60: El maldito libro de Sirios adolescentes
Lyra
—Tío Antares, ¿podría tomar otra ración de tartaletas? —preguntó Freya durante la cena limpiando de su boca las migajas con una servilleta de tela.
—No —respondió por él Gamma, la menor de las Cygnus—. No deberías comer más tartaletas. No deberías comer nada más en tu vida. Ya estás muy gorda, a este paso te desposará una vaca.
—¡No estoy gorda! —discutió Freya y miró a Antares—. Dile, tío.
—Piojo, no seas cruel con tu hermana —dijo Antares—. Ella no está gorda, está en forma. —Hizo una pausa para beber de su cáliz, pero justo antes de que este tocara sus labios hizo una acotación fugaz—. De círculo.
Freya abrió la boca ofendida. Indispuesta a dejar sin represalias la osadía del escorpión, la joven hizo una catapulta de ensalada con su cubierto y le lanzó un proyectil de esta a la cara a Antares.
—¡Freya, por todos los sirios de Ara! —exclamó Lyra horrorizada alejando las manos de sus cubiertos.
La mayor de las hermanas quería enterrar la cara en el subsuelo, no sabía por dónde empezar a disculparse aunque el desliz había sido de Freya. Tomó una servilleta, roja de vergüenza, y se dispuso a limpiar a Antares tomándolo por la barbilla. Pero cuando esté volteó, Lyra vio que encontraba sin aliento por una risa enmudecida.
—¿Estás bien? —preguntó el cisne al escorpión.
Antares arrancó una hoja de lechuga pegada a su pómulo y usó su propia servilleta para limpiarse el aderezo mientras decía:
—Déjala, princesita, no te preocupes. Tu hermana no lo ha hecho con mala intención, simplemente sabía que quedé con ganas de más ensalada.
Lyra reprimió las ganas de sonreír en gratitud por la manera en que Antares lo estaba tomando, pero volteó hacia otro lado para que no se le notara.
—¿Ustedes están enamorados? —preguntó Gamma con una mirada sugerente.
—Gam, cierra la boca —dijo Freya entre dientes.
Lyra vio a Antares en busca de auxilio, pero él había enterrado la cara en su cáliz, bebiendo hasta el fondo su vino de arándanos hídricos.
—Yo... —empezó a decir Lyra, mirando a todos lados sin saber qué hacer.
—¿Hiciste tus deberes? —interrumpió Antares dirigiéndose a la más pequeña—. Porque ya que estás tan participativa, imagino que no tendrás nada pendiente, ¿o sí?
—¿Cómo voy a hacer mis deberes cuando mi hermana mayor acaba de aparecer? —refunfuñó Gamma—. Esto es una dictadura.
—Puede dejarlos para después, ¿no? —ayudó Lyra, aliviada de poder participar en una conversación que no involucrara su relación con Antares.
—Si crees que es lo mejor, por supuesto que puede —concedió Antares.
—¿Quién decide generalmente qué es lo mejor?
—Tabita —interrumpió Freya—. Y antes de ella Maia. Y antes de ella Helena.
—¿Sus vendidas? —indagó Lyra con curiosidad.
Antares se inclinó solo un poco hacia Lyra y le dijo:
—Lamento decepcionarte, pequeño cisne, pero soy demasiado alcahueta para confiar en mi propia voluntad para con tus hermanas. Necesito alguien que me ponga límites.
—En resumen, eres un fácil —se burló Lyra.
—Imagino, princesa, que lo dice por su propia experiencia conmigo.
Lyra reprimió el impulso de sus ojos por alzarse al cielo con fastidio y volvió a su plato.
—¿Podemos ir a la librería? —preguntó Gamma al cabo de un rato de masticar en glorioso silencio.
—No podemos —respondió Antares tranquilamente.
—¿Y si digo por favor?
—«Por favor», entiende que igual no podemos —añadió él.
