68: Mi amiga Madame Delphini

Madame Delphini y Leiah se escabulleron hasta el ático de Lady Bird donde ya las estaban esperando algunas vendidas.

Todas estaban sentadas en el suelo o recostadas de alguna pared. Algunas sonrientes, otras serias y con un porte más trabajado; pero todas tenían en sus manos algún libro, pergamino o pedazo de papel.

Leiah no reconoció a la mayoría. Tal vez porque no estaban en la pizarra cuando ella estuvo en la mansión, así que en consecuencia no eran una competencia y no merecían la atención de la ambiciosa aprendiz de vendida que fue entonces.

—Leiah —dijo Madame Delphini—, estas revoltosas que ves aquí son las aprendices de Lady Bird que asisten al nuevo curso de teatro. No sé si las reconoces, sin duda habrá alguna que recordarás un poco de tu paso por aquí. Pero no es a la vendida que fuiste a quien quiero presentarles. Te traje porque quiero que conozcan a una actriz de tu trayectoria y que tú también las escuches. Muchas no me dejarían dormir si supieran que estuviste por aquí y no pasaste a saludar.

Dicho eso, madame señaló a una entre ellas.

—Ella es Maia. Quiso estar presente ya que es muy admiradora de tu trabajo...

—Tu interpretación de Dorian Gray... —atajó la aludida con una enorme sonrisa—. Simplemente sublime. No estuve, por supuesto, pero en clases estudiamos los artículos que hablan sobre tus obras, e hice una exposición para mi proyecto donde analizaba tu interpretación y los motivos por los que causó tal impacto social. Y Vendida... Es mi obra favorita de todos los tiempos, madame. Me encantaría saber cómo pudo adaptar una novela así, cómo fue la selección del elenco...

—Leiah tiene que respirar, Maia —comentó otra de las aprendices de Lady Bird—, leerás todo eso cuando publique su autobiografía.

Todos rieron del chiste de la otra vendida, que pasó a presentarse.

—Yo soy Ortencia —explicó—. Estoy aquí porque madame Delphini nunca deja que olvidemos que es gracias a ti tenemos estas clases. Dice que eres estúpidamente negativa así que me pidió que te cuente que tendré mi primer papel pagado a final de mes. Si me va bien tal vez consiga un contrato.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Leiah de pronto cayendo en cuenta de aquella preocupación—. ¿No tienes edad para ir al mercado?

—Tengo veintiuno y ya no voy al mercado, madame. Me preparan para ser actriz.

—Pero...

La mano de Delphini se posó sobre el hombro de Leiah.

—Estamos en fase de prueba todavía, pero la idea es que las compren productores y pagen un indulto a la corona que se estipuló en mucho más de lo que paga un lord por una vendida —explicó.

Luego la madame se inclinó más cerca de Leiah para susurrarle al oído:

—Tienen hasta los treinta para conseguir un contrato o empiezan su trabajo de preparadoras para lady Bird. No es un sistema perfecto, pero es el avance más significativo en al menos dos siglos, madame. Y empezó aquí, en este cochino pueblito.

«Madame». Madame Delphini la estaba llamando madame.

Leiah vio a todas las damas preciosas que la miraban con admiración, añoranza, intriga y ojos brillosos. Algunas parecían querer saltarle encima a tocarla y verificar si era real.

—Esto es muy... —Leiah tragó en seco. El ardor en sus mejillas le avisaba que estaba sonrojada. Tal vez tenía algo que ver con el terror que le quemaba el estómago—. Abrumador. Realmente no sé qué decir que esté a la altura de sus expectativas

—¿Qué les dije? —atajó madame Delphini—. Es estúpida, ni acepta que es un icono. La prueba viviente de que cualquiera de ustedes puede llegar a ser como ella, sin importar cuán estúpidas se sientan.

—Siento que debería sentirme ofendida —acotó Leiah—. O halagada. No me decido.

