62: Hielo envenenado [+18]

Lyra


—Creo que deberíamos bajar a ver a tus hermanas —dijo Antares una vez llegaron al refugio—, si no les entregamos sus libros no nos dejarán en paz ni en nuestras pesadillas.

Lyra asintió, así que ambos bajaron las escaleras en espiral de piedra a la habitación de las Cygnus. Para sorpresa de ambos, las encontraron dormidas.

Aunque ambas tenían camas separadas, se quedaron rendidas una junto a la otra encima de un manojo de cartas. Freya con las piernas encima de Gamma, y esta con su brazo en la cara de Freya.

Antares sonreía tanto que —para no sucumbir a la risa y evitar la bulla— tuvo que voltearse con la mano contra su boca y tomar aire.

Lyra lo miró, perpleja, y se dio cuenta de una cosa que emitió en voz muy baja.

—Les tienes cariño.

Él se volteó hacia ella, todavía haciendo respiraciones y sin perder su buen ánimo. Esperó a que no quedaran residuos de esa risa en su voz, y entonces le dijo:

—¿Qué te sorprende?

—Bueno...

Lyra miró en derredor el lugar. Los juguetes. Los libros. La ropa. Todo perfectamente organizado por la vendida. Y además tenían horarios, tareas y la posibilidad de un futuro. Ellas estaban bien. Era lo último que esperaba Lyra de un escorpión como guardián.

—Todo este tiempo he estado con ellas, Lyra —dijo Antares a su espalda—. Se convirtieron en mi mundo desde que te perdí. Si mi sombra atentara contra su bienestar me la arrancaría.

Lyra comprendió que Antares, quien antaño era un desconocido para las Cygnus, había pasado más tiempo conviviendo con sus hermanas que ella misma. Las conocía más, y mejor, aunque no tuviera su sangre.

Lyra cayó en cuenta de que todo ese tiempo no había tenido la oportunidad de ser la hermana de Freya ni de Gamma, y que incluso cuando le dio el golpe a Áragog no pensaba en mantenerlas a ellas —aunque encontrarlas fue lo mejor que le ocurrió en la vida—: pensaba en ser la mejor reina posible para Deneb.

Si acaso, se le cruzó la idea de ser un buen ejemplo y darles el mejor futuro posible, pero no, no se había detenido a ser su hermana.

Eso podía cambiar, y estaba dispuesta a hacerlo.

Se acercó a ellas y empezó a arreglar el desastre. Antares se unió en su ayuda, cargando a Gamma para dejarla en la cama contigua mientras las delicadas manos de Lyra acariciaban el rostro de Freya luego de sacarle el cabello de la boca.

Le dio un beso en la frente, largo, deteniéndose a respirar su aroma, a aprenderse el tacto de su piel. Necesitaba conocer a las niñas que a partir de entonces serían su prioridad en todo.

Se apartó un momento más tarde, notando cómo, a pesar de no salir de la profundidad de su sueño, Freya ahora sonreía.

No se levantó de la cama. Recogió, con cuidado de no hacer ruido ni moverse mucho, una a una las cartas con las que habían estado jugando. Notó que todas tenían ilustraciones de un cielo nocturno como se vería desde un telescopio, y cada una representaba una constelación con una estrella dominante.

Detrás de ella, Antares tiraba de los lados torcidos de la sábana para extenderla y acomodarla.

La heredera de las Cygnus se levantó y fue hasta la cama contigua para besar a su otra hermana. Gamma tenía el cabello como un nido de ardillas, tan enredado que Lyra no pudo acariciarlo sin hacerle daño al sacar su mano de este.  La niña se removió y protestó bajo su tacto, buscando la almohada para ponérsela sobre la cara y protegerse.

Lyra rio por lo bajo y se levantó para dejarla tranquila.

Luego se fijó en ambas camas ocupadas, sintiendo cómo Antares se detenía justo detrás de ella.

—¿Dónde dormiré yo?

—Por eso no se preocupe, mi pequeño cisne —susurró Antares contra su cuello—. Mientras mi cuerpo deambule por este reino usted tendrá dónde acostarse.

Lyra lanzó su codo hacia atrás con intención de acribillar los intestinos del escorpión, pero este, previendo el movimiento, le detuvo el brazo con su agarre.

—Parece que tendrás que seguir practicando, princesita.

