66: Lyra y Antares
Lyra
Lyra despertó con una extraña comodidad. ¿Cuándo había sido la última vez que abría los ojos sin que una horrible apatía la invadiera? ¿Cuándo fue la última noche que se acostó sin sentir que estaba perdida, destrozada o en una encrucijada de la que no saldría jamás?
Se había quedado dormida contra el pecho de Antares. Se sentía a gusto allí, como si nada estuviese mal fuera de esas paredes, como si la única preocupación posible fuese intentar no verlo demasiado al encontrarse él solo cubierto por el pantalón de dormir.
Pero a medida que fue despertando entendió que no llevaba ni dos días en aquel escondite. Ni dos días desde que se había reencontrado con Antares y ya se había lanzado a besarlo, a aceptar nuevamente la alianza con voz trémula, a admitir el poco disgusto que le generaba la perspectiva de estar casados y a poner muy pocos o ningún reparo a todas las cosas que hicieron antes de quedarse dormidos uno contra el otro.
Lyra empezó a notar un sonrojo persistente mientras los recuerdos de la noche anterior volvían a ella.
Se había confiado en la comodidad que creó el escorpión en aquel pedazo de mundo que les pertenecía, arrasada por la emoción de tener al fin noticias sobre sus hermanas —más verlas intactas, felices y con una fe renovada—; también tenía algo de culpa la sonrisa dentada del príncipe, y la adrenalina luego del rescate. Y que le regalara un herbolario. Y que se tapara los ojos para no verla como si quisiera comerle la boca. Y las heridas de sus brazos como excusas para desvestirse. Y la dinámica tan familiar que tenían.
Y el deseo acumulado, principalmente. Lyra quería negar muchas cosas. Lyra había negado muchas cosas por demasiado tiempo. Pero estaba cansada ya de convencerse de que el frío era la única parte real de sí misma.
Mientras pensaba en ello y en cómo abordarlo, un par de vendidas entraron a la habitación sin tocar.
Se sorprendieron al ver a Lyra en la cama. Ella misma se sintió desnuda al verlas, aunque llevaba su camisón de seda, por lo que se arropó lentamente hasta la barbilla.
Ambas se disculparon y salieron diciendo que volverían a hacer limpieza más tarde.
Lyra tragó, pensando más de la cuenta, y se levantó para empezar a cepillar su cabello.
Fue como un ritual, sintió que estuvo horas en ello hasta que su príncipe despertó, encontrándola todavía peinándose frente al aparador.
—Estas vendidas... —dijo Lyra en sustitución de cualquier saludo de buenos días cuando tuvo al escorpión a su lado—. ¿También te sirven a ti?
Antares lo pensó un minuto mientras tomaba del aparador sus anillos, insertándolos uno a uno en sus dedos mientras miraba a Lyra a través del espejo con el rostro ladeado.
Cuando decidió el transfondo aparente para aquella pregunta, se volvió hacia la Lyra en la habitación, no en el cristal.
—Si puedes hacer tu pregunta explícitamente, te daré la respuesta.
Lyra siguió en su tarea, decidida a aplicarle la ley del hielo a la provocación de su esposo.
Antares se detuvo detrás de ella y la abrazó por el cuello. Un beso en sus mejillas, su perfil acariciando el de ella. Había pasado de perseguir a Lyra como un reto a reconocerla como su debilidad. Ella misma lo había usado para su beneficio: primero consiguiendo el reclamo de Deneb, luego atándolo a la promesa de proteger a sus hermanas.
Ahora era su esposa, su pequeña princesa de alas congeladas, y a ella ya no parecía disgustarle. La heredera del cisne estaba destinada a él como el hielo a perecer sobre las brasas.
Y Antares sabía lo que significaba tenerla de esa forma, por ello usurpaba su rostro con besos que ella no había pedido, y la miraba como si temiera que de pronto se esfumara. Y es que, si alguien, o algo, se atrevía a amenazarla alguna vez...
—No puedo peinarme contigo como collar, Scorp —señaló ella en voz baja, plácida entre sus impíos brazos a su pesar.
—No te peines —murmuró él en su oído—. Me gustas más así.
—¿Como un despojo de cordura dudosa?
Antares sonrió contra su rostro, su nariz rozando la sien de la princesa.
—Como un cisne al que recién he deshecho en mi cama.
Lyra reprimió la timidez junto al recuerdo de la noche e inspiró para volver a peinarse haciendo caso omiso a la cercanía de Antares.
