65: Temible asesino de sonrisas

Tras su primer contacto con fracturas y agua salada, quien una vez había sido la vendida sin dueño hizo parada más al interior de Antlia para comer y descansar un par de horas. A ella y al cazador les esperaba un largo viaje de regreso al refugio, y ninguno pretendía desmayarse a mitad de vuelo y morir por la caída.

Por primera vez Leiah probó la ensalada de camarones y carne de cangrejo además de un cóctel de mariscos pues en Ara había probado otros platillos marítimos a un precio exorbitante y menor calidad. Archivaría aquellos sabores en su lista de cosas que no sabía que debió probar antes de morir.

Luego de la rápida siesta ambos emprendieron el vuelo de regreso, pero seguían tan cansados que Leiah consumió todo el cosmo de Sah en busca de crear una resistencia infranqueable para resistir el trayecto y el agotamiento mental que dejaba el aleteo en contra del viento. Pero aquel abuso del poder del águila la iluminaba completa con el aura blanquecina de una estrella.

—¡Brillas como una luciérnaga! —exhortó la inflexible voz de Orión al pasar por su lado como un fastidioso mosquito.

—¡¿Y a quién sirios le importa?! ¡El sol brilla más que yo!

—La idea es que practiques tu resistencia con menos estímulos que te ayuden a hacer trampa —discutió él acoplándose al aleteo justo que lo mantenía a la misma distancia en que Leiah estaba—. Si estuvieras en una situación de riesgo necesitarías el resto del cosmo para otras cosas. Como levantar una espada, o agudizar tus sentidos. O proteger una herida de tornarse mortal. No es bueno que te acostumbres a la totalidad del poder cuando vuelas.

—¡Orión! —rugió Leiah para espabilarlo—. Acabas de partirme la maldita muñeca, no hemos dormido sino dos horas en casi treinta y me duelen partes del cuerpo que es mejor no mencionar. Creo que me merezco un maldito respiro.

Orión rio en el aire, el celaje de las nubes arrastrando consigo aquel sonido hasta el oeste. Leiah le empujó el hombro también riendo, pero había olvidado que tenía una fuerza añadida por el cosmo, así que lo que parecía un gesto amistoso acabó desorientando al cazador, mandándolo a dar vueltas descoordinadas en dirección del viento.

Mientras ella se burlaba de cómo él buscaba recuperar el control de sus alas, algo tiró de su estómago, una sensación que desdibujó su sonrisa como el agua lava la acuarela.

Un sonido, uno que a pesar de los sentidos del cazador él no parecía percibir. Era difícil distinguirlo entre el aullido del cielo, además parecía lejano, pero veloz. Lo que sea que fuera, rompía la barrera del viento y se intensificaba en dirección a Orión.

Desde la perspectiva de él, solo había parpadeado en mitad de su lucha con sus alas, pero de pronto tenía a Leiah surcando el cielo detrás de él. Ni siquiera con la velocidad máxima a la que habían volado hasta entonces podía justificar la distancia que ella recorrió hasta alcanzar la flecha a su espalda, girar y devolverla en un mismo impulso. Tal fue su precisión que el retroceso de la flecha dio justo en el blanco, acribillando a un arquero oculto entre los altos muros de la ciudad.

Orión todavía desorientado, vio cómo Leiah miraba en dirección a los muros con los ojos entornados.

—Sirios —murmuró en explicación—. Los malditos destructores que han paralizado de miedo nuestra población, uniformados con el emblema del escorpión coronado. ¿Cómo mierda tienen sirios por soldados?

Otra nueva bandada de flechas voló hacia ellos, así que Orión tomó a Leiah del brazo y la subió con él tan alto como pudo hasta atravesar el manto de nubes, quedando más cerca que nunca del temible sol donde ninguna flecha podía alcanzar.