Ella reprimió una sonrisa, un cálido recuerdo accediendo al helado ártico que era su mente: en los pasillos del castillo de Deneb, el día de la boda de ambos, la primera vez que lo empujó.

Antares se dirigió a la puerta, esperando a Lyra al pie de las estrechas escaleras serpenteantes.

—¿Vienes?

—Antares...

—Entonces sí conoces mi nombre.

Lyra se llevó una mano al rostro, aprovechando que estaba de espaldas al escorpión. ¿Por qué había calidez en sus mejillas? ¿Dónde estaba el hielo, y la escarcha? ¿Dónde estaba la inmunidad que la había hecho sobrevivir todo ese tiempo?

—¿Ibas a decir algo? —insistió él.

—¿Tú...? —Lyra carraspeó—. El tiempo ha pasado, somos personas distintas de cuando nuestro acuerdo empezó. No le debes nada a mi pueblo, mis tradiciones no son las tuyas...

—Sí.

Lyra volteó su rostro hacia él.

—Sí, Lyra. Sigo fiel a mis votos. En lo que a mí respecta estoy casado contigo, solo espero tu «acepto».

Lyra volvió su vista al lado contrario y la bajó a su alianza.

«Scorp».

En su vida no había habido un solo Scorp. Tal vez hubo demasiados. Y sin embargo, Lyra no podía ver la alianza y pensar en nadie que no fuera él.

Se levantó y siguió a Antares escaleras arriba, absorta en sus pensamientos al punto en que no veía los escalones, solo avanzaba por instinto.

—Espera —dijo ella a mitad de camino del ascenso, pegándose a la pared como si la necesitara para estabilizarse.

Antares la miró con preocupación.

—¿Te sientes bien? —Él llevó el dorso de sus dedos hacia los orificios nasales de ella para comprobar su respiración—. Te falta el aliento, Lyra. Luces como si estuvieses a punto de desmayarte...

Respirando con dificultad, Lyra alzó la vista y lo miró a los ojos.

—No solo parece que voy a desmayarme. Siento que lo haré.

El primer pensamiento de Antares fue cargarla escaleras arriba para estabilizarla y pedir ayuda al curandero. Pero apenas hizo el ademán de levantarla, Lyra aprovechó esa cercanía para ir contra toda razón, lanzarse a su boca y robarle un beso.

Fue un contacto tan fugaz como el impulso. De inmediato ella lo miró como si no pudiera creer lo que acababa de hacer.

Pero, venciendo el escozor del arrepentimiento, se volvió a acercar con lentitud.

Antares la observaba en medio de un desconcierto plausible, incapaz de moverse. Ella le rozó los labios, inhalando con tal fuerza que, al exhalar contra la boca del escorpión, este sintió que flagelaban todos sus nervios y se embriagó de necesidad.

Él acercó su rostro, y ella apartó el suyo, lo que le dió acceso a su cuello. El escorpión pasó su perfil por todo el largo, respirando el frío de la noche impregnado en la piel del cisne, enajenado por su tacto, suave y con vellos sutiles, como el pétalo de una flor.

Su nariz delineó el mentón del cisne, y la fuerza con que esta contuvo la respiración se convirtió en la melodía que protagonizaría a partir de entonces las fantasías del príncipe.

Él se deslizó hasta su oído, y acarició toda esa zona, un beso tras otro, tan leves que podrían confundirse con el roce de una mariposa, pero llevaron al cisne a aferrarse con fuerza a la ropa de él, como si no confiara en sus piernas para sostenerla.

Y Antares también tembló, lo hizo al escuchar ese ruido que Lyra Cygnus intentó sofocar apretando los labios, pero que parecía brotar de cada poro en su piel.

Se alejó para poder mirarla a los ojos, y ella recibió esa mirada con los labios entreabiertos, acercándose más a los de él. Jamás se imaginó a sí misma en un estado semejante.

—Te deseo tanto que apenas puedo dejar de temblar —murmuró un irreconocible Antares cerca de sus labios—, así que si vas a empujarme, hazlo fuerte, y hazlo ahora mientras todavía respiro.

Pero en lugar de hacerle caso, ella deslizó la mano por la nuca del escorpión. Una mano helada contra una piel ardiendo en veneno, y lo atrajo un poco más, a la vez que ladeaba su propio rostro para besar su quijada y luego deslizar sus labios hasta la comisura de los de él.