Él la dejó y se tiró en la cama a observarla.
Ella sentía su vigía calentar sus orejas. Si su corazón no estuviese desobedeciendo, si se sintiera con la habilidad de fingir lo suficiente, habría cedido a mirar a ese lado del espejo desde donde podía contemplar la figura del escorpión tan cómodo, y tan poco cubierto, sobre la cama que compartían.
—Lyra.
Ella reconoció, al identificar ese brinco en su pecho, que le gustaba aquella pronunciación viniendo de él.
Sí, Antares le estaba gustando de maneras que no se había permitido jamás.
—¿Sí? —indagó ella.
—Me preguntaste si las vendidas también me sirven. Decidí que voy a darte tu respuesta aunque no hayas sido explícita. —Ella lo miró a través del cristal, atenta—. En esta cama y en la anterior, y en la que estuvo antes de esa, solo he estado contigo.
Lyra volteó sobre la silla.
—Pero si yo jamás...
Al captar la indirecta en la sonrisa del escorpión, ella giró, ardiendo en tal vergüenza que tuvo que huir en cobardía hacia el aparador.
—Ya habíamos hablado de esto —siguió él, lanzándose hasta quedar sentado al borde de la cama—. Me hiciste devolver mis vendidas y prometerte que jamás volvería a «usar» una.
—¿De eso no hace demasiado tiempo?
—Creí haberte demostrado ya que el tiempo es irrelevante. Nunca he roto una promesa que te haya hecho a ti, no pretendo empezar ahora.
Lyra sonrió, aprovechándose de estar de espalda a él, y cuando se dio cuenta de que lo estaba haciendo se horrorizó de sí misma.
¿En qué momento permitió que Antares calara tanto en sus muros de hielo?
Se levantó y se sentó en la cama junto a él. Tomó su mano, tan cuidada, tan llena de anillos. Ni las suyas estaban tan intactas, dañadas por la hiedra y las espinas.
—Mi escorpión, ahora que estamos casados tal vez deberías despedir a la persona del servicio que se encarga de limpiar tu recto.
Antares no pudo evitar exhalar al borde de la risa por aquel comentario viniendo de Lyra. Tuvo que respirar, rojo por el intento, para no ceder a una carcajada.
Al recuperarse, le dijo:
—Ahora que estamos casados yo debería poder insinuarte todo tipo de perversidades sin que te sonrojes, pero no parece ser algo que vaya a ocurrir pronto.
Ella hizo ademán de desviar su rostro, pero Antares no lo permitiría. Quería eso para sí: esa Lyra desaliñada, con el cabello libre de sus ataduras, ondeando sobre sus hombros; no quería perderse ese instante en el que estaba a punto de huir en timidez, cuando sus mejillas desafiaban el hielo de su esencia y ardían reaccionando al escorpión con el que tanto había jugado. Así que tomó su mentón y le besó los labios lentamente hasta que ella dejó de resistirse y le tomó el rostro también.
—No somos ni remotamente compatibles —exhaló él sobre sus labios, boceteando una sonrisa en ellos—. Y aún así no me imagino siquiera pensando en nadie más.
—Claro que somos compatibles, Scorp —lo regañó ella peinando los vellos de su barba—. Tú eres demasiado fácil y yo excelente aprovechándome de ello.
Antares alzó sus cejas, pero se reservó cualquier respuesta verbal. En cambio, tomó a su esposa por la cintura y saltó encima de ella a la cama, haciéndola retorcerse a cosquillas mientras, sin aliento de la risa, intentaba una deficiente defensa.
Un par de golpes en la puerta los interrumpió a ambos, salvando a Lyra lo suficiente para que recuperara el aliento.
—La gente de esta casa come, ¿lo sabían? —exclamó desde afuera la melódica e inconfundible voz de Gamma.
—Quisiera quedarme toda la mañana a hacerte reír, princesita. —Antares le dio un beso en la mejilla a Lyra y le tendió la mano para ayudarla a levantarse—. Pero las hijas de Canis tumbarán la puerta si no les abrimos.
Lyra se levantó y buscó algo decente que ponerse a toda prisa.
—Si te peinas —advirtió Antares mientras se ponía su camisa— juro por Ara que empezaré a dormir vestido, túnica incluida, por al menos un mes.
—¿Esa es tu idea de un castigo?
Incluso burlándose de él, Lyra no dejaba de parecer inofensiva.