—¿Por qué no?
—Porque yo lo digo —respondió el escorpión sacándole la lengua a Gamma.
—Pero «necesito» ir a la librería —insistió la menor con terquedad.
—¿Ya no tienes suficientes libros?
—Pero no tengo el segundo de Sirios en luna nueva.
—Generalmente difiero en todo lo que mi hermanita cataloga como necesidad, pero en contra de la rutina tendré que secundar lo que ha dicho. Necesitamos esa continuación, tío —agregó Freya con una intensidad en su mirada que no tenía nada que envidiarle a brinquitos inquietos de emoción.
—De acuerdo, la buscaremos otro día —cedió Antares haciendo una pausa para tragar ayudado por su vino.
—Tiene que ser hoy —gruñó Gamma de una manera que daba la impresión de estar poseída por un sirio.
—Sí, tiene que ser hoy —secundó Freya.
—Creo que pueden esperar una noche.
—No podemos —dijeron las dos al unísono.
—Dije que no. Ya es tarde, iremos otro día.
—Bien —resopló Gamma dejándose caer derrotada en la silla—. Supongo que tendremos que esperar, ¿no, Freya?
—Toda una noche —añadió Freya con dramatismo—. ¿Qué haremos toda una noche sin distracción, Gam?
—No lo sé, Freya. Imagino que saltar, chillar y cantar a todo pulmón... —conjeturó la menor terminando en un derrotista suspiro—. ¿Podemos jugar a las escondidas, no?
—Aventuro que sí, Gam. Al tío Antares no le molestará, él entenderá que tenemos que buscar con qué distraer nuestra energía. Lo superará, ¿no? No sería la primera vez que nos soporta toda una noche de trágica frustración. Claro, todo se solucionaría si tuviéramos no uno, sino dos tomos de la continuación de...
—Iré yo solo a buscarles el maldito libro después de comer —finalizó el escorpión con mal genio—. ¿Felices?
Las dos niñas saltaron entusiasmadas y aplaudieron victoriosas, un júbilo solo comparable con el que tendría Ara si su rey se irguiera para decirles que ganaron la guerra.
Lyra volteó a mirar a Antares, que negaba y comía mirando en dirección a las Cygnus. No parecía realmente de mal humor, e incluso así el cisne dijo:
—No deberías dejar que te manipulen así.
—No te preocupes por mí, yo estoy acostumbrado. —Entonces él le lanzó una mirada significativa y se acercó a su rostro para hablarle en confidencia. Por un momento ilícito, los ojos de Lyra se fueron a los labios de él—. Sería hipócrita de tu parte reprochárselos, mi pequeño cisne. Es el ejemplo que les has dado.
Antes de que Lyra pudiera hacer nada al respecto, Antares le robó un beso en la mejilla para volver de inmediato a su lado seguro de la mesa.
—Lo sabía —susurró Gamma mirándolos con los ojos entornados. Freya la calló con un codazo en las costillas.
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Lyra se sentía en parte responsable porque Antares tuviera que exponerse al peligro de fuera del refugio para buscarle un libro a sus hermanas, así que se ofreció a ir con él. Además, tenía que asegurarse de que comprara la sábila hídrica para sus heridas.
—Es un riesgo, Lyra —dijo Antares con seriedad apenas ella expuso sus intenciones de acompañarlo.
—Para nosotros respirar ya es correr peligro.
—Es cierto, pero las posibilidades mejoran si uno de nosotros se queda aquí para asegurar a tus hermanas.
—Voy a ir.
Antares se recostó de la pared con los brazos cruzados y la miró de arriba a abajo. Estaban tan próximos, que ella consideró usar sus propias manos para desviarle el rostro.
—Deja de verme así —murmuró Lyra enfocando su vista en cualquier cosa que no fuera él, su brillante cabello de plata, su camisa arremangada y brazos vendados que desentonaban con la perfección del príncipe.