Recibió de parte del príncipe una mano en su cuello, y los dedos en su mejilla. La manera en que él la miraba, vencido por el deseo, y el modo en que esos dedos acariciaban su piel y la mano acunaba su rostro... Cada pieza de Antares le rogaba, patética e insistentemente, rendido a la voluntad del cisne.

—¿Puedes escucharlo? —jadeó ella, mirándole a los ojos aunque sabía que él en ellos vería todo, cada verdad que sus labios reprimían—. ¿Mi corazón? ¿Oyes cómo grita en desobediencia?

Antares exhaló, exhausto, y al pegar su frente a la de ella cerró con fuerza sus ojos.

—No lo sé —musitó él—, hasta hace un segundo creí que el que se escucha es el mío.

Entonces ella no aguantó más y se lanzó a sus labios. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero Antares no parecía decepcionado cuando la boca de ella se abrió paso en la suya; al contrario, reprimió un gruñido contra sus labios y enseguida pegó una mano a la pared detrás de ellos, como si necesitara ese anclaje para no caer.

Con su otra mano, Antares aferró el mentón de ella y lo levantó, consiguiendo acceso a su cuello. Se dedicó a besarlo mientras ella contenía la respiración, y aferrada con fuerza al bajo de su capa.

Ansiosa, recuperó el rostro de él y volvió a besarlo, más fuerte, con más apremio. Necesitaba con desespero saciarse pronto, pero mientras el beso se prolongaba menos creía que existiera esa posibilidad. Necesitaba entender lo que hacía, grabarse cada sensación en la intimidad de sus recuerdos hasta ser capaz de congelarlas luego.

Y es que le encantaban sus labios, y la manera en que sus manos se deslizaban por todo su rostro, como si no pudieran creer que la estaban tocando. Y le gustaba la deficiencia con la que él respiraba, y el modo en que su propio cuerpo reaccionaba como si no le bastara con un beso, o con diez, como si quisiera consumirlo, y ser consumida.

Ella se alejó, sus labios húmedos e hinchados, su respiración indómita y su pecho salvaje.

—Me enamoré de tu hermana —confesó el cisne con la respiración entrecortada. Ni siquiera sabía si era relevante, o si fuese un sentimiento que prevaleciera en la actualidad. Solo tuvo el impulso de decirlo porque era mejor perder de esa manera, porque sintió que se humillaba a sí misma y a todo lo que dijo en el pasado con ese beso, y quería igualar la situación para él.

Antares apenas respiraba, pero asintió. Se inmutó un segundo, pero no dejó de mirar a Lyra a los ojos.

—Sí, algo así escuché. —Él le tomó el rostro y ella se recostó de esa mano, cerrando los ojos, sintiendo que todo su ser se hacía débil con ese contacto—. ¿Qué te pasa conmigo?

Ella lo miró, tímida, y casi se encogió ante la honestidad de la mirada de Antares. Entendió que podía decirle lo que sea, y el impulso de ceder la apenó.

Antares tragó en seco.

—Por Ara, Lyra, no puedo ni verte... —Él cerró los ojos y volvió a pegar su frente a la de ella—.  Cualquiera que piense siquiera en competir con Shaula ya ha perdido. Pero yo no espero que me ames, solo... Sirios, si quieres consumirme hazlo hasta que no quede nada de mí, porque te deseo más que a nada en este maldito reino.

—Yo... —Las manos del escorpión en su cintura distrajeron al cisne de lo que iba a decir, tuvo que tragar para recuperarse—. Solo quiero que me beses. Yo... quiero besarte.

—¿Cuánto? ¿Hasta cuándo?

—Hasta que me sacie —musitó ella—. O hasta que lo hagas tú.

Él sonrió, y volvió a sus labios.

—Me desmayaré antes de que pase eso, estoy seguro.

~❄️🦢❄️~

Más tarde esa misma noche al fin llegaron a sus aposentos luego de haber hecho un sinfín de paradas para degustarse mutuamente.

Antares hizo un ademán teatral para presentarle la habitación que les pertenecía a ambos, la que él mantuvo equipada para que fuera digna de su princesa. Un lugar enorme, demasiado elaborado para ser temporal. Todo en aquel espacio parecía estar pensado para dos.