—Te decides luego, ellas tienen que ensayar. —Madame Delphini dio un paso adelante y captó la atención de todas con dos aplausos—. Niñas, madame Leiah firmará sus guiones pero no se quedará mucho más, así que pueden hacer una sola pregunta. Pónganse de acuerdo.

Todas empezaron a cuchichear, intercambiando propuestas entre ellas de un oído al otro, hasta que Maia dio un paso al frente y habló por el grupo.

—¿Qué le dirías a las personas que sueñan alcanzar lo que lograste tú?

Leiah sonrió. Esa respuesta sí la sabía.

—Les diría que nada es imposible para aquellos soñadores que luchan hasta que sus sueños se convierten en metas.

~🖤~

Cuando Leiah salió de ahí, madame Delphini en lugar de devolverla al sótano la arrastró para su oficina.

Una vez estuvieron solas y encerradas dentro, no interpuso ningún preámbulo antes de preguntar:

—¿Estás bien?

«¿Estoy bien?», se preguntó Leiah a sí misma.

«Yo te lo diría», respondió Sah, «Pero eres inaccesible».

—No lo sé —respondió ella entonces en voz alta, lo más honesto que podía decir.

—No te notas feliz.

—Lo sé.

—¿Qué tienes?

—Soy estúpida.

—Leiah, por favor. —Madame Delphini se llevó los dedos al entrecejo y señaló con su abanico la silla frente a su escritorio—. Hazme el favor de sentarte.

Leiah asintió y así lo hizo. Parecía accionar sin meditar sus movimientos, articulaba sus músculos sin ser consciente de emitir dicha orden, tenía los ojos abiertos sin procesar absolutamente ninguna imagen que cruzaba frente a estos.

—¿Por qué? —preguntó ella con voz queda—. ¿Por qué aunque todo esté bien, aunque no me esté sucediendo nada tan horrible como lo que he pasado con anterioridad, no me siento bien?

Madame Delphini se sentó junto a ella en lugar de al otro lado del escritorio, los codos en sus rodillas, las manos bajo su mentón, inclinada un poco hacia ella.

—¿Cómo te sientes entonces? —indagó.

—Vacía.

—¿Desde cuándo te sientes así?

—Desde que salí del mercado —contestó. Sus labios se movían, pero sus palabras no habían sido premeditadas. No era ella la que estaba decidiendo hablar, ni siquiera sus ojos parecían presentes en esa conversación—. Antes de eso tenía un propósito: la cima de la pizarra. Ser comprada por alguien importante a un buen precio. Y me compró alguien decente. Alguien más que decente. Y me rompí, madame. No queda nada de la tranquilidad que había antes de eso. Desde entonces, no importa lo que logre o lo que supere. Me sigo sintiendo con ganas de llorar por nada.

—Leiah, eso que describes tiene nombre. No lo hace menos difícil, pero entenderlo te puede ayudar a avanzar.

Por primera vez Leiah volteó a ver a Delphini, sus ojos ligeramente entornados con interés.

—¿Qué nombre?

—Depresión.

Leiah bufó.

—No estoy deprimida, madame, lo juro. Sonrío, sé cómo hacerlo. A veces estoy bien. A veces río. A veces... A veces creo que amo. Simplemente sigo estando vacía.

—No estoy diciendo que eso sea, pero debes saber que la depresión también sabe sonreír. Como cualquier sirio, también tiene una forma humana.

—No estoy deprimida. Solo soy egoísta.

Madame Delphini frunció el ceño y se reclinó hasta quedar erguida contra el espaldar de la silla.

—¿Egoísta? —cuestionó en confusión.

A Leiah le ardían los ojos. ¿De verdad iba a llorar por esa estupidez?

—Este no es un buen ambiente para mí —explicó Leiah sorbiendo pues sus fosas nasales empezaban a llenarse de humedad—. Me refiero a... Estas personas. Esta familia. Yo no soy ella.

—Hablas de tu hermana.

—Solo tengo que escapar y estaré bien. No es sano estar en un lugar así.