—Desde que se sabe de los cosmos la corona mantiene un registro de cada uno de nosotros. —Aunque Orión estaba siendo explicativo, no miraba a Leiah al hablar, sus ojos se movían con desconcierto revelando el trabajo que había dentro de su cabeza por atar cabos—. Aquellos cosmos a los que hayan permitido vivir seguro serán usados como armas, o como mínimo tendrán que declarar un montón de mierda antes de volar de un lado a otro. Tiene sentido que tengan vigías, tuvieron que habernos visto llegar y nos esperaban en emboscada para cuando saliéramos. En lo que a ellos respecta, somos sujetos voladores no identificados.

Leiah lo miraba de reojo, firme en dirección contraria. Podía captar el recelo de Orión en su porte mientras apenas se mantenía, con un aleteo comedido, como si estuviera de pie sobre la espuma del cielo.

No queriendo darle la oportunidad a indagar, lo dejó con sus propias conclusiones y en su lugar dijo:

—¿Cómo los evitamos?

—No vamos a cruzar por ahí, eso es seguro —dijo él—. Tuvieron suficiente tiempo para prepararse para nuestro regreso, ya deben haber pensado cada posibilidad para impedirnos el paso y en el mejor de los casos capturarnos.

—¿Entonces qué? ¿Hay que quedarnos en Antlia?

—Ni loco, ¿has probado los panecillos de aquí?

—Esto es serio, animal. ¿Podrías concentrarte?

Él la miró de pies a cabeza en un escaneo de cuya conclusión no hizo mención, limitándose a relamer su labio y girar para decir:

—Vamos a volar por encima de las nubes, no solo no nos verán sino que quedamos fuera del alcance de sus flechas.

—Pero volando por encima de las nubes no podremos orientarnos.

—No igual, no —concedió él.

—O sea que podríamos acabar volando hasta Baham gracias a tu brillante plan.

—Podríamos acabar volando hasta Baham y de ahí redirigirnos. A salvo. Gracias a mi brillante plan, sí.

Leiah inspiró profundo clamando una paciencia menos frágil.

—De acuerdo. Si no hay otra opción...

—¿Cómo lo hiciste? —interrogó Orión de la nada.

—¿Qué cosa?

Él entornó los ojos a profundidad, decidiendo entre si ella estaba jugando o no.

—La flecha, Leiah —explicó al fin.

—Se dice gracias, Sarkah malagradecido —dijo ella y emprendió el vuelo primero que él en la dirección que recordaba los conduciría hacia el refugio.

~♠️🖤♠️~

Un día más tarde, cuando ambos pudieron llegar a salvo al refugio, Orión solo quería entrar a su habitación y descansar hasta el eclipse siguiente, pero debía hablar con Ares de inmediato para evitar una de sus escenas futuras.

Para su sorpresa, en lo que se dirigía a la habitación del asesino chocó con un desconocido, alguien que no vivía con ellos en el escondite.

—Capitán —saludó el muchacho en un saludo casi informal. Vestido de civil y con aliento a cervezas, lo último que Orión habría pensado era que se trataba de uno de sus soldados.

Estaba tan estupefacto por el inesperado encuentro fuera de lugar que no correspondió el saludo. Siguió viendo al muchacho a su espalda hasta que este se perdió de su vista rumbo a la entrada.

El caballero negó para espabilarse y terminó de avanzar hasta el cuarto del asesino, donde se encontró un desastre de vasos vacíos y un Ares Circinus haciendo abdominales tradicionales y laterales intercalando movimientos de rodilla.

En defensa de la inocente habitación, es posible que en realidad no existiera ningún desastre de vasos, si acaso un par, pero en la opinión de Orión aquello era equiparable a un basurero.

—¿Ares...?

—¿El simpático, ágil y eficiente asesino que tienes por Cenicienta? —preguntó el sonriente Ares mientras terminaba su sesión—. El mismo.

Se levantó en un salto atlético que no pareció esfuerzo alguno pues aterrizó de pie con una radiante sonrisa.

—Ares... —siguió Orión pasándose la mano por el cabello al no saber cómo abordar el tema—. ¿Ese era...?

—Avrax, sir Avrax. Del pelotón de sir Less.

—Ares. —Orión suspiró y se llevó las manos a los bolsillos, escrutando con inflexible demanda al susodicho—. Dime que no te estás cogiendo a nuestros soldados.

