58: Las Cygnus
Lyra
Antares y Lyra recorrieron los vientos de Áragog como si los cabalgaran. Libres, indómitos, con la velocidad de una estrella fugaz que, sin alas, atraviesa el cielo dejando una estela de poder que cuente la historia de su trayecto.
Lo cierto es que Lyra conocía tan poco de la geografía y arquitectura de Áragog que, al llegar ambos al escondite, ella se había perdido en la distorsión del tiempo de viaje y no tenía ni idea de dónde estaban.
Lo que tenía claro es que acababan de entrar a una casa tan humilde como cualquier otra, donde aparentemente vivía un matrimonio de ancianos que de vez en cuando encendían la chimenea, abrían las ventanas y regaban las plantas. O eso le explicó Antares que creían las personas, pues ella no vio ninguna pareja dentro del lugar.
Lo extraordinario llegaba una vez se atravesaban las escaleras ocultas bajo una trampilla, que a la vez iba cubierta por una alfombra bajo la mesa.
Entonces se inmersaron en lo que parecía una fortaleza subterránea. Con la única excepción de la luz artificial y la falta de ventanas, aquel lugar secreto no tenía nada que envidiar a la casa de cualquier lord, por más impresionante que fuera.
Ambos se detuvieron en el salón principal. No un cuarto vacío para una supervivencia rápida. Era toda una sala amoblada y decorada como de quien tiene intensiones de habitarla por la eternidad. Era un hogar.
Antares revisó un cajón en busca de gasas, algodón y antisépticos para atender la herida en su brazo. Se sentó en un taburete para disponerse a aquella tarea, y entonces descubrió a Lyra inspeccionando en derredor con una mirada extraña. Aunque ella acababa de confiar en él para que la trasladara a su espalda hasta un lugar remoto sin ningún cuestionamiento, de pronto parecía volver a su recelo habitual.
Más que eso, parecía que los labios del cisne, generalmente tan calmos y dueños de sí mismos, reprimían a duras penas algo muy cercano a un reproche.
—¿Qué pasa? —inquirió el escorpión sin rodeos.
No tuvo que insistir. Lyra giró apenas su rostro hacia él, manteniendo su postura original, el ángulo de su mentón y sus manos ocupadas en sostener a Joqui, y entonces pronunció con la calma del hielo un par de palabras que parecían contener un incendio detrás.
—Estás vivo.
El escorpión dorado asintió y la señaló con una mano, una mano que no dejaba de lucir como la de un príncipe destinado a la grandeza. La alianza que compartía con Lyra era apenas uno de los anillos que con tanto orgullo portaba el menor de los Scorp.
—Tú igual.
—Lo estoy —concedió ella—. Aunque no pueda agradecerte ese detalle a ti.
Antares se mordió la lengua, pero igual terminó por contestar:
—No, no es algo que puedas o debas agradecerme.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó ella mirando alrededor. No vivía en las condiciones de un fugitivo, él mismo se veía saludable y en forma, apenas alcanzado por la cicatriz de su brazo que empezaba a curarse él mismo con antisépticos mientras hablaba con ella—. Todo este tiempo... Te buscaba hasta Canis en el cielo, ¿cómo sobreviviste? ¿Cómo tienes la suficiente libertad para mandar mensajes a la corona justo cuando estaban por ejecutarme y tener cómplices que te ayuden a raptarme en Hydra?
Antares no dijo nada mientras vendaba su herida, pero alzó una mirada hacia Lyra, una mirada que significaba mucho más que su silencio. Y Lyra la comprendió, por algún motivo que desconocía.
—Tienes espías en el castillo —conjeturó—. Y hombres en todo Áragog, evidentemente. ¿Cómo?
De nuevo, Antares no dijo nada más mientras cortaba el vendaje que sobró.
—¿Para quién trabajas? —demandó Lyra.
—No puedo decírtelo.
Los ojos ambarinos de la princesa cisne parecieron expandirse, como si hubieran recibido un golpe físico y esa fuera su reacción.
—¿Por qué no podrías decirme de quién sirios dependemos ahora? —inquirió ella con la garganta picándole. El calor de su voz parecía desgarrar el hielo que había formado el desuso—. ¿Qué haré a partir de aquí? ¿Esperar? ¿Callar? ¿Callar mientras espero y me ahorro todas mis preguntas?
Antares se levantó con el rollo de vendas en la mano.
—No puedo decírtelo.
Lyra rio con amargura. Aunque su cosmo vibraba ofreciéndole protección de sus propios sentimientos, ella lo ignoró, casi empujándolo en un gesto despectivo, si eso era posible.
