79: Bienaventurado el guerrero


Antes.

—Majestad —saludó Ares al espejo de mano que tenía asido con fuerza—. Debo confesar que se me hace bastante extraño y hasta... increíble, esto de hablarle a través del espejo.

Lesath Scorp miró a su propio espejo en el aparador de su habitación privada. No era la oficial que le asignaron como monarca, ni ninguna de dominio público. A esta solo se tenía acceso por medio de un pasadizo oculto, y los únicos que tenían noción de su ubicación habían sido los reyes del legado Scorp. Por supuesto, Lesath no había revelado su paradero todavía, puesto que su intención era hacerlo luego de tener a un sucesor instaurado en el poder. Un sucesor que, a menos que Ara intercediera con su omnipotencia, definitivamente no sería Sargas.

—Verás, muchacho, hay muchas cosas a las que se tiene acceso cuando eres rey —le dijo Lesath al asesino en el espejo—. Algunas de estas cosas son materiales, otras, las verdaderamente importantes, vienen con el conocimiento. Lo que no tengo es tiempo, y esta conexión me ha costado un precio enorme, así que te insto a hablar antes de que se corte. ¿Seguro de que nadie puede oírte?

—Los muertos tal vez, majestad. Estoy en el seno de un cementerio descontinuado.

—Perfecto. Empecemos por contextualizar esta situación —dijo el rey sin rodeos—. Debes entender a este viejo tradicional, no pierdo la costumbre de sobre analizar cada aspecto que me rodea, y de desconfiar incluso de mi propia sombra. Así que... ¿Por qué acudes a mí? Soy el rey, y no precisamente tu amigo. Sea cual sea la información que tengas, advertirme capaz no sea tu única opción. Puedes vender la información a un mejor postor, o callarla. O confabular en base a ella. ¿Por qué venir a mí?

«Bienaventurado el guerrero que aprende que el veneno también puede curar» —citó Ares las sagradas escrituras de Ara.

Lesath cayó, sorprendido de haber sido contrarrestado con aquellos versos que se conocía de memoria.

—Bueno, majestad —siguió Ares—, y disculpe la crudeza de mis palabras, preferiría beber mi mierda que permitir que Sargas Scorp nos gobierne. No encontrará una explicación más exacta al por qué recurro a usted.

—Ya imagino por dónde van tus intenciones. De todos modos y, de nuevo, son solo tendencias de mi paranoia senil, quisiera saber algo sobre ti antes de continuar.

El rey se reclinó en su silla. Parecía amable, desinteresado y precavido de un modo casi insultante hacia sí mismo. Como si la imagen que quisiera proyectar fuera una que no lo hiciera parecer intimidante, que disimule mejor su agudeza de mente.

—¿Planeas ser nuestro asesino, Circinus?

—Contemplo la posibilidad.

—¿Por qué?

—¿Qué opción tengo? ¿Quedarme fuera del palacio? ¿Perder mi ocupación y propiedades? ¿El destierro? ¿No estar al tanto de lo que ocurre en la monarquía?

—En ese caso —siguió Lesath como distraído. No veía al hombre del espejo, sino a una especie de bolígrafo entre sus manos—, ¿por qué todavía no te has ungido?

—Justo por lo que le he pedido esta audiencia, majestad. Haría el voto encantado al reino, pero si ese reino va a acabar en las manos de Sargas preferiría cortarme la lengua para que no puedan obligarme a pronunciarlo.

—Eres devoto —señaló el rey con una mirada curiosa, casi conspirativa.

—¿Al juramento? —inquirió el asesino con una expresión que superaba su nerviosismo ante aquella conversación—. Completamente. Usted tiene sus inclinaciones y yo las mías. Crecí en esos entrenamientos, toda mi enseñanza viene de ahí. Si no creyera en el voto, ¿entonces en qué?

—Por eso no te juramentas.

—Así es, majestad.

—Porque crees que Sargas quiere mi corona.

—«Creer» hace que mis sospechas suenen vagas.

Lesath asintió. Soltando el bolígrafo, se reclinó en su asiento y entrelazó sus manos con los codos sobre los laterales.

—¿Qué sabes? Y, lo que es más importante, ¿qué pruebas tienes?

—¿Pruebas? —Ares negó sin inmutarse—. Ninguna. No le diré nada que no pueda comprobar usted mismo.

—Entonces dime qué crees que planea mi hijo y por qué.