—¿A qué te refieres? —preguntó madame, aunque ya creía entenderlo.

—A ella —declaró, y pasó el dorso de su mano por su nariz para secarla. Algo se debió haber roto por dentro, pues empezaba a desbordarse hacia afuera. Entonces volteó a mirar a madame, sintiéndose el ser más vil existente—. ¿Sabe que el motivo que siempre me persuade cuando pienso en quitarme la vida es ella? Incluso en eso me ganó. Ella se fue como una heroína, yo solo sería una cobarde. No puedo seguir compitiendo con alguien que no está para defenderse. Alguien que no hizo nada mal. Ella no se merece que la odie, pero no puedo parar de sentir esto...

—Para, Leiah. —Madame Delphini puso una mano sobre la de ella—. Tú no odias a Aquía, no habrías hecho una obra de teatro en su nombre de lo contrario. Te odias a ti.

Leiah tragó en seco.

—No es tu culpa —insistió la vendedora—. Es este maldito reino. Si no fuera tan inflexible en su definición de lo que es aceptable en una mujer, seríamos más compasivas con nosotras mismas, menos severas.

—Yo me pasé, madame. Yo hice todo mal. Mi propia madre... —Leiah rio con amargura, con la punta de sus dedos intentando salvar sus lagrimales—. Creí que sería feliz al conocerla, y solo me siento miserable.

—¿Quieres saber a quién me recuerdas?

—No me diga que a ella, por favor.

—No, no a ella. A otra constelación, una cuyo nombre se traduce en «caída».

Leiah entornó los ojos interesada.

—De hecho son muy similares —siguió madame Delphini cruzando sus piernas—. Al igual que tú, ella creía que lo mejor que podía pasarle en la vida era ser comprada. Y no por cualquiera, quería que la comprara un lord. Y así fue. La compró un lord apuesto y con muchísimo dinero. No por su gracia natural: al igual que tú, luchó para destacar, para conseguir su objetivo. Y también se estrelló con una realidad poco agraciada.

—¿Qué le pasó?

—El lord decidió comprarla para su hijo pequeño, no para su uso personal. Y el niño resultó ser un sádico asesino. Y si no la mató fue porque Vega, como se llama la mujer, tenía la inteligencia y determinación suficiente para convertir su destino en una historia de supervivencia.

—¿Entonces el niño no la mató?

—No, el padre la conservó.

—¿Y fue bueno?

—Tan buena como puede ser la vida de cualquier vendida. —A pesar de sus poco alentadoras palabras, Delphini sonrió—. Pero tuvo sus momentos.

—¿Ella sigue con vida?

—Sí, trabaja en las cocinas del reino. Es un buen lugar, pero no llegó ahí por misericordia, sino porque tenía que esconder su embarazo. —Madame Delphini suspiró—. El punto es que tú me recuerdas a ella porque ambas crecieron con la mente por completo lavada. La preparación que recibieron desde pequeñas las programó para pensar en sí mismas como objetos, y sus ambiciones innatas las llevaron a explotar ese pensamiento en una competencia mordaz consigo mismas y las demás. Imagina por un minuto lo que habrías hecho, tú y Vega, si con esa ambición hubiesen nacido en un contexto distinto... El reino ya tiembla por mujeres como ustedes, por eso las transforma en títeres.

—Le agradezco mucho su intención, madame, pero la realidad es otra —negó Leiah con una sonrisa triste. Nunca se había mostrado así de derrotada—. Usted también fue preparada como vendida. Aquía lo fue, y mire en lo que se convirtieron. Lo sé, a mí también me gustaría tener excusa para mi fracaso, pero no la hay. Estoy defectuosa, pero no es culpa de nadie más que de mí misma.

—Aquía creció leyendo, Leiah. Era fea ante los parámetros de la capital, la prepararon para ser vendida a un erudito. Los libros salvaron su mente. No puedes compararte. Deja de compararte. Y yo, casualmente, crecí con la insistente presencia de Vega. Ella jamás permitiría que su hija pasara la mitad de lo que ella pasó. Y si su historia podía salvar mi mente, me la contaría hasta que la aprendiera de memoria.