Ella acomodaba el corsé sobre el vestido, pero Antares se aproximó y tomó las cintas de las manos de la princesa para ajustarlo él mismo.
—Estás advertida —insistió él, apretando con una firmeza que ella recibió sin inmutarse—. Incluso limpiaré mis heridas yo mismo. La decisión está en sus manos, princesa cisne.
Ella negó sonriente y sacó su cabello del interior del vestido, soltándolo a un lado por delante de su hombro. Incluso con aquella melena liberada y llena de ondas, Lyra no carecía de elegancia.
Cuando él empezó a ponerse el calzado con premura, Lyra le dijo:
—Solo mírate: en serio mis hermanas te dominan.
—Aunque no lo creas, estoy aterrado —y pese a ello, la miró con una sonrisa que le surcaba el rostro—. Si esto me hacen tus hermanas, los cisnes y escorpiones que tendremos acabarán conmigo.
Aunque él no alcanzó a verlo porque ya salía del cuarto, la sonrisa de Lyra se había evaporado.
~❄️🦢❄️~
Antares salió a hacer algo sin dar muchas explicaciones a Lyra, lo cual le disgustó por dentro pero lo supo disimular con una expresión ilegible.
Le pidió a una de las vendidas que la peinara con el estilo de Hydra. Cabello suelto rodeado por una corona de trenzas múltiples tejidas con flores blancas. Incluso estando disgustada con Antares, se descubrió a sí misma buscando agradarle con su aspecto, algo que él no necesitaba intentar pues esos brazos colmados de cicatrices, ese cabello de plata y sonrisa tiránica siempre se las arreglaban para hacer del hielo en ella una fogata.
Lyra Cygnus, a duras penas, empezaba a admitir lo que sus manos inquietas expresaban con ese escozor cuando su ahora esposo estaba cerca.
«Mi esposo...», pensó ella tocando su modesta sonrisa con dedos distraídos.
De los tres Scorps que había conocido, terminó casándose con el que menos probabilidades tenía. No era al que había sido prometida. Ni aquella que se sentía correcto amar. Y aunque Antares y ella empezaron por política, había acabado en lo de la noche anterior, cuando entendió que deseaba a ese hombre tanto como empezaba a quererle pese al miedo que sentía.
Había estado en conflicto consigo misma todo ese tiempo; pues él era veneno, y ella quería creer que era lo opuesto.
Además, estaba todo lo que le había costado en Mujercitas aceptar que sentía cosas por quienes debían ser sus hermanas. Eso había impactado en ella, quien creció siendo preparada para pertenecer a algún hombre y velar por su placer.
Luego de aquel desastre, de las lágrimas, de sentirse impía, de creer que estaba defectuosa y que Ara la repudiaría; luego de lo que costó aceptarse y entenderse, entró en juego eso que empezó a despertar él, un hombre. Era absurdo. Contradictorio. Y tal vez lo hubiese aceptado antes si no hubiera pensado que negarlo era una especie de rebeldía a las leyes que la habían hecho sentir dañada por amar de manera distinta.
Suspiró frente al espejo. No era el momento de atormentarse más, ya bastante tenía con la conversación que le esperaba cuando Antares volviera.
Deambuló por la fortaleza subterránea hasta que encontró el cuarto de sus hermanas, sentadas una junto a la otra leyendo la segunda parte de Sirios en luna nueva.
Lyra entró justo a tiempo para ver a Freya respirar con un ímpetu preocupante, como si inspirara toda la fuerza del universo para moderar alguna especie de estrés.
Cuando Lyra estuvo a punto de preguntar qué le ocurría, la hermana del medio al fin explotó, hablando mientras señalaba las páginas como si las letras pudiesen interactuar con sus refunfuños.
—¡¿Cuándo carajo se piensan besar estos dos?!
Lyra abrió los ojos descolocada por la palabra disonante.
—¿Dónde aprendieron esas expresiones tan impropias?
—El tío Antares las dice cuando cree que nadie lo oye —respondió Gamma plácidamente concentrada en pasar la página de su lectura.
—¿Por qué capítulo vas? —le preguntó Freya haciendo caso omiso a su hermana mayor.
—Acabando el treinta y cinco.
Lyra entornó los ojos, pasando su mirada de una a otra.
—¿No empezaron a leer esta mañana?
—Sí, mi lady —dijo Gamma sin prestarle más atención que antes, absorta por las páginas.