—¡¿Qué?! —Ares parecía francamente divertido al respecto mientras bebía de un cuenco de agua por el agotamiento—. Por supuesto que no, Orión. Tengo más afinidad con mi teniente.

—¡Ares!

—¡Es broma, carajo! Creo —añadió este rascándose la nuca.

Se lanzó a la cama hasta caer sentado en el borde y señaló a Orión para decir:

—Basta ya, Orión, tienes que aprender a aceptar que tendré otras amistades además de ti. Mientras más rápido lo asumas, más pronto lo superarás.

—No me estoy riendo.

—¿Y cuál es la novedad?

—Ares, estas no son bromas. Amarok es un caballero respetable, no le gustaría escuchar lo que acabas de decir. Compórtate.

—Ahora soy yo el celoso —declaró Ares con una ceja arqueada—. ¿Él es el respetable? ¿Y yo qué? Si quieres empezar algo con él solo tienes que pedirme el maldito divorcio, Orión, no hace falta que me trates como mierda de sirio para que sea yo el que te deje.

Orión se llevó las manos a la cara y gruñó contra ellas. Ares aprovechó que no lo veía para voltear y respirar, pues la risa parecía querer escapar por sus fosas nasales.

—¿Sabes qué? Haz lo que quieras —zanjó el capitán—. Pero algo de discreción...

—Discreción.

Orión frunció el ceño.

—¿Algo que quieras mencionar, Ares? ¿Hay una acusación detrás de todo esto?

—¿Acusación? ¿De algo como sentar a Leiah en tus piernas y besarla delante de dos desamparados espectadores? —Ares negó, convincente—. Jamás, te conozco mejor que eso.

Orión no dijo ni una palabra al respecto, hizo ademán de salir de la habitación pero Ares ya se había escabullido hasta acabar recostado del marco de la puerta.

—Quiero decir —siguió el asesino—, yo sé que tengo en parte responsabilidad por alentarte. Lo admito. Pero en mi puta vida se me iba a ocurrir que fueses tan desconsiderado.

—Ares, no quiero hablar contigo al respecto.

—¿No tenemos suficientes cuartos, es eso?

Orión rio por lo bajo. El asesino era incansable cuando se ensañaba con un tema.

—Como buen escudero, lo superarás.

Ares se sacó un cuchillo del tobillo y lo lanzó sobre su mano. Dio un par de giros fluidos hasta que el asesino volvió a atraparlo con soltura por el mango, usando la punta para señalar a Orión.

—Repítelo, vamos. —Le guiñó un ojo—. No te haré nada.

Orión se cruzó de brazos.

—¿Me dejas pasar?

—No hasta que te disculpes.

—¿Por qué exactamente debería disculparme?

—Por lo de la mesa.

—Deja el drama, Ares. ¿No eres sir Sexólogo? Pareces bastante escandalizado por un beso.

—No es el beso, es tu falta de consideración al comer delante del hambriento y sin compartir el plato. Hasta consideré coquetearle a Henry. ¿Entiendes la gravedad de tus actos?

Pero Orión no parecía haber oído el final de esa declaración.

—¿Intentaste coquetearle a Henry?

—¿Intentar? ¡¿Intentar?!

Ares echó sus rizos hacia un lado al sacudir la cabeza y se dispuso a quitarse la camisa sudada por el ejercicio. Dejó su torso tatuado descubierto, y se señaló de arriba a abajo.

—Al Canis contigo, Orión. Hasta aquí llegué con tu falta de respeto.

Ares se quitó de la puerta y la mantuvo abierta señalando al exterior para que Orión saliera.

—Si estás tan hambriento y seguro de ti mismo, tal vez deberías dejar la misión y exhibirte en el mercado —gruñó el capitán sin hacerle caso.

—Dije fuera, Orión —insistió Ares señalando la puerta.

Orión puso los ojos en blanco e hizo ademán de salir, pero Ares le pegó la mano al pecho.

—¿Y Leiah?

—Está agotada, llegó directo a acostarse.

—¿Puede caminar?

La mirada de Orión no dejó a la imaginación la cantidad de insultos que quería proferir en ese momento.