Entonces todo encajó para Leiah.

—Vega es su madre...

—Sí. Y el hombre que la compró, el que... contribuyó sin pretenderlo a su embarazo, era lord Aries Circinus. Sí, el padre de la actual mano del rey.

—No puede ser... Ares... el asesino del reino... Es su sobrino.

—No —Madame negó determinada—. Y esa es otra cosa que debes aprender. La sangre no define tu familia, Leiah. Son nuestras elecciones. Yo renuncié a aceptar que esas personas y yo estamos vinculadas. Yo no aceptaré jamás como padre a nadie más que a la mujer que sacrificó su vida por darme la mía, y porque entendiera que podía vivir una digna. Tú también puedes decidir, Leiah. Y tendrás que hacerlo.

—En serio lamento haber venido aquí a lamentarme...

—Calla.

Madame Delphini la hizo a un lado en su propia silla para hacer espacio y sentarse junto a ella. Así la hizo apoyar su rostro en su hombro, donde comenzó a acariciarle el cabello.

—Ha hecho un increíble trabajo con Lady Bird —dijo Leiah.

—Y tú contigo misma. Algún día lo creerás.

—No sé cómo puede decir eso luego de lo que resultó mi vida. —Leiah suspiró—. Al menos me queda la tranquilidad de aquella conversación que tuvimos sobre Draco. Me alegra haberle dicho que no lo amaba como él a mí. Eso me queda como escudo, aunque él de hecho no me amaba nada.

—No seas estúpida, lo que hablamos aquella vez sigue vigente. Lo amaste —enfatizó Delphini al apartarle el cabello—. No te niegues eso.

—Tengo qué, sino jamás podré avanzar.

Madame se enderezó para mirarla.

—¿Avanzar con qué? ¿Tu sanación? ¿O te refieres a otra cosa?

—A eso, supongo. Y a... En algún momento espero amar a alguien como no lo amé a él.

—Pero tú amaste a Draco, Leiah —insistió madame con una risita.

—Espero que no. No quiero haber agotado el amor de mi vida en un mentiroso de mierda.

Delphini bufó.

—Querida, se aprende con el tiempo que no existe un solo amor en la vida. Pensar que estamos destinadas a uno es lo que nos hace condenarnos a nosotras mismas. ¿Soy puta, tal vez? Porque esa interrogante me hace guardar para mí que de adolescente me gustaron varios, que más grande me enamoré de uno, y que luego creí amar con mucha más pasión a otro distinto. Ninguno fue definitivo. A la mayoría amé, de distinta manera.

»Tal vez la persona que más ames no sea con la que sientas más pasión. Tal vez aquella por la que sientas pasión no termina de encajar contigo. Es normal. Así como es normal amar dos y diez veces en la vida. Lo que sientas mañana por tu posible compañero no negará lo que sentiste por Draco. No lo hará falso o inválido. Draco fue la persona que Leiah necesitaba en ese momento, su amor fue real y válido para ti entonces. ¿Acabó? Como todo. Pero no tu corazón, él sigue: como buen sobreviviente. Y seguirá, hasta que encuentre dónde pueda descansar. Y si entonces ese refugio se destruye, volverá a levantarse e irá por otro. Como a cualquier viajero, nadie le quita lo recorrido, nadie lo detiene de seguirse moviendo.

Leiah rio por lo bajo admirada.

—Usted lo sabe todo —comentó.

—Yo no sé nada. Solo intento ser una buena amiga.

—Es la mejor, madame, sin duda alguna.

~🖤~

Leiah salía al fin de Lady Bird tarde luego de haber firmado decenas de autógrafos en libretos, guiones, libros, artículos y postales. Estaba agotada, pero era el tipo de agotamiento que creaba placer. Las articulaciones de sus manos escocían, pero no era algo a lo que podía llamar dolor, no una vez comparado con el regusto de un beso en falso.

