78: La dama de Leo

«¿Ahora en qué sirios me metí?», pensó Leiah.

Llevaba un rato ya sentada desde que habló con lady Indus Sagitar y le pidió a Draco que abandonara la habitación.

Necesitaba meditar hasta el más leve de sus próximos movimientos, pero le faltaba algo muy preciado para ello: tiempo. Afuera las tensiones de la guerra habían colapsado, la gente había salido a defenderse —o eso le dijeron— y los lores desde el castillo apenas hacían uso de los muros con ballestas, arqueros y catapultas aprovechándose de la altura como ventaja.

Pero con tan pocos hombres y la nula fragilidad de los sirios, seguían con las posibilidades en contra.

En especial teniendo al rey maldito en medio de la tropa enemiga. Hasta ahora decían que no se había movido, pero, ¿por cuánto tiempo mantendría su inactividad?

Leiah secó sus manos en la falda de su vestido y suspiró, decidida a enfrentarse a sus propios miedos.

—Sah —llamó en voz alta—, ¿crees que tú puedas comunicarte con el otro cosmo?

«Es tu cosmo, Leiah. Si puedes hablar conmigo podrás comunicarte con él».

—Pero...

¿Cómo explicar algo que ni ella misma comprendía?

—No me habla —dijo por toda respuesta.

«No estoy segura de que todos los cosmos hablen, pero deberían saber comunicarse».

—Entre el deber y el poder hay un trecho largo, ¿no crees? Le hablo y le hablo y siempre me ignora.

«Aww, pero si se parece a ti».

Leiah resopló obstinada y enterró su rostro entre sus manos.

A veces quería estrangular a Sah, por desgracia los poderes cósmicos no tienen un cuello lógico.

«¿Al menos lo sientes?», indagó Sah cautelosa al ver el estado en el que estaba Leiah.

—Sí —respondió Leiah comprobándolo en ese preciso instante—. Es monstruoso. Llevo su magnitud quemándome a la espalda, se siente como... Es casi como tener la inmensidad de una tormenta, con rayos, truenos e incluso huracanes, eclipsados dentro de mi sombra.

«No sé cómo podría ayudarte, Leiah. Se supone que te debe llamar. ¿Te está llamando?».

Leiah dejó salir una risa corta similar a un bufido.

—Al contrario, siento que me repele. Me detesta, Sah. No hay ninguna afinidad, es como si una especie de mano hecha de cosmo mantuviera una presión constante entre la sombra y mi espalda para alejarme. Esa presión no mengua.

«Tendrás que preguntarle al respecto».

Leiah inspiró, cerró los ojos y exhaló.

«De acuerdo, aquí vamos», pensó Leiah. Seguía secando las manos en su vestido, sus nervios superaban los previos a cualquier obra o ensayo. No necesitaba de un escenario, el vértigo estaba en la boca de su estómago reclamando atención.

—Eh... ¿Leo? —Leiah carraspeó enseguida. Se sintió hablándole a una sala desolada—. ¿Estás ahí?

Solo recibió silencio.

«Lo haces horrible».

—¡Sah, no me ayudas!

«Parece que le hablas a la pared».

—Es porque le estoy hablando a la pared, ¿no ves que no me contesta?

«Si me hablas así yo tampoco te contestaría».

Leiah tenía ganas de llorar de la frustración.

«No te mates, no es tan grave. Necesitan conectarse, y parece que eres tímida, así que toma cualquier objeto que no esté relacionado contigo y déjame ahí. Así les daré privacidad», sugirió Sah.

—No, ¿estás loca? ¿Y si te roban?

«¿Quién sirios me va a robar, imbécil? Estás encerrada en un castillo con personas que dependen de ti. E incluso si todavía no pudieras confiar en ellas, ¿de qué les serviría robarme si no me pueden usar?»

—Para evitar que yo te use, ¿tal vez? ¡No puedes culparme por ser paranoica en un momento así!

«Ay, solo sácame de aquí y ya».

Leiah así hizo, deslizando el cosmo desde su cabello hasta que este salió de la punta de sus dedos para impregnarse en el cáliz en la mesita contigua.