—Iban a practicar vuelo a larga distancia, ¿no? —insistió Ares con los ojos entornados en confusión, como si no entendiera la reacción del caballero.

—Me voy —espetó Orión quitándose al asesino de encima.

—¡Dale mis saludos!

~♠️🖤♠️~

—Okay —dijo Ares entrando al cuarto de Leiah horas más con la excusa de llevarle una sopa—. Necesito saber, y él no va a contarme, así que... ¿Sí pasó?

Leiah alzó la cabeza para ver a Ares y luego la dejó caer en la almohada, muerta de risa.

Se puso el brazo en los ojos y dijo:

—Quiero dormir, ladronzuelo. Ven en otro momento.

—¿Tan fuerte estuvo?

—¡Ares!

El asesino dejó la sopa en la mesita de noche y se recostó de la pared, las manos en los bolsillos de la gabardina que se puso después de bañarse.

Leiah se quitó el brazo de la cara y le echó un vistazo. Olía a limpio por el baño reciente, perfectamente arreglado con sus rizos peinados hacia atrás. A pesar de tener los rasgos implacables de un asesino, tenía la sonrisa de un conquistador. Y a diferencia de lo que solía llevar puesto, esa tarde vestía con la elegancia de un duque, con el rojo y el negro del abrigo que ella confeccionó para él.

—No te vas a ir, ¿verdad? —concluyó Leiah en comprensión.

—Un monosílabo entre dos opciones es lo único que pido: sí o no.

—¿Por qué te importa?

—Él me importa.

—Ah, gracias, no me he ofendido para nada.

—Tú también, pero por ti no me preocupo.

—¿Me estás llamando puta?

Ares se dobló en una carcajada y pronto Leiah también se contagió con esa risa.

A Ares no le pasó por alto que la mano que usó para taparse la boca tenía la muñeca vendada.

—Nos atacaron de regreso —explicó ella al captar el trayecto de su mirar.

—Ajá.

—¡Es en serio!

—El perfil del culpable, Leiah, te justificas por cosas que no he cuestionado.

—Cállate —zanjó ella, pero no podía estar de mal humor. No con él—. Ven.

Golpeó un par de veces la cama a su lado.

—Hagamos un intercambio de información —agregó cuando él se lanzó a su lado por encima del edredón—. Tú me cuentas de tu épica pérdida de virginidad y yo te doy tu maldito monosílabo.

—Creo que ya puedo intuir cuál es solo con el hecho de que quieras negociarlo como una información valiosa. Eso es un cochino sí.

—¡Ares, cuéntame!

—¿Para qué quieres saber? No la conoces.

Leiah se lo pensó.

Cierto, ¿por qué quería saberlo?

—No lo sé —respondió ladeándose hacia él—, siempre te creí el romántico profeso que jamás tocaría una persona sin todo el cortejo que conlleva y una promesa de por medio.

Ares bufó.

—Al contrario, el cortejo me resulta nauseabundo. ¿Y cómo que romántico? No insultes mi reputación, Leiah, soy un asesino temible y despiadado. Soy el asesino temible y despiadado de este reino.

Leiah a duras penas disimuló su gesto burlón.

—Eres el asesino carismático y benévolo del reino. —Extendió su mano sana hacia él y le acarició su cabello recién lavado—. Y el ladrón de todas mis sonrisas, por supuesto.

Ares atrapó su mano y se la besó, mirándola con sus ojos brillando de gusto y comodidad.

—Pensé que en algún momento dejarías de coquetearme por el bien de la paz —señaló él, sus labios contra sus dedos.

—No me gusta la paz. —Se encogió de hombros—. Y jamás dejaré de coquetearte, Ares, ¿tú te has visto?

El asesino reprimió una sonrisa y se acomodó en la cama hasta quedar con la vista al techo.

—No me quiero casar —explicó después de un rato, dejando que Leiah jugara con sus rizos y los desordenara—. Ni tampoco deshonrar a una mujer. No podría perdonarme dañar su reputación y todo su futuro.

—Por eso esperaste tanto —comprendió—. ¿Qué cambió?