—Deberías prestar más atención en clase, Gam. Lyra es nuestra hermana —corrigió Freya—. En todo caso, el título correspondiente a ella sería «su alteza» mientras todavía no ha sido coronada.
Lyra se descubrió con los ojos cosquilleando en un sentimiento agradable al ver que sus hermanas esperaban que ella pronto reinara en Deneb. También estaba cansada de su desventaja con ellas en comparación a Antares, sintió una especie de motivación por competir contra él, aunque no de una manera dañina sino divertida.
—La que me llame «su alteza» o «mi lady» se queda sin postre un mes, ¿queda claro?
—Sí, su gracia —bromeó Freya, que entonces sí alzó la mirada de su libro hacia ella con una sonrisita traviesa en los labios.
«Son unos demonios estas dos».
Lyra se acercó a ellas, sentándose en la posición correcta al borde de la cama.
—¿Cómo es que Antares no ha enloquecido con ustedes?
—Es que ya estaba loco —contestó Gam pasando otra página. Lyra descubrió que, al parecer, un libro es lo que bastaba para domar al más pequeño y revoltoso de los cisnes.
—¿En el treinta y cinco ya se han besado? —preguntó Freya, molesta con su lectura.
—No todavía, pero ya se tomaron las manos. En realidad solo se las rozaron. ¿Eso cuenta?
Freya dejó caer dramáticamente el rostro entre sus manos y chilló contra ellas.
—¿Cómo pueden estos protagonistas tener tanta tensión y que la estúpida esta no se dé cuenta?
Gamma de pronto detuvo su lectura y volteó a mirar a Freya como atemorizada.
—Freya...
—¿Qué pasa?
—¿Y si no se besan hasta el tercer libro? —sugirió la menor.
—Dejo de leer y quemo todo.
—Puedo creer que quemes todo —interrumpió Lyra—, pero dado cómo manipularon al pobre Antares para que fuera a buscarles los libros a mitad de la madrugada, arriesgando su vida y la mía, dudo que puedan dejar de leer, par de adictas.
Las hermanas menores intercambiaron una mirada y luego se encogieron de hombros en acuerdo.
—Pero voy a quemar algo, lo juro —rectificó Freya y luego suspiró, cerrando el libro—. Lyra, ¿estas cosas sí pasan?
—¿Sirios que se enamoran de sus vendidas? —inquirió ella, pues ya había ojeado la sinopsis—. Lo dudo, pero dado que no soy un sirio me abstengo de opinar.
—No eso, sino... Tú te casaste con el tío Antares porque era una propuesta política ideal para tu reclamo a nuestra tierra, consiguiendo así el apoyo de todos nuestros lores y la posibilidad de una bendición por parte del antiguo rey. No fue algo que tú escogieras, pero él surcó los vientos y asesinó a quien hizo falta por rescatarte del castillo de los arqueros de Hydra, y te mira como si quisiera vivir de rodillas ante ti... y tú lo miras... —A Freya casi le brillaban los ojos—. Ustedes parecen felices. ¿Es real? ¿Se puede encontrar eso en un matrimonio concretado?
Lyra se puso en cuclillas junto a su hermana de una manera en que el vestido disimulara lo indigno de su posición, luego se inclinó para besar su cabello.
—Tú te casarás con quien quieras, por eso no tienes que preocuparte.
—Entonces... ¿Tú estás siendo infeliz para que nosotras no tengamos que serlo?
Gamma resopló de forma despectiva y dijo:
—Ella solo está usando la manera política de preguntarte si es real la tensión que existe entre tú y el tío Antares, cosa que yo tuve la decencia de preguntar directamente porque no soy una arpía como ella.
Freya le propinó a su hermana menor un golpe en la cabeza con el libro mientras Lyra la miraba absorta sin poder creer cómo su propia hermana la había manipulado inocentemente.
De todos modos, decidió que si eso era lo que querían saber las pequeñas hijas de Canis, eso les daría con tal de ganárselas.
—No, no creo estar enamorada de Antares todavía. No, no soy infeliz con él. Y sí... —Las miró a ambas, que estaban sentadas observándola con más atención de la que le habían prestado jamás—. A pesar de las circunstancias en las que empezaron las cosas entre nosotros, él ha sido un aliado ideal, alguien en quien ahora confío y...
—Sí, sí, sí, ¿pero te gusta?
Lyra rio por lo bajo.
«Claro que me gusta el muy maldito escorpión».
Pero no iba a decirlo de esa forma a sus hermanas.
—Es posible que no me disguste.
