es que no quieras decirlo, ni que no debas. Es que eres incapaz de pronunciar esas palabras.
El gesto aliviado de Antares fue su respuesta.
—¿Cómo? ¿Cómo es posible?
—No puedo...
—Decirlo, sí, sí. Entiendo.
Antares le sonrió y entonces dijo:
—Tengo algo para ti. Pensé en dártelo cuando ya estemos establecidos en el castillo, pero...
Antares dejó la frase al aire y buscó en su equipaje. Al cabo de un rato sacó un artefacto de madera blanca y se lo entregó a Lyra.
Era una especie de casa de carpintería con una manivela en la parte posterior. Las paredes laterales solo cubrían la mitad inferior sin tocar el techo, como si tuvieran grandes ventanales. La pintura blanca tenía flores dibujadas, como si crecieran sobre la madera y reptaran hasta las ventanas. No había una pared frontal, lo que permitía la vista al espacio hueco del interior.
—¿Y esto?
—Para tu amigo.
Lyra frunció el ceño.
—¿Amigo? —preguntó confundida.
—El árbol que canta.
—Árbol de música —corrigió Lyra aguantando la risa.
—Eso. —Antares se aproximó hacia adelante y metió la mano al interior de la casita—. Aquí iría él. No te preocupes por las medidas, está todo cubierto. Y dejé el espacio de las ventanas para que lo puedas regar, pero eso no es lo mejor...
Antares empezó a girar la manivela desbloqueando una sonata producida por cuerdas y engranajes al fondo del artefacto. Era una melodía lenta y apaciguante, como un cántico de cuna.
—Y si la mueves en sentido contrario tocará otra cosa, algo menos somnífero —explicó Antares soltando la manivela—. Es una casita musical.
—¿Por qué...? —Lyra no podía dejar de sonreír lo suficiente para que sus palabras no salieran con normalidad—. ¿Por qué me das esto?
—Tú cuidas mucho a esa planta, y siempre pones a las vendidas a tocarle algo de música, así que supongo que es importante. Con esta casita no necesitarás llamar a nadie que te moleste en la habitación para darle música al señor plantita.
Lyra puso la casita en el piso y ambas manos en el rostro de Antares, mirándolo con la sonrisa más amplia que recordaba haber tenido jamás.
—El «señor plantita» se llama Joqui, escorpión.
—Joqui —repitió Antares con la palabra distorsionada por el apretón de Lyra a sus mejillas.
Ella se inclinó más hacia él para dejar un beso sobre sus labios. Después se abrazó a él, su esposo, su aliado, quedando con el rostro contra su hombro y sin querer moverse de ahí jamás.
Él empezó a acariciar su cabello, atesorando el momento.
—¿Te gustó? —preguntó él.
—Tú me gustas más —murmuró ella en respuesta.
Y aunque Antares se derritió por dentro, aunque las palabras calaron en él como alivio a una herida ignorada, intentó quitarle peso al sabor nostálgico que dejaba el momento.
—Más vale, porque ya estamos casados —comentó.
Ella lo abrazó más fuerte, y él detuvo la mano entre una caricia y la siguiente, petrificado como si todavía no procesara el momento que vivían.
—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó ella separándose de Antares.
—Lo hice yo.
—No es cierto.
—¿Dudas del talento de mis manos? —cuestionó él con un arco en sus cejas.
—Dudo que en la corte te enseñaran a hacer casas para árboles miniatura.
—No, pero me enseñaron a aprender. Después del fiasco con el cilantro y el cebollín, para este regalo busqué a los expertos correspondientes. Un carpintero y un relojero.
—¿Ellos hicieron la casita?
—¡No, Lyra! —Antares se llevó la mano al entrecejo mientras ella se reía de su drama—. Ellos solo me dieron las instrucciones y supervisaron. Yo hice todo.
—Y te creo —dijo Lyra inspeccionando los lados de la casa musical—. Estas flores parecen más a unas paletas de colores. Lo tomaré como tu firma.
Antares entornó los ojos hacia ella como muestra de que no le había hecho gracia.
—Me gusta así —explicó ella con una sonrisa ilusionada y sus ojos sin dejar de chispear al contemplar su regalo—. Sabes cómo hacer todo especial e irrepetible.
—Mientras sigas sonriendo así, lo haré por el resto de nuestras vidas.
~❄️🦢❄️~
Lyra sin darse cuenta acabó por dormirse. Despertó agitada, sintiendo que el hielo de sus venas se descongeló y filtró por sus poros a modo de sudor. Algo presionaba su pecho sin dejarla respirar, y había muchas manos intentando bajarle el escote para descubrir sus senos...
Abrió los ojos y pese a la somnolencia los vio, eran niños, los cadáveres de los Nadie a los que había criado. Sus uñas estaban tan largas y descuidadas que abrían la piel de Lyra como tijeras.
Ella intentó sacudirse y espantarlos, pero se multiplicaban. Cada vez había más de esos Nadie, subiendo como roedores carroñeros por sus piernas, metiéndose bajo su vestido, lastimando sus brazos.
La hacían gritar de dolor y aún así no paraban, ella se retorcía pero los Nadie no tenían misericordia. «Mamá», la llamaban todos con voz estridente y chillidos distorsionados.
Lloraban tan fuerte... Pronto Lyra se unió al llanto.
Les pidió que pararan, les dijo que la dejaran en paz, que la estaban lastimando, pero ellos solo razonaban lo suficiente para arrancarle el vestido a retazos y buscar los senos para alimentarse.
—¡Lyra!
Fue lo que escuchó al despertar realmente y darse cuenta de que había estado gritando.
Solo fue un sueño.
Entonces, ¿por qué seguía llorando tan desconsolada?
Antares la abrazó fuerte, y como no sabía que decir, no dijo nada salvo «estoy aquí» y «no volveré a dejarte jamás».
La abrazó y recitó en voz muy baja sus votos matrimoniales, pues era lo único que tenía en su cabeza en ese momento. Los repitió como un mantra en medio de una melodía imperfecta, susurrada y cambiante conforme se extendía.
Apaciguada, Lyra acabó por volver a dormirse en sus brazos. Antares cayó luego, mientras sus labios todavía se movían por instinto, repitiendo las únicas promesas que jamás rompería.
CONTINUARÁ EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO
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