70: Lealtad
Orión se alejó y Leiah cerró la puerta en un desconcierto confuso. Sus emociones para entonces eran un desastre, peleando entre prevalecer las que querían odiarla y aquellas que la compadecían.
Luego de haber vivido un romance de completa amistad y ternura que le sabía a engaño, Leiah agradecía enormemente el desahogo tan fuerte y pasional que era pelear con Orión constantemente, atacarse a palabras hasta que el pecho les ardía, debatirse en duelos de miradas donde perdía el primero en sonreír, gritarse hasta vaciar sus pulmones, insultarse hasta ya no conseguir sentido en los halagos, y luego besarse bajo la lluvia con esa nociva atracción entre ellos que acababa en fracturas y truenos.
Ella se sentía atraída hacia él, fue así desde la primera vez que lo vio en aquel calabozo. No podía ni dejar de mirarlo. Era un hambre carnal que tenía hacia cada parte de su cuerpo, hacia la idea de su tamaño sobre ella y la fantasía de sus manos como accesorio en su cuello.
No había nada que negar en ello, era tema asumido, en especial luego de aquella demostración en la costa de Antlia, donde en lugar de saciarse empezó a reconocer los signos de una adicción.
Pero también tenían una amistad y una alianza que los ponía en riesgo a ambos. Aunque le costara soportar por más de treinta segundos al capitán de gruñidos constantes y perpetuo ceño fruncido, le guardaba un aprecio inmenso que se interponía en su plan de no volver a involucrar su corazón.
No estaba para más fiascos.
Él tenía mucho que trabajar consigo mismo antes de poder dejar entrar a nadie.
Ella tenía muchísimo más trabajo de por medio. ¿Cómo podía confiar en nadie si no trabajaba antes en creer en sí misma?
Necesitaba conocerse desde el principio, perdonar todo lo que hiciera falta y luego enamorarse de la persona que era. Solo así, no quedaría en pedazos ante una nueva decepción.
Pero entre decir y hacer había una larga y dolorosa trayectoria.
El carruaje avanzó y ella seguía lejana, ensimismada a tal punto que Henry tuvo que carraspear un par de veces antes de conseguir llamar su atención.
—¿Sí? —dijo ella al volver a su entorno presente.
Henry parecía temeroso del contacto visual, sus nervios estaban poco disimulados y eso creó cierta aprensión en el estómago de Leiah. No se sentía apta para una sola noticia preocupante más, pero no es como si tuviera otra opción que afrontarla.
«Los leones no le temen a sus presas, Leiah. Aunque no te sientas lista para cazar, sigue estando en tu naturaleza el imponerte. Un león sin corona es un león que eventualmente morirá a manos de otro más fuerte».
Aunque jamás había aceptado que había una constelación para ella, sus instintos se habían estado despertando recientemente en aquel razonar. Leo nunca la había reconocido en el cielo porque un arka hacía doscientos años había robado su cosmo, su alma, manteniéndolo cautivo en su brazalete. Ese conocimiento, aunque devastador, la ayudaba de alguna forma a reconciliarse con las estrellas: no tenían culpa en el vacío que Leiah sentía.
Por ello, decidió apropiarse de lo que le pertenecía, aunque todavía no entendiera cómo manejarlo. Debía pensar como un león, y eso implicaba tragarse sus debilidades incluso frente aquellos que juraron protegerla.
Con sus manos cruzadas sobre su vestido, su espalda erguida y mentón en alto, dijo:
—Cuéntame, Henry. ¿Qué es eso que debes decirme que te tiene tan nervioso?
—Madame, yo le juré lealtad. He hecho de su protección mi único propósito. Quiero que sepa que nadie me obliga a decir lo que estoy por revelarle, y que... Pese al pasado, mi honestidad para con usted es absoluta a partir de ahora.
—«A partir de ahora» —repitió carente de toda emoción, un eco del vacío oscuro que la salvaba del resentimiento—. Tienes mi atención, Henry, puedes continuar.
—Quiero hablarle sobre Draco Sagitar.
Leiah, con un ángulo casi despectivo en su ceja, dijo todo lo que sus labios no.
—En la mansión yo era de los únicos que sabían que usted había desaparecido. Se me ordenó estar pendiente por si regresaba, pero de un día para otro el señor empezó a cambiar la guardia de lugar. Fui confinado adentro mientras que afuera pusieron a patrullar a guardias que usted no había conocido.
Como parecía haberse detenido ahí, Leiah le dijo:
—Espero que no haya iniciado una conversación sobre su antiguo señor solo para mencionar ese detalle, sir Henry. Las historias de terror son mejor bienvenidas que su nombre cerca de mi órbita.
Henry inclinó la cabeza en una especie de disculpa reverente y prosiguió.
—Solo aclaraba ese detalle como contexto, lo que quiero decirle es... Aquel día que usted llegó a Ara diciendo ser su prometida, él estaba solo —soltó Henry—. Sé que los guardias le dijeron que él estaba adentro cenando con su prometida, y es posible que ellos en serio lo creyeran porque el señor hizo creer a todos que estaba iniciando un nuevo compromiso desde que usted desapareció. Si la anduvo buscando a usted de alguna forma lo desconozco, pero si algo le puedo asegurar es que jamás estuvo con ninguna otra mujer paseando libremente por la mansión. Apenas y salía de su despacho.