Freya puso los ojos en blanco y Gamma resopló, dejándose caer derrotada contra la pared.
Pero su curiosidad persistió más que el drama y volvió a inclinarse hacia Lyra para decir:
—¿Se han besado?
Freya le tapó la boca y en el proceso la volvió a empujar hacia la pared.
—No malgastes preguntas tan valiosas al formularlas de un modo tan deficiente. Están casados, claro que se besaron. —Luego se volvió a ver a su hermana mayor—. Lo que en realidad queremos saber es si se han besado porque han «querido» besarse.
—Las odio —soltó Lyra desde lo más profundo de sus entrañas sin poder reprimirse mientras sus mejillas dolían por su tensa sonrisa—. Nos besamos «queriendo» alguna vez, sí. Y es todo lo que tendrán de mí así que...
Pero ellas ya se estaban deshaciendo en chillidos de emoción y exclamaciones de «lo sabía».
~❄️🦢❄️~
Antares llegó más tarde. Entonces Lyra leía su herbolario como si se tratara de una novela ligera a la vez que con tacto maternal acariciaba el árbol de música en su mesita de noche.
En un punto de la habitación una vendida tocaba el arpa y otra el piano a petición de Lyra. No quería que Joqui muriera por falta de la melodía adecuada.
Antares se detuvo a digerir la escena con calma, pues era encantadora. No solo tenía al cisne más precioso del reino sobre su cama, adornado con una corona de flores y la alianza que la declaraba suya, sino que ya parecía haberse acomodado al punto de hacer lucir aquel rincón como un hogar.
Con una sola mirada y un gesto, Antares despidió ambas vendidas, alertando a Lyra de su presencia por la interrupción de la música.
Ella cerró el libro con tranquilidad y alzó su vista con una expresión neutra, dispuesta a empezar de inmediato con la conversación pendiente. Y entonces lo vio, parado mirándola como hipnotizado, con un ramo de flores en la mano, y decidió que en realidad no sabía qué decir.
Él negó como despertándose a sí mismo y se acercó a la cama. Ella hizo el trabajo restante levantándose y yendo hacia él, aceptando el ramo todavía consternada.
—No quería decirte a dónde iba para que no me acompañaras y poder sorprenderte. No sé por qué se me metió esta idea de traerte flores, pero... —Él suspiró—. Pensé que te gustarían.
—¿Tú...? —Lyra revisaba el ramo. Estaba armado de distintos tipos de flores de todos los colores, como si no se hubiese decidido por una. Lo peculiar es que estaba todo rodeado por ramas de distintos verdes—. ¿Tú escogiste el ramo?
—Es que no quería comprarlas, pensé que te gustarían más natural. Así que es posible que me las robara de algún jardín por el que tuve que hacer un largo viaje.
Lyra le vio el cabello enmarañado por el viento, y comprendió que había estado usando su cosmo para desplazarse de nuevo.
Lyra reprimió una sonrisa y señaló todo el verde de alrededor de las flores.
—¿Por qué esto?
—Sentí que el verde hacía un buen contraste.
Lyra cerró los ojos, su sonrisa parecía contener algo que quería explotar en sus labios.
—¿Qué pasa? —preguntó él con el ceño fruncido.
Ella se puso en puntillas y le tocó el rostro con una ternura helada que hizo el corazón de Antares saltar.
—Mi príncipe... esto es cilantro y cebollín.
—¿Qué... qué significa?
Las mejillas de Lyra se tensaron todavía más, sus ojos brillando en una humedad extraña.
—Son plantas que se usan para cocinar.
—¿Y las demás no? Estoy seguro de que me comí lo que llevas en la cabeza en alguna ensalada.
Lyra negó dando rienda suelta a su sonrisa, y se alzó en puntillas para besar a su esposo como jamás había creído posible besarle.
—Lo cierto es que me gusta que seas mi escorpión... —le susurró en los labios, acariciando su mejilla.
—Te traje condimentos como flores, ¿no me odias por eso?
Lyra le tomó la mano y se la besó.
—Nunca estuve más cerca de sentir lo contrario al odio hacia ti como ahora.
Él sintió que le estrujaron el pecho al escucharla decir algo como eso, solo quería encerrarse a disfrutar a Lyra y que el mundo se cayera alrededor, pero vio en sus ojos que había algo más, y entendió que era inmediato cuando ella se apartó para sentarse al borde de la cama.
Con recelo, la siguió y se sentó a su lado.