—¿Cómo estoy mirándote?
—Como si... —Ella negó—. No lo hagas más.
Él alzó las manos en señal de rendición y cerró los ojos.
—No te miraré.
—No es gracioso, escorpión.
Él, todavía con los ojos cerrados, sonrió como lo haría un caníbal antes de su almuerzo. A Lyra le ponía los nervios a flor de piel, por suerte tenía a su cosmo defendiendo su entereza con el frío del cisne.
—Si no sé cómo se supone que te estoy viendo, tal vez no debería mirarte en lo absoluto —explicó el príncipe—. Corro el riesgo de repetirlo.
—¿Te enseñaban esas tácticas en la corte, escorpión?
—¿Tácticas? —Esa sonrisa, que parecía dueña de los labios de Antares, solo se afirmó más—. Lyra, no sé de qué me estás acusando. Lo que sea que te provoquen mis palabras no ha sido intencional. Mis «tácticas» prefiero reservarlas.
—¿Reservarlas para qué?
Entonces él abrió los ojos, mirándola con todo el descaro de un Scorp.
—La luna de miel.
Lyra le dio un puñetazo a Antares en el estómago, quien, pese a haberse encogido por el golpe, actuó rápido y tomó su mano, diminuta dentro de la suya, para atraerla hacia sí. Si ella no hubiese interpuesto su otra mano, habría chocado contra su cuerpo.
Lyra sintió que el ardor de esa mirada de oro solo se intensificó mientras Antares mantuvo sus ojos cerrados.
—¿Ya puedo decirte cariño? —preguntó él en voz baja.
—Sin tocarnos, escorpión. No sé cuántas veces debo repetirlo.
—Acabas de pegarme, pequeño cisne, me merezco una ligera desobediencia —dijo él, incrustando su mano en el espacio entre el cuello y el cabello de Lyra, rozando ambos sin tocar del todo ninguno.
Ella cerró los ojos, necesitaba ese segundo para llamar a la lucidez que el olor de Antares y el calor de su cercanía le robaba.
—Aléjate —musitó ella.
—No te estoy agarrando, vete tú.
Era una verdad a medias, pues él todavía tenía su mano sobre la que ella tenía contra su pecho para evitar un contacto peor. Incluso tuvo el descaro de acariciarla. A lo que se refería él era a que ese agarre se podía deshacer con un ligero tirón.
Lyra abrió los ojos, seria, y con firmeza le dijo:
—Iré contigo.
—Eso está bien para mí si lo está para ti.
—Eres tan contradictorio.
—¿Yo? —Antares arqueó una ceja—. Yo soy un libro abierto, tú eres el iceberg del que solo me dejas conocer la superficie.
Lyra se soltó de su agarre y se alejó un par de pasos.
—¿Nos vamos ya?
—¿Cuál es tu prisa? Fue a mí al que amenazaron tus hermanas con una noche de insomnio.
—También tenemos que pasar por el mercado a comprar la sábila. Al volver te haré una segunda cura.
—Lyra, hay formas más sencillas de pedirme que me quite la camisa.
Lyra se alejó resoplando como un animal, y Antares se quedó riendo porque jamás pensó que viviría para verla actuar así.
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E
ra muy tarde y el peligro acechaba sin duda, pero ambos salieron disfrazados con harapos, capas remendadas y sus distintivos cabellos cubiertos por turbantes.
Aunque Lyra no entendía cómo podrían encontrar una librería abierta a esas horas y asistir como si nada, resultó que no iban a cualquier lugar. Antares la llevó por medio de un callejón a lo que parecía un templo en ruinas por el que accedieron a un camino oculto que los condujo a una biblioteca secreta.
Según las inscripciones en las paredes de la librería, aquel lugar era para los ávidos de conocimiento que habían sido excluidos por su reino. Mujeres. Forasteros. Herejes. Interesados en el ocultismo. Personas como Lyra y Antares.