Entonces exhaló, menos presionada ahora que no tenía un segundo cosmo husmeando en su mente.

Abrió la boca con la intención de volver a saludar al cosmo de Leo en su sombra, y lo que acarreó fue tal grito que terminó doblándola al no poder soportarlo. Ni sorpresa, ni un chillido. Aquel fue un grito de dolor solo equiparable a la manera en que un hueso se rompe, pero nacido en su mente.

Desde afuera, un atormentado Draco intentó abrir las puertas con apremio, pero Leiah las había cerrado por dentro. No importa cuánto intentara, era inútil.

Quedó encorvada sobre el suelo como si hubiese vomitado el alma en el, sus manos sudaban más, su piel había adquirido el matiz enfermizo de una palidez. Con los ojos desorbitados y la boca abierta húmeda de saliva, comenzó a recuperar su aliento una brizna de aire a la vez.

Apretando con fuerza sus rodillas, logró aminorar el temblor de sus manos por el momento.

—Entiendo —balbuceó Leiah con espasmos en la garganta—. No hablas, gritas.

Poco a poco Leiah consiguió sentarse de nuevo en la silla. Extendió su mano hacia la mesita contigua y a pesar de su caótico pulso pudo asirse a uno de los cáliz. Pero al llevarlo tembloroso hacia sus labios lo descubrió vacío.

Leiah jamás había pensado en lo mucho que podría extrañar el agua.

—¿Por qué Sah no se siente así? —preguntó Leiah al aire, limpiando sus labios con la manga del vestido.

Soltó el cáliz sin preocuparse por el estruendo que hizo al caer, e igual de débil se desplomó contra el respaldo de la silla.

—Es un placer saludarle, cosa de Leo —saludó Leiah. Ya no parecía su voz, esta parecía más a la de alguien que acababa de recorrer un desierto descalzo y que había acabado por caer—. Aunque seas terrible. Yo seré la última persona en juzgarte por no ser ordinario.

Leiah todavía podía percibir todo ese magno poder a sus pies, separados solo por los débiles hilos que la unían a su sombra. Lo que había sentido no fue ni siquiera Leo entrando a ella, apenas había sido una pulsación en saludo que afirmaba su presencia.

Y casi la había matado.

—¿Por qué no me dejas acceder a ti? ¿Por qué parece que me empujas?

Un fogonazo cegó a Leiah. Ella no podía verse, pero sus ojos adquirieron el color del oro, abiertos con desmesura mientras Leo ponía en sus memorias una mentira acerca del futuro que podía resultar en verdad, dependiendo de las decisiones que se tomaran.

En esa visión, Leiah vislumbró escombros de una destrucción que se consumió a sí misma y todo a su paso. Y se vio a ella sobre los fragmentos de piedra y humo, con sangre sin nombre manchando hasta su cabello.

En aquella posibilidad, ella no parecía preocupada por esa masacre baldía de esperanza. Se notaba sonriente con una corona de huesos en su cabeza.

—No confías en mí, lo entiendo —jadeó ella cuando el cosmo la sacó de aquel posible destino—. Pero no quiero acceder a ti por un bien propio...

Una descarga de dolor procedente del cosmo castigó su mentira.

—¡De acuerdo, de acuerdo! Eres bastante literal, lo entiendo. Claro que cualquier acción que tome al respecto de esta lucha representa un beneficio para mí, pero, ¿no es así para cada persona que forma parte de esto? Al menos yo no quiero crear un daño indiscriminado, solo te necesito para una cosa. Será eso, y no volveré a recurrir a ti.

El poder en la sombra la miraba de frente desde la piedra del piso mientras ondeaba, como hecha de luz de un terrible y resplandeciente negro. Y tuvo una reacción, o más bien la ausencia de una, que Leiah interpretó como un acto de paciencia, la oportunidad de ser escuchada.

—Solo quiero matar al rey —le explicó Leiah en un hilo de voz.

Una sombra sin voz, hecha del más basto poder de una estrella, no podía reír. Pero Leiah juraba que esta lo estaba haciendo, porque creó una ventisca de vibraciones casi despectivas contra su piel que ella interpretó como burla.