—No puedes decírmelo —repitió ella.
—No, no puedo.
—¿Y esperas que me quede aquí contigo? —interrogó—. Éramos aliados en Deneb, pero no somos aliados aquí, no si me ocultas información, no si conspiras a mis espaldas, no si me excluyes de absolutamente todo lo que importa.
—Lyra, no voy a excluirte de nada —aseguró él con paciencia—, y pese a ello, reconozco que hay detalles que no puedo revelar. Es definitivo: no puedo. Estarás conmigo como lo estuvimos antes. Te escucharé y cederé ante todo lo que pueda o deba, pero si lo que quieres es un nombre entonces sí, puedes irte. No te detendré, porque francamente eso no puedo dártelo.
Lyra abrió la boca, pero sintió un nudo en la garganta que le impidió continuar. Así que tragó, aunque sabía que estaba delatando su debilidad. En voz muy baja, sin mirar a Antares a los ojos, le dijo:
—¿Qué es exactamente lo que me estás pidiendo, escorpión?
—Que confíes en mí.
Lyra se llevó la mano a la boca y se cubrió con ella, pero la risa atentaba también contra sus mejillas, era una odisea contenerla.
Antares se llevó una mano al entrecejo y suspiró antes de decir:
—¿Qué? —espetó—. ¿Qué pasa?
—Quieres que confíe en ti.
—Sí, eso esperaría yo de un aliado.
—¿También debí haber confiado en ti para que me rescataras, o ese nivel de confianza excede tus límites?
—Lyra.
—¿Cuánto ha pasado? —inquirió ella.
—Lyra...
—¿Cuánto? —enfatizó, porque nadie le había dado esa respuesta.
—Algo más de dos años.
Ni siquiera ella esperaba que hubiese sido tanto.
De pronto se sintió como si no pudiera respirar, y por más que inspiraba no alcanzaba a atravesar las murallas en su pecho. Sus ojos ardían, su cuerpo temblaba por el esfuerzo que hacía por conseguir aliento.
Antares hizo ademán de alcanzarla pero ella apartó el brazo antes de que él siquiera lo rozara.
—Una eternidad encerrada —recitó—. A merced del maldito de tu hermano. ¿Y tú qué hiciste, escorpión? ¿Dónde quedaron tus votos? Prometiste protegerme con tu vida, y hoy, después de haberme mentido en ello, me exiges que vuelva a confiar. —Ella se giró hacia él, todavía agitada por la falta de oxígeno—. ¡¿Qué es lo que tienes en la cabeza?!
—No seas injusta, Cygnus. Como podrás notar, he estado bastante ocupado.
—¿Ocupado? ¿O cómodo? —acusó—. Hace decenas de meses te pusiste a salvo, no parece que estuvieras muy ocupado a partir de ahí.
—¡¿Pero de qué sirios hablas, Lyra?! —gritó el escorpión, la piel otoñal de su rostro de pronto imitando la tonalidad de una rosa—. ¿Cuándo mierda he estado a salvo? Soy, somos, los fugitivos más buscados de todo este maldito reino. No puedo estar tres semanas en un mismo lugar sin correr el riesgo de una emboscada —Antares se acercó más a Lyra, toda su tes pigmentada por el calor de sus palabras y el modo tan colérico con el que las arrancaba de sí—. Las miradas conspiran, las sombras hablan de mí. No hay un maldito centímetro en ninguna calle de ninguna ciudad donde pueda dormir tranquilo, e incluso así tengo que salir y enfrentarme a lo que haga falta, porque tenemos que comer. Y ellas necesitan cosas: vendidas que las atiendan, curanderos, institutrices, prácticas, aire fresco, ropa, obsequios, todo lo que haga falta para que parezca que llevan una maldita vida normal porque, te recuerdo, por si tu memoria se ha visto afectada... ¡que he estado ocupado cumpliendo la maldita promesa que me hiciste hacerte el maldito día de nuestra MALDITA BODA!
Antares le dio la espalda, alejándose de Lyra rumbo a la pared contraria. Necesitaba respirar.
Lyra se abrazó a Joqui con fuerza, las lágrimas saliendo por fin de sus ojos, aunque en silencio.
—¿Mis hermanas están...?
—Abajo. Ve a verlas —dijo Antares recogiendo sus cosas sin darle la cara—. Hablaremos después.
