64: Fracturas y agua salada [+18]
He visto comentarios de personas que se sienten incómodas leyendo estas escenas así que cumplo con recalcar que el +18 en el título es una advertencia de contenido. Lo que van a leer a continuación es hot, y muy explicito. Si eso no les resulta inconveniente, busquen sus biblias y disfruten lo que viene.
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En el techo del refugio, Leiah volteó a mirar a Orión en su forma de cosmo. Y es que si ya era difícil quitarle los ojos de encima al ser un simple mortal mandón de incesante ceño fruncido, era todavía más arduo conseguirlo mientras la divinidad de Pegaso endiosaba su piel dándole un brillo sobrenatural, con esas alas magnas que imperaban sobre la cornisa, y ese nuevo mirar que le daba un aspecto invencible.
Leiah odiaba de sí misma tener que usar las alas de Sah, porque fueron las de Aquía. Pero era algo que tenía que atravesar si quería acostumbrarse a los vuelos de largas distancias para poder evitar la fatiga en un instante de vida o muerte.
Por suerte esa vez no estaba disfrazada. Era ella, si es que «ella» era alguien luego de haber perdido su carrera como actriz, a la persona con la que iba a casarse e incluso sus amistades pasadas.
-¿Hacia dónde? -preguntó a Orión.
-¿Conoces el mar?
-¿Qué?
Él la miró.
-Que si alguna vez has visto el mar, Leiah.
-Yo... -Leiah vio todo su alrededor desde donde estaban, como si así pudiera darle un sentido a esas palabras. Pero solo consiguió profundizar su ceño fruncido-. No, no lo he visto.
-Perfecto. -Orión volvió su vista al frente-. Volaremos a Antlia.
-¡¿A la costa?!
-No, al circo.
Leiah entornó los ojos hacia el cazador, lo cual era ridículo. ¿Cómo podía intimidar una bestia como esa?
-Eso tendría un poco de lógica si no interfiriese el nimio detalle de que nos tomará una eternidad llegar -rezongó Leiah.
-A caballo. Pero nosotros vamos a surcar el cielo, Leiah.
-Pero...
-Serán largas horas de viento y frío, sí. Pero por eso vamos de madrugada. Llegaremos para ver el amanecer de un sol decente.
-¿Estás hablando en serio?
-¿Tengo cara de bufón?
Leiah puso los ojos en blanco y se lanzó primero del borde del techo, planeando con sus alas hasta alzarse en vuelo y volver a la altura de Orión.
-¿Tú guías? -le preguntó.
-Me lo pones demasiado fácil, Leiah. ¿Cómo no quieres una respuesta sardónica cuando la pregunta es así de absurda?
-Sarkah.
Leiah atravesó el cielo nocturno como un cometa blanco, seguida de cerca del cazador que pronto la adelantó para marcar el camino como lo hacen las estrellas para los astrólogos.
Llegaron a una de las fronteras marítimas de Áragog más retiradas de la civilización, una de las que no estaba comercializada ni llena de muelles, barcos, pescadores, mercaderes y casas costeras. La arena tenía tal blancura que parecía una laguna de perlas, y el agua de un verde tan pálido que transparentaba los corales como un cristal.
Leiah sobrevolaba agotada, sudada a pesar del frío y el viento, pero no había cansancio en el mundo que fuese rival para su asombro. Por primera vez, la ex vendida de Cetus miraba a la cara la monstruosa magnificencia del mar.
Ella hizo un rápido aterrizaje en la arena y se quitó el calzado para vivir en todo su esplendor la experiencia de correr a la orilla.
Se cayó un par de veces pues no estaba acostumbrada a un terreno en el que sus pies se hundían de ese modo, y la frondosa falda de su vestido no ayudaba. Pero acabó por alcanzar el borde entre la arena mojada y el agua. Ahí, las olas lamían sus pies, como si quisieran presentarse con la extraña visita, luego se alejaban con timidez a las seguras profundidades.
Orión caminó hasta su lado, dejando en el arrastrar de sus alas un par de muescas en la arena que el viento empezaba a borrar.
-¿Ya estás llorando?
-Sarkah -espetó ella-. No lloro, el aire salado me irrita los ojos.
Orión reprimió su sonrisa burlona y señaló el horizonte, donde el amarillo amanecer desterraba la palidez residual de la madrugada.
-Eso es un sol, mi querida campesina. ¿Lo habías visto alguna vez?
Leiah pateó una cortina de arena que apenas ensució el cuerpo de Orión, pues la ventisca estaba en su contra, alejando aquellas virutas blancas en la dirección opuesta.
-En Cetus está el mismo maldito sol, Orión.
Leiah exhaló, deshaciéndose del cosmo, dejando ir las alas en un par de nubes de escarcha oscura que se desintegraba mientras ella se deslizaba fuera de las mangas de su vestido.
-¿Qué haces? -le preguntó Orión.
-¿Esperas que nade con toda esta ropa?
-¿Vas a nadar?
-No, animal, crucé medio reino para sentarme aquí a ver el agua.
Orión no correspondió su provocación, simplemente aguardó. Paciente, firme y con las manos a la espalda, miró a Leiah desprenderse de su vestimenta hasta quedar apenas cubierta por su ropa interior.
Fue entonces cuando Orión aprovechó y se robó a la actriz, arrancándola de la arena en sus brazos, alzándola entonces que estaba desarmada y agarrando vuelo hacia el mar abierto.
-¡ORIÓN! -chilló ella. Una cosa era volar con la entereza del cosmo combatiendo el vértigo y las alas asegurando su seguridad contra cualquier caída. Otra muy distinta era depender en forma humana de un extraño que maniobraba sus alas como un condenado suicida-. ¿QUÉ MIERDA HACES?
-Vuelo.
-BÁJAME, MALDITA SEA.
Una maldita sonrisa enfatizada con un «como gustes», fue lo que recibió ella cuando Orión la soltó. Fue tan alto, que toda la caída redujo el estómago de Leiah a un manojo de nervios que pretendían huir por su garganta.
El mar se acercaba a una violenta velocidad, pero cuando estuvo a nada de rozar esa inmensa pared verdosa, él volvió a atraparla para evitar la letalidad del golpe e hizo aterrizar a ambos de manera menos agresiva.