Si eso pretendía ser un consuelo, solo clavaba más profundo la daga en la herida. Leiah perdía la paciencia, y sin embargo se mantuvo objetiva al insistir agregando:
—¿Eso es relevante por qué motivo, Henry?
—Cuando le dijeron que usted lo estaba buscando afuera y él salió para hacerle creer que no la conocía, era falso. Por supuesto que se acordaba de usted. Él... —Henry desvió la mirada, rojo de vergüenza. Para ese momento, Leiah ya estaba sentada junto a su terror totalmente materializado. Sabía que no iba a disfrutar lo que venía e incluso así lo afrontó—. Él me ordenó que la siguiera y que le hiciera creer que estaba a su servicio. Me ordenó expresamente protegerla e informarle de cualquier riesgo que tomara tanto como de sus nuevos paraderos. Quería asegurarse de que estuviera bien, a salvo y que no le faltara nada. Me estuvo pagando todo ese tiempo mucho más de lo que ganaba en un año.
Leiah no dijo absolutamente nada. Ni una palabra. Ni sus pestañas en el parpadear de sus ojos delataron el atisbo de un pensamiento.
Henry tragó en seco, y prosiguió.
—También... Cuando usted me envió a buscar información sobre él... —Henry inspiró—. Le detallé a él la misión que usted me había delegado, y le pregunté cómo proseguir. Él mismo escribió el informe que le entregué, madame. Lo que sea que dijera, ni siquiera me permitió leerlo. Fueron palabras, sean inventos o hechos, de él para usted. Todo lo que decía era lo que él quería que usted creyera. Yo desconozco su verdadera reputación.
Leiah, de nuevo, no dijo nada. Pero tampoco dejó de ver a Henry, fijamente, sin flaquear.
—Pero todo eso fue antes, madame. No mantengo correspondencia con él desde los eventos en la plaza de Ara, no desde que entiendo lo que están haciendo usted y su ejército, y lo que usted significa. Es un honor para mí servirle, y mi lealtad ahora es sincera. Ya no recibo dinero de nadie. El señor Draco ni siquiera conoce la ubicación del nuevo refugio, jamás se lo dije.
—Su lealtad es honesta ahora. Eso ha dicho, ¿no?
—Sí, madame.
—¿Su lealtad hacia qué?
—Hacia el voto que le hice al escoltarla a Cetus, cuando presenté mi espada y juré protegerla.
—Con su vida.
Henry frunció el ceño descolocado por aquella acotación que le parecía fuera de contexto.
—¿Perdone? —preguntó.
—Juró protegerme con su vida.
—Sí, madame. Eso hice y lo mantengo.
—Y dice que ahora es fiel a ese voto.
—Lo soy, lo juro.
El carruaje dio un traqueteo sorpresivo en ese instante, pero Leiah casi ni se inmutó. Mantuvo su pose y no se desvió de su hilo en la conversación.
—Dice ser fiel a ese voto, voto que rompió desde el instante en que fue pronunciado —recalcó hacia Henry.
—Y me arrepiento, madame. Jamás volvería a hacerle algo así. Soy suyo, desde ahora hasta el final de mis días.
—Un servicio bastante efímero, si me permite opinar. —Leiah suspiró—. Todo este tiempo ha estado informando a otro de mi paradero y mis actividades, incluso habiendo pronunciado ya su voto. Ahora dice ser fiel a sus palabras, pero estas fueron pronunciadas antes, así que ya han sido burladas...
—Pero no volverá a ocurrir...
—Y yo debo creerle en base a, ¿qué? ¿Un historial contaminado por sus engaños?
—Póngame a prueba.
Los labios de Leiah estaban fruncidos en una especie de sonrisa carente de gracia o brillo.
—Eso, sir, es en efecto lo que pretendo hacer.
—¿Qué...?
—Su voto habla de entrega, renuncia y protección. Dice que su servicio a mí es voluntario y de por vida. ¿Puedo confiar en su lealtad para conmigo? ¿En que no vaya a contarle a Sagitar la ubicación del refugio de cuyo anonimato depende la seguridad de tantas personas? ¿Puedo confiar en que no venda al rey lo que ha estado escuchando en nuestros pasillos, las confidencias que se hicieron a la mesa a la que le invitamos?
Henry casi dejó de respirar, su corazón latiendo en su garganta.
—Usted solo puede demostrar su lealtad con su vida —finalizó Leiah—, y es lo único que demando para proteger la mía y la de las personas que puso en riesgo.
Henry, aunque sudaba de pies a cabeza, asintió, entendiendo que aquello era una prueba.
Leiah golpeó la pared del carruaje dos veces hasta que uno de los guardias apostados afuera salió y le preguntó qué necesitaba.
Estaban en un camino despejado, una especie de campo en el que faltaba una larga cuadra para la siguiente muestra de civilización.