—¿Tanto? —Todos los dientes de Ares se hicieron presentes en una sonrisa—. ¿Qué edad crees que tengo?

—Perdóname la vida, cariño. Me cuesta dejar de pensar como... Pues como yo. Para lo que nací, a los dieciocho si todo «salía bien» ya tendría precio para mi virginidad.

Ares suspiró.

—El destino escrito en las estrellas da unas vueltas insólitas, ¿no? —Ares dobló su cuello para mirarla—. Mi padre iba a comprar a tu hermana, y un montón de entramados después terminó ella como su viuda y protectora de mi apellido. Y hoy estoy aquí... ¿Cuánto? ¿Cuatro años después de eso? Intercambiando experiencias íntimas contigo. Si es que a esto se le puede llamar intercambio, ¿eh? Todavía no me dices nada.

—¡Tú no me has dicho nada!

—¡Te he dicho suficiente!

—Oh —dramatizó Leiah acariciando su mejilla con dulzura—, pobre de la persona con la que estuviste si esta es tu definición de suficiente.

Leiah recibió tal golpe en el hombro que no pudo evitar aullar de dolor.

—¡No te di tan fuerte! —se excusó Ares incorporándose.

Ella se mordió la boca para no maldecirlo y se quitó la sábana de encima para que él notara las hematomas que dejaron las manos de Orión en su pálido torso.

Al asesino casi se le salen los ojos de órbita.

—Eso supera cualquier «sí» que hayas pensado en decirme —comentó él.

—No escucho tus disculpas —se quejó ella volviendo a arroparse—. No vuelvas a hacer eso, me duelen hasta los vellos.

—¿Los vellos púbicos duelen?

Ares recibió en consecuencia de su comentario tal manotazo en la nuca que cayó de cara al colchón, muerto de risa.

—Y ni creas que te vas a salvar, ladronzuelo, es tu turno de soltar algo de ese chisme.

Ares se volvió a sentar y reconoció que sí le debía un poco de información a Leiah.

—No la conoces. Ni siquiera es de por aquí.

—Ares, necesito más que eso.

Él puso los ojos en blanco pero acabó por ceder.

—Estaba en una misión, tenía que asesinar a su marido por sus deudas a la corona. Así fue como la conocí. Pasé mucho tiempo pensando en cómo la afectaría la muerte de su esposo, pero ella no lloró, ni una vez. Parecía estar feliz de haber quedado viuda. ¿Y cómo no? Quedó como protectora del apellido y todos sus bienes.

Los ojos de Leiah se abrieron más con esa revelación.

—Estaba casada...

—Sí. Pero, ya sabes cómo son las leyes. Solo estaba para procrear, para lo demás estaban las vendidas.

—Tú... Ares, ¿me estás diciendo que se conocieron cuando fuiste a matar a su marido? ¿Sí sabes que hay otras formas de coquetear?

Ares negó con la cabeza divertido.

—Fue antes. En un baile al que asistí para recolectar información de su casa. Era una lady insondable, me gustó nada más verla con su collar de rubíes y mirada de odiosa superioridad. Creí que estaba fuera de mi alcance pero resulta que tengo un «no sé qué» cuando me lo propongo.

Ares le guiñó un ojo a Leiah y esta desvió la mirada sonrojada.

—Pero sí —siguió él, haciendo como que no había notado ese enrojecimiento—, no fue hasta la noche que entré a asesinar al bastardo que ella y yo tuvimos nuestro primer contacto... íntimo. Claro que no supo la verdad hasta después, cuando me gritó entre maldiciones que no quería volver a verme en su, y cito, «putísima vida».

—¿Y estás bien con eso?

—¿Bien? —Bufó—. Se los dije, fue épico. Pero ustedes rechazaron el chisme cuando estaba fresco.

—Orión lo rechazó, yo insistí en escucharlo.

Luego de eso se hizo un silencio entre ambos. No de incomodidad, más como si cada uno estuviera digiriendo todo lo recién dicho. Hasta que ella decidió retomar la charla.

—Oye, hay algo que quiero preguntarte.

Ares la miró con interés como única respuesta.

—Orión me ha estado diciendo unas cosas que no sé si debería creer...