Incluida la cama.

El príncipe escorpión, parándose detrás de ella, le ayudó a quitarse la capa.

—Yo... Necesito tomar un baño —dijo Lyra, nerviosa.

—Por supuesto. Dile a Tabita que te prepare el baño. ¿Quieres que te espere?

—¿Quieres esperarme?

Antares sonrió y le besó la mejilla.

—Dormir está sobrevalorado.

     Lyra volvió más tarde con un vestido de seda sin nada debajo, lo que venía a ser su ropa de dormir. Tabita le había trenzado el cabello con flores, dejando algunos mechones sueltos que se escapaban de vez en cuando a su rostro.

Antares estaba ya acostado sobre la gruesa colcha, sin camisa y con un pantalón holgado de tela liviana.

Con un esfuerzo consciente ella disimuló sus nervios y se metió a la cama dentro de la colcha para cubrirse entera.

Antares, viendo cómo ella se recluía hacia el extremo opuesto de la cama, extendió su brazo y le hizo espacio para indicarle que se le acercara.

Lyra temblaba. De nervios, de frío, de lo que fuera. No podía controlarse. Pasó sin respirar ni una vez en todo el trayecto mientras iba más cerca de Antares, quien se metió dentro de la sábana para que ella no tuviera que salir.

Se pegó a él, y se dejó envolver por su brazo, recostando la cabeza en su hombro.

Él le acarició los mechones sueltos de cabello, esas pálidas ondas que opacaban la belleza del sol. Lo apartó de las mejillas del cisne. No porque no le gustara, sino porque disfrutaba más de ver su rostro.

—¿Estás cómoda?

Lyra asintió, aunque no era cierto del todo. Estaba peligrosamente cómoda en sus brazos ardientes de veneno, pero no tranquila. Se sentía al borde del colapso.

—Entonces... —dijo él, acariciando la comisura de sus labios con sus nudillos—. Estamos casados.

De nuevo, Lyra solo asintió.

Antares buscó su mano, la del anillo y lo acarició hasta llevarla a sus labios y besarla con delicadeza.

—Mi esposa.

Lyra alzó la vista y conectó sus ojos con la mirada dorada del príncipe de Áragog. Vio sus propios dedos en esos labios, y la manera en que él sonreía contra estos. Estaban en esa situación porque ella lo había decidido, porque ella lo había besado.

—Tuya.

—Mía —repitió Antares, su mano hurgando dentro de la sábana hasta alcanzar las caderas de Lyra para acercarla más. Su otra mano se cerró en el filo prominente de su mentón, levantando por medio de este su rostro—. Y yo tuyo, Lyra Cygnus. Para siempre.

—Hasta que la muerte nos separe.

—Si tengo raciocinio en lo que venga después, entonces incluso tal vez luego.

—Para siempre, entonces —repitió ella.

—Para siempre —enfatizó él, y se inclinó para besarle con delicadeza los labios a los que tan rápido se había vuelto adicto.

Ya fatigada por el beso, Lyra puso una mano sobre el pecho desnudo de su esposo y lo apartó.

—¿Te sientes incómoda?

—No, yo... Me sigue gustando besarte.

Antares rio por lo bajo.

—Es bueno saberlo.

—Pero quiero saber cómo te sientes al respecto.

—Al respecto de... ¿Besarnos?

—Nuestra unión, Scorp.

—He estado bien con eso durante años, la pregunta aquí es cómo te sientes tú.

«¿Cómo me siento...?»

—Lamento defraudarte —dijo ella—, pero yo no sé cómo me siento.

—Lyra.

Tenía una mirada intensa sobre ella. Lyra vio detrás del oro fundido al príncipe que se forjó para liderar una tiranía a pesar haber nacido como el menor. Vio al traidor que desafió a su padre, el escorpión que pisó las tierras congeladas y las reclamó en su nombre. Vio al joven cínico que se había dejado manipular por la princesa de verdades congeladas. Al aliado que había escrito con ella discursos que sustentarían su reinado. Vio al cosmo defensor que salvó a sus hermanas e intentó protegerla del rey maldito. Y al despiadado que la rescató de los Sagitar. Y, entre todos esos, veía al hombre que se ablandaba al besarla, el que quería ser su esposo, el que velaba por el bienestar de sus hermanas.