—Haremos una parada aquí —explicó Leiah.
El hombre, que solo había sido contratado y desconocía la identidad real de Leiah, le dijo:
—¿Está segura de eso, mi lady? Es tierra hostil.
—Lo estoy. Solo esperen aquí.
Leiah bajó y Henry la siguió hasta inmersarse juntos en la espesura del bosque, donde los árboles eran tan altos que se perdían detrás de las nubes, donde los troncos los alejaban de la vista de los curiosos desde afuera.
Ella se detuvo y contempló a su guardia de pie tras ella, tan firme pese al augurio de su futuro.
La lealtad de Henry, que antes había sido un alivio esperanzador, ahora solo era una muestra más de la influencia de Draco y la destreza de sus mentiras. Una vez más, ella había caído.
—De rodillas, sir —le ordenó al guardia.
El hombre así lo hizo, temeroso por dentro, pero firme por fuera. Debía demostrar su lealtad a como diera lugar, y si debía hacerse pegando la frente del pasto y enterrando sus rodillas en el lodo, así haría.
Leiah lo miró e inspiró profundo.
Henry había sido una mentira. Incluso las mentiras que creyó haber destapado en el pasado sobre Draco, resultaron una falsedad más.
Todo era ilusorio, como hecho de humo. Sentía la vida como una conspiración en su contra, e incluso eso parecía reírse con el viento que al oído le susurraba: «no eres tan importante para ello».
Aquel hombre le había jurado su vida y su espada en el momento más vulnerable para ella. Y Leiah lo creyó, desesperada por aferrarse a cualquier absurdo bosquejo de un aliado cuando tan reciente le había roto el corazón el único hombre que había profesado amarla.
—Su espada, sir —demandó Leiah odiando a Henry por sobre el viento salado y los huesos rotos, por encima de las risas y los detalles pueriles. Henry representaba todo lo que estaba mal con ella: a pesar de tantas decepciones, incluso cuando decía haber aprendido, seguía buscando algo en qué creer.
Él alzó la vista, sus ojos desorbitados. Parecía decirle «¿Es necesario llegar tan lejos en esta treta?».
Pero ella se veía tan severa e infranqueable, y él tan tembloroso, que temió dar la impresión equivocada. Así que, con la cabeza gacha en humillación y entrega, se desprendió de su espada y la puso sobre las manos de la mujer que había jurado proteger.
—¿Sus últimas palabras?
El corazón de Henry se encogió, pero respiró hondo, recordándose ser valiente para demostrar a Leiah que moriría por ella.
Pensó, buscando dentro de sí lo que diría si realmente pudiera escoger sus últimas palabras. Y, teniendo en cuenta que estaba a merced de ella, decidió que lo ideal sería profesar lo que ella le inspiraba, lo que aprendió a su servicio como un espectador de todo aquel plan.
Alzó los ojos para hacer contacto visual con Leiah, y con una sonrisa casi de enamoramiento le dijo:
—Athara's ha.
«Dios es mujer».
Leiah asintió y le dio la espalda, la punta del arma arrastrándose por la maleza mientras daba un par de pasos. Henry inspiró, sintiendo aquello como el comienzo de su absolución, y bajó la cabeza para mostrarse presto en cuanto ella pronunciara las palabras de perdón.
Entonces Leiah se volvió y en un amplio mandoble clavó la espada en el cuello de su guardia. Un golpe seco contra el suelo, sangre salpicándole entera. Tuvo que usar las mangas de su vestido para limpiar el pegoste en sus ojos, y solo entonces pudo ver su obra.
Jadeando, con la espada medio clavada en el suelo por la fuerza del golpe y un insistente sudor picando en su nuca, Leiah fue testigo de un Henry decapitado. La primera prueba tangible e irrefutable de su honestidad.
Agitada y sin aliento, limpió la sangre en su piel tanto como pudo con la capa que llevaba para disimular su identidad.
Una satisfacción extraña se acentuó en su estómago, no escalaba tan alto como para tirar de sus labios y tensar sus mejillas, pero iba en ascenso como la espuma, llevándose el regusto amargo de la traición.
Henry sí le fue leal al final de todo. Sí había estado dispuesto a morir por ella.
Tuvo que matarlo para comprobarlo, sí, e incluso así no sentía nada que la preocupara, nada semejante al horror o el remordimiento.
Sin darle sepultura al traidor que al final había dejado de serlo, Leiah volvió al carruaje. Recogió el peluche gigante, pues no sentía ninguna animosidad negativa hacia él, y lo abrazó todo el camino hasta quedarse dormida en sus inmensos y cómodos brazos.
~~~
Nota:
Momento controversial. ¿Qué opinan de Leiah y las acciones que tomó contra Henry? ¿Creen que merecía la ejecución? ¿Qué piensan de la verdad del guardia y qué opinan de Draco con este nuevo detalle revelado?
Y, lo más importante, ¿qué creen que será de la vida de Leiah ahora?
Cuando lleguemos a 1k de comentarios avísenme para subir el siguiente cap <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top