—Orión te puede mentir por cualquier motivo, menos por sexo, besos o cualquier cosa sentimental. Sus códigos de caballero se lo impiden, así que me atrevo a decir que deberías creerle.

—No es por... —Leiah suspiró y se apartó el cabello de la cara con la mano vendada—. Solo quiero que me confirmes su versión. Dijo que cuando me robó de los brazos de Draco fue un impulso del momento, que no estaba dentro del plan que tenían. ¿Eso es cierto?

Ares movió la cabeza de forma dubitativa.

—Esa respuesta solo la tiene él. Me refiero a si estaba en sus planes lo del secuestro o no. Yo puedo decirte únicamente que me llevé la mamá de las sorpresas cuando el muy imbécil me dijo «es posible que me haya robado a la prometida de Sagitar, ¿qué haremos al respecto?».

—La prometida de Sagitar —repitió Leiah, haciendo a Ares fruncir el ceño.

—¿Qué tiene?

—No dijo «la hermana de Aquía».

Ese ceño de Ares pasó de estar fruncido a formar un arco.

—Bonita, nunca has sido la hermana de Aquía para nosotros más que en aquellos aspectos que han sido indispensables en todo esto.

Leiah se mordió los labios para no opinar al respecto. Ella tenía la seguridad de que eso no era cierto, no del todo. En sus recuerdos estaba bastante latente el conflicto que sentía Orión al verla, y no podía atribuirlo a otra cosa más que a su parentesco sanguíneo con «ella».

—Leiah —empezó a decir Ares de la nada, ella por un momento se había perdido en las voces de su cabeza y había olvidado su compañía—. Sé que tal vez yo no he visto tus obras de teatro como Orión, pero espero que sepas que aunque mi reputación de asesino temible lo haga poco creíble, te quiero. Y me disculpo por haber intentado matarte en el pasado. Y amo muchísimo el abrigo que me hiciste. Y cómo sonríes cuando me ves, como si quisieras encerrarme en una burbuja cósmica y cuidarme. Y amo todo lo que has hecho por el grandote amargado. Y amo cómo encajamos tan bien aunque no lo intentamos. Quiero que lo sepas porque en tiempos como estos hay que decir las cosas antes de que sea tarde. Y también quiero que sepas que mataría a cualquiera que te tocara con la intención de hacerte daño. Incluso a Orión, ¿okay? Nuestro matrimonio tiene un límite, y a partir de ahora eres tú. Como te lastime, lo vuelvo eunuco.

—Ares, por Ara...

—Soy tu cómplice a partir de ahora, Leiah.

—Ay, Ares... —Leiah encerró su mano entre la suya—. Yo también te quiero, cariño. Y no tienes ninguna reputación como asesino temible. Tienes un maldito mango en el culo.

—Pero eso solo lo sabes tú, tontita.

—Y tu marido.

Ares gruñó.

—No me recuerdes a ese, estamos en proceso de divorcio.

Leiah rio, sintiendo una dolorosa calidez en su pecho.

—Y sobre Orión y eso de lastimarme —siguió—, no creo que sea posible. Quiero decir, para superarte a ti lo único que tiene que hacer es, a grandes rasgos, no intentar asesinarme.

—Tampoco dejé la vara muy alta. Ya te secuestró, ¿o no?

Leiah pretendía responder, mas se le hizo imposible concentrarse en lo que tenía que decir al oír la puerta golpear violentamente la pared.

—A levantarse, tenemos trabajo que hacer —anunció la voz de mando del capitán Enif.

—Por el culo de Canis que tiene que ser una maldita broma —protestó Leiah.

—Exclamó galante la princesa decencia —se burló Orión.

—Estoy hablando en serio, no esperarás que...

—¿Quién ha dicho «Leiah, habla»? —cortó Orión con un gesto inquisitivo imperando en su ceja—. Me dirijo al insubordinado aquí presente.

—Pero déjalo respirar.

—No es tu problema lo que le permita o no hacer.

Leiah reprimió una risa al decir:

—Ah, es que ahora tú «permites» cosas.