Aunque Leiah estaba al borde del vómito y unas diez mil maldiciones, estar sumergida hasta el pecho mientras los brazos de Orión la rodeaban para evitar que se hundiera más la apaciguó.
Era mágico, una maravilla que no estaba en sus planes vivir jamás. No podía molestarse con ese detalle acechándola.
-¿Ves? -inquirió él-. No moriste.
-Lo que no implica que no vaya a matarte.
Él le estaba sonriendo de una manera extraña. Se veía incluso cómodo en esa situación.
-Voy a soltarte para que te sumerjas.
-¿Qué...?
Pero él ya lo había hecho, así que Leiah acabó rebasada por una ola encima de su cabeza, dando vueltas en la monstruosidad eterna del mar con agua en los pulmones y sal picando en sus ojos.
Mientras luchaba por volver a la superficie descubrió que se había desorientado al punto en que no sabía dónde era arriba y dónde abajo.
El pánico se apoderó de ella, su pecho comenzó a escocer justo cuando el cazador del cielo surcó las profundidades para alcanzarla. Sus brazos la arrastraron de vuelta a la superficie en un abrazo protector.
Leiah le escupió agua a la cara mientras tosía para recuperar el oxígeno, pero al calmarse no se encontró ceñuda, sino sonriente.
-Madame Loca -murmuró él mientras ella se apartaba el cabello de la cara.
-Esto es aterrador -dijo ella-, y absolutamente precioso. Tienes que enseñarme a nadar algún día.
Él sonrió con eso.
-Lo haré -prometió, alzando sus alas en un aleteo que les sacudió el agua de encima, y lo alzó al punto en que solo quedó sumergido de la cintura para abajo.
-Quiero...
El semblante de Leiah palideció a media palabra.
-¿Qué es eso? -dijo señalando unos metros detrás de Orión a una sombra gris e inmensa que cruzaba el agua y se perdía en las profundidades.
-Puede ser cualquier cosa -dijo él-. Algo dócil y precioso, o algo aun más bello, pero letal y con muchos dientes. De hecho, podría estar pasando por debajo de nosotros en este preciso momento...
Leiah se aferró a Orión como si su vida dependiera de ello.
-Sácanos de aquí.
-Pero si acabas de decir que...
-¡HAZLO!
Una vez en la orilla, Leiah se apresuró a cubrirse del frío con su capa. Mientras, Orión extendió la suya en la arena. Buscó su saco de monedas y de este sacó fruta, algunos emparedados y un recipiente con licor que extendió hacia Leiah.
-Ten, te mantendrá caliente.
-Cosa que no se te da muy bien a ti.
Orión cerró los ojos y se mordió la boca, todavía con la mano extendida y considerando abrir el recipiente y lanzar el contenido a Leiah en la cara.
Leiah alcanzó el recipiente y bebió de él, sentándose sobre la capa de Orión sin esperar a ser invitada.
Orión se desprendió de su cosmo, luego de su camisa empapada dejándola caer en la arena. Leiah bebió un trago más largo del alcohol disponible solo para distraerse en cualquier cosa menos mirarlo a él.
Haciendo a un lado su orgullo herido, Orión se sentó junto a Leiah con las piernas flexionadas y un brazo sobre su rodilla.
Leiah echó un vistazo a las cicatrices. Las de los brazos, que hablaban de una alambrada. O las de la espalda, que murmuraban el silbido de látigos, y susurraban el mito de alas que vienen y van. Cada marca componiendo un verso en la historia de un hombre de hierro, lleno de muescas y hendiduras, pero más inquebrantable que al salir de la forja.
«¿Quieres que lo ilustre mientras tus ojos lo saborean? Un dibujo dura más», comentó la odiosa voz de Sah en su cabeza.
«Haz silencio o no te saco más, ¿de acuerdo?».
«Eres mala, que lo sepas».
-No me molestaría que me dejaras una gota de ese alcohol, ¿sabes?
Leiah casi se atragantó con la bebida. Usó el dorso de su mano para limpiar las salpicaduras en su boca.
Apenada y roja por el calor del alcohol al atravesarla de aquella abrupta manera, le devolvió el recipiente a Orión.
Él miraba al horizonte, como si pensara más de la cuenta. Leiah temió que él hiciera preguntas profundas y personales, así que abrió la boca para decir alguna estupidez, pero él se le adelantó.
-¿Qué harías cuando acabe todo esto?
-Cuando acabe suponiendo que...
-Estemos vivos.
Leiah alzó una ceja en aprobatoria. Era una buena suposición.
-No lo sé, con estar viva me basta.
-Leiah.
-¿Qué? -inquirió ella mirándolo con un arco en la ceja-. No soy tan optimista, con sobrevivir tengo.
-No seas estúpida, eres la que más posibilidades tienes. Vas a actuar, no a estar al frente de ninguna batalla.
-A diferencia de Ares y tú.
-Sí.
Leiah desvió la mirada.
-Ay, no puede ser... -dijo Orión al borde de una risa-. Te preocupas por nosotros.
-Por ti tanto como por cualquier cachorro callejero. Es empatía básica.
Ella zanjó el tema metiéndose un pedazo de pan a la boca, pero enseguida su gesto se agrió en un disgusto que fue tomando impulso a medida que masticaba.
-¿Los preparó un sirio?
-Se dice gracias, malagradecida -espetó Orión-. Y no me cambies de tema. ¿Qué harías?
Ella se encogió de hombros y abrió la boca para responder, pero Orión la interrumpió tirando de sus piernas para acercarla tanto que sus pies se tocaran, el uno frente al otro.
-Nada de respuestas automáticas o cortantes. Quiero que te sinceres conmigo. -Hizo un gesto con la cabeza señalando el mar-. El sol nos vigila, Leiah, esta es una hora sagrada. Las aves custodian tu voz, y graznarán apenas digas la primera mentira.
Orión tomó la mano de Leiah y la enterró en la arena junto a la suya.
Ella no se resistió.
¿Por qué no se resistía?
-Ahora sí, responde.