—No te burles de mí, estoy hablando en serio. Tal vez yo sola no pueda, pero si me ayudas claro que tendría más posibilidades. Necesito matarle para acabar de una vez con esta guerra...

Leiah exhaló un bramido de sorpresa, aferrándose con tal fuerza a los laterales de la silla que esta se alzó y chocó sonora contra el piso. La puerta desde afuera seguía insistiendo por ser abierta, pero Leiah estaba demasiado lejos para atender. En sus ojos ardió de nuevo la respuesta del cosmo.

Esa vez la visión no fue una mentira, sino una realidad pasada. Un rey asesinado sustituido por el siguiente heredero. Al ser coronado, el nuevo rey ejecutó hasta al menos probable de los sospechosos del pasado regicidio e instauró leyes incluso más opresivas que las que hizo cumplir su predecesor.

Con una bocanada de aire violenta, Leiah volvió al presente. Todo su escote chorreaba de sudor, la parte superior de su vestido ya estaba empapada.

—Entiendo que matar un rey no acarrea la paz —tradujo Leiah secándose los ojos—. Pero dejarlo aterrorizar su reino tampoco.

El cosmo no hizo nada ante aquel comentario, Leiah sintió sus residuos abandonarla en dirección a la sombra.

—No confías en mí, pero debes pensar que no puedo hacer un daño peor que ese maldito de allá afuera. Si te estuviera invocando en otro momento entendería tu reticencia, pero, si eres tan bueno calculando posibilidades, piensa en lo que hará Sargas Scorp una vez conquiste este castillo. O antes. Piensa en todo lo que hará afuera para derribar esta fortaleza. ¿No es suficiente motivo para darme un voto de confianza?

Otro laceración en su mente fue abierta por el cosmo, haciendo así que Leiah se doblara en un grito terrorífico.

De nuevo, sus ojos ardieron en humo dorado mientras su mente viajaba atrás, más atrás de lo que recordaba ningún hombre, en un reino distinto al que ella transitaba.

Vio una explosión de fuerza sobrenatural. Un alma de destellos violetas que se erigió sobre el desastre de polvo y poder tomando el peso de la creación en sus manos.

Leiah no vio más que un celaje de ello, porque enseguida fue arrastrada al instante en que Leo, tendido en una especie de limbo, recibió una a una las esferas de calor que serían tejidas en su alma hasta crear su constelación.

Era tanto poder, que lo que hacía un minuto Leiah distinguió como uno de los humanos más preciosos posibles, ahora refulgía con el brillo de un sol —con forma de león en el núcleo— que se extendía por kilómetros en una inmensa nada.

Un poder así podía destruirlo todo. Como mínimo, podía tomarlo todo para sí. Y puede que esa creadora de destellos violetas pensara justo eso, porque atravesó todo el calor de las estrellas de Leo hasta volver al hombre divino en el centro. Entonces, le extendió una diminuta piedra que tenía en la palma de su mano.

«Un cosmo sin un don de Identidad es solo una fuerza más para regir el universo», le dijo la divina voz de la creación a Leo. «Recházalo y pierde tu consciencia. Si lo aceptas, solo podrás vivir en coherencia al don que te será entregado. Será tu cárcel, pero una vez en ella no podrás no amarla».

Leiah fue inmediatamente arrastrada de aquella escena, convertida en una luz más viajando a velocidades imposibles hasta devolverse a su presente. Y en el trayecto, aunque no pudo ver lo que Leo hizo al respecto de la oferta de su creadora, sintió que el cosmo le hacía entender la respuesta sin necesidad de hablar para ello.

«Autocontrol», fue la sensación que dejó aquel viaje fugaz.

—Lo entiendo —dijo Leiah secando la sangre que goteaba por su nariz. La cabeza le dolía como si en ella hubiesen vertido todo el alcohol del reino. Estaba débil, temblorosa y con la vista nublada por sus limitaciones humanas, al borde de la fatiga—. Se te concedió un alma que podría destruirse a sí misma, y se te encadenó a una Identidad que antepone el autocontrol a cualquier otra necesidad. Entiendo que solo así se evita que tu existencia sea una catástrofe.