A Lyra le pareció lógico que, si alguien había de conocer la locación exacta de un rincón de Áragog como ese, fuese el príncipe más amado de la nación. Aunque a la vez le pareció del todo erróneo. Sonaba como un lugar para ocultar de la monarquía.
Lyra se inclinó más a creer que habían sido los aliados de Antares quienes le ayudaron con las locaciones en las que debía moverse para no ser visto.
Sea como fuese, ella se consagró a lo que los había llevado ahí en primer lugar: buscar entre los anaqueles oscuros y polvorientos una novedad del género de fantasía juvenil para que sus hermanas dejaran dormir a Antares.
Ambos se habían separado para abarcar más terreno. Lyra sentía que estaba cerca, pues ya había conseguido dos veces el tomo de Sirios en luna nueva de segunda mano.
¿Cómo había dicho Antares que se llamaba la segunda parte? ¿Sirios en el crepúsculo?
—Princesita, ven a ver esto —llamó Antares señalando un libro que tenía en las manos—. Lo vi y pensé en ti.
Lyra, absorta en un desconcierto repentino, tomó el libro para comprobar. «Herbolario de Leo Volumen VI, plantas que curan y que matan por Arlan Leonides».
Antares había visto el herbolario y, con la escasa información que tenía de Lyra, asumió que le gustaría. Por ello la veía de ese modo tan extraño mientras analizaba el tomo verde de letras doradas y pasta dura, como si esperara verla sonreír en cualquier momento.
Para bien o para mal, a Lyra jamás le habían dicho nada semejante a «lo vi y pensé en ti».
—¿Entonces? —preguntó Antares quitándole el libro de las manos—. ¿Nos lo llevamos?
—Eehh... Supongo.
—¿«Eehh... Supongo»? ¿Dónde ha quedado tu elocuencia, cisne?
Lyra, con la delicadeza del hielo que llevaba por dentro, volvió a quitarle el libro y le dijo:
—Junto a tu encanto, escorpión.
Si eso pretendía ser un insulto, tuvo el efecto contrario para Antares.
—¿Alguna vez te he parecido encantador?
—Por el contrario, todos aseguraban que poseías un encanto que por desgracia no tuve la oportunidad de conocer.
—No te lamentes, pequeño cisne, todavía te lo puedo presentar.
—Paso.
Lyra le dio la espalda y regresó por los libros para sus hermanas.
—Lo encontré —dijo ella al cabo de un rato.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Antares subiéndose a la mesa de lectura junto a Lyra.
—No fue difícil, es una novedad en medio de libros desgastados que...
—No conseguir el libro, Lyra. ¿Cómo sobreviviste?
—¿Al cautiverio?
Ella sabía que no se refería a eso.
—A tu ejecución.
Lyra lo encaró con expresión fría y severa.
—No eres el único con derecho a tener secretos.
—Esto no acabará pronto, ¿verdad?
—Eso depende, ¿cuánto tardarás en hacerme conocedora de tus conspiraciones?
—Lyra, basta.
—Necesito saber de quién dependemos.
—Estamos bien, ¿de acuerdo? Estamos a salvo —aclaró Antares enfatizando cada palabra—. Y vamos a estar mejor.
—No es suficiente.
—¿Qué más quieres de mí? —rogó él bajándose para estar junto a ella—. Porque todo lo he entregado a tu servicio, y no puedes negar eso.
Una respuesta picó en la lengua adormilada de Lyra. Normalmente, habría dejado que el mentol la sedara, que la protegiera del riesgo que corre cualquier mujer al emitir sus propios pensamientos.
Pero Lyra había callado demasiado en Hydra. Y demasiado antes de eso. No perdió sus modales, intentó no sonar demasiado despectiva, pero decidió que en ese acuerdo ella no iba a callar, y dijo:
—Eso yo no lo sé.
El ceño del escorpión se frunció de golpe.