—Esa es la cosa, que no tengo idea de lo que planee, pero... Sargas no es especialmente conocido como un hombre de fe, majestad, por lo que tengo fuertes sospechas de que se está formando una alianza entre él y la iglesia.

Lesath por primera vez frunció el ceño sin haberlo meditado antes.

—¿Le has visto entrar a la iglesia? ¿Hablando con un sacerdote? ¿Haciendo donaciones?

—Por supuesto que no, majestad, Sargas parece estúpido pero dudo mucho de que lo sea. Creo que usa un intermediario.

—Claro, eso haría yo —concedió Lesath mirando a otro sitio que no fuese el espejo, como si pensara más allá de lo que veía a su alrededor—. ¿Quién?

—Mi padre.

Lesath, aunque se esforzó por mantenerse tranquilo, perdió en su rostro todo color.

—Tu...

Lesath veía al muchacho a través del espejo con una intensidad que puso al asesino en tensión. No era una declaración ligera, y de ser mentira, el heredero Circinus se estaría arriesgando demasiado al presentar tal blasfemia al rey de Áragog.

Lesath entendió que la pregunta no debía ser si le creía al joven, sino si creía a Sargas capaz de lo insinuado.

—¿Está vivo? —le preguntó a Ares Circinus.

—Yo no lo diría así.

—No está muerto.

—No.

—¿Nunca lo estuvo?

—Oh, no, sí que lo estuvo —enfatizó Ares reprimiendo el impulso de hacer un chiste al respecto ante el rey—. Pero lleva razón en concluirlo así. Imagino que es lo que harán que la gente piense, que nunca estuvo muerto, no realmente. Como un caso de encubrimiento.

—Sargas está jugando más sucio que ningún heredero en la historia de los golpes a la Corona... —dijo el rey casi para sí mismo—. ¿Cómo lo hizo?

—No tengo idea, majestad.

—¿Cómo se ve tu padre ahora? ¿Parece el mismo? Este tipo de artes dejan marcas muy específicas, si logras describirme bien su comportamiento sabré cómo lo hizo.

—Tiene las venas marcadas incluso en el rostro, algo como varices por todo el cuerpo, pero de colores muy fuertes que casi parecen todas negras. Sus ojos también. Y... Parece él mismo, en general. Mismos recuerdos. Mismo razonamiento. Si la muerte le quitó humanidad, pues no hizo gran diferencia a como solía ser. Pero algunas noches...

El rey entornó los ojos ante el repentino silencio.

—Continúa —instó.

—No es que quiera encubrirlo, es que no sé cómo explicarlo. Su piel se vuelve pálida hasta casi rozar el azul, las vértebras de su columna sobresalen como agujas, lo que lo encorva. Pierde por completo la noción de sí mismo, incluso olvida esos lapsos al día siguiente, cuando las estrellas se borran del cielo.

—Es un sirio... —entendió Lesath en un hilo de voz—. El imbécil vendió su alma a Canis. Así Sargas lo trajo de vuelta.

«Sargas debe estar en contacto con un astrólogo con muchísimo poder y conocimiento para llevar a cabo un acto semejante», pensó Lesath sin intención de compartir dicho razonamiento con Ares. Tenía un posible involucrado en mente, uno con el que tenía una desagradable historia.

—¿Por qué relacionas esto con Sargas? —fue lo que preguntó al asesino.

—Bueno, majestad, mi padre vive en constantes encuentros con la iglesia, en especial con su alto sacerdote, ese... No recuerdo, el III, lord Pelusa, creo.

—Pólux —corrigió el rey alzando los ojos al cielo hasta casi blanquearlos.

—Ese. El caso es que estas personas creen que mi padre es un mártir. Murió cumpliendo los lineamientos de Ara, murió en labor, cuando intentaba convertir a una hereje. Y esto me lo cuenta él mismo. Vive jactándose de que recuperaremos el prestigio de nuestro apellido, que volverá a tomar partido en la monarquía como nunca antes, y que a partir de entonces no volveremos a ser, en sus palabras, «humillados». —Ares de pronto estaba tan suelto al llegar a ese punto de la revelación que había estado guardando, que casi olvidó con quién hablaba—. Le aseguro, majestad, que está insoportable con este tema, es como una aguja en el culo. Y se lo digo yo, que tengo un tatuaje en una nalga.

—Muchacho, los asuntos en tu nalga...