Leiah inspiró varias veces casi en un hipo. Estaba tan agitada que el aire no atravesaba el nudo en su pecho para alcanzar sus pulmones. Se dejó caer al respaldo de su silla. Su sed había escalado a niveles que, al llevar su mano famélica a sus labios, los encontró resecos con costras de sangre.

—Me estás matando —dijo sin aliento a su cosmo—. Sé que no tienes opción y que haces esto porque debo entenderlo. Sé que no puedes no pensarlo todo y calibrar hasta la última posibilidad para escoger la que no acabe en un apocalipsis. Sé que no tengo tu autocontrol, que mis impulsos te aterran, pero... Una vez me ayudaste. No a Oras en aquella guerra contra Aquiles y los esclavistas. Imagino que en ella ya confiabas, habiendo crecido a su lado. Ambos sin duda llegaron a entenderse bien. A mí me ayudaste cuando confiaste en que salvaría a Orión de esa flecha sin usarte para masacrar Antlia.

El poder en la sombra parecía arrullado por la voz moribunda de Leiah.

—Tú me correspondías —siguió Leiah, sus ojos cerrándose en su convalecencia—. No nos conocimos porque un arka nos robó esa oportunidad haciendo que Oras te entregara hace doscientos años. Estabas preso en el brazalete de ese arka, por eso no me conociste, aunque debías hacerlo.

»No sé por qué las estrellas escogen a los humanos, pero una vez confiaste en mí. Tal vez no lo recuerdas, Sah no recuerda la parte de sí misma que está en el reino cósmico, pero tuvo que ser así de lo contrario no podría reclamarte. Eso significa que tu parte en el reino cósmico me vio nacer y me nombró. Confiaste en mí para destinarme a ser tu portadora. Tú eres esa parte de mi alma que siempre me faltó, y no puedes desconfiar ahora de eso. No si en doscientos años tuviste el autocontrol suficiente para no volver a escoger a nadie después de Oras, excepto a mí. Aunque no recuerdes, debes confiar en ti. Debes confiar en lo que viste en mí que ni yo misma veo. Por favor...

»No quiero seguir vacía.

Leiah perdió por completo el pulso luego de esa última palabra.

♟️🖤♟️

Leiah ya no era Leiah. Ya no estaba en su actualidad, sino dos siglos en el pasado, nuevamente.

Antes estuvo ahí y su hermana, o aquel resquicio divino de ella, la guió con acertijos que no había comprendido entonces.

Leiah se llevaría de su visión al presente todo, cicatrices incluidas.

En su primera visita lo hizo por accidente.

—«La vida seguirá su curso una vez salgas de aquí, excepto lo vivido, cicatrices incluidas» —le había dicho Aquía antes.

Leiah y Oras compartieron alma en diferentes tiempos.

El vínculo en el alma que compartían le permitía a Leiah volver a algún punto de la vida de Oras siempre y cuando tuvieran la influencia de alguien en el reino cósmico. Y ese alguien fue su hermana, Aquía, que de alguna forma le concedió dos oportunidades.

Leiah se llevó de su primer viaje una cicatriz.

La brizna del cosmo que había consumido para que Oras Leonides sobreviviera a los esclavistas no se la pudo quedar ya que Oras lo necesitaría para enfrentarse a Aquiles en aquellos largos meses de contienda que acabarían en la destrucción de las tierras de Zatah. Leiah no podía interferir en ese hecho. Sin embargo, había dejado la mayor parte de Leo en su sombra, y no terminó de entenderlo hasta que Sah misma se lo señaló.

Recordó la conversación que tuvieron en su cuarto en el refugio.

—«Y eso fue lo que viví» —recordó Leiah lo que le dijo a Sah—. «Ese evento desde la piel de Oras. Incluso sentí parte de su cosmo».

«¿Solo una parte?», había cuestionado Sah.

«Sí, lo demás lo dejé en la sombra».

Sombra que se había llevado con todo lo que restaba del poder de Leo.