Y decidió que le gustaba.

—¿Qué? —preguntó ella al fin.

—Haz un intento, por favor. Dime algo, lo que sea.

—¿Por qué te importa?

Él la miró con devoción mientras acariciaba sus mejillas sonrosadas.

—Porque ahora eres mi prioridad, Lyra. Crecí comprando y aceptando vendidas de regalo. Ellas estaban porque tenían que estar, hasta que ya no me bastó. Nunca me preocupé por lo que pensaban o sentían porque las daba por hecho y sé que esta es una situación que te disgusta, pero así fue. Pero contigo es un constante adivinar, es todo... distinto. Distinto mejor. Y quisiera saber todo lo que te pase por la mente.

—¿Y si no es lo que esperas?

—Yo no espero nada, así que cualquier cosa bastará.

Lyra asintió y dijo lo que sentía sin filtrarlo, lo dejó salir tal cual transitó su mente.

—Estoy aliviada. Mi esposo besa muy bien.

Antares reprimió la risa en sus mejillas, y Lyra sonrió con comodidad al notarlo.

—¿Algo más?

—Y se ve muy bien sin camisa —reconoció lanzando una mirada discreta hacia su torso—. Por suerte le quedan heridas por curar, y tiende a conseguir nuevas con frecuencia. Sospecho que lo veré así con regularidad.

—Lyra, eres mi esposa. E incluso antes de eso solo tenías que abrir la boca con la intención en tus ojos y yo me habría desnudado por ti.

Lyra volteó hacia otro lado sonrojada.

—Eres patético —señaló ella, aunque le ardía toda la cara por el rubor.

—Yo no soy el que lleva flores en la cabeza —dijo él arrancando una margarita de su trenza—. Pareces una ensalada.

Lyra le quitó la flor de entre los dedos, obstinada, y la volvió a tejer en su cabello.

—Era una ensalada feliz antes de que tú aparecieras.

—Lástima, porque ahora eres una ensalada casada.

A su pesar, Lyra sonrió y Antares se quedó mirándola hipnotizado hasta que el momento dio paso otra vez a ese nerviosismo en ella que ya no pudo disimular.

Entonces los ojos de Antares se abrieron comprendiendo algo que no había llegado a considerar hasta ese momento. Se enderezó en la cama, mirando a Lyra con una actitud mucho más seria.

—Lyra, ¿tú no quieres...? ¿Es eso lo que te preocupa?

—No —respondió ella, tranquila—. No se trata de eso, no del todo.

—¿Podrías explicarte mejor?

—Yo... Tal vez sí quiero, pero no sé... Cómo.

Antares frunció el ceño y Lyra entendió lo que él pensaba. Ella se crió como una vendida, ya debía saber todo al respecto.

—Yo sé lo que debo hacer contigo, no me mal entiendas —explicó ella—. Lo que no tengo ni idea es de lo que quiero yo.

Antares no solo pareció aliviado después de eso, sino incentivado.

—¿Quieres que te ayude con eso?

Ella tragó en seco y él deslizó la mano hasta su rodilla, presagiando un lento ascenso que prometía incendiar cada nervio en el cuerpo de Lyra.

—Dime que sí... —rogó el príncipe dorado de Áragog en un hilo de voz.

—Necesito que seas más específico.

—Déjame ayudarte. Dime si algo llega a gustarte, y cuándo parar. No importa si pasamos en esto toda la noche, yo no necesito descanso.

Lyra no dijo que sí de inmediato solo por temor a que su voz lo traicionara.

—¿Lyra?

—Sí, sube.

Él sonrió, y Lyra se atrevió a admitir dentro de sí misma que le parecía atractivo.

No, atractivo era un árbol floreado en medio de un jardín baldío. Antares, la perversidad de sus ojos y su sonrisa dentada, eran de una belleza atemorizante. Como una bestia marina vista en un estanque donde deberías sentirte a salvo. Y él tenía la particularidad de hacer sentir deseosa a Lyra de descongelar el agua y sumergirse en ella. Sabía que era una venenosa, pero ahora era suya, y quería probar su mordida.

Sí, Antares era aterradoramente hermoso.