—¿Qué sucede?
—Tenemos que hablar —dijo ella dejando su ramo de flores junto a Joqui.
—Ya estábamos hablando.
—Sabes a lo que me refiero.
Él se mordió la lengua y miró hacia otro lado. En ese momento deseó que el frío de Deneb viajara a ese cuarto a ayudarlo a aplacar su genio, pues se creyó a punto de salir, azotar la puerta y maldecir al cielo por lo que creía que venía.
—¿Puedes mirarme? —pidió ella.
—No quieres que te mire ahora.
Por el contrario, ella le tomó el rostro y lo arrastró hacia sí, observando el calor de toda forja que ardía en el oro de sus iris.
—¿Qué hice? —le preguntó él con un deje rencoroso en la voz.
—Nada. Actualmente.
Él rio cínico y se arrancó de sus manos volteando con firmeza.
Su pierna empezó a moverse en un golpeteo constante y Lyra miró hacia la pared del frente, firme.
—Debemos discutir algunos asuntos pertinentes dada nuestra situación —dijo ella.
—Mmm.
—Bien. —Lyra inspiró, adoptando una actitud más expositiva—. Ambos nos casamos por conveniencia...
—No me besaste por dicha conveniencia, Lyra.
—No —reconoció ella—. Es justo parte de los detalles que debemos discutir.
—Por algún motivo tuve el estúpido optimismo de creer que nuestro matrimonio duraría más de una noche.
—Seguiremos casados, Scorp.
—Pero...
—Nos estamos involucrando, rompiendo las reglas que establecimos al comienzo, y eso nos está acercando de alguna forma que no estaba en nuestros planes.
—Vaya, ahora veo claramente el terrible problema —ironizó él.
Lyra volteó a mirarlo con los ojos entornados.
—Estoy hablando en serio.
—Y yo estoy en serio fingiendo que te creo cada palabra.
Lyra se levantó, el arrebato colérico creando una capa de escarcha blanca desde sus dedos hasta sus codos.
—Perseguiste a tu hermana, Antares —espetó—. Y lo estoy diciendo de la manera más bonita en que puedo hacerlo.
Él ni siquiera se inmutó, solo se mofó al respecto.
—Ni siquiera lo niegas...
—¿Qué quieres de mí, Lyra?
—Espacio. Todo el que puedas. Entiendo que lo de anoche lo empecé yo pero no puede repetirse.
Su cabeza negó, pero de su boca no salió nada.
—¿Estás de acuerdo? —insistió ella con más apremio.
—¿Es porque la amas? —inquirió él.
—Es porque tengo principios.
Antares se dejó caer de espalda a la cama, tapándose la cara para aminorar su carcajada.
—¿Qué pasa? —indagó ella.
—No tenías estos malditos principios cuando te lanzaste a besarme.
—No puedes aferrarte por siempre a ese momento para ir contra mí, Antares, es absurdo. En cambio lo tuyo con...
Él se sentó y la señaló, su mandíbula tensa como a punto de romperse.
—No sabes lo que pasó entre Shaula y yo, no puedes hablar de eso. Y sé que ella no te lo dijo. No sé dónde mierda lo escuchaste pero intenta olvidar...
—¿Olvidar? ¿Olvidar que querías forzar a TU HERMANA?
—Forzar. —Todos los dientes de Antares brillaron con el fuego blanco de la habitación cuando él ladeó su cabeza para mirar al cisne—. Tú no sabes absolutamente nada. Pensé que la conocías mejor que eso.
—Lo sé, me vas a decir que ella te deseaba pero se hacía la dura a tus encantos —dramatizó Lyra haciendo gestos teatrales con sus manos.
—Ella no te lo dijo, ¿verdad? —soltó él dando rienda a la ponzoña en su lengua—. No te dijo lo que haría. No tenías idea de que se iría a Baham y te dejaría a ti, y a todos... Siempre creí que sí, que hubo algo especial entre ustedes y se contaban cada detalle. Pero no, porque tú eres una arpía silenciosa y le guardaste muchos secretos tras tus mejillas bonitas. Y ella guardaba más que todos los escorpiones de Áragog y tú no fuiste su excepción.
Lyra quería estrangular a Antares, estaba muy segura de ello, lo sentía en el adormecimiento que casi quemaba en sus dedos. Pero lo necesitaba, así que solo se dio la vuelta y se dispuso a marcharse de la habitación.
—Quédate —ordenó la voz de él—, y dime el motivo real por el que estás escapando de mí. Luego vete a donde quieras.