Así que incluso cuando cuando Oras le cediera todo el cosmo que tenía al arka; no le sería arrebatado nada a Leiah en el presente.

Pero todavía quedaba un detalle.

Un águila de alas negras. Un villano portador de Aquila que, por bien o maldición, había acabado atrapado en Leiah, permitiendo así aquel vínculo que la llevó al pasado en su piel.

Uno de los hombres que esclavizaron al clan Leonides en Zatah se acercó a Leiah. Pero Leiah ya no era ella, estaba en la piel del demonio de alas negras que había sido la perdición de su contraparte en el pasado.

En la visión del pasado, al escucharlos hablar por horas divagando sobre cosas que no le interesaban, Leiah empezó a jugar distraída con una pluma hasta que finalmente le preguntaron directamente:

—¿Qué opina, mi señor?

Leiah se volteó, su ceja arqueada en interrogante.

—Sobre el desertor —explicó el esclavista.

Leiah no había estado escuchando, pero la palabra «desertor» captó su atención, deteniendo el jugueteo con la pluma.

No tenía excusa para no haber escuchado una sola palabra antes de esa, pero, pensó que al ser ella un guerrero cósmico de alas negras usado como un arma para masacrar indiscriminadamente, lo menos que le preocuparía sería herir la sensibilidad de sus interlocutores.

—¿Por qué me ha de interesar oír sobre un desertor? —le preguntó al esclavista.

—Por la información que dice tener, señor.

Los ojos de Leiah se abrieron sin que pudiera evitarlo. En aquella frase entendió perfectamente el pasado.

Alguien del clan escapó para alertar a los esclavistas de la rebelión que pleneaban los Leonides. Fue así como Aquiles llegó a escena.

—No hay tiempo para tu maldito ego, Aquiles —dijo un hombre distinto apostado al otro de la habitación donde estaban reunidos—. ¿Hacemos pasar al gato desertor o te lo freímos para la cena de una vez?

Leiah exhaló con fastidio y se levantó, sus inmensas alas apostadas como dos sombras extras detrás de sí.

—Ninguna de las dos —finalizó desenvainando la espada del hombre a su lado y apropiándose de ella—. Ya vuelvo.

Más tarde, Leiah estaba agazapada sobre la represa de Zatah con las enormes alas izadas al vuelo.

Al igual que había hecho con Oras en su anterior viaje, Leiah tuvo que recrear los eventos de aquella destrucción como si los viviera por primera vez, ayudada por los instintos del cosmo en su poder.

En ese caso, estaba en la piel de Aquiles. Y aunque consideró la posibilidad de cambiar la historia, temió por las consecuencias de una decisión como esa. Así que recreó el pasado matando a cada esclavo que se le atravesó solo con la medida justa de Aquila para invocar las alas. El resto del poder lo guardó en su sombra.

Y sólo tenía dos cicatrices nuevas, dos tajos en ambos lados de su clavícula.

Leiah no podía concebir que una parte de ella había sido un arma de masacre indiscriminada, y la otra una esclava que luchó hasta su último aliento por su libertad y la venganza de los suyos.

Tal vez Aquiles ni siquiera estuviera relacionado a ella, sino a Aquía en la medida en que compartían parte de una misma constelación. Siguiendo esa hipótesis, Leiah tenía acceso a aquella vida pasada solo por poseer a Sah al haberla tomado de los huesos de su hermana.

Como fuera, Leiah sentía ambas cosas muy naturales: la tiranía y la supervivencia.

Mirando a Oras desde la cima de la presa de agua —justo como antes había hecho desde la otra perspectiva—, sintió que se miraba al espejo desde ángulos distintos, mostrando ambas caras de su heterocromía y motivaciones casi opuestas.

Luego sintió esa presencia detrás, tan familiar como su sombra, porque compartían un poder gemelo.

—Algo malo está pasando allá, ¿no? —le preguntó la voz de Aquía en aquella ensoñación, sentándose junto a Leiah en el borde de la presa.