Mientras los ojos de Lyra se bebían el físico del escorpión con ensoñación, esa mano al fin alcanzó un punto en la piel del cisne que no estaba hecho de hielo, y él lo notó en la manera en que se removía, como si quisiera huir de la sensación. Y es que, ¿qué más podía hacer sino querer escapar? Era el efecto de lo desconocido, incluso aquello que se sentía bien.

—¿Te he hecho daño?

Él sabía que no, sus cínicos ojos se lo confirmaban.

—Solo... —ella inspiró, sintiendo los dedos del escorpión rozar los huesos de su cadera. Estaba tan sensible, que el contacto tuvo el efecto de la primavera sobre la tierra, e hizo florecer todos los vellos de su cuerpo en una sensación de con la menta del frío y el ardor del veneno.

—¿Solo...? —dijo él asomando por primera vez su mano al interior de su ropa íntima.

Pero ella subió su mano a la de él, deteniéndolo.

—Realmente no soy muy...

Lyra tragó en seco.

Antares había tenido muchas vendidas en el pasado, suficientes como para tener una larga lista de referencias con las qué comparar a Lyra. Y eso no debería importarle, había eventos más preocupantes en su vida. Pero lo hacía.

—No es necesario que la quites, ¿no? —preguntó Lyra en referencia a su ropa interior.

Antares frunció el ceño, pero acabó por negar.

—No, no es necesario. ¿Quieres que pare aquí?

—No, yo solo...

Lyra le quitó la mano de encima de la suya y la llevó más hacia su muñeca para indicarle con un tímido impulso que podía seguir.

Antares siguió explorando bajo la tela, adentrándose más hacia el centro del cisne, bajando hasta descubrir con asombrosa satisfacción que sus dedos estaban siendo recibidos por una humedad que hacía mucho más sencillo el desplazarse entre sus piernas.

—No he hecho nada, Lyra, y mira cómo estás... —susurró él, empapándose de aquellos fluidos que manchaban la tela.

—Te dije —murmuró ella—: mi esposo besa muy bien.

Antares se mordió los labios. Tuvo que hacer un esfuerzo muy consciente por no adelantarse a todo el protocolo, enterrar su rostro entre esas piernas y digerir aquella evidencia que Lyra no había podido congelar.

En cambio, siguió conociendo toda esa zona que Lyra no había sentido viva jamás. Y es que aquel era un medio para ella: una moneda, un canjeo político, un arma para crear herederos, algo que obsequiar. Pero el vil escorpión de sonrisa aterradora, en su paciente recorrido, hizo cambiar a Lyra lentamente su percepción sobre el placer.

Sus dedos la abrieron, separando los pliegues, resbalando por la abundancia de los fluidos. Era una sensación que ardía, que pulsaba como un corazón. No menguaba, solo despertaba con más ímpetu el hambre dormida.

Mientras más la tocaba, Lyra más quería que pasara toda la noche ahí.

¿Eso tenía algún fin?

—Si tú y yo... —Lyra tragó con dificultad—. ¿Cómo sería si...?

Ella simplemente no podía ni decirlo. ¿Cómo iba a funcionar eso? Era una adulta, había sido preparada para actos más degradantes, ¿por qué le costaba tanto vencer la timidez, preguntar, pedir, disfrutar?

—¿Quieres saber cómo se sentiría si estuviera dentro de ti?

Ella se mordió y lo miró. Estaba medianamente sobre ella, su mano dentro de su ropa íntima, su torso completamente descubierto, su cabello colgando a un lado.

Sí, a Lyra definitivamente le gustaba muchísimo mirar a Antares, y tal vez disfrutaría si él...

—Sí —contestó en voz baja.

—No estaría de lado —empezó a explicar él, sus dedos bajando al inicio de su cavidad—. Me cerniria por completo sobre ti, acomodado entre tus piernas. Tu rostro sería mi adoración, así que me enfocaría en él, cuidando de cualquier detalle que me dé un indicio de si estoy haciendo las cosas bien, o si por el contrario te estoy lastimando...

Lyra cerró los ojos y lo imaginó, y en ese instante los labios de Antares robaron una caricia a los suyos.

—Recorrería tu entrepierna como he hecho con mis dedos —explicó él contra los labios de ella y empezó a crear círculos alrededor de la húmeda entrada a su centro—. Y, para vergüenza de mi entereza, temblaría. Te deseo demasiado para poder evitarlo, y tú estás tan mojada...