Leiah volteó al horizonte, donde el sol parecía velar por su respuesta. Y Orión se deleitó con ese perfil, y con la manera en que sus iris absorbían la luz del amanecer. Sin una gota de maquillaje, sin ningún arreglo para el escenario, ella brillaba por sí misma con una belleza que no se podía doblegar.
-Supongo que viajaría -contestó, sus dedos enlazándose con los de Orión dentro de la arena-. Esto es precioso, pero también desconocido. ¿Cuánto más me estoy perdiendo? Ni siquiera Cetus, que donde he vivido la mayor parte de mi vida, lo conozco a profundidad. Áragog es inmenso. Me gustaría dominarlo, que no haya un rincón que no conozca a Madame Leiah. Pero lo justo es que yo lo conozca primero.
Cuando ella volteó, tenía una expresión solemne y tan serena, que parecía en paz consigo misma y con sus palabras.
-¿Y tú? ¿Qué harías?
-Ya no quiero decir nada, me opacaste.
Ella rio por lo bajo.
-No seas más imbécil de lo habitual y contesta.
-Es que, Leiah, yo soy bastante fácil de complacer.
-Bueno, comparte para mí tu definición de «fácil» respondiendo a mi pregunta.
Orión alzó los ojos al cielo, inequívoca señal de que el «efecto Leiah» seguía jodiendo con efectividad.
-Quiero... Muchas cosas -empezó a decir, pero él sí la miró a los ojos al hacerlo-. Principalmente mantener las que ya tengo.
-¿Y luego? -insistió ella resistiendo al contacto visual.
-Supongo que entrenaría. No a mí, a niños. En espada y defensa personal. Imagino que podría persuadir a Ares para que me ayudara. Sé de buena fuente que tiene mucha iniciativa para ofrecer clases a diestra y siniestra.
-Niños -repitió Leiah como si se tratara del nombre de una enfermedad-. No imaginé que te gustaran.
-¿A ti no?
Leiah frunció el ceño.
-¿Me estás evaluando por mi calidad reproductiva?
Orión se soltó de la mano de Leiah y se dejó caer hacia atrás entre gruñidos de obstinación hasta pegar la espalda a la capa.
-Una, Leiah. Una maldita conversación decente es lo que pretendía.
Leiah se rio de su dramatismo, e insólitamente se acercó a él, tumbándose a su lado.
Desde esa perspectiva, Leiah se dio cuenta de que el cielo parecía un lienzo revelador, las nubes contaban la historia de la psique del artista. Y parecía una historia de paz. O tal vez solo era un reflejo de lo que había dentro de sí misma.
-Tienes que darme mérito -dijo ella con la vista en el cielo-. Al menos ya no intento matarte.
-Por el contrario, yo hace semanas planeo tu asesinato.
A pesar de sus palabras, Orión le entregó el recipiente con la bebida.
-¿Sabes? -dijo ella bebiendo-. Me gustaría incluso conocer lo que queda de la mierda esa que destruiste.
Él volteó su rostro hacia ella.
-¿Las minas de Cráter?
-Sí. -Lo miró-. La historia es arte, incluso aquella que habla de destrucción. Por supuesto que quisiera ver a la cara lo que queda de una canción de sudor, sangre y fuego.
-Yo soy lo que queda.
Ella se relamió y llevó una de sus manos al hombro de Orión, recorriendo con un dedo algunas de las cicatrices más prominentes.
-Arte -reafirmó ella-. La dolencia más agradable.
-Tú eres la dolencia más agradable.
Leiah se sorprendió de lo que oía, y llevó sus ojos espantados a los del enorme guerrero a su lado. Pero él no parecía arrepentido ni avergonzado. No se veía en su rostro ni el más ligero ademán de retractarse.
Y ese fue el momento que ella aprovechó para decirle lo que había estado evitando.
-Te fuiste esa mañana.
Él sabía a lo que se refería, no podía ser una mención distinta que a lo que vino después de la noche que pasaron juntos.
-Necesitaba doblar la ropa.
Ella entornó los ojos, y a él le pareció tan hermosa tal cual que no reprimió el impulso de atrapar su labio entre los suyos, sostener su rostro entre ambas manos, y besarla con la misma lentitud con que transitaban las nubes sobre ellos.
Al separarse, ella parecía luchar con todas sus fuerzas contra una sonrisa que sin duda, de ser liberada, opacaría al amanecer con todo y sus olas de custodio.
-Sí, me fui -reconoció él-. Porque teníamos que hablar. Y tú tenías mucho por pensar. No quería presionarte estando yo ahí apenas abrieras los ojos.
-No todo en esta vida tiene que hablarse, Orión.
-Esto sí.
-¿Esto, qué?
Orión, todavía con las manos en su rostro, le miró la boca, y luego a sus ojos tan dispares y tan hermosos en su desastrosa naturaleza.
-Lo que sea que quieras de mí -contestó-. Quiero hacer las cosas bien.
-¿Bien?
-A mi pesar he acabado por admitir que la negación no hará desaparecer lo que sea que haya entre nosotros. De ser tan sencillo como una decisión, habría decidido que me fueras indiferente. Lo que queda de mí es tan defectuoso que no se lo desearía a nadie, pero tú te has empeñado en fijarte en mí pese a todo, cosa que sigo sin entender...
-Ya somos dos -murmuró Leiah, ganándose un ceño fruncido.
-En conclusión: solo quiero evitarte en lo posible cualquier malestar si persistes en esto. Porque estoy seguro de que no mereces nada menor a «absolutamente todo».
Leiah le sonrió y besó su nariz, cosa que lo dejó francamente receloso al punto de que sus cejas casi se tocaban.
-Eres como un peluche gigante, Orión -dijo ella a la vez que se sentaba-. Cuando no estás siendo un maldito sirio en su ciclo menstrual, obviamente.
-¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Ella puso los ojos en blanco.
-Yo preferiría que no, pero cómo vas a insistir...
-Es más como una petición -rectificó él sentándose también.
-Me declaro intrigada.
-Háblame de Draco.
Hasta ahí llegó el buen ánimo de Leiah.