—No mucho. Solo vamos a morir todos —bromeó Leiah, y enseguida volteó arrepentida por lo que había dicho—. No «ellos», ellos están lejos arreglando los pormenores de su divorcio. Soy yo que, estúpida y testaruda, me inmiscuí en un conflicto al que no fui invitada previamente.

Aquía veía a su hermana menor con todo menos comprensión, parecía que tenía a Leiah bailando vals frente a sus ojos con un sirio mutante.

Leiah estalló en risas al entender que era improbable que Aquía entendiera la referencia al divorcio de Ares y Orión.

—Ellos están bien —tradujo.

—Y tú también, pues volviste, ¿no? Significa que has entendido.

—Entendí que Oras y Aquiles era gente avariciosa con demasiado cosmo para sus nimias necesidades, no creo que les importe que yo les haya robado la mayor parte. Y siendo justos, ya me las habían robado a mí antes.

Aquía sonrió por ello, como si estuviera tentada a reírse.

—¿Esta será la última vez que nos veremos? —indagó Leiah.

—Casi con absoluta seguridad.

—O sea que esta es la despedida de algo que jamás pasó.

—Negar que esto está ocurriendo sería fingir que no volverás a tu ciclo lunar con dos cosmos nuevos para usarlos contra lo que sea que te espere allá.

Leiah entendió que tenía razón. Al menos le quedaría eso, el haber conocido a su hermana.

Y de todas las cosas que pudo haber preguntado, lo primero que salió de su boca fue:

—Oye, ¿sí eres así de brillante y preciosa fuera de aquí?

—Te diré algo: cada vez que intento responder a una de tus preguntas con una respuesta que se sale de la norma, la frase se desdibuja en el viento y para ti es como si jamás hubiese dicho nada. Así que será mejor que hagas preguntas más fáciles.

—De acuerdo, nada de preguntas prohibidas. Entonces... ¿Quieres que les diga algo de tu parte?

Aquía negó enfática.

—A ellos no les hará bien pensar que estoy existiendo de alguna forma accesible. Es posible que se obsesionen con la idea de encontrarme. —Volvió a negar—. No es justo para ellos, yo no quiero ser encontrada. Déjalos que avancen a su modo.

—Es que significas demasiado para ellos, me parece egoísta guardarme esto. Tal vez soy yo quien menos necesitaba verte, y heme aquí.

—Ellos no me necesitan, Leiah. Atesoran mi recuerdo pero las estrellas han decidido que ambos tienen un motivo para vivir más allá de mí. No puedo interferir en eso.

Leiah se metió una uña a la boca y empezó a mordisquearla. Aquía aprovechó ese instante impropio de ella para preguntar:

—¿Crees que nos habríamos llevado bien de habernos conocido en el mismo reino?

—Por supuesto —respondió Leiah casi ofendida por la duda.

Aquía casi bufó volteando en dirección contraria.

—Te habría odiado tanto...

El buen ánimo se borró del rostro del león de Ara. No le hacía falta una persona más a la lista de aquellos que la odiaban.

—Una vez —retomó Aquía—, mandé a una de mis vendidas a vender su cuerpo y exploté de la peor manera con ella porque no podía concebir que estuviese cómoda con su realidad, y que además juzgara la mía.

—Inma.

Al oír aquel nombre de su pasado, Aquía se giró hacia su hermana menor con los ojos entornados de curiosidad.

—Tengo tu cosmo, Aquía —explicó Leiah—. He visto cosas. Y no te preocupes, Sah se encargó de que obviara los detalles escabrosos.

Aquía rio. No tenía sangre para sonrojarse, pero la divinidad de su rostro chispeó en sus mejillas como si toda se hubiese reunido ahí.

—Al menos quiero creer que he madurado —se dijo a sí misma Aquía—. Puedo ver que no estuvo bien lo que hice. ¿Cómo pude odiarla tanto por estar rota? ¿Cómo pude odiar la coherencia de su reacción con lo que vivió por cuatro décadas?

—No eres perfecta, ¿cuál es la novedad? Nadie lo es.

—Excepto Orión —dijo Aquía en un bufido y una de sus cejas se crispó en el acto—. El muy desgraciado era como si no supiera cómo cometer errores...