Aquella molestia le había formado una inclinación de paz en sus labios.

Distraída, vaciada de tantos sentimientos que la habían atiborrado hasta las arcadas, no notó el persistente caballero que esperaba por su salida contra las grandes puertas de la edificación.

De haberlo visto, tal vez habría podido evitar el abrupto atentado de un oso de prominente pelaje y tamaño abrasivo. Era tan grande, que al intentar atraparlo con tanto retraso, acabó cayendo bajo el peso del animal de felpa que superaba su altura.

Escupiendo el pelaje del animal, logró surgir de las profundidades de su frondoso tamaño y ponerse en pie.

—Orión, creo que has malinterpretado un poco eso de que «a todas nos gustan grandes» —dijo Leiah mirando con desconfianza el peluche mientras lo sostenía para que no cayera nuevamente.

—Dijiste que parezco un oso gigante, y yo te gusto, así que supuse que te gustaría esa cosa.

—¿Quién ha dicho que me...?

—Y eres tan minúscula, que quería comprobar cómo se vería a tu lado.  —Orión parecía aguantar una risa—. Parece que va a aplastarte.

Leiah resopló con renuncia.

—Olvídalo. ¿Esta es tu idea de una disculpa equiparable al tamaño de tu ligera sorpresa?

Orión mantuvo el silencio en ese instante.

Ella estaba viendo el animal con una mirada curiosa, jugando con sus dedos en el pelaje de la cara del peluche. Era una cursilería, la peor de todas. Ningún noble que se respetara regalaría osos de peluches, eran cosas de niños. Y aún así, el muy desgraciado se lo había entregado lanzándoselo encima.

—¿De dónde lo sacaste?

—De la feria que hay en la plaza.

Aunque Leiah pensó en lanzárselo de vuelta, decidió que no tenía ánimos para empezar un enfrentamiento de ese tipo en el salón del hogar donde la habían construido y destruido hasta formar la quimera de imperfecciones que era.

Llevaba un agotamiento increíble encima, y lo arrastró consigo hacia la salida hasta que, al estar junto a Orión, solo pudo entregarle el peluche con la más dolorosa de las amabilidades.

—Me disculpo, Orión —le dijo, dando un paso atrás, sus manos elegantemente cruzadas sobre la falda de su vestido, su mentón erguido a pesar de que todo dentro de ella parecía encorvarse—.  En serio lo hago. Mi actitud en la cena no fue la mejor, ni para ti ni para nadie. Lamento la posición en la que te he puesto, y si te he causado un inconveniente con Cass. Creo que fui demasiado obvia y eso no es conveniente para ninguno.

Esa actitud en Leiah vertió hiel sobre las heridas de Orión. Una ira que no parecía capaz de justificarse afloró. Intentó domarla, y como apoyo tenía el oso fuertemente asido entre sus manos para descargarse sin hacer daño a nadie.

—¿Qué más da si nos dejaste en evidencia, Leiah? Mi compromiso es contigo, no con tu madre.

Leiah se irguió más, recorriéndolo en una rápida mirada de arriba a abajo, la única comunicación en medio de aquel silencio solo roto por los murmullos de una llovizna en la calle.

—Yo no pedí un caballero, Orión. No tienes ningún compromiso conmigo.

—Tú no lo pediste, yo lo asumí.

Ella se encogió ligeramente de hombros con indiferencia, se dio media vuelta y salió por la puerta.

Orión respiró hondo. Tal vez si no estuviese solo en ese salón a sabiendas de que cualquiera podría aparecer de un momento a otro, habría cedido a su impulso de estrangular el animal entre sus manos.

Al salir se dio cuenta de que el cielo había embravecido. Pese a la hora temprana, parecía al borde del anocher, las gotas fuertemente martillando contra todo, aunque seguían siendo pocas para merecer el título de una tempestad.

Orión dejó que Leiah llegara a las escaleras del carruaje que ambos habían alquilado para no llegar volando, y la siguió.