Lyra se detuvo con la mano en el pomo.
—Ya te lo dije.
—No dijiste nada, solo pusiste rumores como excusas.
—No fueron rumores. Aquía los vio.
Antares rio por lo bajo.
—Yo sé lo que Aquía vio.
—Y no lo niegas.
—¿Qué debo negar? ¿La perspectiva de una recién llegada al castillo que se formó en base al vistazo de una noche contra los ocho años que viví con Shaula antes de eso? Tú saca las conclusiones que quieras, no dejan de ser excusas. La última vez que hablaste con Aquía fue antes de irnos a Deneb. Sabías su versión cuando me propusiste esta alianza. La has sabido por años, y aún así te casaste conmigo. No la has olvidado, y aún así me besaste en las escaleras y pasaste la noche en nuestra cama. Ahora, dime de frente qué cambió en los minutos que salí a buscarte esas flores.
Lyra dejó el pomo con dedos temblorosos y se giró hacia a Antares, temiendo no ser capaz de verlo a los ojos.
Y sí pudo verlo a los ojos, pero enseguida se dobló en un llanto que fue más rápido que su cosmo en anularlo.
Antares se paró horrorizado y fue tras de ella. Al alcanzarla, Lyra ya se había desplomado pegada a la pared entre sollozos.
—Lyra, Lyra, ¿qué pasa? —le preguntó buscando su cara entre su cabello bañado de lágrimas.
—Lo siento, lo siento...
—¿Por qué te estás disculpando? Lyra, ¿qué pasa?
Ella se pegó a su pecho a llorar desconsolada mientras él la mecía y acariciaba, y siguió así hasta quedarse sin lágrimas ni aliento, rechazando las punzadas de auxilio de su constelación.
Con el paso de los minutos, el calor de aquella efusión de sentimientos fue aplacado por una sensación mentolada que adormeció todo el cuerpo de la princesa, dejando solo una nariz húmeda, unos ojos enrojecidos y una mirada sin rumbo de apariencia vacía, pero que tan cargada de recuerdos estaba.
Antares tomó su rostro entre sus manos.
—Dímelo, por favor. Necesito saber qué pasa.
—No puedo darte hijos.
—No... —Él frunció el ceño—. ¿No puedes?
—No creo poder.
Él se alejó un poco de ella, mirándola confuso.
Lyra se pegó a la pared con las piernas recogidas y sus brazos abrazados a ellas.
—Estoy seguro de que discutimos esto antes, Lyra, y nunca... —Lo pensó, pero solo llegó a confundirse más—. No fue esto lo que me dijiste entonces.
Ella se sintió a punto de romperse de nuevo, así que clamó al hielo que la arrullaba por dentro para que se intensificara.
—Entonces pensaba como la futura reina de Deneb —contestó—. Es el deber de los reyes asegurar la descendencia para tener una línea de sucesión fuerte y que la Corona no corra peligro. Yo entendía eso. Estaba dispuesta a todo por ser la reina que Deneb necesita, pero...
Sorbió por la nariz. Cómo rogaba por dentro, en una plegaria silenciosa, por no volver al lugar donde iban sus esquirlas cada vez que se rompía.
Él se acercó a ella y le puso una mano con cuidado sobre su rodilla.
—¿Es por mí?
Ella lo miró, y sintió tanto dolor por lo que vio en su expresión que un sollozo se le escapó, consiguiendo que se llevara una mano a la frente y tuviera que medir sus respiraciones a partir de entonces.
Volvió a mirarlo, pero entonces estaba firme, como las dagas de hielo en que se habían convertido sus ojos.
—Es por tu hermano.
El semblante de Antares se ensombreció.
—¿Qué te hizo?
Lyra negó, secando sus mejillas con las mangas que alcanzaban sus muñecas.
—No es algo que quiera recordar. No estoy lista para lidiar con ello. Simplemente se aseguró de que no quiera saber nada más de ningún niño en lo que me queda de vida. No puedo, Antares. No seré capaz de cargar un bebé y no pensar en Sargas.
Antares se sentó en completo silencio viendo hacia otro lado por un largo rato.
Fue tanto ese tiempo que cuando volvió a hablar, Lyra ya cabeceaba casi dormida.
—¿Tú crees que puedas quererme algún día?
Lyra se sorprendió mucho por la pregunta. Antares parecía un niño ahí sentado en ese momento.