Leiah sí que podía sonrojarse, y lo hizo al desviar su cara. ¿Cómo podía responder a eso? Había sido el amor de su hermana, Leiah no tenía ningún derecho a hablar de él.

Pero podía opinar. ¿Por qué no hacerlo? Si de hecho no estaba de acuerdo con nada de lo dicho.

—O lo idealizas o hablas de un Orión distinto, porque no he conocido a nadie más imperfecto. —Sin querer voltear a ver la reacción de Aquía, Leiah suspiró en cobardía y prosiguió a cambiar de tema—. E incluso así es de los mejores hombres que he conocido. La imperfección no te hace una mala persona. Deja de torturarte por un mal juicio en tu pasado.

—Exacto —Aquía tomó la mano de Leiah, ensangrentada todavía por todos los esclavos que asesinó para no alterar la historia de Aquiles—. Lo decía por ti. Espero que algún día dejes de odiarte, Leiah. No te mereces la manera en que te juzgas a ti misma.

Leiah la escrutó con un arco en su ceja.

—Dijiste que no me estabas vigilando en una nube, Aquía.

—¡Y no lo hago! Pero también te dije que Sah nos conectaba, y que tenías otra oportunidad de volver aquí y en ese lapso yo también podía... pues... Lo siento, tenía algo de curiosidad.

Leiah la miró con la boca abierta admirada por su crimen.

—Husmeaste en mi vida, pajarito.

—No en tu vida, solo... En tus sentimientos.

—¿Y los viste a ellos?

Aquía negó.

—Solo vi cuánto los amas.

Leiah bajó la cara con una sonrisa estúpida en los labios.

—Pasé de odiar por defecto a amar a demasiados —entendió Leiah, y descubrió que no le disgustaba. Estaba bien con eso.

Entonces alzó la vista hacia su divina hermana que brillaba como el sol de Ara.

—¿Ares y tú alguna vez...?

—Tienes a Sah, tú deberías saberlo.

—¡Tampoco soy tan chismosa! No lo sé, o no lo entiendo —reconoció.

—¿A mí o a ti?

—A ninguna, definitivamente.

Aquía puso los ojos en blanco, y Leiah no podía dejar de mirarla hipnotizada.

Sí que le había hecho falta una hermana.

—No, Ares y yo nunca nada —le explicó Aquía—. Ares tenía un padre de mierda al que amaba a pesar de todo. Eso nos conflictuó. Luego de perder a su padre empezó a tener problemas con el alcohol. De hecho casi me mata una vez porque sospechaba que tuve algo que ver con el homicidio de su padre. Y luego de la muerte de Leo... —Aquía vio a la distancia, sus ojos incoloros enfocados en recuerdos a los que Leiah no tenía acceso—. Ares y yo rompimos toda relación. Lo cual es lógico, estábamos en un torneo que nos obligaba a matarnos el uno al otro. Y, de nuevo, se refugió en el alcohol para enfrentar su dolor.

Aquía suspiró y se deshizo de aquellos pensamientos.

—No, Ares y yo jamás. Tuvimos una amistad turbulenta y hermosa al final de todo, pero solo eso. No entiendo, ¿por qué preguntas por Ares?

—Dijiste que nada de preguntas prohibidas. Y porque viviste con él, y el desgraciado es irresistible.

—¿Sí? —Aquía frunció el ceño—. No sé cómo es ahora pero entonces... Digamos que yo estaba bastante distraída con otra persona.

—Eres tan linda —dijo Leiah—. En ti funcionaba eso de no tener ojos para nadie más.

—Te estás recriminando —la exhortó Aquía como la madame que llevaba por dentro.

—¡No sé cómo no hacerlo!

—Empieza por dejar de compararte. Siempre vas a ser menos correcta que alguien, Leiah, eso no te hace mala persona.

Leiah suspiró.

—Hubo un tiempo en el que no me preocupaba la idea de ser mala persona —recordó—. No sé si esto es un avance o un retroceso.