-No es mi intención hacerte sentir mal, Leiah -explicó él-. Pero creo que no nos conocemos. Yo conozco lo que la gente sabe de ti, o lo que vendes de ti misma. Pero en serio quisiera saber qué hay detrás de todo eso. Y sé que habías dicho que ni tú hablarías de él ni yo de ella, pero yo rompí ese acuerdo estos días. Es tu turno.
-No quiero. Simplemente no puedo hablar de él.
-Porque te hizo daño.
-Sí -espetó ella.
-Y ahora le das el poder de arruinar tu presente, los momentos gratos de tu vida en que se le menciona, porque no te has permitido limpiar la herida de su recuerdo.
Leiah volteó hacia otro lado con la mandíbula en tensión pero los dedos de Orión buscaron que el rostro de ella volviera hacia él.
-Es tu decisión. Pero si Draco es una espina que todavía duele, tal vez deberías sacarla para que empiece a cicatrizar.
Leiah no respondió, se puso a comer la fruta.
Ya se habían acabado casi todas las uvas cuando ella dijo:
-He conocido muchísimas personas. Muchas que vagamente me admiraron o respetaron, y demasiadas que me odiaron o envidiaron. Solo una dijo amarme. -Leiah miró a Orión-. En toda mi vida, Orión, nadie me había amado. Hasta que llegó Draco. Y vaya que sabía mentir el muy maldito. Todavía una parte estúpida de mí quiere creer que nadie puede fingir a esa escala. Y sé que es muy desconsiderado de mi parte quejarme por un fallo amoroso dada... tu experiencia. Pero no sabes cómo te envidio. Efímero o no, tu amor fue recíproco y real. Eso nadie va a quitártelo. Lo mío fue teatro.
Orión de pronto se sintió arrepentido por haber sacado aquel tema, porque no tenía palabras que hicieran un bien equiparable a la escala del dolor que escondían esas palabras.
Pero hizo el intento.
-Leiah...
Ella alzó la mano, casi pegándola a su cara para callarle.
-Ni se te ocurra. No digas nada.
Orión apoyó una mano en el suelo detrás de sí y flexionó las piernas de forma que pudiera posar su otra mano en su rodilla. En esa posición despreocupada, echó la cabeza hacia atrás y tronó los huesos de su cuello en un par de movimientos. Ese gesto terminó con él clavando su mirada en Leiah cual depredador.
Fue cuando ella vio nuevamente al fugitivo, al infame desertor que venció la esclavitud y masacró sus esclavistas. Generó en su piel una sensación tirante que le pedía huir, o esconderse, pero era la misma culpable de que se quisiera quedar y contemplar la destrucción que acarreara.
-Me miras como si quisieras ahorcarme.
Él no respondió a eso. En ese instante él llevaba las riendas, o así lo sintió Leiah cuando le oyó decir, con aspereza en la profundidad de su voz, algo que sonaba a la sentencia de un verdugo.
-Recuerdo el momento en que nos conocimos... «formalmente».
-Hablas de cuando Draco me llevó al calabozo donde te custodiaban -concluyó ella en voz baja.
¿Por qué estaba tan nerviosa...?
-Sí, hablo de esa vez. ¿Qué pensaste al verme?
-¿Por qué lo preguntas?
Una curva descarada coronó los labios del guerrero.
-Compláceme.
Leiah mordió su boca y buscó esos recuerdos en su mente. No estaban demasiado enterrados, no fue difícil volver a verlo en esa celda, con el cabello sucio recogido en una coleta, la cabeza recostada contra la piedra, la camisa entreabierta que daba un vistazo tan privilegiado a su musculatura.
-Bajé con Draco sin saber qué esperar. Y ahí estabas tú... Te veías cómodo en esa celda a pesar del aislamiento y los grilletes, sonriendo como un invitado más -recordó-. Me desagradaste nada más verte pues entendí en un vistazo que tu altanería sobrepasaba los límites.
-Mi altanería no es lo único que los sobrepasa, Leiah.
En otra circunstancia ella habría bufado, o discutido, o incluso reído, pero esa mirada la estaba matando. ¿Quién podría debatir cuando apenas puede respirar?
-Estabas comprometida -le recordó Orión.
-Lo estaba, sí. Con el hombre que me llevó a verte al calabozo.
-Y eres actriz, vivías de moderar y manipular tus expresiones.
-Eso fui, supongo.
-Pero carraspeaste al preguntar a tu marido sobre mí -concluyó él-. ¿Qué habría notado él en tu voz si no lo hubieses hecho? ¿Qué habrías dicho, Leiah, de no haberlo suprimido?
«Puedes mentir...». Esa voz no era de Sah, era de la actriz. Era su instinto de supervivencia instándola a escapar de sus propias verdades.
«Vete a la mierda», le respondió ella misma, y sintió a Sah latir de orgullo en su mente.
-Aclaré mi garganta porque había empezado a pensar en voz alta sin darme cuenta. Por eso rectifiqué. No había nada en mi mente en ese instante que quisiera compartir con mi prometido -aseguró ella.
Luego inspiró, y volteó la jugada hacia él.
-Me llamaste «hermosa joven» ese día. Claramente podría haber pasado por meros modales, pero ahora que te conozco mejor... Pretendías molestar a Draco, ¿no es así?
-No fue lo único que hice por molestarlo.
Ella frunció el entrecejo, y él aprovechó ese intervalo para tomar turno.
-Me frunciste el ceño -dijo-. Draco estaba hablando de no sé qué estupidez y te descuidó un segundo. Ese segundo en que no te vigilaba, ahí hicimos contacto visual por primera vez. Y me lanzaste la mirada más despectiva y altanera que una dama me había dedicado jamás.
-Iba a casarme -zanjó ella en explicación-. Esa mirada era lo menos que podía hacer por mi matrimonio.
Orión bajó la cara, pero tenía la maldita sonrisa del siglo.
-¿Por qué me estás contando todo esto? -indagó ella.
-Porque quiero confesarle mis pecados a la mejor pecadora que conozco.
-¿Pecados?
Se miraron mutuamente cuando él dijo:
-Fue que me miraras así y decidirme.
-¿Decidir qué, Orión?
-Nunca quise robar algo tanto como luego de esa mirada. Estaba entregado al honor, y de repente me encontré deseando llevarme a la prometida de Draco Sagitar. Y así lo hice.