—Dame eso —dijo Leiah quitándole el oso y dejándolo dentro del carruaje—. Te ves patético cargando con él con la ira que exhumas.

Orión desvió la cara hasta otro sitio y respiró de nuevo. En serio se sentía capaz de humear de la rabia. ¿Por qué se sentía tan molesto?

—No eres buena para mi salud, Leiah.

—Eso he notado.

Él la miró casi agresivo.

Leiah alzó la vista, su rostro manchándose del temperamento del cielo.

—Deberíamos irnos —señaló ella, sus mejillas mojadas por la lluvia.

—¿Y pasar todo el viaje encerrado contigo y este maldito humor? El suicidio es una opción más bondadosa.

—En ese caso, ¿tus piernas funcionan perfectamente, no?

—Leiah.

—¿Orión? —inquirió ella arqueando su ceja.

Tenemos que hablar.

Estamos hablando.

—Por favor, en serio intento no matarte.

—¿Debo premiarte por ello?

—Deberías darme un maldito respiro.

Leiah hizo una teatral floritura de su mano para señalar, desde lo alto de las escaleras, todo el camino que se extendía como una arteria, abandonando el corazón de Cetus.

—Le espera un muy prolongado respiro, sir.

—Voy a matarme, en serio.

—Avísame si es requerida mi ayuda.

—¡Leiah! —gritó Orión con la exasperación latiendo en su cuello—. Por Canis, ¿qué hay que hacer para ganarse una gota de paz contigo?

Leiah ladeó el rostro como si lo pensara.

—Una pregunta complicada, capitán, pero yo empezaría por no ocultarme la existencia de tus condenados hijos.

Los labios de Orión sucumbieron a una especie de risa sin gracia.

—¿Te parece gracioso? —interrogó ella, sus dientes tan juntos que aquella presión en su boca dolía.

Orión subió al primer escalón, y puso un pie sobre el segundo. Solo dos lo separaban de la dama de Leo, que, alcanzada por la llovizna violenta, seguía erguida con su cabello recogido y dos mechones sueltos que goteaban sobre su escote.

—Me parece que estás loca.

—Sí, te acostaste con una loca, Orión. Superalo.

Él sonrió con cinismo.

—Me gusta una loca.

Una corriente helada recorrió a Leiah, algo que no tenía nada que ver con el agua que atravesaba su vestido y se adhería a su piel. Y es que sus ojos, todo su rostro en conjunto, no demostraban haber recibido un cumplido, parecían haber recibido una herida de gravedad.

Negó, tan lento que sintió dentro de sí misma cómo la grieta se expandía, un tramo a la vez, una fractura tras otra. Todas estaban ahí. Todas seguían doliendo.

—No —zanjó con su mandíbula en tensión—. Yo no te gusto. Te gustan las partes de ella que ves en mí.

El semblante de Orión se ensombreció. No de nostalgia, de ira. Más y más volátil de lo que se había manifestado con anterioridad.

—¿Es esa mierda lo que piensas?

Leiah anhelaba poder beber la lluvia como alcohol para no responder con el fuego que quemaba en su boca.

Ni siquiera le dedicó una respuesta.

—Estás loca —espetó él.

—Eso ya lo has dicho.

Ella hizo ademán de marcharse, pues en su opinión la conversación acababa ahí, pero él alcanzó su brazo antes de que pudiera abrir la puerta del carruaje.

—Jamás, Leiah, repitas esa locura —dijo él, severo—. No cuando las cosas que me gustan de ti son precisamente las que no tienen nada que ver con ella.

—¿A quién crees que engañas?

—¿A quién pretendes engañar tú? —Orión se llevó las manos a la cara y exhaló—. Era justamente esto lo que quería evitar. Por eso mi insistencia en hablarlo todo.