—Es un proceso. Sea lo que sea que signifique el tuyo. Leiah, el poder no sanará tu alma, debes saberlo. Sé que has llegado a descubrir que tu piel y tus huesos acaban por regenerarse una vez expuestos a cierta cantidad de un cosmo por una gran cantidad de tiempo. Pero lo que hay dentro no pueden tocarlo. Con eso debes lidiar tú.

Leiah la miró con los ojos entornados.

—Sah, al final, intentó detenerme —siguió la mayor de las hermanas Odagled—. Se supone que no debe hacerse, pero teníamos un vínculo muy fuerte. Y ni siquiera ella pudo disuadirme. Compartir con su alma no anuló la mía.

—¿Por qué lo hiciste? Quiero decir... ¿Dio el resultado que esperabas? ¿No te arrepientes?

Aquía lo pensó un momento, buscando la mejor manera, o la menos comprometedora, de responder eso.

—¿Qué sabes sobre las águilas?

—No más que tú, eso es seguro.

—Las águilas son seres que, llegado un punto en su vida, deben pasar por una decisión crucial: renovarse o morir. Yo escogí lo que me pareció correcto en su momento. Esos últimos meses me había obsesionado con las escrituras de Ara. «El águila que daría paso al león». Quería invocarlo a toda costa. Y si renovarme implicaba medio siglo más de vida sin muchas distinciones, prefería morir y ser la puerta a el alma que vendría después.

—Pero, ¿qué es ese león?

Aquía se encogió de hombros.

—Te juro que no lo sé. Pero ahora entiendo una cosa.

—¿Cuál?

—«Pero ella no es un águila, tiene el alma de la que estuvo antes, y será la puerta al león que vendría después». Tú no eres un águila, pero tienes mi alma, Leiah, la que tuve antes. La has tenido hace un tiempo. Y ya no solo eres la puerta para Leo, eso ya la hiciste la última vez que estuvimos aquí y te llevaste el poder de Oras en la sombra. Ahora eres el león. Debes hacer algo al respecto.

Leiah miró a sus pies.

—Es posible que yo también deba morir.

—¿Por qué dices eso? —le preguntó Aquía.

—Tú hablas de un águila de forma literal. Viviste con esa filosofía. ¿Yo por qué no? Un león es una bestia que no está exenta de una decisión igual de crucial. —Entonces miró a su hermana—. No pueden haber dos reyes en Áragog. El león sabe que, llegada su hora, tendrá que enfrentarse a muerte por ser coronado.

—No significa que debas morir.

—Tal vez no, pero el otro rey es indestructible.

—Lesath no es...

—¿Lesath? Hablo de Sargas.

—¡¿Sargas?!

Leiah no contuvo sus ganas de reír.

—Te has perdido de mucho, pajarito.

Aquía alzó las cejas, concediéndoselo.

—En dado caso que debas morir, nos veremos de nuevo. No tengas miedo de las estrellas.

—Sí lo tengo —Leiah exhaló—. Yo no quiero morir, no hasta que Áragog entero me haya pagado en karma todo lo que me hizo. No hasta que pueda decir «Darangelus sha'ha me» y sentir que significa algo. Y no quiero... 

«...dejarlos».

Leiah realmente no quería una vida sin ellos, sin importar que estuviese rodeada de divinidad.

—Debo irme —dijo levantándose.

—Lo sé.

Aquía señaló las cicatrices en la clavícula de Leiah, las únicas de miles de estocadas que pudieron alcanzar la piel de Aquiles.

—Será un bonito recuerdo.

—Tú serás mi más bonito recuerdo —discutió Leiah.

Por primera vez, la divina figura de su hermana se dejó arropar por tal sonrisa que sus ojos parecían capaces de invocar almas.

—Pensé que me odiabas —le dijo.

—Odio muchas cosas, pero no a ti. Quererte será mi venganza contra una vida que me prohibió ser tu hermana. —Leiah tomó el rostro angelical de Aquía y le besó la mejilla—. Athara vità salveh kha, Aquía.

—Athara vità salveh kha, Leiah.

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Nota:

No soy la única llorando, ¿o sí? Bueno, cuéntenme TODO.

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