~❄️🦢❄️~
Tenían una habitación con un espacio de recreación a rebosar de espadas, muñecas, una pista con una locomotora y juegos de mesa. Tenían dos paredes abarrotadas por una estantería de libros, y un clóset lleno que un par de vendidas organizaban en ese preciso momento.
Lyra no tenía palabras. Lyra no tenía ni siquiera un pensamiento discernible.
Inconscientemente, pues ni siquiera se había detenido un solo minuto a cuestionarlo o siquiera considerarlo, había asumido lo peor para Gamma y Freya. Las había borrado de sus recuerdos, había dejado de esperarlas. Había renunciado a la fe, pues era lo que la estaba matando.
Pero estaban vivas. Vivas, saludables y casi tres años mayor.
Lyra se limpió nuevamente las mejillas. Era una vergüenza para cualquier dama que se respetara, llorando en público sin poder contenerse. Por suerte las dos niñas estaban abrazada a ella, demasiado aferradas como para notar el diluvio en sus ojos.
Freya se alejó, la mayor, se alejó primero. Era toda una doncella. Rubia, con el cabello tejido en una trenza floreada y en sus ojos la palidez del cielo de Deneb. A esas alturas, si su padre estuviera con vida, ya la habría casado y tal vez tendría en sus manos un bebé, cuando a pesar de su altura ella parecía tener la inocencia de uno.
Gamma, por otro lado, no se alejó de Lyra. Se soltó del abrazo, pero solo para colgarse de su pie cual koala y decirle:
—Hermana, dile a Tabita que hoy te encargarás tú de nosotras, ¿sí?
La vendida intentó arrancarla de la pierna de la princesa, pero Lyra la detuvo con un gesto de su mano.
—Está bien, yo me encargo.
La vendida hizo una sutil reverencia con su cabeza y se recluyó a un extremo de la habitación con las manos entrelazadas por si era requerida.
—¿Qué sucede, Gam? —le preguntó Lyra a la menor alzándole el rostro con su mano—. ¿Las trata mal?
—Nos tortura —murmuró la más pequeña cuando la vendida se alejó lo suficiente para llevarse la ropa sucia.
Freya le dio una patada en el costado a su hermana al oírla. Aunque la pequeña se quejó, Freya la ignoró y habló por encima de sus protestas con una madurez y autoridad que a Lyra la dejó sorprendida.
—Gam, tu interpretación de tortura puede dar una impresión errónea a nuestra hermana. —Freya volteó hacia Lyra, quien todavía no podía creer que su hermana ya tuviera la edad que ella tuvo poco antes de entrar al mercado—. Con «nos tortura», Gamma se refiere a que la está mandando a bañar hace una hora.
—El tío Antares me dejaría pasar un baño o dos.
—El tío Antares jamás refuta abiertamente la autoridad de nuestras cuidadoras. Si Tabita decidió que te hace falta un baño, entonces un baño es lo que te corresponde.
—Niñas —interrumpió Lyra con el principio de una oleada de horror asomándose en su garganta—. Antares no es su...
Pero se detuvo. Aunque ella no lo hubiese preferido así, Antares era la única figura medianamente familiar que habían tenido sus hermanas todo ese tiempo. El único rostro conocido. Su cuidador. Quien las protegía y velaba por su bienestar. Si eso hacía de Antares un tío para ellas, Lyra no sería quien se los quitara. Ya habían perdido suficiente por toda una vida.
Además, ante los ojos de ellas y todo Deneb, Antares había sido su pareja. Tuvieron una boda, aunque no se consumara. No era descabellado que pensaran en él como un tío.
—Les decía que Antares no es suficientemente capaz de librarlas de los baños de Tabita —se corrigió Lyra—, pero he llegado yo. Así que no hará daño a nadie si Gam no se baña hoy, ¿o sí?
—Eso lo dices porque no eres tú la que duerme con ella —murmuró Freya.
—Por suerte no duerme contigo, roncas más que una noche de tormenta —agregó la pequeña tirándose al piso con los brazos bajo su nuca.
—No he roncado en mi vida, mentirosa.
—¡¿Cómo que es posible que no te escuches?! —chilló Gamma con maldad burlona—. Si te oyen hasta los soldados en Baham. Tal vez por eso huyeron.
—¿Cómo saben que hay soldados en Baham?
Ambas miraron a Lyra con los ojos entornados.
—El maestre Lamahr nos da historia y nos informa de la situación política actual —explicó Freya—. Es lo que se supone deben saber las ladys de Deneb para cuando regresen a sus tierras, ¿no?
«Ellas creen que vamos a regresar, y no esperan hacerlo como menos que sus ladys», pensó Lyra con una sonrisa interna.