Con cuidado, empezó a asomar la punta de su dedo al interior de Lyra. Ella hizo un ligero gesto de molestia mientras se adecuaba a la sensación, pero pronto el paciente ritmo en vaivén de Antares, y la ayuda de sus propios fluidos, transformaron los nervios en una creciente necesidad.

De pronto ella no quería solo lo que llevaba dentro, que era muy poco. Quería más. Quería que él no se detuviera nunca.

Ella se aferró a su cuello, respirando perturbada por la manera en que él sacaba el dedo casi por completo, y luego volvía a introducirlo cada vez más.

—¿Será así? —preguntó, y Antares sonrió enternecido a pesar de lo que estaba a punto de hacer.

Quitó una de las manos de ella de su cuello, y la bajó hacia su pantalón para que ella pudiera comparar lo que presionaba contra este, y lo que tenía dentro de sí misma.

—Me parece que todavía me falta un poco de práctica —concluyó ella, entendiendo el mensaje.

Antares sonrió y curvó el dedo dentro de ella, buscando en un ángulo y otro hasta que Lyra contuvo el aliento de manera audible, y él supo que iba por buen camino.

Siguió moviéndolo, deleitado con el desconcierto en la mirada del cisne. Ella no entendía qué pasaba, qué era lo que estaba sintiendo ni a dónde la conducía, pero en definitiva no quería parar.

Y Antares, bueno, él no podía ni pensar con claridad, tal vez por eso dijo:

—Me gustas, Lyra.

Ella abrió los ojos con sorpresa e intentó decir algo, pero un gemido de aprobación se adelantó a sus labios.

—No sabes lo mucho que me encanta verte excitada.

Ella sonrió, pero estaba perdida. La voz de Antares era un murmullo lejano en aquel extraño universo de sensaciones vivas en el que estaba encerrada. Se removía inquieta, pues no sabía qué hacer consigo misma. Pedía con su cuerpo, pues sus labios habían perdido práctica.

Solo necesitaba que él siguiera así, justo como iba, justo en ese ritmo.

—Si eres de hielo, cisne, ¿por qué ardes?

Lyra exhaló, sabiendo sin entender cómo que ese era el clímax, que a partir de ese punto no había rescate posible, solo una muy alta caída.

—Es porque has hecho una fogata de mi piel inifuga, escorpión.

Fue lo último, la declaración final antes de desplomarse en sus brazos, como si en serio la hubiesen arrojado de la torre más alta de todo Áragog.

Esa fue la victoria más plácida posible para el escorpión.

Ella abrió los ojos y lo miró. Tenía la sonrisa más radiante del reino.

Antares acomodó mejor a Lyra en su brazo, tan pegada a su torso que pudo recostar su carita de su pecho. Y así, fue alejando con lentitud su mano de la intimidad de ella.

—¿Estás bien?

Lyra suspiró.

—No estoy segura de que me disguste haberme casado contigo.

Antares rio por lo bajo.

—Sigue diciéndome esas cosas, mi pequeño cisne, mi ego te lo agradece.

Él volvió a buscar la mano de la alianza y la besó, dedo por dedo.

—Sigues haciendo eso —señaló ella.

—Es que sigo sin creer que seas mi esposa.

—Te vez feliz.

Los ojos de Antares se abrieron con sorpresa. Definitivamente no esperaba esa acotación, y mucho menos la había considerado.

—Es... —Carraspeó—. Es insólito, pero tienes razón. El reino está en ruinas detrás de estas paredes, pero yo jamás me había sentido mejor que ahora.

—Yo... —Lyra vaciló, apenada—. No me había sentido bien en años, escorpión. Gracias. Por todo.

—Eso no es muy alentador —bromeó él—, no he tenido mucha competencia, ¿o sí?

—Incluso antes —reconoció ella—. No me había sentido así. Y no me refiero al... sexo, sino a todo lo demás. La intimidad, comodidad y cercanía de una familia. Esto que construiste y protegiste... Gracias.

—No agradezcas, Lyra. Estoy a merced de tu voluntad —dijo él, besándole la frente—. Para siempre.

—Para siempre.

~~~

Nota:

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!! CSM, NO RESPIRO

Bueno, ya respiré.

Mentira. AAAAAAHHHHHHHH

JAJAJA Okno, díganme ustedes qué piensan. Cuéntenmelo todo.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top