—¿De qué estás hablando?
—¿Cuidabas de mis hermanas porque me lo prometiste, o porque esperabas a que Freya cumpla la mayoría de edad para casarte con ella y reclamar Deneb?
La ofensa y la ira se manifestaron en el rostro de Antares, en la tensión de su mandíbula, en el filo de su mirada, ardiendo como el oro fundido.
Lyra lo veía, e incluso así la demanda en su rostro no flaqueó.
—Lo lamento muchísimo, Lyra —dijo Antares, sus palabras tan tensas como el ángulo en sus labios—. Lamento no haberte podido salvar. No creas que no tuve la intención. No te equivocas al pensar que soy un escorpión y que he pasado mi vida desperdigando veneno, pero en ti acepté un compromiso que iba más allá de la política. Siempre seré un monstruo, pero jamás contra ti. Yo habría entrado... ¡por Canis que quise hacerlo! Habría hecho hasta lo imposible por llegar a ti. No hubiésemos salido con vida, pero habría muerto intentándolo. Lo juro. Pero si yo moría, ¿quién cuidaría de tus hermanas? Si yo moría y ellas por mi culpa, ¿me lo habrías perdonado en alguna vida?
Lyra no dijo ni una palabra, y tampoco relajó su expresión, así que Antares finalizó, tangente:
—Y lamento ser ingrato, pero tus hermanas no me sirven de nada. Por el contrario, me limitan. No estás presa, y ellas son tuyas. Si tanto desconfías vete y llévalas contigo.
Antares le arrancó los libros de las manos y se dispuso a ir escaleras abajo para pagar, dejando a Lyra sola.
~❄️🦢❄️~
Más tarde ambos estaban en el mercado nocturno, y la ausencia de un frío mortal Lyra no supo si interpretarlo como que estaban fuera de Ara, o que su cosmo la había vuelto inmune.
Como fuera, Antares parecía distante y ceñudo mientras revisaba unas frutas. Lyra ya tenía las hierbas que necesitaría, y los libros en otra mano, así que decidió que no haría daño a nadie acercarse al escorpión antes de partir.
—¿Esperas una disculpa de mi parte? —inquirió Lyra en voz baja fingiendo interés en unos arándanos—. En distintas circunstancias atendería a los protocolos de convivencia, pero cuando se trata de ti suelo prescindir de ellos. Así que, si esperabas que me retractara, te pido que desistas de tu espera.
—Lyra.
—¿Sí?
—Cállate.
Lyra quedó impactada por la respuesta que no esperaba en lo absoluto, y fue aquel flanco de debilidad el que Antares aprovechó para inclinarse sobre ella y besarle la frente.
—Soy tu aliado. Cuando lo aceptes, juntos podríamos hacer lo que una vez logramos: jugar con Áragog y conseguir Deneb.
«Cygnus, si es cierto que estás aquí para protegerme, líbrame de la credibilidad, y del efecto de esas palabras», rogó Lyra en una ferviente plegaria en su interior, mientras emitió en voz alta palabras que fueron mucho más serenas y meditadas.
—Fuimos honestos durante esa alianza —indicó ella—. Al menos en lo que respecta a nuestros planes e intenciones. Esto es distinto.
—Es exactamente lo mismo. Una cosa te estoy pidiendo y solo una: no me pidas un nombre. Todo lo demás es tuyo. Yo lo soy.
—Basta con eso, escorpión. —Lyra suspiró—. ¿Cómo lo llevaron ellas? Mi ausencia, la situación y... Lo que presenciaron en la boda.
—«Nuestra» boda —corrigió Antares, pero cuando Lyra le miró con mala cara continuó con lo que le había preguntado—. Ellas están bien. Son fuertes, devotas a su fe y unidas de una manera que no conocí yo con mis hermanos. Algunas noches fueron peores que otras, pero nunca estuvieron solas. Yo no... —Antares dejó salir una risita nerviosa—. No sé nada, y sabía mucho menos antes. Tuve que recurrir a expertos, pues la mente de ellas debía ser tan atendida como sus heridas físicas, y eso no estaba a mi alcance. Pero nunca les negué nada que pudiera conseguirles, y aunque ellas digan lo contrario siempre forman vínculos con sus vendidas.