No importaba lo que hubiese pasado antes, o en su ausencia, Lyra eternamente agradecería a Antares por mantener la fe de sus hermanas y su buen ánimo intacto. Cualquiera puede salvar una vida, pero de ahí a darles una que valiera la pena vivir había todo un trecho de acción y voluntad.
~❄️🦢❄️~
Las vendidas alistaron a Lyra luego de informarle que era la hora de la cena. Era extraño volver a la moda de Ara. Las mangas, los vestidos cubiertos, las telas más gruesas y los corsé. Todavía más extraño era que Antares tuviese todo eso a la mano, como si aquel hogar esperara por su princesa.
Una vez conducida al lugar de la cena y descubrir la mesa sola, Lyra exigió a la vendida que la condujese a donde estuviera Antares. Y así se hizo.
No había cerrado la puerta del todo, y cuando ella la atravesó lo descubrió cambiando el vendaje ensangrentado de su brazo.
—¿Necesitas ayuda con eso? —le preguntó ella con calma.
—Descuida —cortó él—, no necesito ayuda.
Lyra asintió e hizo ademán en marcharse, pero antes de lo que parecía posible Antares ya había aparecido junto a ella, tomó su codo y deslizó la mano hasta su muñeca, donde tiró de ella para arrastrarla con él.
—Pero no me molestaría que me ayudaras tú.
Lyra, con los ojos entornados, apenas venció un poco de su desagrado para asentir y acompañarlo de vuelta al taburete.
Ahí, ella terminó de quitarle la venda sucia. Empapó la gasa en el antiséptico y exprimió el exceso. Extendió su mano libre para que Antares depositara en ella su brazo, y empezó a limpiar la herida con toques tan leves y delicados que el escorpión se sintió tratado por los pétalos de una flor bañada de rocío de lluvia.
Mirando el aspecto de la herida y el horrible resultado de cicatrización de las demás, las viejas, Lyra le dedicó una mirada despectiva y muy a regañadientes le dijo:
—Hay que aplicarle calor a esta herida. Y sé que estamos lejos de Hydra, pero la sábila hídrica se consigue en cualquier mercado a precio de una hogaza de pan. Consíguela. Es necesaria para que no te queden marcas de este estilo —explicó señalando una cicatriz horrenda en el interior del brazo, el área cercana a la axila.
—Se te da bien esto de cuidar a las personas.
—¿Tú cuentas como persona? —Lyra de inmediato negó con la cabeza, regañándose a sí misma—. Lo lamento, me excedí.
Antares, a pesar de que no la contradijo, tenía una curiosa sonrisa ladina que no expresaba disgusto.
Él llevó su mano libre hacia la de Lyra, poniéndola encima. Ella se detuvo y lo miró expectante mientras el escorpión, con gentileza en sus dedos, acariciaba el material de la alianza en su dedo anular.
—Sigues usando tu anillo de bodas —señaló en voz baja, confidente como la soledad que compartían en ese pequeño cuarto solo iluminado por una vela.
—Y tú el tuyo —señaló ella sin darle importancia.
—Yo no tenía por qué quitármelo.
—Yo tampoco.
—Excepto que tú no lo querías.
Lyra terminó de limpiar la herida y comenzó a desenrollar las vendas limpias con practicidad, y a cortar cuánto necesitaría.
—Lo que yo quiera o no es irrelevante —dijo tomando el brazo de Antares—. Estamos casados. Tuvimos nuestra ceremonia, fuimos ungidos, tú con aceite santificado, yo con el agua del lago congelado de Deneb. Hiciste tus votos, yo dije los míos. No importa lo que pasara después, a ojo de mi pueblo estamos casados. Solo hace falta un paso para hacerlo oficial.
—Lo sé —aceptó Antares con una mirada descarada hacia Lyra mientras ella terminaba de colocar el vendaje en su sitio—. La pregunta es, Lyra Cygnus, princesa de Deneb, heredera del cisne: ¿estás tú dispuesta a besarme?
Lyra lo soltó.
—Nos vemos en la cena.
~~~
Nota:
¿Soy la única que siente reverenda tensión por aquí?
¿Qué piensan al respecto de la discusión entre Antares y Lyra?
¿Qué piensan de la situación entre ellos de que están prácticamente casados? ¿Creen que Lyra besará a Antares? ¿Qué piensan de esa parejita?
¿Qué les parecen las hermanas Cygnus y el hecho de que estén vivas y reunidas al fin?
¿Qué creen que va a pasar?
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