—La derecha.

Lesath se llevó los dedos al entrecejo a la vez que bajaba la cabeza, todo lo que pensaba era «es un momento serio, no te puedes reír».

—Como te decía... ¿Cómo relacionas todo esto con Sargas?

—Él lo revivió, ¿no?

—¿Estás seguro de esto? ¿No habrá sido alguien de la iglesia?

—¡No, majestad! ¿Cómo cree? Ellos tal vez sospechen cómo hizo Sargas para traer de vuelta a mi padre, pero hacen oídos sordos. De eso son culpables: de conspirar, de escoger la evidencia a la que le dan importancia en base a sus propios intereses. Pero todo lo hacen en pro de la fe. ¿Dónde queda todo eso si usan artes paganas para defender dicha fe?

—Me alegra que tengas el cerebro donde va, muchacho. ¿Entonces tu padre jamás ha mencionado que fuera Sargas quien lo revivió?

—No, jamás. Pero tengo una corazonada. He visto cosas, pequeños gestos, detalles que se le escapan al jactarse. Además, mi abuelo Aries está reuniendo de nuevo su tropa de mercenarios. Al principio creí que mi padre planeaba un golpe por su cuenta, tal vez confabulaba con la iglesia para tener la corona. Pero él hoy no es nadie más que un difunto, para conseguir un golpe como ese tendría que estar en la corte de nuevo, y usted podría no recibirlo con las manos abiertas al descubrir que no es del todo humano. Pero, ¿y si ayudara a Sargas a tener su corona antes de tiempo? Tal vez le diera el puesto como su mano, mi padre sin duda negociaría esto.

—Has tenido tiempo de pensar en todo.

«Porque seguro hay más de una mente detrás de ese razonamiento», concluyó Lesath para sí.

—Lo que importa es que usted ahora lo sabe. Y podrá hacer algo.

—Oh, no. Si la Iglesia está con Sargas no puedo hacer nada.

—¡¿Cómo no va a poder?! ¡Es Lesath Scorp, el aguijón de Áragog! Hoy usted es el rey, puede hacer...

—Niño, agradezco la información, pero yo decidiré qué hacer con ella. Sargas será rey. Mi mejor opción es dejar que lo sea.

—¿Y no piensa hacer nada? ¿No va a luchar?

Lesath sonrió.

—Tengo una pregunta para ti, muchacho. Si te consagras como asesino del reino, eventualmente lo serás de Sargas, y eres devoto al juramento, lo cual te atará a los caprichos de su infecto corazón. Pero, ¿considerarías entregarme tus armas a mí y no al reino?

—Pero el juramento que se hace es para con el reino...

—El juramento público. Pero suponiendo que yo te propusiera ungirte antes, en privado, ¿me darías tu voto? Tendríamos que consagrarte luego en público, claro, pero ese segundo voto no tendría validez, no anularía el primero. Serías leal a mí y solo a mí por el resto de tus días.

—Po-por supuesto, majestad. Sin pensarlo.

—Tal vez deberías. No te pediré nada fácil. Y tendrás que jugar al doble agente una vez la Iglesia te consagre a Sargas. A quien él te pida matar, investigarás para mí. A quienes te ordene encontrar, me los harás llegar a mí primero. Si digo que alguien no muere, no morirá, y tendrás que matar a otro para encubrirlo. ¿Sí lo entiendes?

—Con todo respeto, majestad, no me hice asesino para limpiar alfombras.

—Perfecto, entonces. Necesitaré a alguien que pueda moverse mientras yo esté expuesto en el trono, y luego en custodia de Sargas. Tomaré las medidas que hagan falta pero es imperativo que nadie sepa que me has dicho lo de tu padre, ¿de acuerdo? Ni que hablas conmigo en general. Ni una palabra, o me aseguraré de que no puedas decir ninguna otra en tu vida.

—No se preocupe por eso.

—Bien. Pronto me tocará dar la actuación de mi vida, así que más me vale ir practicando. Ahora, para finalizar, por tu voto y la información que me has dado, lo justo es que yo te ofrezca algo de igual valor. ¿Necesitas algo?

La sonrisa de Ares casi podía partirle el rostro en dos.

—¿Tiene dónde anotar?

~~~

Nota:

¿Cómo quedaron después de este capítulo? ¿Cuáles son sus conclusiones al respecto? Cuéntenme todooo.

Nos vemos en el final.

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