»Sí, Aquía fue mi universo, no le faltaba absolutamente nada. Jamás buscaría un reemplazo para ella, es absurdo. Pero ella estuvo en una parte de mi vida, con el Orión que fui entonces. Y aunque no pretenda borrarla, el Orión que soy hoy es tan distinto... —Él escaló lo que los separaba, y tomó a Leiah por la cintura. Su otra mano se enterró en el peinado; y era tan enfático en su mirar, cercano a Leiah como si quisiera consumirla, que ella se sintió aterrada—. Este hombre, sea quien sea, se muere por tenerte a ti. No porque te parezcas a nadie, sino porque me resultas insoportable, asfixiante y abrasiva, y a mi pesar me he descubierto fanático de eso. Este hombre disfruta de discutir contigo hasta que el pecho le arde. Y besarte cuando menos te lo esperas. Este hombre tiene un pasado, pero cada vez que te tiene entre sus manos no puede pensar en nada que no seas tú.

Leiah quería besar a Orión en ese momento, él temblaba como si solo esperara un gesto de ella para dar la mordida. La respiración que escapaba de sus labios ansiosos, sus ojos profundos, la cicatriz de su rostro surcada por la lluvia; todo era intenso, como el deseo de ella.

El deseo por tener una sola verdad a la qué aferrarse en su vida.

—Te tengo miedo... —declaró con voz queda, sintiéndose diminuta en un mundo que bregaba por abrumarla.

—Y yo a ti —confesó él con algo muy parecido a la arrogancia mientras se acercaba a rozar sus labios.

—Tuvieron hijos...

—Estás loca —repitió por última vez antes de atravesar sus labios con los suyos, aferrando ambas manos a su rostro.

Leiah sintió una pulsación instintiva del poder en ella, como si rogara por manifestarse y agotar al máximo el potencial del fuego que la abrazó en aquel beso. Fue un golpe cegador del que eran responsables la lengua de Orión al reclamarla y sus manos que la sostenían con autoridad.

La carne y el hueso de la mortalidad en ellos los hizo volubles al deseo, pero todo lo sobrenatural rugía por ser liberado y explotar en nervios la debilidad del otro.

Pero Leiah todavía conservaba esa parte de la actriz que se dominaba a sí misma, así que fue más fuerte que el beso y lo detuvo.

Pese a todo, le sonrió a Orión. Y eso le afectó más que si lo hubiese insultado.

—No estoy disponible. Lo lamento.

Él bajó un escalón.

—¿Disponible para qué?

—Para creer en nada.

Orión tragó, pero asintió, aceptándolo.

—Para que conste, Leiah... —Carraspeó, seguía afectado por el beso. Y por su abrupta interrupción—. No tengo hijos. Y sigo pensando que estás loca. De lo contrario, habrías hecho un cálculo sencillo. Aquía y yo empezamos nuestra relación luego de que empezara el torneo. Nadie te avisaba cuándo sería la siguiente prueba, es decir que entre una y otra podrían haber transcurrido un año, o medio día. ¿Se arriesgaría cualquiera a un embarazo en esas circunstancias? ¿La vio alguien en el castillo con un vientre de embarazo, estando tantos detrás de su sombra?

Leiah frunció el ceño.

—Cass cree que tienen hijos...

—Sí. Era lo que ella necesitaba escuchar, de lo contrario no me habría hablado de ti. Fue... alguien más, quien sugirió la idea. Esperaba que no fuera necesario, pero lo fue. Los gemelo que Cass visita, aunque tengan la descripción física indicada, no son de Aquía ni míos. En fin, es una muy larga historia. Puedes preguntarle a Ares los detalles que te interesen, a él se le da mejor esto de dialogar.

Orión terminó de bajar las escaleras, y sin dar tiempo a que Leiah reaccionará, le dijo:

—Me iré por mi cuenta. ¿Sabrás llegar sola al refugio?

Ella asintió.

—Nos vemos, entonces.

Pero ambos estaban equivocados.

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Nota:

Leiah me duele mucho, en serio. He acompañado a esta mujer todos estos capítulos y ya la siento como mi hija. Odio que esté así. Tan feliz que se veía con su osito gigante </3

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