-No estás hablando en serio...
Pero esa mirada no mentía. Nadie, ni siquiera Leiah en su vasta experiencia, podía domar así la intensidad de sus ojos.
-Pero si luego tú... Me raptaste sin haberlo planificado... ¿para luego pretender que mantuviéramos distancia?
-Porque soy imbécil, y contradictorio -explicó él-. Me recriminé por mucho ese paso. Me mantuve en guerra conmigo a partir de entonces. Y cuando no, Ares me estaba recordando la grandísima cagada que había cometido por capricho.
-Mierda.
-Por eso quiero saber qué pensabas tú.
-No pensaba raptarte, eso tenlo por seguro. Yo... -Leiah exhaló-. Estaba en conflicto por mis pensamientos hacia ti, pero asumí que sería fugaz. Y entonces te ofreciste a batirte en duelo para ganar un puesto en la guardia de Draco y maldije tanto... Me complicaría la parte de «fugaz» el tenerte rondando alrededor de nosotros desde entonces.
»Te digo que antes de Draco jamás sentí atracción hacia nada que no fuese el éxito, y de pronto ahí estabas tú a nada de mi boda, combatiendo a mis guardias como un maldito ególatra. Y yo, disfrutando de verte a mi pesar. Porque en serio, en serio, Orión, eres insoportable.
-El veredicto es mutuo, Leiah.
-¿Debo recordarte que me secuestraste por capricho?
-Y medio diálogo después no hallaba cómo devolverte.
Los labios de Leiah se retorcieron en una mueca que no mostraba desagrado, como si de una forma concluyera aquel insulto igual que a un modo particular de profesar un halago.
-Sarkah.
-Lo pronuncias como si pretendieras pegarme.
-Lo considero.
Orión relamió su boca, inclinándose hacia adelante para retarla con un grave:
-Atrévete.
-No me pongas a prueba, Orión. Sabes que antes ya lo he hecho.
-No te tengo miedo, mondadientes. Muéstrame lo que pueden hacer esas manos antes de quebrarse.
Él le acercó el rostro ladeando la cara para dar una plena accesibilidad a su mejilla. Para Leiah habría sido un desperdicio ignorar aquel obsequio de oportunidad, pues lo cierto es que él, su escasa amabilidad y odioso cinismo, en serio le resultaban aversivos. Y si un golpe es lo que quería, no iba a ser quien se lo negara.
Así que hizo el violento ademán de pegarle, mas él atrapó su mano al vuelo.
Orión consumió su cosmo en una inhalación y las alas se abrieron de golpe. Leiah no había terminado de parpadear cuando en un arrebato agresivo fue alzada al vuelo y arrastrada para acabar debajo de él. Su cabeza clavada en la arena, tan a la orilla que los restos de las olas mojaban su cabello; su mano apenas sumergida, sujeta como una presa más del cazador.
-Prah sha xyfonic's hays, Leah' -rugió él en crudo acento bahamita que flageló la íntegra piel de ella como la forja hace al hierro-. Ruega por la piedad de la bestia que has despertado, Leiah.
No se puede responder a una hoguera con palabras, ni intentar detener una forja con aliento. E incluso así, el león acorralado no sabía qué más probar en su defensa. Así que abrió la boca, pues la dicción era su único escudo, pero un creciente dolor aletargó su mente.
Esa sensación venía de su muñeca, donde el cazador agazapado sobre ella presionaba sin medirse. Cuando quiso pedir indulgencia, no salieron palabras. Un grito rompió incluso el clamor de las olas, y anunció el quiebre del hueso bajo la mano de Orión.
-¿Por qué me pides morder si luego tus ojos van a rogar clemencia? -demandó Orión, su pulgar presionando en el estropicio recién creado.
Los instintos de Leiah buscaron un suspiro del cosmo a su alcance para recuperar la experticia que le faltaba para sonreír a pesar del dolor.
-Eres pésimo intérprete, Sarkah -murmuró ella, o el desastre que quedaba mientras todavía se adecuaba al dolor-. No te pido clemencia, te ruego una lenta ejecución.
Las piernas de ella se cerraron sobre su espalda, y él arremetió contra estas para que no quedara un resquicio de duda sobre la intensidad de su deseo cuando se lanzó a besarla.
Y ya no había piedad o dulzura, la habían dejado en algún punto de la ebullición que provocaban sus cuerpos al rozarse. Ese beso se tornó impío, violento y necesidad. No era un beso, la manera en que sus bocas se entregaron una a la otra era una danza entre brasas de los que no pretendían dejar ni el humo.
Una punzada de dolor lastimó la boca de Orión, así que sostuvo la quijada de Leiah para dar un freno al beso.
Su lengua dio un recorrido a sus labios y pronto sintieron el ardor de la herida acompañada del inequívoco sabor de la sangre.
Entonces sonrió.
-¿Te gusta morder?
-¿Por qué? -inquirió ella-. ¿Qué me harás morderte?
-Lo que alcances -contestó él-. Lo que sea que te ayude a aguantar lo que viene.
Deslizando sus dedos por toda la piel desnuda de ella, alcanzó la tela de su lencería. La retorció, pegándose más a su entrepierna para enfatizar el mensaje, y en un último movimiento arrancó la tela de su camino.
-¿Qué tal la muñeca? -preguntó él.
-Sa-sanando.
Asintió, complacido como un superior al que Leiah hubiese obedecido, determinado como si estuviese por dictar una tarea más.
-Deshazte de tu inmunidad tanto como toleres. No quiero trampas, Leiah. Me has pedido tanto que te quiebre que no puedes pretender que lo haga mientras estás sedada.
-Qué preferencias más perturbadoras tiene el Mesías de esta era... -Leiah deslizó la mano sana por la espalda de Orión-. ¿Qué hay en tu mente, Orión? ¿Dónde has dejado al caballero como para ofrecer tal condena sin considerar la justicia?