Ella no tenía ni idea de qué decir al respecto.
—Dijiste que no esperabas que te ame —le recordó ella.
—Tienes razón, no escogí las palabras adecuadas. Quise decir que no doy por hecho que vaya a suceder. —La miró—. Pero quisiera de ti más que solo ganas de besarme. No necesariamente pronto, y sin que esas deban desaparecer.
—¿Y si no puedo ser la esposa que quieres?
—Desde el momento en que nos miramos la primera vez ya eras exactamente la esposa que quería, Lyra. No te cambiaré nada jamás.
—Pero no estás feliz con esto.
—No —concedió él con una sonrisa triste—. Claro que no. Si me dices que jamás estuviste dispuesta porque simplemente no te interesa, pues me costaría menos... Asumirlo. Pero lo que dices es que mi maldito hermano te ha hecho esto. Sargas nos ha jodido la vida a todos desde mucho antes de tocar esa maldita corona. Y sigue haciéndolo...
Antares resopló.
—Sí quiero una contestación contigo, Lyra. Pero si me preguntas, es porque lo quiero todo contigo. ¡Eres Lyra Cygnus, por favor! Pero... Tal vez podré superarlo. —Puso su mano sobre la de ella—. ¿Podrías intentarlo? No... hijos, me refiero a sanar. Tus hermanas lo hicieron, tal vez tú solo necesitas la ayuda correcta.
Lyra sonrió y cerró su mano sobre la de él.
—Claro que lo intentaré. Pero no puedo prometer...
—¿Quién tiene prisa?
—Bien, entonces. En todo caso... —dijo ella contra su cuerpo—. Estamos casados. ¿Qué apellido debemos usar?
—Eres la heredera de Deneb, debes mantener el Cygnus. Pero a ver con qué espada me quitas el Scorp.
Lyra rio por eso, cómoda a pesar de todo lo dicho. Cómoda, tal vez, precisamente por todo lo dicho, y por haber explotado con tanta libertad delante de él sin miedo a tener represalias.
—De acuerdo, cada uno con su apellido —concluyó—. Pero... Si tuviéramos hijos... Quiero decir, en el hipotético caso de que recuperemos Deneb, igual tendríamos que tenerlos. Es mi obligación.
—Nuestra, que no sé si te lo explicaron pero los hijos no se hacen solos, ¿de acuerdo? —corrigió Antares—. Y todavía están tus hermanas.
—No. Las quiero fuera de esto.
—Es eso, o quieres pequeños escorpiones de cabello plateado y ojos de nieve jugando conmigo para que los deje salir a cazar... ¿Qué se caza en Deneb? ¿Témpanos de hielo?
—Imbécil —dijo mordiendo su labio mientras él no la veía—. ¿Qué apellido tendrían?
—Scorp los nacidos en Ara y Cygnus aquellos que tengamos en Deneb.
Lyra se incorporó.
—¿Pretendes armar un ejército con nuestra descendencia?
—Hace cinco minutos decías que jamás, y ahora ya dices cómodamente «nuestra descendencia». Dame cinco años —finalizó con un guiño de ojos.
Lyra puso los ojos en blanco.
—Y de todos modos —atajó ella cayendo en cuenta—, ¿por qué tendríamos hijos en Ara?
—Buena pregunta. —Antares le dio un beso en la frente para luego levantarse—. Ha sido un largo viaje buscarte los condimentos para la ensalada de tu próximo peinado, así que tomaré una siesta. ¿Me acompañas?
Lyra lo miró con los ojos entornados y luego le dijo:
—Necesitas cortarte la barba.
—De acuerdo, luego le diré a...
—A nadie. Yo lo haré —zanjó Lyra con una ceja arqueada—. Tú eres mío.
~~~
Nota:
Bueno, mi gente, me les fui de amor por este par. Yo sé que se dijeron cosas fuertes pero ando media ciega y no leí esa parte, solo las partes en las que claramente se aman jajaja
¿Qué les parecen Lyra y Antares? ¿Qué piensan de las discusiones que tuvieron? Lo de los hijos y Shaula, principalmente. Me gustaría saber su opinión al respecto. Recuerden que en este libro muchas cosas, principalmente sobre el pasado de los Scorps, seguirán en incógnita al final. Y es que el libro para resolver todo ese chisme será Monarca, el libro de Shaula. Estoy muy emocionada porque lo lean pronto porque ahí sí que van a ver la perspectiva "real" de todo para que saquen sus propias conclusiones.
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