Antares terminó todo con un suspiro agotado.
—Ellas sabían que volverías como saben que recuperarán su hogar.
Lyra asintió, reservando todas sus conclusiones para sí misma.
—Sobre las vendidas... ¿No es peligroso? ¿No es posible que alguna de esas personas...?
—Ni ellas ni los eruditos salen del refugio en ningún momento. Incluso cuando yo no estoy quedan encerrados.
Los ojos de Lyra se ensancharon con horror.
—Antares, ¿los secuestraste?
—Se les paga bien, y ellos saben las condiciones. No se preocupan porque ninguno de sus contratos dura más de un par de meses.
—¿Qué haces luego con las vendidas?
—No sé qué harán ellas, yo simplemente las dejo ir. Imagino que pasan el tiempo de servicio pensando qué hacer con la paga cuando se vayan.
—Iba a preguntarte cómo consigues el dinero y los cristales, pero ya imagino la respuesta. —Antares alzó una ceja de forma inquisitiva—. De nuestro misterioso patrocinador.
Antares sonrió, pero no hizo declaraciones al respecto. En cambio, siguió inspeccionando los duraznos rosas, aunque era terrible diferenciando entre los frescos y los que estaban verdes o por caducar. Lyra reprimió las ganas de reírse y sustituyó sus manos para ayudarle con la selección.
—¿A quiénes te refieres con «los eruditos»? —siguió ella.
—Pues a eso, ¿no? —contestó Antares mientras sostenía la cesta en la que Lyra lanzaba las frutas óptimas—. Ellas necesitan educación. Yo me encargo de su entrenamiento, pero no puedo hacer lo mismo con las otras áreas, así que escojo algunos profesionales para esas tareas. Todo lo básico se lo enseñan las vendidas, pero la mayoría no tienen el conocimiento en astrología, historia y política que pueden proporcionarle los maestres...
Lyra negó y se detuvo.
—Lo siento, me quedé en «entrenamiento».
Antares frunció el ceño.
—Después de lo que pasaron necesitan poder defenderse, ¿no te parece?
«Detesto no tener nada qué protestar», pensó Lyra mirando a Antares con mala cara.
—¿Y nosotros? ¿Cuál es el siguiente paso?
—Esperar.
—¿Esperar qué?
—Lyra.
—Antares.
Él resopló y se detuvo frente a ella.
—Esperaremos, a menos que tengas una idea mejor.
—Tengo un par.
—Te escucho.
—No me escuches, «espera» —finalizó ella dándole un trago de su propia medicina.
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Nota:
AY, CÓMO AMO LOS CAPÍTULOS DE ESTA GENTE. Díganme que no soy la única.
Por cierto, quiero aclarar una cosa. Antares no es la mamá de la santidad, es un maldito e hizo cosas muy cuestionables que para él estaban permitidas dado el contexto social y político en el que fue criado. Eso no lo justifica, pero tampoco se le puede juzgar con la misma vara que a un hombre sujeto a leyes e ideales actuales. La cosa es que está perfecto que lo odien o no lo perdonen, pero veo mucha gente confundida diciendo que él abusó sexualmente de Shaula. Yo misma tuve que releer Vendida porque en serio me hicieron dudar. Los invito a releer «ese» capítulo y a juzgar por ustedes mismos, pero él jamás hizo tal cosa (lo que no quiere decir que lo que sí hizo estuviera bien).
En fin, cuéntenme todas sus impresiones de este capítulo, esta pareja y su relación con las hermanas Cygnus.
Pd: Lyra, te amo.
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