-En mi mente... -Su pulgar rozó el labio de ella y siguió su recorrido en descenso por todo el largo del cuello hasta la piel de su busto-. Es tu fragilidad, Leiah. Y tu tamaño tan nimio. La manera en que cabes tan bien en mis manos, o en que mis brazos te rodean entera... Son las posibles fracturas, y la certeza de que las deseas, lo que condena mis fantasías a pensar en partirte.
-Bien. Sin trampas. -En su aliento no solo exhalaba su oxígeno, sino el poder que la recomponía-. Frágil, voluble y a tu merced, Orión.
-Lo de frágil está por verse.
Orión llevó la cara al cuello de Leiah. Dejó un beso sobre su garganta y luego se alzó a mirarla.
Tenía una belleza especial estando mojada por el mar, manchada de la arena y temblando de anticipación bajo su cuerpo.
Bajó de nuevo, enterrando el rostro en el busto y ayudándose con su mano en el brasier; creó entre besos, lamidos y apretones un compás de susurros y respiraciones reprimidas que viajó lejos de sus alimentos y se unió al vaivén de las olas para entonar la sinfonía de la escena.
-No puedo creer que me estés tocando -jadeó ella en un arrebato de honestidad cuando lo labios de él buscaron los suyos en un intenso beso.
-Yo tampoco.
El beso se prolongó mientras la mano de Orión se inmiscuía entre las piernas de Leiah. Por fin en contacto con su piel, al fin comprobando ese río de preparación en su cavidad sin que la maldita tela se interpusiera.
-Tú me pediste lo que el caballero no puede dar -gruñó él contra sus labios, su voz delatando lo mucho que le afectaba que sus dedos se deslizaran tan fácil dentro de ella, y que Leiah se retorciera debajo de él en consecuencia-. Aquí lo tienes, Leiah. El egoísmo, el hurto, la posesividad y ausencia de toda misericordia es lo que desperdiga mi mente ante tus tentaciones.
-No culpes a la presa por el hambre instintiva del depredador, es irrespetuoso.
-He sabido controlarme a la perfección salvo con aquella que metió la mano dentro de mis fauces y me retó a morder. La irrespetuosa ha sido otra.
Tal fue el gemido que profirió Leiah, y la desorientación en sus ojos sumado a la manera en que su espalda se arqueó bajo el peso de Orión, que este supo lo que se aproximaba, a dónde sus dedos la estaban empujando.
-¿Tan rápido te rindes?
-Es tu voz, maldita sea...
Lo soltó como si saliera de sus entrañas, y apenas lo oyó salir de sus labios se avergonzó por su indiscreción.
Pero Orión la veía como un fuego al que acababan de arrojar alcohol.
-¿Te gusta mi voz, Leiah? -inquirió en el tono exacto que sabía que podía acabar con ella.
-No, yo... -Ella llevó su mano a la de Orión, esa que estaba entre sus piernas, y la apretó-. Si me hablas así y haces esto, no puedes pretender que dure mucho, animal.
-No se preocupe por eso, majestad, que aquí puede rendirse las veces que quiera, yo me encargaré que las disfrute todas.
-Orión, no...
-«No», ¿qué? -rugió él como si pretendiera deshacerla en violencia, aunque sus dedos le hacían de todo, menos daño, ayudados por la más leve de las pulsaciones que podía conferirle su poder-. ¿No sigas? ¿No me incendies la piel, cuando me he metido tu llama a la boca?
Ese último grito él lo quería solo para él, que ni el sol de las nubes lo escucharan, pues era suyo. Así que apenas ella empezó, él se empujó a su boca y lo reclamó, bebiéndoselo hasta sentirlo vibrar en sus venas.
Fue ese impacto en ella, violento y pasional, el que descargó una ola de fluidos entre sus piernas mientras Orión alejaba los dedos. Era tanto, que por un momento él solo pudo pensar en lo mucho que necesitaba esa húmeda sensación en aquello que palpitaba por atravesarla.
Todavía sin recuperarse, Leiah se aferró al cuello de Orión, y muy cerca respondió a las preguntas que le había hecho al borde del declive:
-«No», de no me dejes gritar así, pues corro el riesgo de proferir en descuido alguna palabra honesta.
-Si me gritas así seré yo el que no te dure nada, Leiah, será mejor que te moderes.
Fue como un reto, y a Leiah le encantaba ser desafiada por aquel inmenso hombre que acababa de desarmarla de placer solo con su mano.
Pegó la mano en su pecho. Era tan duro como lo había fantaseado, pero todavía más al tensarse por el contacto.
Pero no la apartó, simplemente la miró, casi cohibido, como si dudara sobre lo que ella estaba por hacer.
Al no encontrar resistencia, Leiah deslizó su mano por todo el torso hacia abajo, hasta alcanzar el borde de la tela, donde asomó las uñas a la antesala de lo que le interesaba.
Pero no se limitó a eso. Leiah tenía muchas curiosidades, la mayoría relacionadas al cuerpo de él que quería recorrer con muchísimo más tiempo. Así que se aferró a su espalda y pasó sus dedos alrededor de las protuberancias de dónde salían las alas mientras se inmiscuía más en el pantalón.
La mano de Leiah alcanzó al fin su cometido. Al primer contacto de sus dedos cerrándose sobre sobre la piel ardiente de Orión, este cerró los ojos y una especie de reflejo lo hizo izar sus alas, alevándolos a ambos un segundo para luego soltarlos nuevamente de golpe en la arena.
Jadearon y buscaron en el rostro del otro que todo estuviera en orden, para encontrarse mutuamente sonriendo.
Poco a poco esa calidez fue dando paso a un nerviosismo en la minúscula actriz que bregaba sobre el miembro de Orión, reconociéndolo temerosa pese a haberse creído preparada para eso.
Y ese contacto, ese roce de Leiah como si quisiera formar un vínculo de confianza entre su mano y esa parte de Orión, tenía al caballero de hierro tragando grueso.
Él permitió que ella siguiera mientras le recorría las cicatrices de la espalda, y se enterró en su cuello como si quisiera evitar que ella mirara el desastre que creaba en sus expresiones.
Pero aunque no le viera la cara, el resto de su cuerpo hablaba a su pesar. Cada vez que Leiah daba un roce especialmente leve, o apretaba con una presión significativa, las alas de Orión parecían crisparse en reacción, a veces tan incontenible que los alzaba un par de centímetros más y los dejaba caer de golpe.