Ambas cejas de Orión se alzaron entonces.

—¿Tienes idea de a quién te estás dirigiendo?

—No me hagas hablar, Orión, no quiero insultarte.

—Lo que intento es callarte, pero no funciona.

Leiah intentó morderse la lengua, pero tal vez no lo intentó con suficiente énfasis.

—Tal vez deberías revisar tus métodos para silenciarme —soltó—. Quiero decir, si tanto lo deseas y tan poco funcionan tus intentos, yo probaría algo nuevo.

—¿Es esa una sugerencia?

—Se le llama «pensar», animal.

—Pues debería «pensar» cuando se lo pidan, madame. O al menos limitarse a hacerlo lejos de mi presencia.

Le mandíbula de Leiah se tensó, sus ojos ensombrecidos al dirigir su despectiva mirada al caballero.

—Te voy a matar —juró entre dientes.

—Tal vez deberías revisar tus métodos para mi homicidio. Quiero decir, si tanto lo deseas y tan poco funcionan tus intentos, yo probaría algo nuevo.

—Mierda —maldijo Ares entre ellos—, ya matense, o besense, pero déjenme en paz, ¿quieren?

Ares se paró e hizo una marcha hasta pararse detrás de Orión.

—Deberían madurar —espetó mientras hacía muecas de burla al grandote que casi hicieron que Leiah no aguantara la risa.

Luego se marchó, dejándolos solos.

Orión entró y cerró la puerta detrás de sí.

Se acercó a la cama, mirando con el ceño fruncido la sopa fría en la mesita de noche, y buscó sentarse al borde sin aplastar a Leiah en el intento.

—¿Cómo sigues? —le preguntó.

—No te preocupes por mí, ve a hacer miserable la vida de Ares.

Orión entornó sus ojos hacia ella en respuesta.

Empezó a apartar el edredón con sumo cuidado para revisar cómo iba la coloración de las marcas en Leiah.

—No estoy seguro de que me guste que te encierres con Ares en tu cama —comentó como si nada.

—No estoy segura de que me importe.

Orión la acribilló con la mirada y ella se encogió de hombros.

—Te voy a dar una tregua por tu estado actual. —Volvió sus dedos a las marcas de su pálida cintura—. No están desapareciendo, se acentúan. ¿Segura que estás usando suficiente cantidad del cosmo?

—Al contrario, lo dejé ir.

El semblante de Orión se tornó severo.

—¿Y es que fumaste algo o qué sirios? Te dejé descansar para que te recuperes, no para que te mueras en mi ausencia.

—Usar demasiado el cosmo me mantiene alerta, y pretendo dormir. Estaba tan agotada que pensé que me quedaría dormida enseguida. Mi plan era usar el cosmo al despertar y así empezar a curar el desastre que queda de mí.

—Bueno, a mí no me parecías muy dormida cuando entré, pero, ¿yo qué voy a saber?

—Sarkah —murmuró ella poniendo los ojos en blanco—. No esperaba la visita de Ares. Me distraje.

—Pues distraete menos y duerme más.

—Sabes que eres en parte responsable de esto, ¿no?

Orión sonrió y se inclinó a besarle los labios a Leiah, sorprendiéndola.

—¿Quieres que me quede a descansar contigo? —le preguntó muy cerca de sus labios.

—Acabas de mandar a Ares a trabajar...

—Él sabe funcionar sin mí.

—Lo dudo.

—Leiah. ¿Quieres que me quede o no?

Cuando ella iba a contestar, Ares abrió la puerta, ganándose la mirada de odio del siglo por parte de Orión.

—Lamento interrumpir, y no sé cómo decirles esto pero... Llegó un cuervo. —Ares miró directamente a Orión. Sabía que iban a matarlo por ese chiste, pero no se podía morir sin hacerlo—. Tu suegra los invitó a cenar.

~~~

Nota:

¿Qué les pareció este capítulo? ¿Soy la única que en su mente siente que Ares, Orión y Leiah están felizmente casados los tres? Jaja amo la dinámica entre todos, pero díganme ustedes qué piensan.


Y... ¿Qué esperan luego de esa frase al final?

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