-Eso... -Leiah buscó el rostro de Orión con la mano todavía dolorida, sosteniéndolo para que la mirara-. ¿Eso lo haces tú?
Él negó lentamente, y sus ojos correspondieron el contacto visual con una intensidad sofocante.
-No, Leiah. Eso lo estás haciendo tú.
Fue mejor que cualquier elogio a sus actuaciones. Sentía poder y una insana satisfacción al tener temblando, incapaz de controlarse, a un hombre que no solo la doblaba en tamaño, sino que ni siquiera era un hombre en sí, sino mucho más. Tenía la fuerza de las estrellas y la divinidad de un cosmo, la experiencia de la guerra y la vileza de un condenado, y aún así, parecía tan endeble entre las manos de ella.
Él terminó de bajarse el pantalón. Fue como el consenso final, lo que empujó a Leiah a acercarlo a su centro, dirigiendo su miembro a la parte de sí misma que, húmeda y ardiendo, lo pedía a él.
Orión se aferró a la cintura de Leiah con una presión que dejaría marcas. Y se estaba conteniendo, con todas sus fuerzas, porque sus manos eran tan letales y el cuerpo de ella tan pequeño...
Leiah empezó a complacerse en un juego que recién descubrió necesitar. Ya que ella dirigía el miembro de Orión, ya que estaba tan mojada que este parecía nadar en ella, empezó a desplazarlo por todo su sexo, recorriéndose entera, aplicando más presión y ritmo a estimular los puntos donde rozaba con más placer.
Él estaba fuera de sí pues en medio de su juego ella no dejaba de estimular toda su longitud de una manera que él mismo no podría recrear. Ya no tocaban la arena pues sus alas habían pasado a un aleteo constante cual ritmo cardíaco. Los mantenía apenas elevados, y aunque el vértigo creaba descargas de temor en Leiah, ella confiaba en los brazos de él para evitar la caída.
-No puedo creer que me uses como juguete, Leiah -bramó él-, pero no puedo decir que me molesta.
Fue cuando ella, sabiendo que su voz la llevaría nuevamente a la derrota, posicionó el miembro de él la entrada a su cavidad y lo dejó tomar el turno, abrazándose a su cuello.
Orión negó y los arrastró a ambos en un agitado vuelo hasta volver a quedar encima de la capa. La soltó, y la contempló desde arriba en su aleteo imperioso. Estaba desnuda a excepción del brasier, mojada, su respiración sin asimilar el orgasmo reciente y su cuerpo palpitando por más, por quererlo adentro. Entonces sí parecía una presa, y él la miraba como un cazador que no dudaría en devorarla.
-Abre las piernas, Leiah -le ordenó, pues en vergüenza ella las había recogido.
Tragando en seco, ella las separó solo un poco y él negó en desaprobación.
-No hay espacio para mí, Leiah, no seas desconsiderada y abre más.
Mientras sus manos se aferraban a la capa con fuerza, ella cumplió con lo que pedía Orión. Con sus rodillas flexionadas, Leiah abrió tanto que parecía una invitación a mirar, a hospedarse, a absolutamente todo lo que quisiera.
-¿Por qué me miras así? -preguntó ella y recién entonces Orión entendió que había pasado más tiempo del prudente con la vista entre sus piernas.
-Porque me gusta lo que veo, Leiah. Por desgracia lo tengo que lastimar.
Leiah tenía la teoría de que había residuos del cosmo en la voz de Orión, pues aquella vil promesa creó contracciones en su centro que, si no eran aliviadas de inmediato, sintió que podrían hacerla perecer.
Orión se condujo en vuelo hasta quedar entre las piernas de ella, con las manos en sus rodillas, mirando desde lo alto a la deshecha actriz que temblaba por él.
Empezó a asomarse a su interior ayudado por lo húmeda que estaba, y su estrechez lo recibió apenas cediendo.
Se dedicó a eso mientras ella jadea y se arqueaba, empujándose apenas un tramo para luego salir entero y volver a intentar, aferrándose tan fuerte a las rodillas de ella como podía, pues estaba perdiendo todo el control de sí en la manera en que las paredes de ella lo estimulaban en esa bienvenida.
A Leiah no le pasó por alto que las venas de los brazos de Orión parecían a punto de estallar.
-¿Por qué te contienes?
-Quiero lastimarte, no destruirte.
-Tengo el raciocinio suficiente para que, de sentir que algo es demasiado, buscar un poco de esa inmunidad que me prohibiste. Tú no te reprimas.
Él arqueó una ceja, pero no dijo nada al respecto.
Solo se inclinó sobre ella mientras se enterraba entre sus piernas. Se aferró a su cintura y la otra mano a su rostro. Era la única gentil, la que le acariciaba los labios como si quisiera hacer de ellos un religión. Porque la precisión del ritmo que empujaba contra sus caderas, o la presión que amorataba su cintura, no estaban concediendo clemencia de ningún tipo.
Leiah lo agradecía entre bramidos. Eso era lo que estaba buscando. No era lo que su cuerpo había creado en sus fantasías, era más. Se aferró a la parte trasera de él, y apretó con fuerza al unísono de esa embestida que pareció desgarrarla por dentro.
Gritando, Leiah inspiró en auxilio un poco del cosmo a su alcance solo para resistir los siguientes empujes del cazador dentro de ella, pero sin dejar de sentirlos a carne viva.
Puso mucho más de esa resistencia en su cintura, pues él parecía cada vez controlarse menos y apretar más, era el anclaje que usaba cada vez que arremetía contra ella como si quisiera partirla.
-Mierda, Leiah -dijo él en su enajenado labor de complacerlos a ambos y se lanzó a besarla.
Se estaba moviendo contra ella de una manera en que no necesitaban las manos para satisfacer ese punto externo de ella que pulsaba de envidia. Su roce, la presión y sus embestidas cargadas del calor que irradiaba su piel, estaba componiendo un guión de placer que Leiah no tenía que memorizar, solo vivir.
-No vas a dejar nada de mí -dijo ella, y en contradicción a su queja se agarró a su espalda y lo aferró más hacia ella.
-Nada para nadie más.
Y en esa promesa, él terminó de llevarla a la segunda explosión de vértigo, de horror, de placer estático que revivió toda su piel como si la magia sucediera a través de ella.
Él hizo ademán de alejarse volando y Leiah lo comprendió, y decidió no dejarlo escapar.
-Ni se te ocurra.
Él la miró con una especie de sorpresiva obediencia.
-¿Tú quieres...?
-Todo.
Como si le hubiesen concedido el cielo, los ojos de Orión refulgieron con rayos reales, resquicios relampagueantes del poder dentro de él que ardía por el dominio de ella.
-Bien, Leiah -rugió él tomándola por la nuca-. Se hará como usted ordene.
En el declive de la bestia, Leiah tuvo que buscar más del cosmo a su alcance. Tan poco como le fue posible, pues quería vivir toda aquella descarga en su humana fragilidad.
Pero el reino no parecía igual de inmune, pues en los últimos bramidos del cazador junto a las embestidas finales que parecían exprimirlo por dentro, las nubes relampaguearon junto a la piel del cosmo y la arena tembló, alzándose sobre ellos. Incluso las olas se izaron en consecuencia natural de aquel clímax.
«Coger con un cosmo es otro maldito nivel», concluyó Leiah para sus adentros.
Orión salió de ella y dejó ir sus alas antes de tumbarse a su lado.
Leiah sentía el chorrear entre sus piernas, y a los dedos de él jugar con su cabello húmedo y lleno de arena.
La estaba mirando, y eso la hizo reprimir una sonrisa.
-¿Cómo se encuentra mi mondadientes?
Ella volteó, y aunque pretendía ser hostil no podía dejar de sonreír, apenas tenía aliento.
-Jamás imaginé que fueses tan posesivo.
-Es porque jamás me viste cerca de nada que valiera la pena poseer.
«No estás controlando tus expresiones, no seas estúpida», dijo la mente de Leiah en un arrebato de preocupación.
Pero los dos orgasmos que había tenido recientemente la tenían sorda de esa voz.
Orión tomó la mano herida de Leiah y la llevó a sus labios para acariciar con estos la muñeca.
-¿Te sigue doliendo? -le preguntó.
-Sí, pero ya no está rota. -Leiah echó una mirada a su cintura, donde las manos de Orión estaban marcadas al rojo vivo. Él siguió esa mirada-. Al menos no me rompiste las costillas.
-Ganas no me faltaron.
Él acercó a Leiah hacia sí y la abrazó. Todavía desnudos, con el aire salado acompañándolos. Cada uno sentía un nivel de plenitud que no era equiparable en palabras.
-Te ayudaré a cuidar tus heridas, Leiah, y como me digas que no...
-Puedes -cortó ella-. Siempre que quieras, yo no te lo impediré.
Orión quedó en silencio un momento por eso, pues lo había tomado por sorpresa, y fue lo que ella aprovechó para enterrarse en su pecho desnudo.
-Athara's ha -dijo ella-. Lo llevas tatuado a la espalda. ¿Qué significa?
Orión ladeó su rostro para verla, una mirada irresistible a pesar de que parecía solo estar «existiendo».
-El bahamita es complejo, no tiene una sola traducción. Digamos que significa «Dios es mujer». Esa es la esencia.
-Por supuesto que es mujer, llevo mentando las tetas de Ara desde que salí de Lady Bird. Si fuera hombre ya me habría castigado por eso. Ustedes son bastante rápidos para ofenderse cuando alguien los compara con algo «femenino».
-De hecho creo que sí te castigó. Llegué yo a tu vida, ¿o no?
-Me encanta cómo lo vas a asumiendo poco a poco.
Él puso los ojos en blanco, y ella siguió. Al parecer quería hablar más que nunca, y eso a Orión lo agradeció muchísimo.
-¿Cómo aprendiste bahamita?
-No sé tanto como me gustaría. Como te dije, es muy complejo. Pero lo que sé lo aprendí de... -Orión se tornó pensativo por un momento, lejano. Pero luego volvió a mirar a Leiah, y sonrió-. Estuve de esclavo con una mujer de ascendencia bahamita. Ella me enseñó.
Un arco curioso se formó en la ceja de Leiah.
-¿Era una buena amiga?
-¿Celosa?
-Por favor, Orión, conozco tus tendencias -dijo ella con los ojos entornados-. La única que ha llegado más lejos que yo en estos años ha sido tu mano.
-Graciosa, Leiah. Muy graciosa.
Ella se encogió de hombros y lo dejó que siguiera acariciando su cabello. Al cabo de un rato en ese trance, le preguntó:
-¿Cómo se dice «estoy enamorado» en bahamita?
Orión se removió, incorporándose hasta quedar apoyado sobre su codo con ella totalmente acostada. Así, empezó a acariciar toda la piel de sus senos mientras hablaba.
-No existe una palabra para eso, solo una expresión que se le aproxima.
-Dímela.
-Yat'fah veret suh.
-¿Qué significa? -susurró ella. Le gustaba que él le hablara en esa lengua.
-«Estoy cayendo por ti» -explicó él, siguiendo con su dedo todo el flujo de la respiración de ella hasta su cuello-. En Baham se atribuye el sentimiento de estar enamorado al vértigo de una caída, y a la inminencia de su golpe.
-Algo intenso. Y fugaz.
-Pero irreemplazable. No importa cuánto duela el golpe, vivimos para esa caída.
-«Yat'fah veret suh»-dijo Leiah degustando la palabra como si la sintiera acariciando su piel, susurrada en una confidencia casi obscena-. Suena como...
-Como algo que no me molestaría que me gritaras al oído.
Ella correspondió su mirada sin respirar, y él acabó la conversación diciendo:
-Te mentí. No aborrezco tu pronunciación.
-Lo sé -titubeó ella.
-Vamos -dijo él poniéndose de pie y cargándola consigo-. Hay que lavarnos toda esta arena. Luego quién aguanta a Ares en su drama por haber sido abandonado.
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Nota:
Necesito todas sus reacciones, opiniones y teorías. Este capítulo fue macro largo y macro intenso, expláyense...
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